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22. Si el amor está en el aire... ¡No respires! (2/2)

— Deja de llorar. Vas a provocar un tsunami.

Oliver absorbió los mocos por la nariz. Alek le dio un pañuelo para que se limpiara las lágrimas.

— ¡Como puedes tener tan poca empatía!

— Era una película— contesté, dándole golpecitos en la espalda como si así fuera a dejar de llorar.

— Le ha dicho te quiero, 3000... — gimoteó y siguió llorando. — ¡Ahora voy a tener la cara hinchada de tanto llorar! ¡No quiero parecerme a una Bratz!

Alek y yo nos miramos y esbozamos una sonrisa divertida. En ese preciso instante alguien envió varios mensajes a Oliver. Él abrió y cerró las bocas varias veces.

— ¿No vas a responder? — pregunté alzando una ceja. Me pareció extraña su reacción, se había quedado más blanco que el papel.

— Nada, nada. Mis padres que se van a cenar fuera — dijo, haciendo un ademán con la mano, restándole importancia. Mentiroso. — ¿Qué váis a hacer vosotros?

Miré mi reloj de pulsera, eran las ocho de la noche. Moví los hombros. Supuse que me iría a casa.

— ¿Y si vamos a los bolos? Como es día del espectador, la bolera se aprovecha y la partida está a mitad de precio — propuso Alek.

Oliver fue rápido. Y odioso.

— ¡Vaya, que pena! Yo me tengo que ir. En una hora empieza el nuevo programa de Ahógame y ya sabéis, la reina cotilla no puede vivir sin el salseo.

— Oliver... — le lancé una mirada asesina.

Oh, no. Él no me dejaría allí sola con Alek para ver un programa basura. Un reality donde se echaban pestes unos a otros. Él se acercó y me susurró un "de nada, calabacita". Juré que si me tenía que leer treinta libros más de Agatha Chrisite para darle la muerte más terrorífica, lo haría. Y a mucha honra.

— Qué os lo paséis bien, parejita — dijo la última palabra con la boca de piñón. — ¡No me echéis de menos!

Y se largó. Alek y yo nos miramos, avergonzados por la situación. En ese mismo instante recibí un WhatsApp de Oliver. ¡Ni tres minutos había tardado!

"El amor está en el aire. Ya me lo agradecerás" escribió junto a un montón de corazoncitos.

"Te equivocas. En el aire solo hay nitrógeno, oxígeno y dióxido de carbono. Y mi odio por ti" le repliqué molesta.

Traidor. Sangre sucia. Boñiga de bovino.

— ¿Y bien? ¿Vamos? — Alek me sacó de la pesadilla que estaba viviendo.

No me malinterpretéis. No es que no me gustara estar a solas con Alek. En fin, él era un chico atractivo y con el que congeniaba terriblemente bien. Solíamos hablar de todo, me entendía y le gustaba desvariar sobre la literatura. Sin embargo, estaba preocupada.

Y aquí mi pequeño secreto: no me fiaba de él.

No lo veía a venir. Era demasiado buena persona para ser verdad.

Noel era un libro abierto, recubierto de espinas. Aunque, con tacto y mimo podías llegar a leer sus letras, a entenderlas y a quererlas. Podría decir que él era como el mar. Azul y oscuro. Profundo. Misterioso. No obstante, si te fijabas bien, en el infinito crecía una luz bañada en plata que te indicaba el camino.

En cambio, Alek era todo un enigma; como una canción en inglés que te gusta, pero no la entiendes.

— ¿Lena? ¿Sigues teniendo el wifi de tu cabeza activado? — se burló, cogiéndome por los hombros y balanceándome.

Moví la cabeza varias veces. "No seas estúpida".

— ¡Sí, sí! Vamos.

Entramos en la bolera. Las luces neón resplandecían e iluminaban las pistas. No iba allí desde que tenía diez años, en uno de los cumpleaños de Marcos. Miré a mi alrededor, nostálgica. El local estaba lleno de adolescentes que aprovechaban las noches más económicas para ir con su grupo de amigos y hacer las últimas quedadas antes de internarse en las bibliotecas para estudiar; o para planear un suicidio colectivo. Quién sabe.

— ¡Lena! — un grupo de clase se acercó. Eran Paola, Angela y tres chicos con los que había hablado alguna vez. — ¿Vais a jugar a los bolos?

— ¡Paola! Sí. — sonreí, contenta por haberlas encontrado. — ¿Vosotras también?

Ellas y yo nos conocíamos desde que manchábamos los pañales, y aunque no teníamos un grupo de amigos en común les tenía un especial cariño a ambas. Además, Angela estaba en el club de letras del Instituto. Nos veíamos cada martes y jueves después de clases para prepararnos para las Olimpiadas de letras. Ella sabía más que nadie que si las ganaba cumpliría uno de mis sueños.

— ¡Sí! ¿Os queréis unir? — preguntó Ángela, la peliazul. Repasó a Alek con la mirada y esbozó una sonrisa pícara. — Aunque no tenéis nada que hacer contra nosotras.

— ¡La bestia la llaman! — rio uno de los chicos que iban con nosotras a clase.

Lo reconocí. Era Nadim, un joven marroquí que había llegado el año pasado de Casa Blanca. Le había dado clases de español durante un tiempo. Aprendió muy rápido. Sonreí al ver como había evolucionado, aunque su acento no se había perdido. Mejor que fuera así, conservando sus raíces y sin olvidar de dónde venía.

— ¿Me estás retando? — dije divertida. — Vamos Alek, les daremos su merecido.

Lo arrastré a buscar los zapatos, los cuáles me repugnaban. ¿Por qué tenía que meter los pies en una prenda sudada por otras personas?

Alek, se acercó por detrás y acercó su boca en el lóbulo de mi oreja. Era consciente que lo hizo por el ruido de la bolera, pero no pude evitar sonrojarme cuando noté su aliento acariciando mi cuello y su voz ronca.

— Me gusta que luches por lo que quieres.

Tragué saliva.

— Cuando hay ganas, todo se puede — le respondí.

Me giré de golpe, encontrándome en sus ojos. Tan cerca de los míos... Oh, dios mío. Diosa de la dignidad, no me abandones ahora. La mirada que me lanzó me hizo temblar por dentro.

— Las ganas que tengo yo de poder...

No terminó la frase porque Angela y Paola vinieron corriendo a buscarnos para llevarnos a la pista. ¡¿Las ganas de qué?! Gritó mi yo interior. Silencié la voz. Estaba casi convencida que iba a decir la palabra ganarte. Y yo no le daría esa satisfacción.

Él y yo éramos el caos cósmico que todo astronauta temía.

Aunque, tal vez, el estallido que se formó a mi alrededor cuando mis ojos impactaron con los de Noel se escuchó más. Fue peligroso. Él y Cristian nos miraban desde la lejanía, mientras se bebían un refresco y cuchicheaban. Me mordí el labio. No entendía esos nervios tan extraños que se formaban, acompañados de un nudo en el pecho.

— Parece que no le ha hecho nada de gracia a tu amigo — susurró Paola, mirando a Alek. Él había fruncido el ceño cuando vio a quién estaba observando.

Hice un ademán con la mano, intentando olvidar por un momento que Noel estaba a allí. Fue difícil, aunque en ese momento no lo admitiría. No quería dramas infantiles. Alek y él podían no caerse bien. Odiarse. Pelearse. O lo que sea que hagan los chicos en la edad del pavo. Pero eso no significaba que yo tuviera que escoger entre ambos. Estiré a Alek por el brazo y nos situamos en la pista.

Estuvimos jugando una hora, llenando el espacio de risas y recuerdos bonitos. Me sorprendió que Alek no dejara un cráter en la madera. Cada vez que tiraba la bola parecía un meteorito estrellándose contra la Tierra. Podría ser muy bueno para algunas cosas, pero los dedos tan mágicos que tenía para el básquet no funcionaban en los bolos. ¡Y eso que había sido él quien lo había propuesto!

— ¡Toma ya! — gritó Angela cuando hizo la última tirada, haciendo un pleno. — ¡Soy una bestia!

Todos la abucheamos cuando el marcador indicó que había ganado. Nos reímos cuando se hizo la interesante, saludando como si fuera la mismísima reina. Me sorprendió que Angela no se separara de Alek. Le lanzaba miradas llenas de chispas. Él se reía y, sin embargo, no me dejó de mirar.

Cuando nos fuimos, me sorprendió para mal darme cuenta que lo estaba buscando con la mirada. Noel se había ido. El nudo de mi pecho se intensificó. ¿Era miedo? No podía ser. El miedo es cuando sale el agua fría y tú te quedas en una esquina de la ducha indefensa.

Quise olvidar ese sentimiento. Pista: no lo hice.

Nos despedimos de las chicas y sus amigos en las puertas del centro comercial. Prometimos que nos volveríamos a encontrar pronto, nos lo habíamos pasado bien. Le mandé un WhatsApp a doña Cécile, preguntándole si podía venir a buscarme. Alek vivía cerca del centro comercial y no quería obligarlo a que me llevara.

— Pero me espero aquí contigo hasta que venga — se limitó a decir.

Asentí, a decir verdad, no me importaba estar más rato con él. Una parte de mi gritaba que no me fiara... Pero estaba cómoda a su lado. Parecía que nos conociéramos de toda la vida.

— ¿Ya has hecho lo que hablamos?

¿De lo que hablamos? Pensé mal. ¿Qué tenía que haber hecho?

Me sonrojé cuando recordé que me había tocado pensando en él hacía unos meses. No me avergonzaba decir que me masturbaba, pues es algo natural. Al final, masturbarse es hacer el amor con la persona que más quieres. Sin embargo, no me esperaba que él me preguntara aquello.

Escuré mi voz y tragué la saliva que se me había acumulado.

— Según un estudio científico la velocidad óptima para hablar es de 170 palabras por minuto. El día tiene 24 horas. Resta las que estamos dormidos o trabajando y haz los cálculos. Entenderás que escuchamos muchas palabras al día, así que me gustaría que me disculparas por no acordarme de lo que hablamos.

Alek se rio. Su risa provocaba que yo también lo hiciera. Era adictiva. Se quedó grabada en mi cerebro.

— Me refiero a la lista de lo que te gusta y odias, para decidir qué hacer con tu futuro.

Abrí la boca, sorprendida. ¡Ya no me acordaba! Negué con la cabeza.

— Te sorprenderá porque sé que soy una persona muy inteligente, trabajadora y, como me suelen llamar, la empollona toca pelotas de la clase. Pero no sé ni por dónde empezar.

— Se suele empezar por el principio...

Le hice una peineta.

— Es broma, Lena — sonrió. Ladeó la cabeza. — Primero deberías pensar lo que te gustaría hacer todos los días de tu vida. Algo que te apasione, y analizar cuáles son tus fortalezas y debilidades.

— ¿Por ejemplo? A mí me encanta regar mi cactus. ¡Qué se llama Petit-Suisse porque no crece! Aunque no me veo siendo jardinera.

— Yo adoro los perritos.

— No me importaría ser acariciadora de perros, jornada completa — me reí. — Creo que mi hurón se pondría celoso.

— ¡Eso es el sueño de cualquiera! Lo que me refiero, es que yo adoro los perros. Me parecen los seres más leales de la faz de la tierra. Pero me sería imposible estar en una clínica veterinaria.

Empecé a comprender.

— Me gusta la justicia... — dije sin pensar. — Pero no sería capaz de estar encerrada en un juzgado y sentada todo el día. Me gustan la educación y aprender, pero no sé si sería capaz de dar clases a niños repelentes come mocos y caga-cunas.

— Ahora debes hacer lo mismo con todo lo que te gusta un día que te sientas bien contigo misma, o con una persona de confianza. Cuando sepas para dónde quieres tirar, te informas de las oportunidades laborales que existen y preguntas sobre universidades o becas.

Un coche se paró delante de nosotros, pitó varias veces. Doña Cécile. Me levanté como un resorte.

— Gracias por todo, Alek — le dije.

Yo no iba a darle dos besos, solo a darle la mano y despedirme. Él fue más rápido, me cogió por la cintura y me abrazó. Pareció un desliz, pero fue más que eso. Levanté la cara, su rostro estaba cerca del mío y sus ojos parecieron que me analizaban. Tan cerca... Él me acarició la mejilla, sus ojos parecían hacer la competencia a las estrellas del cielo.

Volvieron a pitar.

Mierda, mierda, mierda. No te fíes de él.

Me aparté y subí al coche rápidamente. Mi madre me miraba divertida.

— Ni una palabra — dije antes de que ella contestara alguna burrada.

— ¿Ya te has decidido con que chico te quedas? El vecino de los geranios; el primo de Oliver.

— ¡Mamá!

— Es broma. Soy una tumba — se selló los labios, como si tuviera una cremallera. No obstante, notaba las ganas que tenía de hablar y preguntármelo todo. — ¿Ha ido bien?

— Sí — asentí y me acomodé en el asiento. Me hubiera fusionado con él, estaba avergonzada. — ¿Y a ti? ¿Qué tal el trabajo?

— Bien, bien. Aunque han cambiado el médico de turno y es bastante tocapelotas.

— ¿El típico que se cree mejor por ser médico y no enfermero? — pregunté. Ella asintió.

— Encima tu hermano no me habla — agregó frustrada. Abrí mucho los ojos.

— ¿Marcos? ¿Por?

— Debe ser la adolescencia...

No añadí nada más. Era extraño que Marcos estuviera enfadado con nuestra madre. ¿Qué podría haber pasado? Chasqueé la lengua, ya lo averiguaría.

Llegamos a casa y cené rápido, necesitaba ponerme en la cama y descansar los ojos. Tantas emociones en un día me habían vuelto demente, había sido una montaña rusa. Puse la alarma para levantarme el día siguiente, mi pijama de pingüinos y me estiré en la cama. Cuando Morfeo estaba a punto de arrastrarme a su mundo, mi móvil vibró. Lo desbloqueé. El nudo en mi pecho volvió a aparecer.

Un número desconocido.

Un sólo mensaje.

Una pregunta.

¿Y ahora qué?

🌟 Aquí os dejo la segunda parte del capítulo. 🌟

 Me encantaría saber que os está pareciendo la historia, a veces sale el impostor y me da un telele. 

🥰 Le dedico este capítulo a humancombustion. El próximo capítulo lo dedicaré a la primera persona que comente. (no repetiré dedicaciones para poder llegar a todos, jo) 😱

PREGUNTA COTILLA

¿Qué queréis que pase? Ahora es vuestro momento 😏😏😏

¿Os gusta jugar a los bolos? Yo soy malísima. 😱

GRACIAS POR APOYARME EN TODAS LAS REDES SOCIALES, sois lo más. NOS VEMOS EL DOMINGO. 😍😍😍😍

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