37. No existen últimas veces... Solo penúltimas
Jamás debería ser la última vez. Como decía mi hermano «solo existen penúltimas veces, porque estoy seguro que siempre habrá una próxima».
Seguía sin saber si Lena se iba a París o no. Tampoco tardaría en descubrirlo. Así que estaba aterrado porque jamás entró en mis planes enamorarme de ella y perderla.
— Un café con leche, uno descafeinado y... — Leo me miró —. ¿Qué quieres tú?
— Un cappuccino, gracias.
Había dejado de beber el café solo. Quería alejar todo lo amargo de mi vida.
Estaba con Leo y mi madre en el Central Pork. Hacía años que no íbamos los tres juntos a algún sitio. Por primera vez éramos una familia unida. Leo tenía que volver a Lyon para terminar los exámenes finales, aunque ya era su último año en la Universidad.
Yo, en cambio, estaba ayudando a mi madre con la mudanza. Había costado muchísimo decidirnos, pero queríamos dejar atrás ese lugar de fantasmas del pasado y malos recuerdos. Tampoco nos íbamos muy lejos. Habíamos encontrado un piso pequeño, pero cómodo, a unas calles más arriba de la nuestra.
Nos habíamos enamorado en el primer momento que pusimos un pie dentro.
La luz del sol acariciaba cada rincón y eso, en los momentos malos, nos podría servir. En el salón había un balcón pequeño, de los que solo cabían dos personas, que adornaríamos con los geranios de mi madre. También tenía una cocina en el mismo salón (con un lavavajillas incluido. Ni confirmo, ni desmiento que me emocioné); un baño tan diminuto que cuando te agachabas las nalgas rozaban con la pared de atrás; y tres habitaciones.
Una para mi madre, una para mí y una para él.
— ¿Estás seguro que quieres volver a Barcelona? — le pregunté.
— Está decidido — mentira, no lo estaba, pero no quería dejarnos solos. Aunque él sabía que estaríamos bien —. Además, quiero ahorrar para sacarme un máster. Es lo que tiene estudiar Trabajo Social, que siempre tienes que estar informándote.
— Me alegra saber que volverás — dijo mi madre. Había ganado algo de peso y sonreía mucho más —. Y tú Noel, ¿te han dicho alguna cosa de las notas de Selectividad?
Negué con la cabeza.
— Que va. Se supone que salen la semana que viene.
— ¿Nervioso? — preguntó Leo con retintín.
— Un poco. Espero entrar en la Universidad de Barcelona.
— Y Lena, ¿qué va a hacer ella? — mierda.
Se me había pasado por alto que mi madre aún no sabía nada. Mi hermano, que sí que lo sabía porque me había sincerado con él hacía unos días, se atragantó con su descafeinado.
— ¿He dicho algo que no debía? — mi madre me miró con ojos de preocupación.
Cogí aire. Tenía un jodido nudo en el pecho y no fui consciente que apretaba la servilleta entre mis manos.
— Puede ser que se vaya a París.
Fue una bomba. La mesa se quedó en silencio. Y yo solo pude comenzar a llorar porque, por primera vez, no me importaba derramar las lágrimas delante de lo que me querían.
Mi madre me abrazó y Leo me cogió de la mano.
— Llora, cariño mío. Limpia tu alma — susurró mi madre mientras me daba besos en la cabeza.
Aprendí que llorar no es de cobardes. Llorar es sacar lo que nos duele y seguir adelante.
— No quiero que se vaya, mamá. Ella es... — me rompí. Media cafetería me miraba, pero me daba igual si les molestaba.
— Lo sé, amor. Lo sé. Pero ella tiene que seguir volando... No es un pájaro que puedas encerrar en una jaula — intentó decirlo con todo el amor del mundo.
Cogí un pañuelo y me soné los mocos. Habló mi hermano.
— Ella siempre ha sido especial... Me acuerdo que a la semana de que se hubieran mudado a la casa del lado me la encontré con un hurón.
— Hei-Hei... — mencioné mientras hipaba. Sonreí ante la mención de su mascota.
— Me contó todas las características de ese animal, estuvo al menos una hora. ¡Y yo había vuelto del dentista! Me habían dormido la boca — se rio —. Me preguntó por qué hablaba tan raro, que si tenía problemas de bruxismo.
— ¿De qué?
— Eso de rechinar los dientes. ¡Pero es que ella tenía 10 años! Y yo 15.
— ¡El demonio del hurón! — dijo mi madre divertida —. Ya son varias las veces las que se me ha meado o cagado en mis geranios.
— A mí me mordió porque me colé en la habitación de Lena por la escalera de incendios... — mi madre y Leo abrieron muchísimo los ojos.
— ¿Estás loco? ¡Y si se hubiera pensado que era un ladrón?
Solté una carcajada ante el recuerdo.
— Ya se lo pensó. Me pegó con un secador en la cabeza y después me puso una tirita de dinosaurios en la punta del dedo.
— Va a llegar lejos esta niña — dijo feliz mi madre.
— Ella es tan... — comenzó Leo.
— Peculiar — contesté yo.
Terminamos todos riendo.
☁️☁️☁️
Tragué saliva. Estaba tan nervioso que sudaba a mares, y estar metido en ese traje negro no ayudaba. Mi madre se acercó a mí y me puso bien la corbata. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
— Estoy tan orgullosa de ti, hijo.
Le di un beso en la mejilla.
— Y yo de ti.
Era la hora. Tenía que ir a buscar a Lena. Iríamos los dos con mi moto a la graduación, así después podíamos ir a la fiesta nocturna sin la necesidad de depender de nadie. No me quedaban uñas para morder.
— ¡Guau! Qué sexy hermanito, ya te vas pareciendo a mí — dijo burlón Leo. Le di un empujón.
— Os veo allí — contesté.
Ellos asintieron. Cogí un sobre pequeño para Lena que guardé en el bolsillo interior de la americana, y salí de casa. Respiré hondo mientras miraba hacia arriba. El pequeño trozo de cielo que daba al patio de vecinos brillaba. Cerré los ojos, saboreando el buen día que hacía. También había aprendido que, si llevas el sol por dentro, no importa que te estés mojando bajo la lluvia.
Me armé de valor y llamé a la puerta. Cecile fue la primera en abrirme, sonrió enseñando todos los dientes.
— ¡Estás guapísimo Noel! — me invitó a pasar —. Lena ahora viene, está terminando de arreglarse. ¿Quieres tomar algo?
— No gracias, estoy bien.
Repiqueteaba con el pie en el suelo. Su hermano me miraba curioso desde el salón. Cecile me estaba hablando de lo que le gustaba ser enfermera, pero lo mal que lo llevaba esos últimos días.
El mundo se paró cuando la vi.
Ella era la estrella más brillante del mundo.
— Joder... — murmuré sin poder apartar mis ojos de ella.
Iba vestida con un mono de color rojo con las mangas caídas, pata ancha de campana y la espalda descubierta. Llevaba un semi recogido y unos pendientes de girasoles. Quise acariciar con los labios cada una de las pecas que se entreveían. Y las que no también.
No pude evitar sonreír cuando bajé la mirada y la vi con unas Converse blancas. Lena era única. Era... Lena. E iba a quererla para toda la vida.
Se acercó nerviosa.
— Estás preciosa — le puse un mechón rebelde detrás de la oreja.
— Tú no estás nada mal — balbuceó.
— ¿Nada mal? — arqueé una ceja y le di un golpe en la nariz —. No mientas.
— De acuerdo, estás de muy buen ver — se sonrojó de inmediato —. ¡Pero no te lo creas mucho!
La invité a cogerse de mi brazo. Ella dudó, pero lo hizo. Y en qué momento entró en contacto conmigo... Se me puso la piel de gallina. La llevé a la moto.
— ¡¿En serio?!
— ¿Por qué te extrañas?
— ¡Ni el último día podías dejar tu moto! — se rio.
No pude evitar que el corazón se para por un momento con esa pequeña confesión.
Esa sería mi última noche con ella.
Se subió de un salto y se puso el casco. Me cogió de la cintura y quise controlarme. Lo prometo. Pero la sensación de tenerla, por fin, tan pegada a mí sin rechistar hizo que pegara un acelerón. Me reí cuando ella me dio un golpe en el casco.
Fue una dosis de adrenalina. Nos convertimos en dos personas imparables, corriendo contra el aire. Perdiéndonos y disfrutando de los pequeños momentos. En nuestro interior existía un verano invencible; estábamos aprendido a amarnos a nosotros mismos.
Cuando llegamos ella se bajó de un salto. Jamás dejaría que alguien la ayudara. La graduación era al aire libre, en el mismo patio del instituto. Habían colocado un montón de sillas para los familiares y otras para los estudiantes de bachillerato, todas decoradas con lazos rojos. Sonaba una canción de Nil Moliner, la de Libertad.
«Como un tsunami, siento el aire entre mis dedos. El cielo avisa de que algo pasará. La mente en blanco presenta todos mis sueños, Esos que por fin puedo alcanzar».
No pude sentirme más identificado.
«Soy como el aire que va a toda velocidad. Solo estoy yo y mi caminar».
Me situé a su lado. Nuestras manos se rozaban... Entrelacé mis dedos con los suyos. Tuve miedo de que los apartara, pero en contra de lo que pensaba me apretó la mano. Deslumbraba a todo el mundo.
«Como un cometa que alumbra todo el cielo. Esos segundos que siempre recordarás. Estoy seguro de que muero en el intento y eso es lo que nos hace brillar».
La mayoría de clase había llegado. Me dieron igual las miradas curiosas, las caras de desconcierto y que nos señalaran con el dedo. Yo era feliz a su lado.
— ¡Ha llegado la reina del baile! — chilló Oliver cuando la vio. Le di la razón. Después me miró a mí y me acusó con un dedo —. Y a ti ni se te ocurra robarme mi corona de rey del baile.
— Cariño mío, eso no es Estados Unidos. Aquí no hay rey y reina del baile.
Habló una chica morena que iba con un vestido verde que combinaba con el de Oliver, un amarillo chillón que se veía a kilómetros de distancia. Era Verónica, la chica que encontré esa noche en el portal de mi antigua casa. Había ido a nuestra clase en secundaria.
— Un placer volver a verte Noel.
— Igualmente Verónica.
— Llámame Ronnie — me guiñó un ojo —. Por cierto, Lena. Normal que estés coladita por tus huesos. ¡Está que te cagas!
Si hubiera habido una alarma de incendios se hubiera encendido. Lena tenía la cara y las orejas tan rojas que ardían.
— ¿Así que estás coladita por mis huesos? — la chinché, aunque me había dado un paro respiratorio después de la confesión de Ronnie.
A Lena le gustaba...
Alguien me alargó la mano. Era Alek. Encajé la mía con la suya.
— ¿Paz?
— Paz — sonreí. Había sido injusto con él.
Se acercó un hombre con perilla. Era el padre de Oliver.
— ¡Una foto grupal! — chilló contento.
— Joder papá, llevas todo el día haciéndome fotos — protestó Oliver —. Suerte que soy fotogénico.
Mucho quejarse, pero fue el primero en ponerse para la foto. Ronnie y Alek se pusieron a su lado. Lena también se dirigió a ellos, pero cuando vio que no iba me cogió de la mano.
— Tu también tienes que salir — dijo dulce —. Formas parte de nuestra vida.
Jamás podré explicar la felicidad que sentí cuando me dijo esa frase.
— ¡Esperadme que voy! — unos tacones repiquetearon en el suelo —. ¡Dejadme sitio al lado de mi hermana!
Jolene apareció con un vestido azul con escote de honor. Cuando vi a Cristian le pegué un silbido y le obligué a venir. Los miré a todos orgulloso. Tenía amigos que jamás pensé tener. Todos juntos, en una solo foto.
Seríamos infinitos.
Nos pidieron que nos sentáramos por el micrófono. Lena me cogió de la mano y me estiró para que me sentara a su lado. Nos fuimos a la primera fila, porque ella quería estar bien atenta. Estábamos emocionados.
Algunos alumnos cantaron, nuestra tutora dio un discurso y, cuando ya se habían asomado las primeras estrellas, comenzaron a dar las orlas.
No pude evitar soltar un par de lágrimas cuando gritaron mi nombre. La gente aplaudió y silbó. Me lanzaron piropos. Al final, seguía siendo el popular de la clase. Pero yo solo pude mirar a Lena. Observar como me miraba con orgullo.
— Siempre supe que tú podrías, ¡y además con muy buena nota! — me giré, encontrándome con Luciano. Mi profesor de historia. Iba con su perro lazarillo, que llevaba una pajarita roja.
— Gracias — dije con todo mi corazón.
— Date las gracias a ti mismo, Noel. Lo has conseguido porque has querido. Serás un buen profesor.
Abrí mucho los ojos.
— ¿Cómo sabes que he escogido esta carrera? — pregunté asombrado.
— Yo lo se todo — sonrió —. Recuerda, soy ciego, pero puedo ver.
Le di un apretón de manos, agradecido, y volví a mi sitio.
Fue el turno de Lena. Sus amigos comenzaron a gritar y yo... Yo me levanté, delante de las miradas indiscretas de todos los presentes. Quería que me viera allí, entre la gente. Apoyándola. Queriéndola bajo la luna.
Jolene también se levantó y comenzó a aplaudirla. La siguieron Oliver, Ronnie y Alek. Los dos primeros solo le gritaban piropos bastante singulares.
— ¡Quién fuera cilantro para quedarse en tu sonrisa! — gritó Oliver.
— ¡Quién fuera cemento para sostener ese monumento! — siguió Ronnie.
Y, poco a poco, la gente se fue levantando para aplaudirla. Lena sonrió, alucinada, con las mejillas mojadas de la emoción y una sonrisa que no le cabía en el pecho.
Se lo merecía, ella era luz. Bajó corriendo y me abrazó.
— ¡Lo hemos conseguido! — gritó. La alcé al aire y la hice rodar entre mis brazos.
— Sí, pecosa. Lo hemos conseguido — enterré mi nariz en su clavícula.
— Siempre he creído en ti — me dio un beso en la mejilla.
Esas cinco palabras me marcaron de por vida.
Ella lo había hecho cuando no lo hacía ni yo.
— Tengo algo para ti... — saqué la cajita del bolsillo.
— No hacia falta... Yo no tengo nada para ti — balbuceó.
— Tu ya me has dado todo lo que quería: ser feliz. Ábrelo, pecosa.
Se puso una mano en la boca cuando lo abrió. Era un anillo dorado con unas líneas que se asemejaban a olas del mar.
— ¡Por todas las flores del mundo! ¿Eso es lo que pienso! — estaba tan emocionada que me lo contagió.
— Sí — mi voz temblaba —. Esas líneas son el registro de mi voz. Hay una tarjeta que te dará un código para que lo escuches.
— Eres maravilloso, Noel — dijo conmovida, mordiéndose los labios.
— Escúchalo cuando estés sola.
— Gracias... — murmuró mientras se ponía el anillo en el dedo —. Lo guardaré para toda la vida.
Era hora de que comenzara la fiesta. Nos despedimos de los padres y las madres quienes, emocionados, se fueron a hacer unas birras. Pero antes, Astrid y Cecile se hicieron varias fotos con sus hijas. Se habían convertido en una familia de lo más extraordinaria.
Llegamos a un local, al lado de la playa. Cenamos entre risas, brindis y Sangría que compramos los mayores de edad. Cuando pusieron la música a todo volumen la cosa ya comenzó a desmadrarse.
Cubatas. DJ. Hielo. Confeti. Voces a grito pelado. Risas. Cervezas. Brindis.
Llevaba la tercera cerveza cuando comenzó a sonar una canción lenta. De inmediato busqué a Lena, que estaba con Oliver y Ronnie dándolo todo. Sus ojos también me encontraron.
Nos acercamos.
— ¿Me concedes este baile? — me preguntó.
— ¿Me lo concedes tú a mí?
La cogí de la cintura y la pegué a mí, bailando a paso lento. Apoyó su cabeza en mi pecho. Notando como mi corazón latía a tres mil por hora. Quise decirle que eso era por ella.
— Te he echado de menos — me confesó.
Terminó la canción, pero seguimos pegados. Bailando, soñando con los pies. Siendo solo ella y yo. No importaba nada más.
Lena fue la primera en separarse. Me acarició el rostro. Sus dedos pararon en mis labios, los dejó caer y me cogió de la mano, invitándome a irme con ella. Nos marchamos de esa fiesta sin ser vistos.
La luz de la luna se reflejaba en el mar. Las olas eran plateadas y la melodía que creaban era preciosa. Lena se descalzó. La imité. Me cogió de la mano.
— Bailemos.
Y lo hicimos. Solos. Nuestra música era el mar. El sonido de las rocas que arrastraban las olas, de la arena moviéndose bajo nuestros pies. Nuestras respiraciones, mezclándose. El deseo brillando en sus ojos verdes.
— Noel...
— No hace falta que lo digas — la apreté más contra mí —. Lo sé.
Lo había sabido desde el momento que la había visto.
La habían aceptado en París.
Era real.
Se iba.
— ¿Cuándo?
— Me voy la semana que viene.
La abracé más fuerte, pegándola a mí.
— Tengo miedo — confesó.
— ¿De qué?
— De perderte — levantó los ojos, encontrándose con los míos.
Los dos teníamos los ojos llorosos.
Le habría podido decir tantas cosas... Pero si se hubiera dado cuenta de la forma en que la miraba ya lo sabría todo.
— Jamás me perderás, Lena — paré de bailar y puse una mano encima de su corazón. Las lágrimas me escocían, pero lo solté todo. Me acerqué a ella —. Porque las personas como tú dejan huella. Puede que te vayas de mi vida. Que estés en otro país. Pero nunca te irás por completo.
» Quedará tu esencia. Tus risas, incluida la de cerdito. Tus bromas y frases sarcásticas. ¡Y por no hablar de tus jodidas explicaciones! Qué oye, me han servido para aprender que los ascensores son seguros y que morderse las uñas es malo. Nos quedarán las Navidades en primavera; saltar vallas, aunque creas que es ilegal; quedarnos encerrados en ascensores y comer donuts de flan; los atardeceres mientras salvamos zorros; las tardes que me obligabas a escuchar Taylor Swift; recoger basura en la playa y mojarnos porque nos ha pillado la tormenta.
» Quedará nuestra guía. "Guía para dejar de ser idiota". La que me ha ayudado a crecer.
No pude parar de hablar. Las lágrimas no dejaban de brotar. Aún no se había ido. Pero como decía la canción, yo ya la extrañaba de más.
— Mierda. Ha sido un placer conocerte, pecosa. Y quedarás, para siempre, grabada en mi piel. En mi corazón.
— Noel — repitió mi nombre.
— Joder, Lena. ¡Te quiero!
— Te voy a besar — soltó de golpe.
Y sus labios impactaron encima de los míos.
Jamás os podría contar lo que sentí.
Cerré los ojos. Pasé mis manos por su cuello y la pegué más a mí. Profundizando, conectándome más a ella. Nuestras lenguas se enroscaron, le mordí el labio. La necesitaba, siempre lo haría. Me cogió de los brazos, poniéndose de puntillas.
Ojalá esa historia no se hubiera terminado.
Ojalá ella no se hubiera ido.
Ojalá.
Nos besamos entre lágrimas saladas y la promesa de reencontrarnos. Con el mar observándonos. Un beso con sabor a «no me olvides».
Fue un primer beso de despedida.
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🌟 Cuenta atrás: 9/10 🌟
*ESPACIO PARA DENUNCIAR Y RECLAMACIONES*
Penúltimo capítulo y no sabéis lo que he llorado escribiéndolo. También tengo el corazón roto. Solo queda un capítulo (narrado por Lena), así que... Este es el último de Noel (lloremos más). Cuidad muchísimo a mi bebé. Noel siempre va a ser muy especial para mí. ♥
🤩RECUERDO MIS REDES SOCIALES (las tenéis en la biografía de mi perfil): porque allí podréis saber adelantos de mis novelas.
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3. ¡He hecho una playlist de mi novela! Tenéis el link en el link de mi biografía.
🌟PREGUNTAS COTILLAS🌟
→ DESAHÓGATE
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