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32. Las cicatrices al aire libre se curan mejor (1)

Espero vuestros comentarios reaccionando e.e

— ¡Le han hecho deletrear electroencefalografía y no lo ha sabido hacer! — estaba enfadada. Muy enfadada.

La semana siguiente eran las olimpiadas nacionales de letras. Ricky, mi compañero del club, y yo practicábamos cada día después de clase.

¡Y él había fallado al deletrear esa palabra tan fácil! No nos podíamos permitir fallar. ¡Imposible! Además, si ganábamos me darían más puntos para obtener la matrícula de honor del instituto. Y todo el mundo sabía que Alek y yo estábamos compitiendo por ella.

Odiaba perder.

Cuando pensé en el pelinegro tuve que respirar hondo. Me había besado hacía días. ¡Pero no podía dejar de pensar en que mi primer beso había sido robado! Eso me desanimaba porque, aunque fue bonito pensar que le gustaba a alguien, no fue con la persona que me ocupaba la menta día sí, día también.

— ¿Electroencefaloqué? — dijo Ronnie despistada. No dejaba de observar la sala de espera. Sus dedos repiqueteaban encima de sus rodillas, nerviosa.

— ¡Es súper fácil! E-l-e-c-t-r-o... — comencé a deletrear. Ella alzó un dedo, inquieta.

— Cariño mío, te quiero mucho. ¡Mucho! — exclamó —. Pero ahora mismo necesito centrarme con lo que le diré a la psicóloga. Estoy acojonada.

Ronnie, después de varios meses, había decidido ir a la psicóloga. Había sido una sorpresa muy grata. En un primer momento, cuando Oliver y yo intentamos convencerla para que fuera, se cerró en banda. Tenía miedo de abrirse en canal.

La miré y no pude evitar sentirme orgullosa de ella. Había ganado algo de peso y su cabello volvía a brillar. Llevaba pequeñas trenzas africanas adornadas con abalorios de colores. ¡Y sus labios volvían a estar pintados de rojo! Estaba reconstruyéndose a pasitos, sintiéndose más viva que nunca.

— Ira bien, Ronnie — quise animarla —. La salud mental es necesaria y se debe trabajar en ella. Es algo que debemos cuidar e ir a la psicóloga te ayudará. Jamás pienses que es un signo de debilidad o que te debes avergonzar por ello.

— ¿Creerá que he sido una gilipollas? — se lamentó. — Porque lo he sido...

— ¡Claro que no! Lo más importante, y por lo que deberías estar orgullosa, es que te has dado cuenta. Has abierto los ojos. ¡Y eso es un triunfo!

— ¿Y a qué precio? — la abracé. — He salido bien quemada.

— Pero no todo el mundo puede decir que ha salido de una relación tóxica. Lo importante es que ahora te hayas dado cuenta. Qué hagas lo posible para volver estar bien. ¿Cómo era esa frase?

— Resurgiré de las cenizas — añadió mientras me devolvía el abrazo —. Gracias por acompañarme, Lena... Y por quedarte a mí lado a pesar de todo.

En ese preciso instante abrieron una de las puertas blancas. Una mujer mayor de pelo blanco la llamó.

— ¿Verónica Doménech?

Ronnie me observó. Le sonreí, animándola. Le prometí que no me movería de allí. Ella entró y me quedé sola en esa sala de paredes color huevo podrido. ¿Por qué no las pintaban de otro tono más alegre? Según la psicología los colores son representaciones visuales de la vida.

Mi favorito era el naranja porque creía que estaba subestimado. Ese color era divertido, cálido y exótico. ¡Y siempre se olvidaban de él! Sigo pensando que tenía algo que ver con que mi cabello siempre haya sido de esa tonalidad.

Cogí mi agenda, a nube y comencé a garabatear todas las ideas que tenían a ver con mi futuro. Intenté hacer la técnica Ikigai que consistía en encontrar el objetivo vital de cada persona. ¡Debía darme prisa!

Esa misma tarde, a las siete horas, debía regresar al instituto porque tenía una mentoría con Blanca, mi tutora, para hacerme una orientación académico-profesional.

Recibí una llamada en el móvil. Me saltó el corazón al ver quién era.

— ¿Haces algo el 1 de mayo? — sonreí como una idiota.

— Quedar contigo, ¿por ejemplo? — me aventuré a decir —. ¿Por qué?

— A Cristian le han regalado dos entradas para ir al Tibidabo, el parque de atracciones. Pero él no puede ir y me las ha dado. ¿Te apuntas?

— Deja que le pregunto a mi madre y te digo.

— Espera, un momento.

Oí gritos de fondo. Noel le pasó el móvil a alguien.

— ¡Hola cariño! — no pude evitar atragantarme con mi propia saliva. — ¡Claro que puedes ir! No tienes ni que preguntármelo.

— ¡¿Mamá?! — pregunté al borde del pánico casi chillando —. ¿Qué haces con Noel?

El secretario joven del gabinete levantó la vista, arqueando las cejas.

— Me ha visto llegar con la compra y me ha venido a ayudar — su tono era de orgullo y felicidad —. Es un muy buen partido.

Me sonrojé de inmediato. Las orejas me ardían y el secretario me preguntó si estaba bien. ¡Ojalá la tierra me hubiera tragado y me hubiera escupido en otra parte del mundo! En las Maldivas hubiera estado bien.

— ¡No exageres Cécile! — escuché a Noel de fondo tuteándola. — La cuidaré bien, lo prometo.

Lo visualicé poniéndose una mano en el corazón. Me pasé una mano entre mi melena enmarañada, alterada.

— ¿Has visto? Si es que es atento y todo — agregó mi madre —. Por cierto, hoy vienen a cenar Astrid con su hija. Vente pronto, que me tienes que ayudar. ¡Te paso a Noel!

Tragué saliva e intenté tranquilizarme.

— ¿Qué? Te noto algo nerviosa, pecosa — Noel se estaba divirtiendo a mi costa —. El que debería estar preocupado soy yo. Rezaré diez padres nuestros y quince aves marías para que no me tires de la montaña rusa.

— Creo que prefiero arrojarte de lo alto de la noria. Dicen que es más alta.

— Me lo apunto: no subir a la noria. Y menos con un chimpancé gruñón sabelotodo.

— ¿A quién llamas chimpancé gruñón? ¡Cascarrabias!

— ¿No me dijiste tú que todos veníamos de los simios? Lo recuerdo — se hizo el pensativo. Su voz se volvió ronca —. Ayer. En la biblioteca. Estudiando bilogía. O eso creo, porque no dejaste de mirarme los labios. ¿A caso estabas pensando como sería un beso mío?

Oh, no. Oh, no. ¡Por allí no pasaba!

— Estoy convencida, tanto como que la tela de araña es el material más resistente creado por la naturaleza, que eras tú quién no dejaba de mirármelos.

— Podría ser — alcé las cejas, nerviosa, al imaginarme como sería ese beso —. ¿Y no te dan miedo las arañas?

— Adiós vecino.

Colgué y gruñí. Estaba desesperada porque me gustaba tenerlo todo controlado, y mis emociones eran una endemoniada montaña rusa.

La imagen de él acercándose volvió a dibujarse en mi mente. Como sus ojos cafés se habían desviado en mis labios, sus brazos rodeándome y la frase que se había grabado con fuego en mi mente: «te puedo firmar con un beso». Lo hubiera hecho. Besarle.

O eso pensé hasta que me di de bruces contra la realidad gracias a una llamada en su móvil. El imbécil de su hermano rompió el momento. Sí, Léo Martín había regresado a su casa después de cuatro años y Noel se subía por las paredes. Lo extraño es que aún no hubiera mordido a nadie.

— ¿Quieres un vaso de agua? — el secretario me asustó. Era un chico joven y rubio que debía tener pocos años más que yo —. Te veo un poco pálida.

— No, no gracias. Estoy bien — farfullé.

En fin. Las cosas entre Noel y yo se habían enrarecido. Nos pasábamos horas juntos: en la biblioteca, en la cafetería o en mi casa. Según él era porque necesitaba la ayuda de mi cerebro (que no la mía) para estudiar. Decía que mis sesos eran iguales que los de un simio en un laboratorio: aprendían rápido. Aunque no podía obviar el hecho que lo veía más atento. Y me gustaba.

— ¡Ei! — Ronnie salió de la consulta.

Tenía los ojos rojos. Había llorado a mares y era normal. Sabía que la primera vez siempre dolía. Recordar tus experiencias, que te digan cosas que no quieres escuchar, desgarrarte por dentro mientras lo sueltas todo... Era aterrador.

Lo había vivido en mi propia piel. Cuando mi padre nos abandonó yo había ido a un psicólogo que me ayudó a sentirme mejor. «No es vuestra culpa que se haya ido» me decía.

— ¿Cómo ha ido? — la agarré de los hombros y la miré a los ojos, buscando cualquier indicio de dolor.

— Ha sido...

— ¿Aterrador? — ella negó con la cabeza.

— Doloroso. Y muy liberador. Yo...

Sonreí de oreja a oreja.

— No hace falta que me expliques nada, hazlo cuando te sientas preparada — me lo agradeció —. En una hora tengo que ir a la tutoría con Blanca. Así que si quieres te invito a un helado de stracciatella, ¿aún es tu favorito?

— ¡Perfecto! Tarde de chicas — dijo Ronnie contenta, mientras se frotaba los ojos rojos —. Menos mal que no me he puesto rímel...

— Sigo sin entender por qué os ponéis plástico en los ojos... Una vez vale, ¿pero cada día? — la piqué.

— Corazón, mejor cierra esta boca tan aguafiestas.

La heladería que estaba a quince minutos del instituto era la mejor del mundo. Nos sentamos en la terraza. El calor había llegado para quedarse y hacía días que habíamos comenzado a vestirnos con la ropa de verano. Me había puesto un vestido de cuadros de cuello cuadrado que me sentaba espectacular. Me sentía bien. Cerré los ojos, aprovechando el sol, quién nos acariciaba. Mis pecas se estaban volviendo más oscuras.

Probé una cucharada de mi helado favorito: el de limón. ¡Gloria bendita! Tuve un orgasmo mental, aunque pasó rápido. Se me había quedado el cerebro congelado. A Ronnie le pasó lo mismo.

— ¿Sabes por qué se te "congela" el cerebro cuando comes helado? — Ronnie puso los ojos en blanco.

— Y allí va... — dijo burlona. Le hice caso omiso.

— En realidad es una condición conocida como ganglio neuralgia esfenopalatina.

— ¿Y en cristiano? — tanteó.

— Es una reacción del cerebro para protegerse de los cambios drásticos de temperatura. Las arterias que se localizan en la garganta aumentan el flujo sanguíneo y...

— ¿Así que el flujo sanguíneo? — me cortó.

Supe en el preciso instante que dibujó una mueca que pretendía ser sensual, que iba a hablarme de Alek.

Había corrido el rumor que él me había besado. El pelinegro se lo había contado a Oliver, quién se lo contó a Ronnie y a Nia. Esa última se había encargado de distribuir esa información, aunque un poco distorsionada.

Algunos decían que yo le había engañado con otro chico, otros que él había aceptado una apuesta para besarme. Vaya, todos denigraban a la mujer para variar. Jolene, ahora que era mi supuesta hermana, ya me había dicho que me haría un manual para sobrevivir a los rumores.

— Ahora cuéntame, ¿qué flujo te aumentó cuando te besó el pelinegro buenorro?

Moví con tanto ímpetu el brazo que le lancé un trozo de helado a Ronnie. Justo en medio de la cara.

— Aunque me tires helado no puedes evitar mi pregunta — su tono era de burla, aunque le hizo rabia porque se había maquillado.

— La verdad... — quise pensar bien mi respuesta —. Fue un visto y no visto.

Ronnie abrió mucho los ojos.

— ¿Tan rápido se corre? — estaba sorprendida.

— ¡Caray! Dejad de pensar que he follado. ¡Sigo siendo virgen y no pasa nada! Soy tan, tan virgen, que cuando sudo sale agua bendita — exclamé.

— Entiendo, entiendo — se metió una cucharada entera de helado en la boca —. Al menos, cuéntame. ¿Cómo fue? ¿Con o sin lengua? Quiero detalles.

Respiré hondo. ¿Lo iba a decir? Sí.

— ¿Alguna vez te han besado y has pensado en otra persona?

Fue su turno de sorprenderse tanto que se le cayó la cuchara del helado al suelo. Ni se inmutó. Se levantó de golpe y dio un golpe encima de la mesa con las dos manos.

— Detalles — gritó.

— ¡Tranquilízate Ronnie! — ella hizo un gesto dramático y se volvió a sentar. Comenzó a chupar el helado, impaciente —. La cosa es que cuando me besó... No sentí nada. Solo pude pensar en...

— En... — insistió.

— Ya sabes...

— En... — arqueó una ceja.

— Eso es una conversación de besugos — me quejé.

— ¡¿En?!

— ¡En Noel! — se sintió como una explosión.

Lo siguiente que vi es como a Verónica se le caía el helado al suelo, estupefacta.

— ¡Joder! ¡Qué fuerte, qué fuerte! ¿Te mola Noel? — comenzó a chillar. Me hice una bola sobre mi misma —. Tía, ¡vaya enemies to lovers! Me cago en la vida. Cuéntamelo. ¡Detalles!

— ¡Caray! Deja de decir la palabra detalles — me quejé.

— Pues empieza a soltar la lengua.

Le conté todo lo que había pasado aquellos meses. Verónica no dejaba de gritar improperios e insultos. Pero cuando le conté que habíamos quedado para Sant Jordi y que estuvimos a punto de besarnos explotó.

— ¡¿Cómo que estuvo a punto de besarte?! — voceó. Varias personas que estaban pasando por la calle se giraron. Menuda vergüenza —. La próxima vez espero que le comas la boca. Aunque sigo pensando que es un gilipollas, pero un gilipollas que está bueno.

— Ni en tus sueños. Y no es gilipollas, es solo de carácter especial — le defendí a mi manera —. Pero... No sé describir como me siento cuando estoy con él. Es extraño.

— Cuéntame.

— Me siento bien. Demasiado bien. Estar con él es como cuando ves el océano por primera vez. Pero somos tan diferentes... No estamos hechos para estar juntos — sentí mi corazón resquebrajándose.

— Lena. — Se puso seria y me cogió de las manos —. Es irónico que nuestra generación cruce el semáforo en rojo y después tenga miedo a enamorarse. Pero, mentirte a ti misma solo te hará más daño. A veces, las personas que menos imaginábamos son las que nos llenan con las más pequeñas cosas.

— Ya... — contesté insegura.

— Yo lo aprendí a las malas. Estar con Lidia fue meterse en un huracán eterno — hizo una mueca al decir el nombre de su ex —. Puedes tener miedo a las alturas y enamorarse es lanzarse al vacío. Pero, por eso mismo, sé que significa querer bonito. Y el amor de verdad no duele.

Fue la primera vez que Ronnie hablaba de Lidia. Vi como le temblaban los labios, como se volvían abrir algunas grietas. Pensé que las heridas al aire libre cicatrizan mejor, así que la escuché.

— Además, sinceramente, me gusta más Noel. Es más...

— Humano — terminé la frase.

Me terminé el helado, pagué la de las dos (regañé a Ronnie porque lo había tirado al suelo), y nos dirigimos deprisa hacia el instituto. Íbamos tarde. ¡Y yo odiaba la impuntualidad! Cuando llegamos estaba todo vacío. Era increíble lo inquietante y aterrador que era. Hubiera preferido encontrarme una araña y perderla de vista que entrar allí dentro para hablar de mi futuro. Verónica me cogió del brazo y me arrastró dentro.

— Lena, esa reunión es importante. ¡Tienes que saber que harás con tu futuro!

— ¡Tú echa más leña al fuego! — estaba taquicárdica.

Ronnie tenía muchísima fuerza. Tanta que me empujó delante del despacho de nuestra tutora y caí de culo. Blanca tenía la puerta abierta... ¡Córcholis! Lo había visto todo. Se quitó las gafas de culo de botella y las dejó encima de su escritorio.

— ¿Se has hecho daño? — preguntó seria. Negué con la cabeza y me levanté. Le lancé una mirada a Ronnie que la hubiera sepultado bajo tierra —. Toma asiento, señorita Rose.

Era la única profesora que me llamaba por mi segundo nombre.

— Bien. Vamos al meollo del asunto. ¿Qué hace alguien tan sobresaliente como usted aquí? Supongo que sabe que esta reunión es una orientación académico-profesional para su futuro.

«No lo sé. ¿Tal vez los sabelotodo también tienen dudas respecto su vida y su futuro?» me tragué las palabras.

— La verdad es que agradezco que haya acudido, señorita Rose. Es la mejor de la clase, a pesar que en este preciso momento se ve eclipsada por el señor Álvarez.

Maldito Alek, me lo estaba poniendo difícil.

— Lo sé, señora — me aclaré la voz —. El dilema es que aún no se que debería estudiar... Y las inscripciones a las Universidades son en pocas semanas.

Mi tutora empezó a abrir varios cajones. Rebuscó entre ellos, y comenzó a sacar papeles. Creó un montículo enorme de hojas encima de la mesa.

— Todos estos folletos son de las Universidades de Barcelona, y estos de aquí de las de Cataluña. También tengo las de España, ciclos formativos, etc.

Me agobié con tanto papeleo. Lo había rebuscado todo mil veces en internet, me lo conocía todo casi de memoria. El problema es que no sabía que estudiar. Los leí por encima.

— Y después... — agarró su ordenador y le dio la acción de imprimir —. Hoy he recibido este correo. Es una beca que ha salido este año, creo que le podría ir bien si la aplicara. Es una Universidad de muchísimo prestigio, con salidas profesionales espléndidas.

La impresora dejo de hacer ruido. Blanca cogió las hojas y me las tendió delante de mí para que las leyera.

— Además, usted tiene un futuro prometedor, señorita Rose.

— Gracias — murmuré.

— Además, tiene un currículum muy extenso por la edad que tiene. Ha estado en el club de letras; entrenadora del club de ajedrez; creó una campaña para el ayuntamiento para proteger nuestras playas de los plásticos;

Yo ya no la estaba escuchando. La sangre había dejado de correrme por las venas. Tragué saliva. No, no podía ser.

— ¿Aquí dice que esta beca es...? — no me salía la voz.

— Sí. Esta beca es en la universidad en París.

— Yo...

No. No podía irme a París.

— Piénsatelo Lena — era la primera vez que me tuteaba. Suspiró —. Es una oportunidad única. Prométeme que al menos lo recapacitarás. 

🌟 Nuevo capítulo. 🌟

Capítulo 4/10 ♥

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🥰 Le dedico este capítuloAlbaVol6 . El próximo capítulo lo dedicaré a la primera persona que comente. (no repetiré dedicaciones para que todos podáis participar.) Y quiero hacer una mención especial a por estar siempre, adoro tus comentarios.

🌟 PREGUNTAS COTILLAS 🌟

→ ¿Qué pensáis de que Ronnie, por fin, haya ido al psicólogo?♥ Si alguna vez necesitáis ayuda no dudéis en acudir. La salud mental es importante. 

→ ¿Qué pensáis de la beca? ._.

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