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35. Hablemos de los cristales rotos...

*Leed la nota del final, gracias <3*

Le di tan fuerte que me reventé los nudillos. Me escocían. El sudor frío me recorría la espalda. Me limpié la frente. Y seguí dándole al saco de boxeo al ritmo de Teeth de 5 Seconds Of Summer. Era un puto gilipollas. ¿En qué momento pensé que ella se quedaría por mí? Joder, era un chiste. Encima había sido el último en enterarme. Pensé que todo podría ir diferente... Me equivoqué.

Golpeé más fuerte. Una por cada vez que me habían hecho daño. Por mí no-padre, el patético; por mi hermano, el perfecto; por todos los amigos que me habían fallado; por ella, la estúpida pelirroja de la que me había enamorado. El último puñetazo fue dedicado a mí. Por ser un idiota en toda regla. Un idiota que pensó que lo podrían llegar a querer.

Me derrumbé. Grité. Lloré. Le pegué más fuerte, salpicándome las manos de gotas de sangre. Llegué a la conclusión que me había roto el corazón solo, porque siempre fui consciente de como podían terminar las cosas. Pero insistí en cambiarlas.

— Noel... Joder — Cristian apareció. Me había dejado una sala en su casa para pegarle al saco. Me levantó del suelo y me acompañó al salón —. Estás hecho un asco.

No contesté. No podía, tenía un nudo en la garganta.

— Ya ha pasado una semana y media... No puedes seguir así.

— Estaré como me salga de los cojones — espeté molesto. Todo el mundo me decía lo mismo, y estaba hasta la polla de la toxicidad positiva.

— Deberías hablar con ella.

Me levanté, dolorido.

— No hay nada que hablar.

— Al menos déjale que se explique, Noel — murmuró Cristian.

— Mira, porque eres mi amigo. Si no te daba una ostia — protesté enfadado —. Lena se va a ir. Se enteró todo el puto mundo menos yo, como siempre. El gilipollas de turno. Así que no me vengas con mierdas... Ella lo decidió así.

Lo sentí como una puñalada. Los últimos días habían sido horribles. Jolene y Cristian se habían preocupado por mí, pero me sentía solo. Además, Jolene jugaba a dos bandos. También cuidaba de Lena.

— Haz lo que quieras — añadió el rubio, rindiéndose —. Pero deja de intentar ser un jodido bloque de hielo. Ella sigue enamorada de ti, solo hace falta ver como te mira en clase.

Me había intentado sincerar con mi hermano, pero no podía. Seguía dolido, el miedo que me traicionara estaba presente, y yo no podía sobrevivir a otro asalto.

Lena... Seguía siendo ella. Más ojerosa, más pálida, menos parlanchina. Y sufríamos. Nos evitábamos todo lo que podíamos, pero no era fácil. Ella era mi jodida vecina. Mi compañera de clase. La primera persona de la que me había enamorado. Si no la veía pensaba en ella veinticuatro horas al día. La echaba de menos... Pero no daría mi brazo a torcer. No después del daño irreparable.

«Instrucciones para no echarla de menos: pensar en lo más bonito que me había dicho. Y pensar que fue mentira».

¿Cómo se cierra un corazón? Hice caso omiso a la respuesta de Cristian.

— Ahora mismo me tengo que centrar con los exámenes finales. En menos de un mes es Selectividad, por si no te habías enterado.

Cogí la mochila y me puse la camisa de tirantes. Hacía una calor de los mil demonios.

— ¿No te quieres duchar aquí? Hueles a muerto.

«Es como me siento».

— Mi hermano me espera — mentí —. Gracias por dejarme quedarme en tu casa.

— Ya sabes, también es la tuya para cuando lo necesites.

Cristian estaba mejor, comenzaba a aceptarse y a quererse. Me quería alegrar por él, solo que en ese momento no lo sentía así. Me despedí.

— ¡Y llámame cuando llegues! — oí como me gritaba. No le contesté.

Me monté en la moto. Tenía ganas de acelerar, deslizarme por las calles de Barcelona y liberarme. Recorrí toda la costa, persiguiendo las gaviotas. Enfrentándome al viento que me despeinaba y me borraba las lágrimas. Siendo invencible.

Ese día tardé más de media hora en llegar a casa. Y si no tardé más fue porque la gasolina estaba muy cara y me la tenía que pagar con lo ahorrado. Aparqué delante de casa y entré por el portal.

Allí estaba ella. Lena Rose, mi problema. Más humana de lo que jamás la había visto. Me descubrió. Eché de menos las sonrisas que me había regalado. Solo frunció el ceño, mirándome los nudillos a carne viva. La pelirroja estaba esperando el ascensor, pero yo no podía permitirme estar con ella en un espacio cerrado. Subí por las escaleras.

Tuve el efímero deseo que me siguiera. No pasó.

Solo quería un día tranquilo. Uno para desconectar, no pensar y pegarme una maratón de películas de Marvel. Porque sí, lo había decidido. Era mi manera de convertirme en un mártir, y acordarme que las debería haber visto con ella cuando tuve la oportunidad. Abrí la puerta de casa y... Todo explotó.

Gritos. Golpes. La voz ronca de mí no-padre... Los alaridos de Leo. Los sollozos de mi madre. Corrí como un desgraciado.

Encontré a mi padre agarrando a mi hermano del cuello del jersey. El labio le sangraba. Mi madre en el suelo, llorando. No fui consciente de lo que hacía. Lo empujé, pero él era más fuerte... Me pegó un bofetón que me tiró al suelo.

— ¡Sois todos unos mierdas! — gritó. Iba borracho —. No servis para nada... escoria.

Se acercó a mí y me escupió en la cara. Lo que él no sabía era que una vez ardes, nada te quema.

— Encima siempre lloriqueando... — siguió hablando mientras iba a buscar una botella de whisky de mala calidad.

Busqué con la mirada a Leo. Tenía un ojo morado. Miraba a Pablo con un odio profundo... Mi madre era una espectro, escondida bajo de la mesa. Me levanté. El fuego me consumía. Saqué todo el odio que llevaba dentro.

— Eres patético. Vete — le amanecé.

El hombre se giró, levantando una ceja. El olor a alcohol y orina que desprendía me mareó.

— ¿Qué has dicho mocoso? — me acerqué más a él. Sin miedo.

— Qué te largues — apreté los dientes.

— ¡Esa es mi puta casa, niñato!

Levantó la mano. Cerré los ojos... pero el golpe nunca llegó.

— ¡Ya lo has oído! — mi madre se había puesto delante de mí. Protegiéndome. Gritó todo lo que pudo —. ¡Largo! He llamado a la policía.

Jamás la llamó, pero eso lo supimos más tarde.

Leo se puso a un lado. Cogió una botella de cristal y la rompió contra la pared. Tenía sentido... Pablo iba borracho y estaba violento. Me mordí la mejilla por dentro, haciéndome sangre. Intentando no temblar.

— ¿No lo has entendido? — vociferó mi hermano —. ¡Lárgate!

— ¡Estáis todos mal de la cabeza! Que os jodan, hijos de puta — cogió la chaqueta y cerró de un portazo.

Mi primer instinto fue abrazar a mi madre. Nos derrumbamos juntos, como una familia. Lloramos con ella. Fui consciente que mi madre había reaccionado, que nada volvería a ser igual. Y, por primera vez, sentí que había salido de la jaula. Era libre.

Una persona rota es como un cristal hecho añicos. Ella ya lo sabe, no hace falta recordárselo. Pero nadie le ha dicho que solo hace falta un pequeño rayo de luz para que vuelva a brillar.

Nosotros volveríamos a hacerlo.

☁️☁️☁️

Había pasado una semana.

Pablo no había vuelto.

Ya había hecho los exámenes finales. Había hincado tanto los codos para asegurar un buen futuro a mí y a mi madre, que me habían ido de puta madre.

Había roto mi última regla: que conocieran mis secretos. Todo el mundo me señalaba, apenado, pensando que era jodido perder un padre. Comentaban, murmuraban y creaban rumores dignos de una película dirigida por Tim Burton. Lo que no sabían es que me sentía más liviano. No se puede echar de menos a alguien que no has querido nunca.

Había llegado el día para escoger la carrera y las Universidades donde intentaría entrar. Seleccioné las Universidades de Barcelona para hacer magisterio.

Seguía evitando a Lena, aunque mi corazón siguiera acelerándose cada vez que pensaba en ella.

Y era la hora de ir a los juzgados. Me vestí con un traje negro. El calor de finales de mayo me asfixiaba. Llamaron a la puerta.

— ¡Noel! — gritó mi hermano —. Es para ti.

No creí jamás que fuera ella. Pero allí estaba, con un vestido amarillo y tendiéndome un pastel de fresas. Como los viejos tiempos. No pude evitar sonreír.

— Me he enterado... — dijo con la voz baja, nerviosa. Yo también lo estaba. Intenté coger el pastel sin que se me cayera —. Lo siento por no haber estado a tu lado cuando lo necesitabas.

Su confesión me pilló desprevenido. A Pablo le pondrían un orden de alejamiento. Jamás volvería. Y era consciente que Lena había hablado con mi madre.

— No tenías porque saberlo...

— Ya... Bueno, si necesitas alguna cosa, allí estaré — señaló la puerta de su casa —. Em. Adiós, Noel.

Se giró. Como pude, le sostuve del brazo. Necesitaba verla una vez más antes de perderla. Sus ojos verdes se clavaron, brillantes. Robarle un beso hubiera sido tan fácil...

— Gracias — susurré. Ella asintió y se encerró en su casa.

Jamás supo que ese gracias era por ella. Un gracias por haberse colado en mi vida; otro por enseñarme a quererme; y, sobre todo, por hacerme la guía. Porque, aunque el nombre era guía para dejar de ser idiota, sabía que era una guía para ser feliz.

Quise comenzar de nuevo, pero conmigo mismo. Quererme, cerrar ciclos y ser feliz.

— ¿Tienes un momento? — me sorprendió mi hermano. También iba vestido con un traje negro que se le pegaba en los músculos —. Necesito llevarte a un lugar.

Él y yo nos habíamos unido más. Después de tantos años nos necesitábamos.

— Leo, en una hora tenemos el acta en el juzgado.

— Será rápido — me enseñó las llaves del coche de mi madre —. ¿Puedo conducir yo?

— ¿Y mamá?

— Ya he hablado con ella, no te preocupes.

Subimos al coche, un Seat Ibiza negro. Fuimos directos al centro de Barcelona. Aparcamos en una calle que conocía muy bien. Me invadió la nostalgia.

— Espera aquí — me dijo —. Si no, no nos dará tiempo.

Acepté. Él se bajó y volvió a los minutos. Llevaba una bolsa blanca y, dentro de ella, dos donuts de flan. Sonreí.

— ¿Estaba Lucinda? — le pregunté.

Él negó con la cabeza.

— Dicen que sigue enferma... — suspiró. Sacó uno de los donuts y me lo tendió. Después cogió el suyo —. ¡Por los nuevos comienzos!

— Por los nuevos comienzos.

Y, allí mismo, brindamos con dos donuts de flan, glaseados. Dejando el coche lleno de migas y nuevas oportunidades. No hicieron falta más palabras.

Comenzó a sonar una canción de Txarango, un grupo de música de Cataluña. Mi hermano subió el volumen.

Compta amb mi en els dies de lluita — cantó en catalán —. I si l'esperança et descuida, als mals passos hi haurà uns braços. Compta amb mi.

El significado de esa canción fue como un río de agua helada por debajo de la piel. Intente no emocionarme. «Cuenta conmigo en los días de lucha. Y si la esperanza te descuida, en los malos pasos habrá unos brazos. Cuenta conmigo».

Fui consciente entonces que Leo siempre se quedaría a mi lado, aunque estuviera lejos. Y Lena también. Al final, ella había compartido un pedacito de su vida conmigo. El truco estaba en decirle adiós a la persona, pero jamás a su amor.

Necesitaba un último día con ella.

🌟 Cuenta atrás: 7/10 🌟

*ESPACIO PARA LLORAR CONMIGO*

Con este capítulo he llorado bastante escribiéndolo. Noel comienza a cerrar etapas. grafía):

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3. ¡He hecho una playlist de mi novela! Tenéis el link en el link de mi biografía.

No os dejo preguntas cotillas, porque os veo esta noche. ♥ ¡Y gracias por todo el amor!

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