33. Sé la mejor versión de ti mismo
Cerré la puerta de casa de golpe. Los gritos cesaron. Odiaba mi casa; odiaba mi no-padre; odiaba que él hubiera regresado. ¿En qué momento se habría imaginado que era buena idea?
Seguía acordándome de cómo me había abrazado.
— ¿Cuatro años no significan nada para ti? — le había escupido.
— Lo siento... No pude venir antes.
— Claro. ¿Y qué es lo que ha cambiado?
Nada. No había cambiado nada y mi hermano lo sabía. El día anterior había estado con él, pero el sentimiento de abandono no se podía olvidar de la noche a la mañana. Me dijo que estaba de vacaciones de primavera, que me echaba de menos. Pero el corazón seguía doliendo a pesar de intentar ponerle tiritas. Y Pablo, mi no-padre, había reaparecido por casualidad. En vez de cantar Vuelve a casa por Navidad podríamos haber cantado Vuelve a casa para joder.
En fin, la vida era un asco. Con razón lloramos cuando nacemos.
Cogí bien fuerte la mochila y fui a buscar a la pelirroja. Ella ya estaba fuera, sentada delante de su puerta. Llevaba un pañuelo de margaritas en la cabeza. Sus ojos se iluminaron cuando me vieron.
Joder, estaba preciosa.
— ¿Vamos? — le ofrecí mi mano para levantarla.
Ella me observó e inclino la cabeza. Movió la nariz, pensando. Era un movimiento que solo ella sabía hacer. Inconscientemente yo también lo intente.
— ¿Estás bien?
— Lo estaré — le prometí.
Para ser el primer día de mayo hacía frío. El tiempo estaba como una puta cabra. Me había cogido una chaqueta tejana que estaba algo rota y me quedaba grande. Lena traía con ella una cámara fotográfica vieja.
— ¿Es tuya? — le pregunté interesado.
— Era de mi madre — sonrió feliz.
— ¿Y es para hacer fotos?
Claro que sí, idiota. Lena me sostuvo la mirada, flipando con que le dijera aquello. No la culpé, esa pregunta era peor que cuando descubrí de pequeño que el dinero no crecía de las plantas. Que decepción.
— Mejor no contestes — añadí rápido.
— Sí, mejor — hizo como que se cerraba la boca con una cremallera.
Ese día sí que cogimos la moto. Lena, obviamente, se quejó varias veces. No es que mi vecina odiara que condujera yo, pero seguía insistiendo que coger el transporte público era más económico y sostenible.
Al ser un día festivo, el Tibidabo estaba a petar de gente. Sobre todo, de niños. No pude evitar mirarlos con ternura. Siempre pensé que es más difícil ser niño que adulto. Ellos tienen que aprender a vivir con personas cansadas, ocupadas, sin paciencia y siempre con prisas. Estornudé un par de veces. Lo culpé a la alergia que me daban los adultos.
— ¿Por dónde empezamos?
Lena no dejaba de dar vueltas encima de ella misma, fascinada. Si seguía así se marearía. No me importaría sujetarla. Señalé la noria.
— Allí seguro que no — me quejé —. Que aún estoy aprendiendo el oficio de vivir.
— ¡Entonces que hay mejor que ir! — comenzó a correr y me obligó a trotar detrás de ella.
Estábamos en los pies de la noria. Era blanca, enorme, y cada cabina era un color diferente. Odiaba los espacios cerrados. Tragué saliva. Huir no era una buena opción, pero morir tampoco. Mierda.
— ¿Estás seguro? — me preguntó.
— ¿Tú no? — recé para que dijera que no.
— Claro que lo estoy.
Mierda.
A veces nos hacemos los valientes y, a veces, puede ser un error. Subí intentando que las piernas me dejaran de temblar. Qué la bilis no me subiera por la garganta. Vomitar allí arriba debía ser una mala idea.
— ¿Y no hay un cinturón o algo así? Ya sabes, como en los aviones o cualquier jodido transporte — titubeé —. A fin de cuentas, estamos en el puto aire.
— ¿Tienes miedo, vecino? — lo dijo picándome. Maldije mi orgullo.
— ¡Qué va! Eso sería absurdo — me senté en el cubículo. Un espacio diminuto y sin protección —. Pero, escúchame una cosa. El viento no lo va a tirar, ¿no?
Ella, que estaba delante de mí, se levantó y se coló a mi lado. Me cogió la mano, apretándola.
— Irá bien, estoy aquí.
— ¿Y no moriré?
— No moriremos — soltó una carcajada.
La noria comenzó a moverse y maldije la idea de haber ido al parque Tibidabo. ¡Si no me gustaban ni los espacios cerrados, ni las alturas! Comencé a morderme las uñas, pero Lena me apretó tanto la mano que me tenía cogida que tuve que dejar de hacerlo.
— ¿Cuál es tu sueño? — me preguntó para que dejara de pensar. Le agradecí que se preocupara e intenté forzar una sonrisa.
— ¿Seguir vivo? — exclamé —. Aunque si la mierda del Whatsapp sonríe, yo también puedo conseguirlo. ¿No tienes ninguna información útil sobre la seguridad de las norias? Como cuando nos quedamos encerrados en el ascensor y me lanzaste una chapa sobre su mecanismo.
Lena abrió mucho los ojos, extrañada que me acordara de ese fatídico día. Como para no hacerlo.
— Pues... La verdad es que no.
— Ah, que bien — me mordí los labios.
—Lo único que podría pasar es que se parara la Noria. O que un avión se estrellara — Joder con mi vecina. Comencé a paniquear —. Aunque, es obvio que las probabilidades son bajísimas. Menos de un 1%. Así que no te tienes que preocupar.
— Ah. ¡Vamos a morir! — no pude evitar comenzar a gritar. La pelirroja, asustada por mis gritos, me puso una mano encima de la boca. Le pegué un lengüetazo.
— ¡Marrano! — lloriqueó. Me soltó la mano para buscar alguna cosa en su mochila pequeña. Sacó un frasco de cristal.
— ¿Qué haces?
— ¿Tú que crees, mentecato? Me estoy lavando las manos para que tus gérmenes se mueran.
— ¡Oye! Yo no soy un microbio — me quejé.
— ¡Microbio, no! Son cosas diferentes, ¿sabes? — ahí venía una de sus famosas explicaciones interminables —. Microbio es un organismo unicelular solo visible al microscopio. El germen es un microorganismo, especialmente un patógeno. Ese término se utiliza para referirse a bacterias, virus, etc. que pueden provocar enfermedades.
Desconecté en la segunda frase. Con razón siempre estaba a punto de suspender biología. Me mordí la lengua e intenté no cerrar los ojos.
Nos quedamos callados mientras la Noria giraba y giraba. Cada vez estábamos más arriba, a punto de tocar un cielo que hubiera preferido ver desde abajo. De pies al suelo siempre. Pero, en contra de lo que pensaba, cuando llegamos al punto culminante solté todo el aire. ¡Las vistas eran endemoniadamente maravillosas!
— Creo que jamás he tenido sueños. Siempre pensé que estos estaban al alcance de las personas afortunados, no de los infelices — se me humedecieron los ojos —. Es triste pensar esto.
El viento silbaba, aunque si prestabas muchísima atención podías escuchar el canto de las aves; el ajetreo de las calles de Barcelona, y mi ridículo corazón latiendo más de lo normal.
— Lo triste no es no tener sueños. Lo triste es no darte cuenta jamás que sí que se te permite tenerlos — me acarició la mejilla, provocándome mil relámpagos en la piel —. Nunca es tarde para comenzar a vivir, Noel.
— Eso suena como otro punto de la guía — dibujé una sonrisa triste.
Me cogió de la mano. En un silencio cómodo bajamos de la Noria.
— ¿Unas patatas fritas? — me ofreció.
— Pero podría ser en un sitio menos alto, ¿por favor?
— No me creo que el mismísimo Noel Martín me esté suplicando — soltó una risita.
Nos dirigimos a un restaurante pequeño y carísimo. Lena me invitó a las patatas fritas. No me opuse, me debía una muy gorda por haber subido a la Noria. Mentira. La realidad era que Lena me había dicho que era una mujer independiente y que ella también podía invitarme.
El mirador del parque era impresionante. El sol reflejaba encima del mar. Barcelona a mis pies parecía libre. Especial. Se convirtió en una ciudad sin ruidos, dónde solo existíamos nosotros dos. Nos sentamos en un banco. Detrás de nosotros se alzaba imponente el Templo del Tibidabo.
— ¿Cómo llevas que haya vuelto tu hermano? — Lena cogió una patata y la mordió con gusto. Se manchó la mejilla de kétchup y mayonesa.
— Después me llamas marrano a mí, pecosa — alargué un dedo para limpiárselo. Ella se quedó muy quieta, dejándome hacer. Quién hubiera dicho hacía medio año que nos encontraríamos en ese plan —. Sinceramente, va de mal en peor. No entiendo que hace aquí.
— ¿Cuántos años hacía desde que se había ido? — preguntó inocente. Le robé una patata y la mastiqué, pensando.
— Cuatro años.
— ¿Y dónde estaba?
— En Lyon, Francia.
Me sorprendió su reacción. Se atragantó y comenzó a toser. Jamás la había visto tan roja.
— Si querías que te hiciera la maniobra de Heimlich me lo podrías haber dicho — contesté burlón.
— Idiota — consiguió decir entre bocanadas de aire —. ¿Y no has pensado ir con él?
Levanté una ceja, incrédulo.
— ¿Quieres saber uno de mis secretos?
— ¿Es un secreto jugoso? — me picó.
— No te rías. Prométemelo.
— Prometo que lo intentaré.
— Estuve tres años estudiando francés por mi cuenta... Creí que así estaría más cerca de él, que sería más fácil irme de casa — comencé a contarle, ella me miraba con tristeza, como si pudiera sentir mi dolor —. Así que no. No le perdono que no regresara a por mí, ni perdono que me dejara encarcelado en mi propia casa.
Sus ojos seguían observándome, intentando llegar hasta mi alma. Bajé la mirada a mis manos.
— ¿No vas a decir nada? — me molestaba un poco que con lo parlanchina que era ella hubiera escogido justo ese momento para callarse.
— Dime, ¿cuál es tu palabra o frase favorita en francés?
Levanté la vista de golpe.
— ¿Te has dado un golpe en la cabeza? — farfullé.
— Dímela.
— Le douleur exquise — no pude evitar pensar en ella —. La escuché en una canción y me pareció preciosa.
Alargué mi mano, colocándole un mechón rebelde detrás de la oreja. La pelirroja no me preguntó su significado. Eso podía significar dos cosas: que ya lo sabía o que prefería no preguntar. En parte, lo agradecí.
— ¿Sabes cuál es la mía? — soltó de repente.
— ¿Sabes francés?
— Muy, muy poco.
— Dímela.
— Courage. Coraje —Le di pie para que siguiera explicando —. Normalmente, esta palabra siempre se asocia a irritación, ira. Para mí significa seguir adelante cuando no tienes fuerzas. Romperte, ser libre y valiente. Te define a ti, Noel.
Un flechazo directo en el corazón.
— Y a ti también, Lena — seguí el juego.
Ella se levantó como un muelle.
— ¡Ahora toca pasárnoslo bien! — me tiró de la mano.
No obstante, antes de que me negara les pidió a unos turistas que nos hicieran una foto con su cámara vieja. Cuando estuvieron a punto de darle al botón, sin previo aviso la alcé, cogiéndola entre mis brazos. Ella dejó ir un grito seguido de una carcajada. Una fotografía natural.
Se había hecho tarde. El sol se estaba poniendo, así que en un impulso decidimos irnos a la montaña que había detrás del parque de atracciones. Un lienzo de colores naranjas y rosas embellecía el cielo.
Encontramos un pequeño espacio al lado de un estanque pequeño. Nos sentamos allí, estirados en el césped. Nuestros cuerpos pegados porque la humedad del atardecer se calaba en nuestros huesos.
— ¡Córcholis! Qué frío — se quejó la pelirroja.
Me quité mi chaqueta tejana y se la puse encima de los hombros. Escuchábamos las cigarras cantar. La luna nos señalaba el camino.
— Sabes qué, vecino — soltó sin venir a cuenta. Giré la cabeza para mirarla —. Serías un profesor excelente.
Arqueé una ceja.
— Si quieres puedo ser tu profesor de química — ronroneé. Ella me dio un golpe en el hombro —. Vale, vale. Puedo serlo de biología si así lo prefieres.
Me encantaba cuando se ruborizaba.
— ¡Cafre!
— Sabes que me lo has puesto a huevo, pecosa — Lena suspiró, exasperada por mis contestaciones. Aunque se reía por debajo la nariz. Levantó el torso y se sentó con las piernas cruzadas.
— He visto como mirabas a esos niños que correteaban por el parque — lo recordaba —. Se te han iluminado los ojos.
Sonreí triste.
— No lo sé, creo que los niños tienen un corazón tan grande que no les cabe en el pecho — me moví nervioso. Decidí sentarme —. Sabes, creo que los más pequeños deberían llevar un cartel que dijera «cuidado, contienen sueños».
— ¿Y no has pensado en ser profesor? — Lena lo decía muy segura de que era una buena idea.
— Me fascina que después de seis meses dándote por saco y una guía para dejar de ser idiota, no te des cuenta que soy un imbécil.
— Pero curar la "imbecibilidad" es posible — se mofó ella —. Ahora en serio, vecino. Lo serías.
— ¿Y tú no te has dado cuenta que serías una buena psicóloga? Porque se ve a leguas.
Lena abrió mucho los ojos. Abrió la boca, la volvió a cerrar.
— Psicología... — saboreó las palabras.
— Eso he dicho, pecosa. Serías una buena psicóloga, y estoy seguro que cualquier universidad te aceptaría.
No preví ese abrazo.
La sacudida me sobresaltó, no pude reaccionar. ¿Qué le pasaba por la cabeza? Ojalá hubiera sido un puto superhéroe para poder leerla. Entender sus emociones, sus actos. Eso me recordó que teníamos pendiente ver Marvel. Se separó, volviéndose a sentar en su sitio.
— Por cierto, tengo que contarte algo... El otro día fui al instituto a hacer una orientación académico-profesional.
— ¿Con nuestra tutora?
— Sí. Y me dijo...
¿Qué le dijo? Nunca lo sabría. Lena se levantó tan deprisa que se tambaleó. Gritaba, asustada, y señalaba una parte del lago. Dejó la cámara de fotos y la mochila a un lado. Casi se arranca la chaqueta tejana que le había dejado.
— ¡Un...! — no la entendí.
Lo siguiente que vi es como se tiraba de cabeza en el estanque. Sin miedo. Mierda, mierda, mierda. ¿Estaba loca?
Salté detrás de ella, sin saber que mierdas estábamos haciendo. Di brazadas, intentando alcanzarla. Joder. Lo conseguí cuando Lena ya estaba en el medio. Sostenía algo pequeño entre sus cortos brazos. Maldije su buen corazón. La cogí de la cintura y la arrastré hasta la orilla. Salimos los dos jadeando.
— ¿Pero qué te pasa por la cabeza? — exclamé —. ¡¿Has puesto en peligro tu propia vida por esta bestia?!
Estaba agitado. No lo comprendía. Fui egoísta, sólo pensé en ella, no en ese cachorro que yacía entre sus brazos.
— Somos la última generación que puede salvar el planeta de la deshumanización — protestó.
— Ostia puta. ¡Qué es un puto pantano, Lena! Te podrías haber quedado allí para siempre. ¿No te das cuenta?
— No grites, lo asustarás — se quejó —. Creo que es un cachorro de zorro, tenemos que llevarlo a alguna protectora.
Cogí la chaqueta, la única ropa que se había salvado del agua pestilente, y cubrí a Lena y al cachorro. Nos dirigimos a los pies de la montaña, donde teníamos buena cubertura, y llamamos a la policía. Nos prometieron que llevarían el zorro a un santuario de animales salvajes que había cerca de Montserrat.
Lena no dejaba de temblar. La rodeé por detrás.
— Eso solo lo podrías haber hecho tú — le susurré en la oreja. El cachorro comenzó a gimotear, Lena se lo apretó más contra el pecho.
— La diferencia está en hacer cosas pequeñas en lugares pequeños. Eso ya puede ayudar a cambiar el mundo.
☁️☁️☁️
Llegué a casa empapado. Mi padre se había ido otra vez, lo agradecí. Mi madre no tuvo las fuerzas de echarme la bronca al verme de aquella manera.
— ¿Estás bien? — preguntó alarmada. Asentí, ella me dio un abrazo escueto y me dirigí a la ducha.
Puse el agua caliente, porque el frío del estanque me había dejado congelado. Tenía los huevos arrugados. Ese día tuve ganas de mí, no me corté. Me vacié, de todas las maneras. El vapor del agua empañó los cristales. Y no dejé de pensar en ella.
Me coloqué la toalla en la cintura y me dirigí a la habitación. Cuando llegué a la habitación me encontré a Leo, sentado encima de mi cama, leyendo el libro que me había regalado Lena. El Principito.
— ¿Qué haces aquí? — protesté. Le hice una señal hacia la puerta, invitándole a irse.
— «Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos» — parafraseó —. ¿Sabías que este libro es de un autor francés?
Gruñí.
— ¿Sabías que me importa una puta mierda lo que digas?
Él se levantó, exasperado. Hizo el además de irse, me aparté para que pudiera hacerlo. Lejos de mí. Me sorprendió cuando se paró en medio de la habitación.
— Lo siento.
Un crujido de un corazón agrietándose. Las tiritas despegándose.
— ¿Qué sientes?
— Qué te abandonara tantos años...
Leo era un chico alto, atlético y con los ojos verdes. Me había dado cuenta que llevaba el tatuaje de unas coordenadas detrás de la oreja. Mi hermano se parecía a mí, solo que él era más mayor y estaba menos roto. Cogí un chándal de verano negro, me vestí delante de él y me senté en la cama.
— ¿Por qué has vuelto?
— Mamá me llamó — murmuró. Se pasó una mano por su melena, que le llegaba a por debajo de las orejas —. Dijo que nuestro padre...
— Será el tuyo.
— Me dijo que Pablo estaba peor. Me contó que este año terminas bachillerato y que viniese a buscar.
— ¡No necesito que nadie me salve, Leo! Y meno ahora. Estoy bien solo.
— Lo sé, eres fuerte — dibujó una sonrisa nostálgica. Se acercó temeroso. No le dije nada, así que se sentó a mi lado otra vez —. Solo te quería decir que te echo de menos. Te dejé solo en este infierno, y jamás me lo perdonaré.
— No sé porque mamá no se da cuenta. Deberíamos irnos. Tú, ella, yo. Los tres.
— ¡Oh! Créeme que sí lo hace. No está ciega, Noel. Pero necesita tiempo para tomar una decisión.
— Una decisión que le costará la vida — mascullé.
— Haré lo que esté en mis manos — me prometió. Pero fue una promesa que no pude creerme hasta que la viese realizada—. ¿Noche de pizza? Podemos ver alguna serie.
— Sólo si la pizza es de cuatro quesos.
— ¡Perfecto! Será una buena noche de hermanos. Y ve planteándote como me vas a contar tu romance con la vecina. ¡Quiero una buena historia de amor!
Le tiré la almohada entre carcajadas. Bufé y me estiré mirando el techo. Sonreí al pensar en ella. La llamé.
— ¿Cómo te encuentras?
— Estoy un poco chafada... Me empieza a doler la garganta — se estaba quedando algo afónica.
— Tienes que tomarte una cucharada de miel con limón — era una receta que siempre me hacía mi madre cuándo éramos pequeños. Me recordé de algo que me había dicho esa tarde —. Por cierto, ¿qué me habías dicho sobre la orientación que tuviste con nuestra tutora?
La pillé por sorpresa.
— Es sobre mí futuro... Es... — estaba incómoda. No encontraba las palabras.
— Sea lo que sea seguro que está bien — sonreí. La hubiera besado en ese preciso instante.
Confiaba en ella. Jamás supe que estaba condenando nuestro futuro.
🌟 Cuenta atrás: 5/10 🌟
¡Se viene el drama! Id comprando cajas de pañuelos por si os tenéis que secar las lágrimas (es broma, ¿o no? ¡Solo quedan cinco capítulos!
*ESPACIO PARA CHILLAR*
Os he dejado algo en mi biografía... (A ver si lo adivináis). Algunas personas ya lo han encontrado. ¡En mi Twitter estoy contando más cositas → https://twitter.com/OnaSpell
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🥰 Le dedico este capítulo a luffy1112 . El próximo capítulo lo dedicaré a la primera persona que comente. (no repetiré dedicaciones para que todos podáis participar.) Y quiero hacer una mención especial a por estar siempre, adoro tus comentarios.
🌟 PREGUNTAS COTILLAS 🌟
→ ¿Qué pensáis del hermano de Noel? ♥
→ MOMENTO LAGO CHILLO, es que adoro a Lena.
→ ¿Preparados para el drama? ¿Qué pasará, qué misterio habrá...?
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