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24. Huye de las personas que apagan tu sonrisa

El estómago aún me dolía, de la risa y de los nervios. Jamás, en mi vida, hubiera esperado vivir esa situación. Encerrada en un baño, con el chico popular toca pelotas que detestaba, escuchando como nuestros dos mejores amigos se intercambiaban fluidos líquidos de reacción alcalina complejo; saliva.

Fue un momento tan sumamente estrambótico que no lo podría haber previsto ni siendo vidente. Y eso que a veces me llamaban bruja, por todo ese tema de tener un coeficiente intelectual más elevado que la mayoría; o porque la sociedad tiene miedo de las mujeres que vuelan libres.

- Deberíamos salir de aquí - dijo Noel jadeante. Sus mejillas estaban arreboladas, su voz era grave, seguramente por el calor que hacía en ese pequeño cuchitril.

Asentí. Lo miré de reojo, jamás me había fijado en él hasta ese momento. Tenía un mentón cuadrado y no dejaba de morderse sus labios ya enrojecidos, con un arco de cupido bien pronunciado. Sus ojos avellana me atravesaron como miles de agujas, interrogándome. ¿Qué estaba pasando?

Podía ser la joven más inteligente y perspicaz de Barcelona, pero el caos que creó dentro de mí no tenía explicación. Fue un huracán arrasando todo.

Yo era una persona excesivamente organizada. Planificaba mi vida día a día en una agenda de 365 páginas. Escribía en una pizarra magnética mi habit track para tener un orden y cumplir mis metas: beber agua, hacer un mínimo de ejercicio (lo único que no solía cumplir) o llevar al día los deberes y los apuntes. No obstante, en ese preciso instante, él fue el único caos capaz de poner mi mundo en orden.

Caminamos hacia la puerta principal del Instituto, bajamos las escaleras callados y traspasamos la puerta colosal de color ceniza.

- Creo que iré a hablar con Cristian. Tiene algo muy jugoso que explicarme - compartimos risas recordando los minutos anteriores.

- No deberías - le propuse. - Es tu mejor amigo, Noel. Si no te lo ha contado es porque, seguramente, no está seguro de lo que quiere. Dale tiempo.

- ¿Y qué hago? ¿Mirarlo como si nada?

- Obviamente - sugerí. - Él no ha cambiado, todos tenemos secretos.

- ¿Y cuáles son los tuyos? - sonrió divertido. - ¿Qué te dé como cajón que no cierra?

- ¡Noel Martín, serás atrevido! - me ruboricé -. Con un satisfyer me conformo.

- Eso dices ahora. Seguro que sueñas con ello cada noche - me guiñó un ojo.

Un calor desconocido me subió entre las piernas, entrelazándose en mi estómago.

Yo era virgen. Y no es que me avergonzara de ello, al final la virginidad es una mera etiqueta que ha puesto la sociedad. ¿Por qué tenemos la obligación de sentir que perdemos algo cuando se tiene sexo por primera vez? No nos volvemos impuras o sucias. Siempre he preferido pensar que la frase perder la virginidad es el inicio de algo, porque jamás perderemos nada.

Y, a menos que seas aceite de oliva, tu calidad como persona no depende de tu supuesta virginidad.

- Es irónico. - Noel alzó las cejas, interrogándome. - El hecho que pases de un extremo a otro. Dices que no somos amigos, pero me tiras indirectas para que piense en ti en la cama.

- Sobre antes... Déjalo.

- Según la RAE el verbo dejar es soltar algo, retirarse o apartarse de algo o alguien. Así que, ¿a qué te refieres exactamente?

- Me refiero a que lo olvides, joder. Eres bastante insoportable, ¿sabes?

- Me lo suelen decir - sonreí.

- ¿Y no te afecta?

- ¿Por qué debería hacerlo? Yo me quiero - añadí convencida. - Y tu deberías empezar a hacerlo.

- ¿Quererte a ti? Ya te gustaría.

- ¡Es que no se puede tener una conversación contigo, mendrugo! Me refería quererte a ti mismo. Se le llama autoestima.

Suspiró, abatido. Ser humanos nos convierte en el blanco perfecto para que las emociones ataquen. Seguro que Noel estaba pensando que quién pudiera ser robot para no sentir. Pasaron los minutos, silenciosos. El viento soplaba entre las moreras, el rumor de las hojas nos llamaba a nuestro paso.

- ¿Vas hacia casa? - pregunté cuando estábamos a punto de llegar a su moto.

- ¿Estás intentando convencerme para que te lleve? - farfulló.

Subí y bajé los hombros, restándole importancia. Mis células grises (también llamadas neuronas) se volvían invisibles cuando estaba a su lado. Podrían haberme llamado loca; que me faltaba un tornillo. Tenían razón.

- Anda, súbete pecosa.

Me tendió su casco, como si entre nosotros no estuviera pasando nada. Como si, realmente, hubiese sigo su amiga toda la vida, a pesar que Noel lo negaba. Subí y me aferré a él, siempre intentando mantenerme en el eje central para que él pudiera conducir cómodo.

- Agárrate bien.

Aceleró de golpe y fui consciente de cada parte de su cuerpo. De sus abdominales compactos, a pesar de las capas de ropa que llevaba; de sus brazos musculados y bíceps marcados. Él se creía todo físico, pero no se daba cuenta que era mucho más que eso.

Daba pequeños acelerones para que mi cuerpo se pegara al suyo, quise recriminárselo. Perversas hormonas de adolescentes. No obstante, el viento impedía que pudiera escucharme.

Cuando llegamos me bajé de la moto de un salto y le entregué el casco.

- Caminas como un pato mareado - se mofó.

- ¡No me extraña! Con los acelerones que dabas. Lo extraño es que no te haya vomitado encima.

- Anda, no te quejes pecosa. Si te ha gustado estar pegada a mí.

- Lo que tu digas, vecino - refunfuñé, aunque notaba un deje de diversión en mi voz.

Me abrió la puerta principal para que pasara. Decidimos subir por las escaleras para no rememorar el día en que dos adolescentes que se odiaban se quedaron atrapados en un ascensor de tres metros cuadrado. Ascendimos tres pisos, pero a su lado me pareció que eran menos.

Me acompañó hasta el portal, agradecí el gesto, a pesar que al ser mi vecino tuviera que pasar sí o sí enfrente él.

- Sabes, la primera vez que te vi fue aquí mismo. Teníamos 10 años. Ibas vestida con un chándal de Bambi y llevabas unas trenzas ridículas. ¿Te acuerdas? - se rio incómodo.

Guardé silencio un momento. Los últimos rayos de sol le acariciaban el rostro, la sombra de sus pestañas se reflejaban en sus pómulos. Largas y espesas. Me puse nerviosa. ¿Cómo podía recordar ese día?

Marcos jamás conoció al hombre que lo engendró. El mismo hombre que yo había llamado papá tantas veces como dedos tiene una mano. Nos abandonó cuando mi hermano nació. Así que, a mis 10 años, decidimos trasladarnos. Dejamos atrás ese piso de paredes lechosas y recuerdos lúgubres en el centro de Barcelona. El sol jamás habría vuelto a salir en ese lugar, ni habría bañado de calidez cada rincón.

Llegamos un 11 de noviembre a la nueva casa. Ese día me convertí en la vecina de un niño repelente que me quería robar las galletas, que me miraba por encima del hombro. De un niño cuyos ojos no sabían guardar secretos.

Aunque, no solo cambió toda mi vida, sino que aquel día me prometí que yo sería la responsable de mi propia felicidad. La calidez del recuerdo buscó un recoveco en mi corazón. Ojalá fuera eterno todo aquello que nos hace bien.

- ¡Obvio que me recuerdo! - contesté inquieta. - Quisiste robarme una galleta con pepitas de chocolate.

- Y tú no me dejaste.

- ¡Eran las galletas más buenas de toda Barcelona! La comida no se comparte.

- Pero no hubiera hecho falta que me tiraras del pelo. Me dejaste casi calvo.

- Oye, que tú me tiraste primero de las trenzas - me quejé.

- Eso no es verdad. Yo siempre he sido un niño bueno.

- ¡Eso no te lo crees ni tú! - su risa me contagió. Saqué las llaves de mi mochila azul-grisácea.

Él me miraba con una sonrisa divertida que no le llegaba a los ojos. El dolor físico es caliente. Pero el que no se puede ver es el frío, se convierte en hielo y apaga tu fuego.

- Punto número cuatro de la Guía para dejar de ser idiota - el bufó, pero yo no le hice caso. - Sonríe. La vida te puede sorprender si lo haces. Y huye de las personas que apagan tu sonrisa.

Antes que se pudiera apartar estampé mis labios contra su mejilla. O ese era el propósito, porque él se movió y, sin querer, ese fue en la comisura de sus labios. Noté un sabor cálido, como cuando el sol acaricia tu cuerpo en un día de primavera. El corazón me dio un vuelco.

Pasaron tres segundos. Él se sobresaltó. Yo también. Abrí la puerta, entré y la cerré de golpe. Sin despedidas, sin explicaciones. Dejé ir un suspiro.

¿En qué momento me había convertido en otra persona? Me sentía desinhibida. Alguien a quién que no le preocupaba subirse en una moto con un desconocido o, en este caso, con el vecino que odiaba porque siempre me miraba por encima del hombro.

Maldita suerte la mía. Había decidido conocer a alguien roto, y aquello me aterraba. Las personas rotas, no destruyen. Huyen. Y en cualquier momento él lo haría.

🌟 Nuevo capítulo. 🌟

CHILLO CON EL FINAL. ¡Que ha habido un CASI-BESO! 😏😏😏 Es la mitad del capítulo, pero lo he dividido en dos porque quería que tuvieseis cuanto antes este. ¿Opiniones? Os leo!

Por cierto, estoy SÚPER CONTENTA porque han llegado muchísimas personas nuevas. Gracias por leerme, me hace muy feliz.

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🥰 Le dedico este capítulo a IsaDamarys234. El próximo capítulo lo dedicaré a la primera persona que comente. (no repetiré dedicaciones para poder llegar a todos, jo) 😱

PREGUNTA COTILLA

¿Qué le está pasando a Lena? 😏😏😏

¿Qué queréis que pase entre Cristian y Oliver? 😱

GRACIAS POR APOYARME EN TODAS LAS REDES SOCIALES, sois lo más. Y GRACIAS POR ESAS 33K VISITAS. 😍😍😍😍

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