26. Los ojos besan antes que la boca (2/2)
Segunda parte (gracias si comentas jeje).
— ¿Estás bien?
— Sí.
— ¿Por qué mientes, Noel? Te conozco.
— Porqué decir que no estoy bien no cambiaría nada.
Chasqueé la lengua y evité la mirada de Cristian. El mes de abril había llegado con todas sus fuerzas. El calor de la primavera mancillaba las calles, las flores silvestres se despertaban y yo... Yo estaba más frío que un día de diciembre. Era un puto bloque de hielo.
Las tres últimas semanas desde que había hablado por última vez con la pelirroja se me habían hecho eternas. Estaría bien tener una pastilla para olvidar; lo que nadie te dice es que es difícil olvidar a una persona con la que hiciste algo por primera vez. Y con Lena Rose había empezado a ser yo mismo.
— Estás distante — añadió. — Distante, apático, insulso, frío.
Era evidente que ese día habíamos hecho un examen de castellano con un modelo de la Selectividad y un profesor que solo repetía: esto no son errores, sino horrores ortográficos. Quedaban dos meses y una semana justa para las pruebas. Mis compañeros de clase estaban inquietos, y cada vez que estudiábamos para un examen la frase clave era esto no entra para la selectividad, así que no nos interesa. O, en mi caso, miraba los exámenes y seguidamente pensaba debajo de que puente iba a vivir. Uno romano siempre era una buena opción.
— Es que he decidido conquistar el frío, a ver si también se aleja — protesté.
— "Él es frio como el hielo, pero póntelo en los labios y verás cómo arde" — recitó el rubio.
Era una frase del poema que había salido en el examen, él cual tuvimos que desglosar, pero después de conocer su pequeño secreto con Oliver me desordenó las ideas. Yo aún no había sacado el tema, ni lo haría. Aunque odiaba admitirlo, Lena tenía razón en que no debía presionarlo. Él era mi amigo, yo no lo juzgaría, ni presionaría.
— Deberías sonreír — contestó Cristian. — Te saldrán canas, que son un signo de estrés.
— Y por eso mismo existe un invento extraordinario que no dejará indiferente a nadie: el tinte de pelo — bufé.
Cristian dejó de joderme con sus preguntas de mierda y comenzó a abotonarse la camisa. Yo me puse una sudadera negra que me había dejado él, unos pitillos rotos blancos y unas bambas sucias de barro.
Era 7 de abril, una de las noche más esperadas del año. Desde el 1978 la Universidad Politécnica de Cataluña celebra la Telecogresca, el festival universitario más grande de Cataluña. Y, obviamente, todos los alumnos que cursaban segundo de bachiller estaban ansiando saborear el futuro que se les aproximaba el año siguiente.
Los nervios me carcomían por dentro. En el fondo concebía la posibilidad que la pecosa que me estaba sacando el sueño estuviera allí. Desde que Cristian y Oliver salían a escondidas, comprendía que era posible encontrármela en cualquier sitio. Incluso donde ella era una pez blanco en un mar de olas negras. Me alboroté el pelo, como si así pudiera sacarla de mi mente.
— ¿Estás listo?
Me despeiné con una mano (para que ir a la peluquería teniéndome a mí), y le robé un poco de perfume. Dicen que el maquillaje se borra, la ropa se arranca, el pelo se encrespa y el perfume no se olvida.
— Sí — forcé una sonrisa.
Esa noche iba a arrasar con todo.
El Fórum estaba a una hora en metro de la casa de Cristian, así que su madre se ofreció a llevarnos hasta allí, aunque después tuviéramos que buscarnos la vida para volver. Sus palabras literales fueron ya sois mayorcitos, apañaros. ¡Y nada de emborracharos!
— Mayores para algunas cosas, críos para otras. Si ella supiera... Suerte que tengo dinero para el taxi — protestó mi amigo cuando su madre ya se había ido. — Por cierto, tengo que contarte algo...
Arqueé una ceja.
— ¿Qué eres un asesino en potencia y yo soy tu próxima víctima?
— Eres subnormal, eso no te lo confesaría — dibujó media sonrisa. — Es un pequeño detalle, nada de suma importancia.
— Dispara.
— Disparo. Hemos quedado con varia gente de clase.
Abrí mucho los ojos.
— ¡Pero serás hijo de puta! ¿Quiénes?
Tuve miedo que dijera ella.
— No te preocupes, son algunos pocos.
Lo que debía ser algunos pocos resultó ser casi la mitad de la clase. Supe que ella quizás estaría allí cuando Cristian dijo que volvería al rato, dejándome con nuestros compañeros de básquet y algunas de las chicas. Me enfadé, porque habíamos ido juntos para disfrutar. Sal, Tequila y errores era nuestra frase favorita. Mi mejor amigo desapareció entre la gente.
Me giré de inmediato cuando vi su cabello azabache y sus ojos verdes. El veneno que la envolvía. La víbora de Jolene. Habíamos discutido la última vez que nos habíamos encontrado. Fue en los baños del cine, cuando Lena nos encontró. Mi exnovia, con su lengua de serpiente, quería que volviésemos a intentarlo. No porque estuviera enamorada. No porque nos necesitáramos. Sino porque ella estaba tan sola como yo. Éramos personajes antagónicos que vivían en una misma historia.
Has venido a arrasar me recordó una voz interna, no a ser infeliz. Asentí. Entramos en el recinto.
— ¡Tío! — gritó Arón al verme. Se unió Sergio. — Vamos a por unas birras.
— Eso es porque soy el único que ya tiene 18 años, ¿verdad? Sois unos mamonazos — les contesté riéndome. Eran un par de lo más extraños.
— Mentira — dijo Sergio. — Es para que pases de la ex al next en un sorbo.
— Se cree que lo dice por ti. La realidad es que su crush le ha destrozado el corazón — me confesó Arón.
— Cabronazo. ¿Qué dices? — atacó Sergio. — Yo soy alérgico al amor y a estas mierdas.
— Eres alérgico porque la tal Paola te hace llorar y te deja sin respiración, ¿no?
Puse los ojos en blanco. Vaya pedazos de inútiles.
— Os consigo las cervezas si me invitáis.
Después de dos jarras, cubatas ilegales que habían colado mis amigos en el recinto e indefinidas canciones cuya letra ya era borrosa, el juicio se me nubló. Salté y me desgarré la voz con la canción Volcans del grupo musical Buhos. "Sense regles que ens prohibeixin ser qui son, com si a la nit d'avui se'ns acabés el món".
Ojalá pudiera ser verdad: sin reglas, sin nada que nos prohibiera ser nosotros mismos. Ojalá fuese tan fácil. Y pedí ese deseo mientras el alcohol me quemaba el pecho. Me perdí entre las letras de esa canción; me perdí entre los fuegos artificiales que encendían el cielo; me perdí entre las burbujas de la cerveza que ella me dio; me perdí en los labios rojos de una pelinegra que me había pillado desprevenido.
Las estrellas que titilaban en mis ojos por culpa del alcohol no me advirtieron de ese error. Comenzaron a cantar Barcelona se ilumina cuando me cogió del cuello y nuestras bocas chocaron. Fue un impacto que no provocó nada en mi interior. Y, a pesar de ello, seguí. Éramos dos personas destrozadas, intentando reconstruirnos entre la ira y el dolor. Queriendo alejarnos del mundo, perdiéndonos entre la locura.
Nos besamos. Le mordí los labios. La pegué más a mí. Salvajes y rotos. Nuestras lenguas se enroscaron feroces. Me agarró del cuello, provocando que nos saboreáramos más.
— Noel — gimió ella.
Dicen que es trágico un amor que no es correspondido; nadie te dirá que es peor un amor que jamás existió por ninguna de las dos partes. Levanté la vista. ¿Cuántas veces se puede romper un corazón? Vi una melena naranja que se fundía entre las chispas. Me separé de Jolene de inmediato, pero no era ella... No era Lena.
Me pasé la mano por la boca, manchándome de carmín. Tenía que salir de allí. Huir, una vez más. No contaba con que mi exnovia me seguiría a las afueras. Caminamos en silencio, afectados por la bebida, alejándonos del rumor de la gente y de las miradas que callaban besos secretos. Nos sentamos en unas rocas, al lado de la playa.
El murmullo de una canción lenta sonaba a lo lejos, mezclándose con la espuma de las olas. El sonido de estas contra las rocas me recordaba a su risa de cerdito; olía a ella; las estrellas eran el calco de sus pecas. El mar siempre sabe a nostalgia con un poco de sal. Joder con mi vecina. ¿Qué me estaba haciendo? Suspiré.
— ¿Qué? — preguntó Jolene mientras se encendía un cigarro.
— A veces desearía ponerme en modo avión e ignorar todo lo que hay a mi alrededor — ella dejó ir una carcajada. — ¿Por qué crees que somos adictos a lo que nos destruye? Después dicen que es el alcohol es lo que mata.
— Realmente, se siente bien estar vacía por dentro. Esto deja más espacio para el alcohol — respondió Jolene divertida.
— Cierto. He besado más botellas que personas, y una resaca duele menos que un desamor — confesé mientras pegaba un trago de mi botella.
— ¿Te arrepientes? — la miré a los ojos. Bajo la luna llena y con el rímel corrido parecía otra persona. Más ella, menos impostora.
— Tal vez...
Sí, sí y sí. Me arrepentía de haberla besado. No quise afirmarlo en voz alta. Ella tampoco era idiota.
— ¿Te has enamorado alguna vez? — preguntó indiferente a mi respuesta. — Y no digas que lo hiciste de mí, porqué yo soy la hija del mismismo Pinocho y cazo las mentiras al vuelo.
Sonreí triste.
— Creí estar enamorado una vez, pero... Pero ahora creo que jamás fue real.
— Porque ahora lo has hecho por primera vez — añadió.
— Es imposible...
— No, no lo es niño — me cortó. Siempre me había llamado con ese mote. — Tal vez, el secreto de todo es estar bien con uno mismo para poder amar al resto.
Reflexioné. Punto número cuatro...
— Punto número cuatro de la lista, estar bien con uno mismo para poder amar al resto... — murmuré, recordando la guía que había escrito Lena en su libreta.
Debía encontrarla. Dejarle de fallar; sobre todo, dejar de fallarme. Tenía que comenzar a quererme... Una lágrima caliente me recorrió el rostro. Jolene no preguntó.
Nos levantamos y volvimos al recinto.
— ¿Cómo está tu madre? — pregunté.
Astrid Ocaña, la madre de Jolene, siempre había sido muy amable conmigo. Y, aunque su hija y yo nos manipuláramos a nuestro antojo, siempre me había cuidado.
— Se está viendo con alguien — se rio. — Y es alguien muy interesante.
— Me alegro que esté bien.
Nos despedimos en la puerta.
— Cuídate, Noel — dijo guiñándome un ojo. — Y cuídala, pero si me preguntan jamás afirmaré que he dicho esto.
Mi boca formó una media luna. Así lo haría.
Miré el móvil, eran las tres de la mañana. Cristian me había enviado la ubicación de donde estaba. Me sorprendió que fuera tan lejos del recinto, más me asustaba poder llegar hasta allí solo. Un poco perjudicado si que iba.
Oí la discusión antes de llegar. Arrastraban las palabras entre gritos.
— ¡Déjate llevar! Cristian. Tienes que dejar de pensar en lo que dirán los demás.
— No lo entiendes.
— ¡Claro que lo entiendo! Pero es que estoy harto de tu maldita indecisión. Vivo al borde del colapso: el miércoles me quieres ver, el jueves me evitas, el viernes nos follamos como conejos y hoy quién sabe.
¿Se estaba inspirando con el cantautor Sabina? Puse los ojos en blanco, me recordó a las canciones que escuchaba mi madre. Qué original.
— Para ti es muy fácil... — bramó el rubio.
— ¿Fácil? Fácil tus cojones. Ya te diré yo lo que no es fácil. Salir con alguien que no acepta que le gusto. ¡Querer a alguien que no acepta lo que es!
— ¡El problema es que yo no te quiero, Oliver!
Tragué saliva. Qué golpe más bajo. Esa respuesta no me la esperaba. Pensé que Oliver tampoco se lo había imaginado, ya que no contestó de inmediato.
— Es por él, ¿no? — mi mejor amigo no contestó. Yo iba tan borracho que no lo entendí en ese momento. — Sabes qué... Paso. Algún día, o día uno. Tú decides. Cuando sepas lo que realmente quieres me llamas.
Pasaron varios minutos, yo seguía flipando en colores cuando Cristian apareció. Yo me sentía bastante borracho, pero después de observar a mi mejor amigo se me quitó. Su aspecto era lamentable.
— ¡Aquí estás! Qué mameluco que vas, tío — le rodeé los hombros para aguantarlo.
Pedimos un taxi. Cristian era previsor y llevaba el dinero suficiente para que primero lo dejaran en su casa, y después en la mía. En fin, la vida de ricos. Nos sentamos a esperar en un banco cerca del metro. Lo miré de reojo. Tenía los ojos rojos. No dejaba de morderse los labios y movía las piernas con un tembleque nervioso.
— Suéltalo — me descubrí diciéndole.
— ¿El qué?
— Todo.
Levantó el rostro demacrado. Cruzamos las miradas. Pasaron los segundos. Los ojos besan mucho antes que la boca. No me sorprendió cuando él poso sus labios encima de los míos. Un beso delicado y que, para él, estaba lleno de sentimiento. Las señales siempre habían estado allí. Me aparté suavemente.
— Cristian...
Él se puso la mano en la boca cuando se dio cuenta de lo que había hecho. El exceso de alcohol es perjudicial para tus secretos.
— Lo siento, yo... ¡Joder, ostia puta! Puedo explicarlo. No te enfades.
— Lo sé todo.
Él me miró abatido.
— No sé que decirte — se lamentó el rubio. — No lo sé ni yo lo que quiero. Mis padres jamás lo aceptarían. Déjalo, es una tontería.
— No, no es una tontería Cristian. Es tu dolor, y sólo tú sabes cuánto te afecta.
— A veces, para que nada salga mal, es mejor no contárselo a nadie — susurró.
No hablamos más. El taxi llegó y el silencio perduró hasta que llegamos a su casa. Yo estaba colapsado, no quería hacerle daño. Él era mi mejor amigo. Antes de irse añadió.
— Sabes... No huyas más de ella. Finges que no te importa, pero en realidad te mata por dentro.
Jamás supe si lo decía por él, o por mí.
El trayecto hasta mi casa es una mancha borrosa. Tenía tantas preguntas, ninguna respuesta. Llegué al portal donde vivía. Pagué al taxista y me quedé inmóvil delante de la puerta. No podía entrar en casa. No con aquella sensación que me carcomía por dentro. Necesitaba hablar con ella. Decirle que lo sentía, que no quería alejarme; que no podía. Antes que supiese lo que estaba haciendo subí por las escaleras de emergencia, las que daban justo en su ventana. Comencé a darle golpes con mi puño.
— ¿Pero que demonios? — gritó una voz.
Eso me pregunté yo. ¿Qué cojones estaba haciendo? No me dio tiempo a huir, sus ojos impactaron con los míos. Había algo en la forma en la que me miró que me hizo dudar de si saldría en vida de allí. Ella era mucha mariposa para mi estómago. Abrió la ventana, enfurecida.
— Pecosa.
— Vecino — dijo con un deje a pregunta. — ¿Es que eres un lunático?
— Pensé que estarías en la Telecogresca.
— Pues te equivocaste, cabeza de chorlito. Estaba durmiendo y soñando con cosas bonitas. ¡Y seguro que esto es una pesadilla!
— Anda, si me echabas de menos. No lo niegues pecosa.
En realidad, era yo quién la echaba de menos. Me colé en su habitación sin ninguna invitación, aunque me llevé algún moratón en el proceso de saltar su ventana. En fin, el alcohol.
— ¿Qué crees que haces? — protestó bajito la pelirroja para no despertar a nadie. — ¡Hueles a alcohol! ¿Vas borracho? Y encima vas manchado de pintalabios...
Mierda.
— Yo no huelo nada.
Hei-hei, el hurón de Lena, bufó y se escondió bajo el escritorio. Me detestaba. Sin que Lena me diera permiso comencé a rebuscar por su habitación, hasta que lo encontré. Allí dentro es donde nacían los sueños y las nuevas oportunidades. Cogí a Nube, su agenda, y la abrí por la página que rezaba el título Guía para dejar de ser idiota.
— ¿Noel?
No le contesté. Cogí un punta fina y escribí temblando, "Punto número cuatro: el secreto está en quererse a uno mismo para poder amar a los demás". Ella me observó en silencio. Cuando terminé de escribir dejé ir todo el cansancio que llevaba acumulado.
Me sorprendí al notar su mano encima de la mía. Un relámpago me recorrió hasta las entrañas. Los fuegos artificiales tenían el pelo alborotado, pecas y un apellido.
— Me alegra saber que lo has entendido, Noel.
— Te he echado de menos, pecosa — confesé por culpa del alcohol.
— ¡No me puedo creer que me hayas dicho eso! — soltó una risotada. — Estás peor de lo que pensaba.
— ¿Tu no lo has hecho? ¿No me has echado de menos? — pregunté inseguro.
— Yo... Eh... Nunca he dejado de hacerlo — declaró arriesgándose a que yo, el día siguiente, lo recordara todo.
Recorrí su labio con forma de corazón con el pulgar. Tenía los ojos brillantes, o igual eran los míos.
— ¿Tú y yo que somos?
— Pronombres — sonrió ella nerviosa y con la voz aguda. Se aclaró la voz. — Deberías ir a dormir, Noel.
— Tienes razón.
Me tiré encima de su cama sin esperar ninguna respuesta. Escuché sus gruñidos quejándose de que se refería dormir cada uno en su cama. Me estiró de la camisa varias veces para que me levantara. Intentó arrastrarme por los pies. No pudo moverme; yo tampoco le hice caso. La cabeza me pesaba. Finalmente, vencida por el sueño, se colocó a mi lado. Era una cama pequeña, así que me coloqué en silencio; la pensé a gritos. La rodeé con un brazo. La calidez de su cuerpo hizo sentirme en casa. Cuando estaba con ella llegaba el verano y se fugaba el frío.
Me estaba enamorado y eso me aterraba.
🌟 Nuevo capítulo. 🌟
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🥰 Le dedico este capítulo a magset11 . El próximo capítulo lo dedicaré a la primera persona que comente. (no repetiré dedicaciones para que todos podáis participar.)
🌟 PREGUNTAS COTILLAS 🌟
→ ¿Qué es lo que más os ha impactado del capítulo?
→ ¿Jolene viene a tope? Ya veréis en los próximos capítulos.
→ Mucha gente había adivinado lo de Cris y Oliver (y estoy contenta porque es lo que pretendía jijiji). ¿Qué pensáis del tema?
→ ¿Cuál es vuestro personaje favorito de toda la novela? ¿Por qué?
→ ¿Qué queréis que pase?
❤️🔥
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