21. Que el miedo no te impida seguir soñando
"¡Qué llueva! ¡Qué llueva! La virgen de la cueva..."
Maldecí a los mocosos del segundo primera. Estaban todo el día cantando canciones tan aborrecibles que yo estaba planteándome seriamente si era más rápido suicidarme tirándome por la ventana o colgándome con la cortina de la ducha. ¡Normal que fuera a llover! Qué casualidad que la tormenta hubiera llegado justo en el momento que esos críos habían abierto el pico.
Me pasé toda la mañana del sábado en el habitáculo lleno de polvo que se había convertido mi habitación. Era claustrofóbico. Una capa fina de vaho seguía empañando la diminuta ventana enrejada y las gotas de lluvia repiqueteaban en ella, creando harmonías fáciles de olvidar. Mi madre había salido a comprar aprovechando la calma de la tormenta y mi padre, por desgracia mía, estaba tirado en el sofá. Me quise morir cuando llamaron al timbre a las doce del mediodía. "Qué sean los jodidos Testigos de Jehová, por favor. Los jodidos Testigos de Jehová". No quería hablar con nadie. Miré por la mirilla de la puerta.
Llamémoslo karma, llamémoslo mala suerte. Lena Rose, vestida con un chubasquero amarillo que combinaba con su melena pelirroja y una mochila azul grisáceo, me miraba sonriente.
— ¡Buenos días, vecino! — gritó. Enarqué una ceja.
— ¿Des de cuándo me saludas así? — ella me imitó y también intentó enarcar una ceja, a pesar que no le salió bien y tuvo un claro parecido al asno de Shreck.
— No lo sé, Noel. Según la RAE la palabra vecino significa que habita con otros en un mismo pueblo, barrio o casa, en vivienda independiente. Y dado que vives al lado de mi apartamento y que incluso oigo cuando vas de vientre, porque ya sabes, las paredes son de papel, pues juraría que somos vecinos.
Me sonrojé.
— ¡Es broma, es broma! — hizo un ademán con las manos quitándole importancia. — Lo de que te oigo cuando evacuas tu vientre. Aunque alguna flatulencia sí que la he escuchado. Ahora, lo de que eres mi vecino es real.
¡Maldita cría!
— ¿Qué quieres pecosa? — renegué.
Qué apodo más original. Me crucé de brazos. No dejaba de mirar de reojo a través de la puerta, suplicando que él no apareciera.
— Una vez a la semana, ya te lo dije.
— ¡Pero eso se avisa! Han pasado semanas desde que me lo dijiste, ya es casi agua pasada. Además, es sábado.
Estábamos a mitad de marzo y creí que Lena Rose ya se habría olvidado de nuestro pequeño acuerdo. Una vez a la semana... ¿quién cojones me mandaría a mí aceptar? Siempre estaba a tiempo a decirle que no.
— Es 14 de marzo.
— ¿Y? San Valentín fue hace un mes, hoy no es día de citas.
— ¿Te vienes o no? No tengo todo el tiempo del mundo.
Suspiré. Lena Rose era mi peor pesadilla. Sin embargo, era mejor que quedarme prisionero en casa.
Oí que alguien carraspeaba. Me puse tenso de inmediato, la vena del cuello se me hinchó y dejé de respirar. Unos pasos se acercaron, parecía que en cualquier momento el edificio se derrumbaría. Uno, dos, tres pasos... Su aliento pegado en mi nuca.
— ¿Y tú eres? — el olor a tabaco y alcohol que desprendía se mezcló en el aire. Quise vomitar. Desgraciado.
— Lena Rose, encantada de conocerle señor Martín — dijo Lena. No se le dibujó ni un abismo de sonrisa. — Soy estudiante del Instituto Rodoreda. Noel y yo debemos hacer un trabajo de química para la nota final y habíamos quedado hoy. Puede venir a la biblioteca, ¿verdad?
¿Por qué Lena Rose estaba mintiendo? Se había hecho mayor de un momento a otro, se mantenía autoritaria y con la cabeza bien levantada. Sin temor.
— ¿Eso es verdad, hijo? — me miró y puso una mano en mi hombro. Me sentí pequeño.
Escoria infeliz. Tenía los puños tan apretados que los nudillos se habían vuelto blancos. Tragué saliva.
— Sí.
— Pues hubieras avisado — exclamó dándome un manotazo en el hombro. Me encogí. — Anda, ves. A ver si así sacas buenas notas y me das alguna alegría.
Fue una suerte que no me cerrara la puerta en la cara. Cuando miré a Lena, ella tenía el ceño fruncido. Sus ojos brillaban, eran puro fuego. Los que hemos estado en el infierno reconocemos las llamas en las miradas. Me mordí la lengua.
— Voy a buscar la mochila.
☁️ ☁️ ☁️
Jamás en la vida había tardado tan poco. Me había vestido con una sudadera simple roja y unos tejanos rotos de las rodillas. La primera vez que Cristian los había visto me contestó que si era un nueva moda para enseñar los huevos. Le contesté que así sería más fácil que me los comiera por debajo del culo. Mamón.
— ¡Es mejor ir en moto! — me quejé.
Lena Rose seguía caminando hacia la parada de metro.
— Ha estado lloviendo y está todo mojado. La adherencia del suelo está reducida a la mitad y teniendo en cuenta que la moto solo tiene dos ruedas como punto de apoyo, la probabilidad de tener un accidente es más alta. ¡Es la segunda vez que te lo explico! Córcholis.
— ¿Y dónde vamos?
— Dijiste que no harías preguntas.
— Yo no dije nada, eso lo dijiste tu.
No habló más hasta que llegamos al andén del metro. Media hora dónde ninguno de los dos habló. Fue un silencio cómodo, donde compartimos un momento de paz. Esos minutos de tranquilidad me ayudaron a serenarme.
Era hora en punta y, aunque fuera fin de semana y estuviera el cielo grisáceo, el metro era una lata de sardinas. Casi a trompicones nos metimos en el último vagón, dónde encontramos un asiento disponible.
— Siéntate tú — dije.
— No gracias, prefiero estar de pie.
— Pues vale.
Me senté y comencé a morderme las uñas inquieto. Ya casi ni me quedaban. Lo dejé de hacer cuando Lena me lanzó una mirada y castañeó los dientes, indicándome que me pasaría si seguía haciéndolo. Su célebre frase sobre los problemas que causaba morderse las uñas se me había quedado grabada a fuego en el cerebro.
Llevábamos dos paradas cuándo el metro frenó de golpe en una de las paradas. Fue brusco. Lena se trastabilló y la cogí de la cintura antes de que se cayera, quedando sentada encima de mis piernas. Pestañé. Su rostro estaba demasiado cerca de mis labios. Tenía el pelo revuelto y las pecas desorganizadas. Era tan humana... Y, aun así, parecía de otro planeta. Salvaje e indomable.
— Noel.
Si en ese momento me hubieran preguntado que sentí no hubiera sabido que contestar. Vi la luna dónde no existía. Como un gilipollas me imaginé cosas que jamás pasarían.
— Noel — volvió a decir.
— ¿Qué? — susurré. Sus mejillas estaban rosáceas.
Joder, demasiado cerca. Me mordí el labio, nervioso.
— Gracias por ayudarme, pero ya puedes soltarme.
¡Joder! Mis brazos habían estado sujetando su cintura. La solté de inmediato. Mierda, mierda, mierda. Los minutos hasta nuestra parada pasaron lentos y llenos de inseguridades. Fue demasiado incómodo e intenso. Hay que saber elegir con quien complicarse la vida.
Casi lloré de alegría al llegar a nuestra parada. Respiré profundamente cuando salimos de la boca del metro. La brisa marina me despeinó. El frío caló hasta los huesos y el vaho cubría el aire. Lena miró su reloj de pulsera y sonrió.
— Llegamos puntuales, ¡como a mí me gusta!
— ¿Vamos a la playa?
Ella asintió. Agradecí cuando pareció que volvíamos a la normalidad.
— ¿En invierno? Estás loca.
— No estoy loca, no nos vamos a bañar.
— ¿Y qué quieres hacer? — sonreí burlón.
— Por aquí cerca hay una zona nudista. ¿No lo sabías?
Me ahogué. ¿Qué estaba diciendo?
— Además, con el sol que hace seguro que nos pondremos morenos — ironizó.
— Estás mal de la cabeza — me hice el ofendido, pero sonreí para mis adentros ante el sarcasmo de Lena.
Caminamos varios minutos, adentrándonos en la arena húmeda de la playa. Lena tuvo que esperar a que me quitara los zapatos. Para unas deportivas que tenía nuevas no las iba a destrozar llenándolas de barro y agua con sal. Lena se negó a quitarse las botas de agua que llevaba. Dijo que la arena la incomodaba y que le tenía aversión (vamos, que le daba asco, pero en lenguaje Leniense).
Guardé los zapatos en la mochila. Me sentí vivo cuando mis pies acariciaron la arena húmeda. El frío recorrió todo mi cuerpo, regalándole un instante de paz. Sentí lo mismo que cuando era pequeño y pisaba la arena en verano. Me quemaba los pies, pero me daba igual porque sabía que correría hacia el mar. Ojalá fuera siempre así. Saber que al final del camino encontrarás algo o a alguien que te acunará.
Visualicé un grupito de personas y no tardé en darme cuenta. ¿Nos dirigíamos a ellos? ¿Por qué cojones íbamos hacía allí?
— Lena, ¿dónde coño me has llevado?
— A la playa — contestó. — Es obvio, ¿no?
— No me jodas...
Mierda, mierda, mierda. Me di cuenta que había un par de chicas en el grupo que conocía de clase. Tragué saliva. Si es que había sido una mala idea aceptar la propuesta de Lena. Con que facilidad se va todo a la mierda. Observé a ambas chicas y recordé que eran gemelas. Alguna vez habían ido con Lena en el mismo grupo de trabajo en clase y las dos parecían igual de inaguantables. Unas sabelotodo. No me acordaba de ni como se llamaban.
— ¡Lena! Menos mal que has llegado. Rubén me acaba de llamar diciendo que ya está llegando. Tiene el material en la furgoneta — contestó la chica morena. Fruncí el ceño, su voz taladraba cerebros.
— ¡Genial, Paola! — así que Paola era la morena. La otra era peliazul y bajita, pero tenían un claro parecido — Angela, Paola. Os presento a Noel — dijo sonriente.
Paola, la morena, se encogió ante mi presencia. Angela, la peliazul, se irguió y frunció el ceño. Me miró de arriba abajo, sin miedo. No quería ser antipático, pero mi amabilidad era selectiva.
— ¿Qué miras? — bramé.
Lena se pegó una palmada en la frente, como si no supiera que hacer conmigo. En parte, tenía razón. Pero en ese mismo momento la odiaba. ¿Cómo había sido capaz de llevarme allí? Ahora habría gente que conocería la penosa relación que tenía con Lena Rose y mi baja reputación no necesitaba aquello.
— Déjalo Angela, está aprendiendo.
— ¿A ser un imbécil? — bufó.
— Dale una oportunidad — contratacó Lena. — Él puede hacerlo, lo sé.
Y me cogió de la mano mientras nos uníamos en el corro de personas que se había formado. Me saltó el corazón, no estaba entendiendo nada. Había otros grupos en varias áreas de la playa. El nuestro estaba formado por una treintena de personas.
Angela y Paola se unieron a nosotros con desgana. Un chico alto y rubio se situó en el medio, enseguida supe que era Rubén. Él y varias personas más llevaban maletas llenas de guantes de tela, bolsas de un material biodegradable que no reconocí y diversos utensilios más.
— ¡Buenos días, querides! — habló Rubén. Levanté una ceja sorprendido. ¿Por qué hablaba de aquella manera? — Primero de todo, gracias por venir. Ya sabéis que hoy es 14 de marzo y que, por lo tanto, 120 países se unen con un objetivo común: limpiar las costas y las playas contaminadas. ¡Y nosotres no somos menos!
Hubo un aplauso colectivo y varios silbidos de admiración. ¿Había dicho limpiar playas?
— Seguramente terminemos empapades y caminando bajo la lluvia. Y pido disculpas adelantadas por los posibles resfriados, y la cantidad de dinero que os tengáis que dejar en infusiones y sopas — risas. — La tormenta ha dejado un rastro de plásticos y basura descomunal. Si es que me sorprende que no nos hayamos extinguido. Las playas deberían prohibir a las personas y no a los animales.
— Toda la razón — me susurró Lena al oído.
— Así que, por favor, tomaros esto en serio — siguió diciendo Rubén —. Tenéis una pequeña parte del mundo en vuestras manos. A nuestro grupo le toca limpiar la playa de la Nova Mar Bella, ¿estáis preparades?
— Sí — gritaron al unísono. Me morí de la vergüenza.
Emprendimos la marcha. Lena iba hablando libremente con Angela, quién me ignoraba con todo su corazón. En cambio, Paola me observaba incomoda. Odié que me mirara así. Como si fuera un monstruo.
— Paola, ¿verdad? — dije en un arrebato de confianza. Ella se sobresaltó y asintió.
— No sabía que me conocieras... — susurró tímida. Me pasé una mano por el pelo.
Maldecí a Lena por hacerme pasar por aquello.
— Vamos a la misma clase — contesté. Subí y bajé los hombros, como si fuera una obviedad.
— Ya.
El silencio nos volvió a invadir. Era incómodo intentar tener una conversación con alguien que parecía sacada de Saturno. Parecía que nunca hubiera visto una persona de carne y hueso.
— ¿Nervioso? — soltó de repente.
— Nada, un poco.
— ¿Es tu primera vez?
— ¡No! Ya había estado nervioso antes.
Si me hubiera comido una sopa de letras hubiera cagado frases mejores que esa. Paola se rio modestamente.
— Sabes. No pareces tan inalcanzable como dicen en clase.
Abrí muchos los ojos.
— ¿Inalcanzable? ¿Yo? ¿Por qué?
— Eso dicen. Siempre vas con esos aires de superioridad y de chico rompecorazones... Eres un cliché — añadió tímida —. Das miedo, ¿sabes? Angela, mi hermana, dice que pareces una sardina con aires de caviar.
— Qué maja tu hermana — contesté. Pero me dolió.
Así terminó la conversación y mi cuerpo se desbordó. Me sentía fuera de lugar en ese sitio. Cómo si me estuvieran obligando a bajar las defensas. Me mordí el labio con fuerza, notaba un nudo en el pecho. Me clavé las uñas en las palmas. ¿Qué hacía allí? ¿En qué momento había terminado con esa gente? ¿Por qué tanto esfuerzo estaba resultando en nada?
Tres ridículas normas: no hablar con los pringados; no tener nunca sentimientos; mantener mis secretos. Solo eran tres normas que se estaban desmoronando, como la arena de la playa que revoloteaba por el aire frío.
— ¿Estás bien? — me sobresalté.
Lena me había cogido de la mano con suavidad y me miraba con el ceño fruncido. Estábamos apartados del grupo. Noté cómo me faltaba el aire. Perlas de sudor frío me caían por la frente. Ella me puso una mano en el pecho.
— Mírame, Noel. Mírame. — murmuró. Me obligó a mirarla, pero yo no veía nada. — Está todo bien.
¿Todo bien? Ni en sus sueños. Respiré hondo y, de un momento a otro, forcé otra capa de hielo dentro de mí. No quería romperme más, aunque el hielo cuando se derrite deja paso a un montón de grietas.
— ¿Mejor?
— Sí — dije firme, y comenzamos a andar hacia la playa. — Solo ha sido una tontería.
Ella me miró poco convencida, pero no dijo nada más. Llegamos a la playa que nos correspondía e hicimos subgrupos. Lena, Paola, Angela, dos chicos más y yo formamos un equipo. Nos tocaba limpiar la zona de las rocas.
Lena me explicó como se hacía. Nos pusimos manos a la obra y, entre risas por parte de ella y burlas por la mía, recolectamos quilos de basura. Al finalizar la jornada, empapados hasta las rodillas y convertidos en cubitos de hielo, me sentí un poco mejor conmigo mismo. Fue como abrir un poco más los ojos ante una sociedad que no cuidaba el planeta. Habíamos convertido el mar en un basurero. Nos merecíamos la extinción.
El cielo vibró, anunciando una tormenta eléctrica. Lena pegó un pequeño respingo.
— ¡Nos vemos en clase, chicas! — dijo Lena risueña mientras les daba la mano a Angela y Paola. Me hizo gracia que se negara a darles dos besos.
Hice un ademán con la mano, despidiéndome de ellas. Aún se me hacía extraño estar allí, pero una pequeña parte de mí estaba en paz.
— ¡Noel! — gritó Angela, la peliazul. Me asombré que se dirigiera a mí a grandes zancadas. Bajó la voz cuando estuvo a mi lado. — Eres bastante sinvergüenza, que lo sepas. Pero pienso que los aires de superioridad que llevas son porque en realidad eres una persona insegura. Lena tiene buen ojo, y sé que si ella confía en ti es por alguna razón. No la cagues.
Me guiñó un ojo y se fue. Aún a día de hoy pienso que marcó un antes y un después en mi vida. No sabría decir el por qué, pero mi corazón se derritió un poco.
Caminamos deprisa, queriendo llegar al metro antes que empezara a diluviar. Pista: no llegamos a tiempo. Los truenos se volvieron más intensos y en un pestañeo estábamos llover a cántaros. Lena escondió su mochila bajo su chubasquero, lo cual no sirvió de mucho. Estaba empapada de la cabeza a los pies. Iba dando pequeños gritos cada vez que un trueno sacudía Barcelona. Me reí, parecía un pato mareado.
— ¡Corre! — chilló cuando un relámpago partió el cielo en dos.
Empezó a correr sin esperarme para llegar a la boca del metro. Lamentablemente, nos habíamos alejado bastante. Estábamos perdidos en medio de una calle.
— ¡Espérame! — grité muerto de la risa al ver que parecía un cervatillo pelirrojo. — Comencé a correr detrás de ella y la cogí en volandas, situándola encima de mi hombro.
— ¡Suéltame, besugo!
Frené bruscamente y ella chilló de la impresión. Se agarró a mi cuello. Nuestros rostros se rozaron.
— ¿Qué dices? ¿Qué quieres bailar bajo la lluvia? — le dije divertido. El corazón me iba a mil.
— Dicen que el secreto de los días de lluvia es saber musicalizarlos — contestó con una sonrisa en la cara.
Llevaba el pelo pegado en el rostro y sus ojos chispeaban. Sonrió, enseñando sus diminutos dientes que parecían de ratón.
— ¿Me estás diciendo que cante? — sonreí, colocándole un mechón que se le pegaba en la frente detrás de la oreja.
Qué demonios.
— Pruébalo. Total, no creo que pueda llover más.
Mierda. La dejé en el suelo y me aparté, nervioso. Justo entonces la lluvia comenzó a apretar más.
— Vamos. Hay una cafetería al final de la calle — me dijo.
Nos refugiamos en la cafetería. Nos disculpamos por los charcos que dejamos en el suelo, que no tenían nada que envidiar al océano, y nos sentamos hombro con hombro. Estábamos congelados. Pedimos un chocolate caliente. Lena se estremeció cuando la tormenta cayó encima de la cafetería.
— ¿Tienes miedo, pecosa?
— ¿Y tú, cabeza hueca? — contratacó. Se estremeció cuando sonó otro trueno e inconscientemente se acercó más a mí. — Además, punto número dos de la lista: "es inteligente tener miedo y aceptarlo. Lo importante es que no te impida seguir soñando".
— ¿Qué lista?
Sacó una agenda de su mochila, que por suerte no se había empapado tanto. La había visto antes, la recordaba en su habitación. Rezaba el nombre de Nube. Alcé las cejas sorprendido cuando vi que tenía una página que en su cabecera reinaba el título: guía para Noel.
Había un punto anotado: no agobiarás, ni insultarás a las personas por sentirte superior. Ellas son tus iguales.
— ¿Guía para Noel?
Ella se ruborizó, pero asintió conforme.
— Es poco original, ¿no te parece? — fruncí el ceño.
— ¿Qué prefieres? ¿Guía para dejar de ser idiota? — se rio de su propia ocurrencia. No obstante, asintió y tachó las letras. Debajo escribió el nuevo título.
Con una letra cursiva casi perfecta, apuntó el número dos: "es inteligente tener miedo y aceptarlo. Lo importante es que no te impida seguir soñando".
— Yo tengo miedo a las tormentas, ¿y tú?
¿Yo? De que tenía miedo... En el fondo lo sabía. Me acarició la mano, animándome a decirlo. Por primera vez dejé que mi corazón se abriera con ella. Jamás olvidaría ese día.
— Tengo miedo a quedarme solo.
Lo peor es que ya lo estaba.
😍 Capítulo nuevo 😍
🌟 ¿Qué os ha parecido? Me encanta leer vuestros comentarios.
No os podréis quejar, 3500 palabras de capítulo. OMG. Además, ayer en mi Twitter e Instagram me preguntabais si el fragmento que publiqué era de Alek o Noel. SORPRESAAAAAAAA, Noel no es tan negativo. JAJAJAJA 🤭 ¿Os lo esperabais? ¿Qué os ha parecido?
🥰 Le dedico este capítulo a canelamyworld_ . El próximo capítulo lo dedicaré a la primera persona que comente. (no repetiré dedicaciones para poder llegar a todos, jo) 😱
PREGUNTA COTILLA
→ ¿Momento favorito del capítulo? 🥰
→ ¿Cliché favorito? He adaptado el cliché "una sola cama" a "un solo asiento en el metro". De nada. 😏😏😏
→ ¿Bebida favorita? ☕☕☕☕☕
GRACIAS POR APOYARME EN TODAS LAS REDES SOCIALES, sois lo más. 😍😍😍😍
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