30. Busca lo que encienda tu alma
— ¡Me niego! Antes muerta que con la pringada — oí que gritaba Jolene a sus amigas. Era última hora y la clase se había convertido en un martirio digno de la Edad Medieval.
El día había comenzado bien. Había ido con Noel caminando a clase porque él tenía la moto en el mecánico y, asombrosamente, no se había apartado de mi lado al llegar al instituto; Oliver parecía más animado que las últimas semanas, aunque era un terco con la idea que Cristian había jugado con su corazón, y yo me había comido un buen bocadillo caliente de queso en el bar. Pero, cuando menos te lo esperas, las cosas pueden llegar a torcerse de una forma sobrehumana. En ese momento parecían acróbatas a punto de caerse de la cuerda floja.
Ya se dice que los miércoles es como un vaso que puede estar medio lleno o medio vacío. Depende de como lo mires: puede ser el augurio de un viernes maravilloso, o el primo segundo tocapelotas del lunes.
— Señorita Soler — exigió la profesora Blanca, nuestra tutora y profesora de biología, con su voz monstruosa—. Tiene casi dieciocho años. ¡No me vengas con estupideces de parvulario! Debes aprender a trabajar en equipo.
El mundo hubiera sido un sitio más bonito si las mosquitas en vez de chupar sangre, absorbieran la tontería de algunas personas. Ojalá Oliver hubiera estado en esa clase. Sin embargo, él asistía a las asignaturas para cursar el humanístico. Yo me había metido en el científico porque me maravillaba esa parte del mundo, aunque las letras eran uno de mis puntos débiles.
Busqué inconscientemente con la mirada a Noel. No esperé encontrarme con la de Alek, quién mordía un bolígrafo. ¿No sabía todos los peligros que causaba chupar o morder un objeto de plástico? El pelinegro arqueó las cejas y dibujó una media luna con sus labios. Disimulé la punzada de nervios.
— Pero, pero... — se quejó la diva.
— Pero nada. Tenéis hasta la semana que viene para presentarme el trabajo sobre un artículo del Journal of Medical Virology.
Inspiré profundamente, aguantando mis espantosas ganas de darle con una enciclopedia en la cabeza. ¡A ver si así se le aclaraban las ideas! El timbre sonó, salvándome de la chapa que estaba a punto de soltar Jolene a sus aliadas. Mi cabeza no tuvo en cuenta las estadísticas que enumeraban todas las posibilidades de que ella se acercara a mí.
— Pringada.
— La palabra pringada según la RAE es una persona que se deja engañar fácilmente — contesté sarcástica. — Me atormenta pensar que tienes esa visión sobre mí, Jolene.
— Mira que eres rarita...
Sonreí inconscientemente. Noel me había dicho lo mismo hacía meses, cuando recién empezamos a hablar. O a insultarnos. Yo le había contestado que no es que fuera extraña, sino que era una edición limitada.
— ¿Encima te ríes sola? Bicho raro.
— No existen bichos raros, solo bichos desconocidos. ¿Me vas a decir ya que quieres? — le pregunté, cruzando ambos brazos encima del pecho.
— Vamos a la biblioteca a hacer el trabajo.
— ¿Ahora?
— ¿No eras tu la aplicada? Vamos, quiero terminar ya con este martirio — fui a quejarme —. ¡Y no me vengas con la definición de martirio! Qué ya la sé.
Gruñí entre dientes. Muy a mi pesar ella tenía razón. Cuando antes empezáramos, antes terminaríamos. Nos fuimos juntas. Nuestros compañeros nos observaban extrañados, difamando. Seríamos el cotilleo principal de la próxima semana. Jolene tenía que ir a su taquilla para coger algunos de los apuntes. Nos encontramos a varias chicas de primero de bachiller que nos miraban curiosas.
— Si queréis hablar de mí avisadme. Yo misma os contaré los detalles más morbosos de mi vida — soltó Jolene a las jóvenes. — Ahora, largo.
Acobardabas, se alejaron casi corriendo. Justo en ese momento una mano me rozó la cintura. Di un pequeño salto. Él se dirigió a la taquilla del lado de Jolene y, en contra de lo que pensaba, mi corazón se encogió. Verlos juntos... No quería pensar todo lo que implicaba experimentar esa emoción, más me dolió. Y dolió el doble pensar que seguramente solo yo sentía aquello.
Hacían una pareja perfecta. Recordar que hacía apenas unas semanas que se habían besado me ataba a sensaciones que me atemorizaban.
"Ridícula. No tienes tiempo para estas sandeces, céntrate en tus estudios" pensé.
— ¿Ya me echabas de menos, niño? — preguntó Jolene.
— Casi nada — Noel le lanzó una mirada que no pude descifrar. Me mordí la lengua. Por primera vez en la vida quise huir. — Solo quería decirte buena suerte.
— La necesitaré — protestó Jolene. Puse los ojos en blanco.
— Creída. Se lo decía a la pecosa — se giró y me guiñó un ojo. — Buena suerte con esta presumida. O como dirías tú, pedante de mujer.
— ¡Oye! Si soy un encanto — reprochó. Empujó, entre risas, a Noel. Quién divertido, se apartó y se fue.
Fruncí el ceño, ¿en qué momento se habían reconciliado? ¿Entre beso y beso? Arrugué la nariz, más molesta de lo que quería admitir. Pero no le pediría explicaciones a Noel, yo no era esa clase de persona. Él era libre y yo jamás le cortaría las alas. Además, entre él y yo jamás existiría nada.
Éramos dos estrellas fugaces que estaban de paso y que se habían encontrado en medio del camino.
Jolene y yo nos dirigimos a la biblioteca. Pedimos prestado un ordenador y nos metimos en una sala para trabajos en equipo. Allí podíamos hablar y no molestar a nadie, sobre todo en el caso que ambas perdiéramos la paciencia y termináramos a grito pelado. Qué era muy posible.
— Joder, este ordenador es más viejo que la virginidad de mi abuela.
Resoplé. Estuvimos una hora discutiendo sobre el artículo que íbamos a escoger. Yo prefería tratar el virus del papiloma humano, pero Jolene estaba empeñada en escoger un tema más fácil.
— ¡Estudiar la psicobiología de las personas que tienen miopía es mejor! — se quejó. — Las personas miopes deberían dar las gracias. Pueden escoger no saludar a la gente y tendrán una excusa perfecta. ¿Tú lo haces?
— Eso no lo vas a poner en un trabajo de biología.
— ¿Por qué no? Es un tema interesante.
Arqueé una ceja. Jolene me desesperaba. Comencé a teclear la primera idea que tuve. Lo acepto, me costaba trabajar en equipo. Más si era con personas que no pegaban palo al agua. Jolene me miraba, fingiendo interés por lo que estaba escribiendo.
— Por cierto, ¿qué tienes con Noel?
No me esperé esa pregunta. Dejé de teclear y giré sobre mí misma, quedando cara a cara con ella.
— Especifica.
— Eso, que qué tienes con Noel.
— ¿Cómo que qué tengo? No sé interpretar esta pregunta — contesté hastiada. — Somos vecinos, ¿te refieres a eso?
Jolene sacó un pintalabios rojo escarlata y comenzó a retocarse. El silencio era incomodo. Decidí seguir avanzando con el trabajo, necesitaba marcharme cuanto antes.
— No te hagas la tonta, zanahoria. ¿Estáis liados?
Una risa irónica brotó de mis labios.
— ¿Y me lo preguntas tú?
— Vaya, así que ya te lo han contado — dijo con suficiencia. — No quería que te enteraras así, cariño mío — añadió burlona.
— Me complace ver que te preocupas por mí — la imité, sarcástica. — No te preocupes, tus aventuras con él me traen sin cuidado. Si quieres mi bendición la tienes.
— Vaya, sí que estás ciega...
Levanté la vista del ordenador. Jolene me observaba con los ojos entrecerrados.
— Soy miope, no ciega — me defendí.
— ¡Ostia puta! ¿Es que no te das cuenta? — comenzó a destornillarse.
— ¿Qué te parece tan divertido? — me estaba sacando de quicio.
— Tan lista que eres para algunas cosas. ¿Quién lo diría?
— ¿Terminaste de vacilarme?
Guardé el trabajo en un pen-drive y cerré el portátil. Jolene se levantó y recogió sus cosas.
— Solo te puedo decir que los corazones más complicados siempre son los más interesantes — añadió guasona antes de irse. Me guiñó un ojo. — Nos vemos pronto, zanahoria.
☁️ ☁️ ☁️
— Lástima que no pueda utilizar Photoshop para modificar su personalidad... — dijo Ronnie.
— Es que gastó los treinta días de prueba arreglando su físico — añadió Oliver.
Era por la tarde y estábamos yendo a la lencería de los padres de Oliver. Él tenía que ir a buscar unas prendas para llevarlas a casa, así que nos habíamos unido los tres. Yo me había desahogado bien, estaba alterada.
— Dime Oliver, ¿ya has hablado con Cristian? — cuestioné.
Él se pasó una mano por la cabeza. Se había tintado de un azul eléctrico encima del rubio pollo. Parecía un sugus de piña.
— ¿Por qué debería hablar con él? — tragó saliva. — No hay nada de que hablar. ¡Me lo dejó muy claro! Y tú, calabacita, ¿has hablado con Noel?
Movió las cejas de arriba abajo. Negué con la cabeza. No les había explicado que el sábado pasado le había preparado una Navidad primaveral. Era nuestro secreto.
— No hay nada de que hablar, amigo mío — forcé una sonrisa.
— Mejor, deberías olvidarte de él. Ahora entiendo por qué cupido lleva pañal. ¡Siempre termina cagándola!
— Eso es verdad — Ronnie lanzó una risa sarcástica —. Ya se dice que el cerebro solo funciona desde que naces hasta que te enamoras...
— ¡Yo no estoy enamorada! Y Oliver tampoco, no lo niegues.
— Claro que no estoy enamorado. ¡Pero es que follaba tan bien! Deberíamos ir de fiesta y enrollarnos con otros.
— Oliver, un clavo no saca otro clavo... — le reprendió Ronnie.
— ¡Claro que un clavo no saca otro clavo! Pero si te la clava bien ayuda muchísima — nos guiñó un ojo.
Ronnie y yo nos miramos e, inmediatamente, pusimos los ojos en blanco. ¡Menudo despropósito! Llegamos a Chic Lingerie, la tienda de los padres de mi mejor amigo. Era un local antiguo que había pasado de padres a hijos. El cartel estaba medio descolgado y las vidrieras ralladas. Aún así, tenía su encanto.
Al entrar vimos a Alek atendiendo a un par de chicas, quienes le coqueteaban con disimulo. Él no dejaba de regalarles sonrisas de dientes perfectos, labios carnosos y hoyuelos.
— ¡Deja de ligar mientras trabajas! — gritó Oliver cuando las chicas se alejaron, dándole un codazo amistoso
— Encantado de verte, primo — saludó Alek, despeinando a Oliver —. ¡Chicas!
— ¿Qué haces después de trabajar? — le preguntó Ronnie.
— Me queda una hora para terminar. Hoy es miércoles e iré con mi padre a ver las estrellas. ¿Os apuntáis?
Los tres nos miramos, indecisos.
— Nosotros no podemos, pero Lena sí — soltó de repente Oliver. ¡Traidores!
— ¿Qué? — me atraganté con mi propia saliva.
— Perfecto Lena, quedamos en una hora fuera — sonrió Alek, repasándome de arriba abajo.
Justo en ese momento sonaron las campanillas de la entrada, anunciando la llegada de unos nuevos clientes.
— Un clavo bien gordo saca otro clavo — me susurró mi mejor amigo en la oreja.
Tuve ganas de matarlo. Lo que le iba a sacar a él era ese cerebro de chorlito. Pasó la hora. Oliver y Ronnie se despidieron de mí y yo, sintiéndome una payasa, esperé a Alek.
Me había quedado porque el pelinegro me había confiado hacía meses lo que le había sucedido a su padre. Un accidente le había jodido la vida, pero ellos seguían sonriendo. Y yo le había prometido que algún día iría con ellos. No quería hacerles el feo. A fin de cuentas, Alek también era mi amigo.
Salí del local, decidida a esperarlo fuera en un banco. Le envié un mensaje a mi madre de que llegaría un poco tarde porque estaba con unos amigos. Ella confiaba en mí, así que no tuve que darle más explicaciones.
— ¿Preparada?
Alcé la vista, encontrándome con sus ojos
— Supongo — sonreí.
Subí a su Ford Fiesta verde oliva. Olía a pino, a él. Alek conseguía ponerme nerviosa, pero era una emoción diferente. Una vez leí que cuando conoces a la persona indicada no sientes el manojo de nervios, sino que experimentas paz porque te sientes seguro del todo. Con Alek no desaparecían esos nervios, no me sentía aliviada.
Y con Noel me sentía especial, porque él conseguía hacerme sentir todo. De un extremo a otro. Junto a él me sentía más humana.
— Primero iremos a mi casa a buscar a mi padre. Puedes subir.
— ¿Cómo se llama? — pregunté.
— Ricard.
Su casa estaba cerca de la de Oliver, de hecho, eran bloques casi idénticos. Subimos caminando por las escaleras porque el ascensor había dejado de funcionar. ¡Diez plantas! Si mi propósito de año nuevo hubiera sido hacer más ejercicio lo hubiera cumplido.
Era un piso viejo y rústico. Ellos estaban de alquiler, ya que habían llegado no hacía ni medio año. Así que me sorprendió encontrarme juguetes de madera en las estanterías del comedor. Desde trenes, hasta balancines con forma de potrillo.
— Antes mis padres trabajaban en una juguetería — me explicó Alek mientras acariciaba varias piezas —. Mi padre se dedicaba a moldearlos y venderlos en un pequeño local de Reus, una ciudad de Cataluña. Pero cuando tuvo el accidente que lo dejó parapléjico tuvo que dejarlo, y como mi madre no se podía encargar sola del local vinimos para aquí. Con la familia de Oliver.
Asentí, sorprendida.
— Olá Pollito! Como foi o dia?
Era una voz femenina. ¿Eso era portugués? Me pregunté que me había perdido. En qué momento Alek había comenzado a hablar otro idioma. Estar con Jolene había provocado que comenzara a desvariar.
— Muito bom, mãe. Eu trouxe alguém — contestó Alek.
No estaba entendiendo ni media sílaba. Nos dirigimos a la cocina y apareció una mujer. Debía ser la madre de Alek, eran idénticos.
— Así que es ella — sonrió.
Estuve considerando la oportunidad de decirle que claro que era yo, ¿quién sería sino?
— Encantada de conocerte Lena.
— Igualmente señora...
— Llámame Sabina Pasa, pasa. — sonrió —. Voy a buscar a tu padre, hijo.
Nos dejó un momento a solas.
— ¡No me habías dicho que tenías raíces portuguesas!
— No había surgido la oportunidad — protestó él.
— Para nada. Solo han pasado seis meses...
Pasaron pocos segundos. Volvió a aparecer Sabina con el que supuse que era Ricard. Un hombre mayor que iba en una silla de ruedas.
— ¡Hijo! ¿Cómo estás?
— Pues sigo de una pieza, así que perfecto — bromeó Alek. — ¿Y tú?
Su padre tosió varias veces.
— No puedo decir lo mismo. Hoy no estoy demasiado bien. El cambio de tiempo me tiene muy chafado... — se sinceró. — No creo que pueda ir hoy a ver las estrellas.
Alek frunció el ceño, preocupado. Debía ser la primera vez que su padre le decía aquello.
— Pero id a pasead vosotros. Llévala a nuestro rincón — dijo su padre animado. — Aprovechad, que hoy hay luna llena.
Alek asintió. Nos despedimos de sus padres, Ricard y Sabina, y nos dirigimos con el coche a ver las estrellas. Hablamos y nos escuchamos, entre silencios cómodos. Aparcamos donde pudimos y comenzamos a subir la pendiente, dirigiéndonos a los Bunkers del Carmel.
Barcelona se alzaba imponente. Las luces centelleaban, atractivas y únicas. Saltamos la barandilla que daba a un mirador y nos sentamos en la punta, con los pies colgando y el alma libre. Quería ser una persona de alas, no de jaulas.
Medité un par de minutos sobre un hecho que me había cuestionado últimamente sobre Alek. Casi no sabía nada de él, a pesar que se había colado en nuestras vidas.
— Realmente me he dado cuenta que hay muchas cosas que no sé de ti — tanteé.
— Dispara.
— Por ejemplo... ¿Algo que no sepa de ti?
— Me gustan los elefantes, dan buena suerte. Y suelo leer los finales de los libros antes de leerlos. Debo prepararme por si termino sin estabilidad emocional — se rio. Me uní a él.
— ¡Estás loco!
— La locura es un cierto placer que sólo el loco conoce — parafraseó —. Me toca. ¿Tu color favorito?
— El azul — él arqueó las cejas, instándome a que siguiera explicándome —. Según un estudio científico, este color invoca una sensación de confianza, éxito y formalidad.
— Todo lo que eres tú.
— Todo lo que soy yo. ¿Por qué te llamaron Alek?
Hinchó los pulmones y exhaló profundamente.
— Mis padres siempre han adorado viajar. Se conocieron en Grecia, ella es portuguesa y él de Cataluña. Se enamoraron del nombre de Alexander, así que me pusieron su diminutivo.
— Alek... — acaricié su nombre. — Es original.
— Más original es llamarse Lena Rose Quilla.
Abrí mucho los ojos. Enrojecí de inmediato. ¿Cómo lo sabía? Al momento quise culpar a mi mejor amigo.
— No culpes a Oliver, no ha sido él — añadió, leyéndome la mente —. La profesora de química te llama por tu apellido original, que es Quilla. Solo tuve que unir piezas. ¿Nadie se ha dado cuenta jamás que te llamas rosquilla?
— No, la gente no escucha — refunfuñé, poniendo la boca de piñón. — Mi madre es una cachonda.
— No cambies de tema — soltó Alek —. Me toca preguntarte. ¿Qué es lo que más te desespera?
— La desorganización.
Él cerró los ojos y se tumbó en el frío suelo. Los reflejos de la luna descansaban entre sus mechones azabaches. Los hoyuelos se le marcaban en las mejillas, dándole un aire jovial y despreocupado.
— Me siento identificado.
— ¿En serio? — me quedé observándolo, absorta.
— Sí. Justo cuándo crees que lo tienes todo organizado, el destino te lanza un reto inesperado. Así que tienes que improvisar — se mordió el labio. Abrió un ojo, sospesando mi reacción.
Y se volvió a sentar. Cogió un mechón de mi cabello que revoloteaba y lo enroscó entre sus largos dedos. El tiempo se detuvo.
— E improvisar mis sentimientos hacia ti no es fácil, Lena.
Me cogió del mentón y posó sus labios encima de los míos. Me robó un beso que tuvo un gusto agridulce. Fue lento, suave. Me quedé inmóvil, sobresaltada. El corazón martilleaba en mi pecho. Alek se apartó.
Mi primer beso. Y yo... Yo solo pude pensar en él. En Noel.
— No sé que decir.
— Lo sé... — suspiró. Se volvió a tumbar encima de su espalda.
Observamos las estrellas en silencio. Deseé vaciarme y que el universo me llenara. Pasaron los minutos. Nos levantamos. Yo seguía sin saber que decir. Balbuceaba, histérica. En qué momento él se había encaprichado de mí. ¿De mí? Cerré los ojos e inspiré profundamente. Buscando el aire que me faltaba. Nos sentamos en el coche. Él condujo hasta mi casa. Fue cuando me dejó delante de mi casa que me habló.
— Lena, me gustas mucho. Muchísimo. Así que no pienso rendirme. Además, me debes una cita — hablaba deprisa sin dejar de alborotarse el pelo.
— Más bien tú me la deberás a mí — contesté nerviosa. Era un momento extraño. — Ganaré yo.
— Mentira, porque pienso conseguir todo lo que me proponga — dijo vacilón.
— Lo que tu digas.
Salí del coche, pero antes que pudiera bajar él me cogió de un brazo y me acercó a él. Temí que me volviera a besar. Me soltó una frase en portugués.
— Eu poderia dizer mil palavras, mas nenhuma vai traduzir o quanto vocé é uma pessoa maravilhosa.
— ¿Qué? — pregunté extrañada. — Solo he entendido que soy una persona maravillosa y algo sobre mil palabras.
— Búscalo en Google.
— ¡Pero no me voy a acordar! — me quejé.
— Buenas noches, mi trébol.
Bajé del coche y esperé que él arrancara, perdiéndose entre las calles de Barcelona. Miré al cielo. La luna brillaba, deseé que me mostrara el camino a seguir. Retiré este pensamiento rápido cuando me dirigí al portal y me encontré a quien me quitaba el sueño apoyado en la pared. Se mordía las uñas, inquieto.
— ¿Qué tal la cita? — preguntó malhumorado.
— También me alegro de verte, Noel. ¿Qué haces aquí?
— Acabo de llegar.
Asentí. Abrí la puerta y apreté el botón del ascensor para que bajara. Noel me pisaba los talones.
— Así que Alek. Qué calladito te lo tenías — protestó cuando subimos en el ascensor. Se cerraron las puertas.
— ¿Qué demonios te pasa Noel? — estaba molesta —. Yo no te pedí explicaciones cuando te besaste con Jolene. ¿No?
— Así que te ha besado... Joder.
Comenzaba a enfadarme su reacción. Uní cables.
— No me jodas, ¿estás celoso? Porque ahora mismo noto un poco de frase entre tus celos.
— ¿Qué? ¡No! ¡Claro que no! ¿Yo celoso de ese cabrón? No. Solo que... — suspiró. Lo vi abatido. — Tienes razón. Soy un idiota.
Intenté averiguar qué le pasaba por la mente. El ascensor era pequeño y el impulso de darle un abrazo me nació de dentro. A él le pilló por sorpresa, pero me acogió entre sus brazos. Hundí mi cabeza en su clavícula, aspirando su olor embriagador como la miel. Comprendí entonces que toda la vida había tenido frío.
— Busca lo que encienda tu alma — fue un susurro casi imperceptible, más para él mismo. La mujer de la panadería, Lucinda, se lo había dicho hacía mucho tiempo.
En ese momento se abrieron las puertas del ascensor. Dos gritos de sorpresa. Noel y yo nos giramos. No sé quién pilló a quién.
— ¡Lena! — gritó mi madre, manchada de pintalabios y sujetando la cintura de otra persona.
Me quedé sin aire. No, no podía ser. Ella no.
🌟 Nuevo capítulo. 🌟
¡Y ya tenéis el siguiente capítulo! ¿Qué os ha parecido?
Han aparecido casi todos los personajes en este capítulo y jsjsjsj MOMENTO ALENA (algunas me lo estabais pidiendo para saber que pasaba).
Capítulo 2/10 ♥
☕Podéis encontrarme en INSTAGRAM, TIK TOK o TWITTER, con el mismo nombre, dónde subo cosas inéditas de mis novelas y memes del libro (y muchas frases antes de subir el nuevo capítulo). Os espero allí. Me encantaría hablar con vosotras.
🌟 PREGUNTAS COTILLAS 🌟
→ ¿Ahora ya podéis escoger? #TEAMNOLENA o #TEAMALENA 🌚
→ ¿Qué os ha parecido Jolene en este capítulo?
→ Y lo más salseante... ¿CON QUIÉN ESTÁ LA MADRE DE LENA? Si alguien lo adivina le voy a dedicar el siguiente capítulo.
❤️🔥
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