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14. Queda mucho por sentir

La cabeza me iba a estallar en cualquier momento. Los golpes en la ventana eran cada vez más persistentes; yo más susceptible. En un momento en concreto me levanté, arrastrando conmigo la manta de patitos. Si yo tenía que ir a cerrar la maldita persiana, ella venía conmigo; una relación de mutuo acuerdo. Entrecerré los ojos cuándo aparté las cortinas, habría jurado que los golpes que repiqueteaban eran a causa del granizo. No obstante, el cielo estaba despejado y los rayos de sol alumbraron toda la habitación, creando sombras imposibles y acentuando los colores exóticos.

Tap-tap-tap.

Miré el reloj de Mickey Mouse que descansaba en mi mesilla de noche. Las tres de la tarde. Me maldije internamente y juré que, nunca más, bebería tanto. Ya lo decía Mr. Wonderful: noches de desenfreno, mañanas de ibuprofeno. La cabeza me daba vueltas. Lo extraño es que no me doliera cada día al tratar de comprender todo lo que me rodeaba. Aun así, en ese momento necesitaba instalar un botón de reset en mi cerebro. Abrí el botiquín que tenía reservado en casos de urgencia bajo mi cama, y, para variar, me ahogué cuándo intenté tomarme la pastilla.

Tap-tap-tap.

¡Malditos golpes! Me dirigí otra vez a la ventana, furiosa por ese ruido tan molesto. La abrí y entorné la mirada.

— ¿Quién se atreve a molestarme un fin de semana? — protesté. — ¡Córcholis! — exclamé cuándo un objeto, pequeño y redondo, chocó contra mi frente.

Me di cuenta que había varias bolitas en el alfeizar de la ventana, de un color cetrino que me recordó a los veranos entre pinos y tiendas de acampada. ¿Aceitunas? ¿Quién estaba tirando aceitunas tal Romeo moderno? Y allí estaba él. Su piel dorada. Un lienzo tan bonito que hubiera enmarcado y situado a los pies de mi cama. Me temblaron las piernas.

— ¡Oh, Lena Rose! Dulce cómo el sol, bella cómo la luna.

Hice una mueca. ¿Qué le pasaba en el rostro? Comencé a piquetear con el pie en el suelo. Ahogué un grito cuándo el cuerpo de Alek comenzó a deformarse.

— El mar es inmenso y el desierto infinito, pero estar contigo siempre es lo más bonito.

Esa voz...

— ¿Noel? — casi grité.

Unos pinchazos agudos comenzaron a nublarme la vista, mi nombre comenzó a retumbar en mi cabeza. Cada vez sonaba más fuerte. El olor a humedad y sudor me embriagaron. ¿Qué estaba pasando?

— ¡Despiértate Lena! Está la abuela Pilar esperándote.

Marcos me estaba dando golpes con una almohada en la cabeza. Mocoso malcriado.

— Me deberían dar un trofeo por tener que aguantar a este bicho — farfullé mientras bostezaba.

Todo había sido un sueño perverso. Giré por encima de la cama, quedándome boca abajo. Cogí el cojín que me había lanzado mi hermano y me lo puse encima de la cabeza. Marcos me lo quitó y volvió a darme con él. Me planteé seriamente soltar a Hei-hei, mi pequeño hurón, y que lo mordiera, aunque era preferible no tener que escuchar los sermones de mi madre sobre la transmisión de la gripe y otras enfermedades. ¡Todo el mundo sabe que los hurones pueden tener la gripe, no hacía falta recordármelo!

— ¿Qué hora es? — susurré.

— Las nueve de la mañana. Levántate y límpiate las babas. No sé qué deberías estar soñando... — se burló Marcos antes de irse de mi habitación.

¡Sólo había dormido tres horas! ¿Por qué me tenían que despertar tan temprano? ¿Por qué ya había salido el sol? ¡Cómo si yo fuera a hacer la fotosíntesis! Me levanté con un dolor de cabeza inaguantable. Me tomé un comprimido y me dirigí deprisa al baño, ocultándome detrás de la puerta para que mi abuela no me viera desde el salón, pues el apartamento no era demasiado grande. En treinta y cinco pasos llegabas de un extremo al otro. Ahogué un chillido cuándo me miré en el espejo: me había disfrazado de payaso de feria. Unas considerables ojeras adornaban mi pecado rostro. Me desmaquillé con rapidez y me lavé los dientes; no pude revivir mi cabello, el cual se me había enganchado en el cogote por los sudores fríos que me había provocado el alcohol. Volví a la habitación, me vestí con unas mallas y un jersey de punto de colores y me fui al salón apresuradamente.

— ¡Querida mía! Ya estaba a punto de venir a buscarte — sonrió Pilar cuándo me vio. Alzó los brazos y estiró mis mejillas.

— Es que ayer salió de fiesta, aún dormía — murmuró mi madre.

La fulminé con los ojos, aunque seguramente pareció más una mirada de demente moribunda. ¡Chivata!

— ¿Eso es que has conocido a un chico? — exclamó mi abuela emocionada.

— O una chica — respondí.

Ella abrió mucho los ojos. Su mano se dirigió al lado izquierdo, a su corazón. Me sorprendió cuándo una sonrisa traviesa brotó de sus labios. De reojo vi a Marcos. Se había quedado tan blanco cómo el papel y se mordía las uñas.

— Es broma — tuve que aclarar. — Lo de tener pareja digo.

— Sé que tienes vergüenza mi vida, pero no pasa nada por tener pareja a tu edad. De hecho, yo me casé con veinte años — hizo el ademán de bailar un vals por la habitación, añorando a su difunto marido.

Siempre quise conocer a Leonard, mi abuelo. No obstante, falleció antes de que yo naciera. Mi abuela siempre me había hablado maravillas de él. Recordé esas tardes melancólicas de tormentas veraniegas y un cubo de palomitas mientras mirábamos los álbumes de fotografías. Pilar solía repetir una sola palabra: sempiterno. Siempre supe que para ella esas letras eran tan importantes cómo respirar.

— ¡No tengo vergüenza! — refunfuñé. — Hoy en día los jóvenes salimos para divertirnos, para satisfacernos a nosotros mismos.

— Y para hacer fostureo — dijo con la boquita pequeña.

— Postureo — la rectifiqué.

— Eso mismo, pustureo. Hoy en día no podéis estar sin esos aparatos electrónicos ni un segundo. Todo el día chateando. ¡Podéis ver, pero no mirar!

— ¡Eso no es verdad! — replicó Marcos, quién hasta entonces se había mantenido al margen de todo aquello. Pilar lo miró, él le sacó la lengua y acto seguido mi abuela comenzó a reírse.

— Bien, bien, bien. Mis queridos energúmenos, me voy que tengo que ir a yoga. ¡No sabéis las maravillas que hacen allí! Nunca me había sentido tan bien abriéndome de piernas.

— ¡Mamá! — suspiró doña Cecile. — ¡Delante de los niños no!

Pilar puso los ojos en blanco antes de dirigirse a mí. Sus ojos centellearon.

— Espero que me presentes a esa persona especial — me guiñó un ojo.

Nos despedimos en la puerta, con besos sonoros y pintalabios carmín en las mejillas. Me hizo prometerle que pronto iría a verla. Cuando se cerró la puerta mi instinto me pidió que huyera, aun así, no pude ir muy lejos. La voz cantarina de doña Cecile me llamó la atención, arrinconándome. Me giré, con los ojos cerrados y los puños a ambos lados de mi cuerpo, cómo si hubiera hecho alguna cosa mala.

— Y bien, cuéntame.

— ¿El qué? — pregunté inocente, ladeando un poco la cabeza.

— ¿Cómo fue la noche? — tragué saliva.

No podía contarle la verdad: me emborraché; vomité; me colé en un parque cerrado y volví en moto con el hijo de nuestros vecinos estrambóticos. Tampoco es que me hubiera quedado otra opción, pero provocar el fin del mundo tampoco era una solución. Para eso ya existían las teorías de invasiones extraterrestres.

— ¡Muy bien! Bailé toda la noche y me fue de fábula — improvisé.

Ella asintió. Supe de seguida que no me creía. Mierda, mierda, mierda.

— ¿Y qué más?

El corazón se me paró. Ella entendió de inmediato que no iba a soltar prenda.

— ¿Cómo fue con el chico que te gusta? — me iba a quejar cuándo añadió. — O chica. Aunque, querida Lena Rose Quilla Álvarez, no hace falta que me mientas. Soy tu madre.

— Y parece que también adivina — murmuré flojito para que no me oyera.

Me quedé blanca cuándo dijo las siguientes palabras.

— Te vi regresar con el vecino.

Me senté poco a poco en el sofá, esperando la regañina. Ya podía visualizar en los diarios del país: "Apuñalada por su propia familia al descubrir la temible verdad que ocultaba". Porqué claro, la palabra asesinada no la podrían utilizar, malditos diarios machistas y sensacionalistas.

— No te voy a matar — contestó mi madre. Lo que yo había dicho, era adivina. — Aunque te voy a dar un consejo: jamás te abandones a ti misma por amor. Una persona puede venir e irse, contigo vas a convivir el resto de tu vida. Quiere, ríe y llora. Vive el momento. Pero, jamás, dependas de nadie para cumplir tus sueños.

En ese momento no entendí ese mensaje, iba a protestar. ¡Si existía algún sentimiento entre Noel y yo era aversión! El amor de carácter romántico no existía, era sólo un invento para justificar la soledad que sentía una persona; o eso pensaba.

— Mamá...

— No hagas falta que digas nada, confío en ti — me abrazó sorprendiéndome.

Por primera vez en mi vida no tuve palabras para describir ese momento de incertidumbre. Me había quedado igual que un papel en blanco: sin letras para seguir escribiendo mi historia. Doña Cecile se estiró en el sofá y se puso a ver su telenovela favorita y yo, anonadada por aquella conversación tan surrealista, decidí irme a dar una vuelta por el barrio. Así me despejaría.

Me vestí con un peto de pana y un jersey naranja. Unas orejeras del mismo color me cubrieron las orejas, protegiéndome así del aire invernal. En un último momento decidí coger a Hei-hei; le puse una correa y salimos a pasear. Bajé las escaleras del patio de vecinos casi trotando, no me apetecía coger el ascensor por si me encontraba a Noel. Qué tonta había sido, aceptando su proposición de ayudarle a ser mejor persona.

Me fui directa a la rambla principal del barrio, dónde cada sábado por la mañana se adornaba con un mercado muy pequeño. Disfruté al mirar tenderete por tenderete, mientras Hei-hei decidía dejar rastro por todos los árboles y hierbajos que encontrábamos, como si de un perro se tratara. Una pareja de abuelos observaba y compraban verduras frescas que abrían el estómago a cualquier amante de las hortalizas; los mercaderos no dejaban de gritar las ofertas del día. Estuve tentada a comprar dos bolsitas de té negro con aroma a vainilla, pero al darme cuenta que no quería quedarme pobre aborté la misión.

Me quedé pensativa al ver una mujer uniformada con un pequeño maletín. El estómago gruñó, cerrándose en un nudo imposible. Quise abofetear y alejar el pensamiento que albergaba en mi interior y que no me dejaba dormir: quedaba medio año para elegir mi futuro. Siendo sincera, jamás pude entender por qué nos hacían elegir nuestro futuro tan jóvenes. Aun así, comprendí que esos meses que quedaban eran para centrarme en mi misma y perseguir mis sueños. Eres lo que haces, no lo que dices que vas a hacer.

Decidí ir al parque que había a diez minutos de mi casa, allí podría desconectar mejor. Me puse los auricular y al son de ABBA me encaminé hasta dicho lugar. Me senté en un banco mientras Hei-Hei roía varios palos secos y perseguía hojas marchitas. Cerré los ojos, acariciando el silencio cómo si este tuviera todas las respuestas de mi vida. Comencé a tatarear una de las canciones que sonaron.

— ¿ABBA? — preguntó una voz.

Abrí los ojos. Me olvidé cómo tragar saliva, cómo respirar. ¡Había estado cantando en voz alta! Mierda, mierda, mierda. Asentí con la cabeza.

— ¿Me puedo sentar? — preguntó con una sonrisa. Volví a asentir.

¿Qué debía decir? Debía ser inteligente. "Lena, piensa, piensa, piensa" me obligué.

— Te presento a Hei-Hei. Es una Mustela putorius furo, mide unos 48 cm y pesa 1'5 Kg. Tiene muy mala vista, su color de piel va cambiando y ama dormir, unas 18 horas al día. Su hobbie es ser curioso y robar mi ropa interior — me sonrojé cuándo me di cuenta lo que le había dicho.

Alek se rio. Sus carcajadas sacudieron mis entrañas, calentando mi corazón. Al mal tiempo, su sonrisa.

— Y aquí la respuesta a que lleves calcetines de colores diferentes. Te los debe haber roído todos — añadió.

Bajé la mirada poco a poco. ¡Tenía razón! Mi calcetín izquierdo era naranja con pequeñas borlas blancas. En cambio, mi calcetín derecho era de un púrpura tan brillante que se podría haber visto de noche. Me sofoqué. ¡Qué vergüenza! Alek sonrió, no sabía que contestarle. Estaba siendo un día de lo más extraño. La vibración de mi móvil me sorprendió. Una llamada que habría sido muy inoportuna si no fuera que en ese momento necesitaba una ayuda para salvar el momento.

— ¡Querido Oliver! — contesté dramatizando demasiado.

— ¡Ya puedes explicarme ahora mismo que pasó con Noel!

— ¿Qué pasó? — cerré los ojos. Oliver gritaba demasiado.

— ¡Qué os fuisteis solos! Todo el mundo habla de lo mismo. ¡Por el amor de tu santa madre! En diez minutos en el Central Pork — colgó.

Mierda. Alek me miró mientras alzaba una ceja. "Querido Karma, intenté esperarte, pero no pude aguantar más..." pensé.

...

Dos pares de ojos me observaban. Me moví incomoda en la silla. Encima, los ovarios me avisaban que en breves me vendría la regla. Sin ninguna duda, ese día no estaba siendo bueno.

A pesar que yo había estado hablando sobre Hei-hei durante todo el camino hasta casa, dónde dejé a mi querida mascota, y después hablando de gustos musicales hasta la cafetería, Alek no había pronunciado ni una palabra. Sus respuestas eran monosílabas; un poco más y se habría quedado sin saliva. Él no se dejaba de morder los labios, un pequeño TIC que hubiera encontrado excitante si no fuera que yo me encontraba entre la espada y la pared. Oliver me había dicho que todo el mundo estaba hablando de lo mismo. ¡En qué momento había pasado de ser la chica invisible a ser el cotilleo del instituto! ¡Cómo si fuera a ser una Kardashian!

— ¡No mientas! — volvió a gritar Oliver. — Me niego a creer que la nerd terminara con el popular y no pasara nada. ¡En las novelas no es así!

— Pero no estamos en una novela, querido amigo — respondí.

— Me da igual. Por cierto, primo. Noel es su vecino. No se caen bien, pero ya sabes, del odio al amor hay un paso — le aclaró, cómo si no hubiera sido bastante el bochorno de la situación. Alek arrugó la nariz.

— Es del amor al odio, memo — corregí.

— Lo que sea.

— No pasó nada, sólo me acompañó a casa — mentí.

Sí que había pasado algo, le había prometido que lo ayudaría. Pero, en cierto modo, sentía que ese secreto pertenecía a Noel y a mí. La luna llena sería la única testigo que sabría qué había pasado entre nosotros.

Di un sorbo al café solo que me había pedido. "Demasiado joven para un sabor tan amargo" me había dicho el camarero. Sin embargo, necesitaba despejarme para poder ser más persona y menos idiota. La jaqueca aún no había desaparecido; las preguntas de mi mejor amigo no me ayudaban.

— ¡Claro que pasó algo! — resopló él. — Dicen las malas lenguas que no cogisteis la moto cuándo os fuisteis.

— Las malas lenguas dicen muchas mentiras — ¿en qué momento había comenzado a mentir yo? — Por cierto, ¿dónde te metiste tú? — lo fulminé con la mirada.

Aunque sonara imposible, su piel palideció aún más y sus mejillas se tiñeron de un sencillo tono de vino tinto. Apartó la mirada, observando la multitud que deambulaba a través de las vitrinas.

— No es de tú incumbencia, cariño mío — respondió al final con la voz ronca y la mirada perdida.

— Lo mismo te digo, querido Oliver — contraataqué.

Él levantó las manos, rendido.

— Está bien. Sólo dime una cosa, Lena Rose — su mirada se oscureció. — ¿Follasteis?

Me atraganté con el café.

— ¡Eso es un sí! — gritó provocando que la poca gente que había a la cafetería se girara en nuestra dirección. Escondí mi cara detrás de la carta de bebidas, notaba que mi cuerpo se había encendido. Me iba a dar un ataque de nervios.

— ¡Córcholis! ¡Madre del amor hermoso, Oliver! No grites tanto. Ni copulamos, ni intercambiamos fluidos alcalinos, ni nos dimos un abrazo de despedida. Nada de nada.

Los tres nos quedamos en silencio, pensando en nuestras batallas internas. Recuerdos crueles cómo demonios y bellos cómo ángeles.

— Lo siento... — murmuró de repente Alek.

Oliver y yo alzamos la vista.

— Lo siento, Lena — se mordió el labio. Sus dedos repiqueteaban nerviosos encima de la mesa. — No supe cómo reaccionar ayer, no te tendría que haberte dejado sola.

— ¿Qué la dejaste qué? — gritó Oliver, zarandeando a Alek de un lado a otro. — ¿Dejaste sola a mi amiga? ¡Yo no os dejé solos para qué la abandonaras, joder!

— No os preocupéis chicos, sé cuidarme sola — contesté sin pensar. Rememorando a la vez dónde Alek me había contestado lo mismo.

Quería que Oliver se mordiera la lengua y no hablara más de lo indebido. Por primera vez en la vida, hizo lo que le pedí con la mirada.

Me despedí de ambos y volví a casa. Llegué helada, con los pies entumecidos. Marcos y doña Cecile se habían ido. Mi habitación olía a humedad, así que abrí la ventana y, acto seguido, decidí darme una ducha caliente para despejar el mal cuerpo que llevaba encima.

Tardé más de lo que quería. El agua me relajaba. Tatareé varias canciones de los años 70, algunas las tatareaba mi madre cuándo íbamos en coche. Estaba cantando el estribillo cuándo oí un golpe seco que parecía venir de mi habitación. Paré de golpe.

— ¿Mamá? ¿Marcos? — pregunté. Nadie respondió.

Entonces me acordé. Había dejado la ventana abierta.

Mierda, mierda, mierda.

Podrían haber subido por las escaleras de emergencias que daban justo al lado de la ventana. ¡Un ladrón! Me enrollé con una toalla, pues había dejado toda la ropa en mi habitación. Busqué rápidamente una opción en mi cabeza. Mi cerebro podía funcionar bajo presión, pero si se trataba de mi vida no pensaba con claridad. Así que me olvidé de que existía un teléfono; soló pensé en que debía coger una arma. Comencé a visualizar todo lo que tenía a mi alrededor: "¿Un bote de jabón? ¿Una esponja? Demasiado blando todo. ¡Ah! ¡El secador eléctrico! Si le echaba aire caliente en la cara seguro que se asustaría y marcharía corriendo".

Abrí el pestillo lentamente, los ruidos seguían. Pero me asusté más cuándo una voz irreconocible aulló de dolor.

Mierda, mierda, mierda.

Salí de cuclillas, escondiéndome detrás de la puerta abierta de mi habitación. Había alguien sentado encima de mi cama; Hei-Hei no dejaba de bufar. Hice de tripas corazón y de un salto me situé detrás del sujeto encendiendo el secador y dándole un buen golpe en la cabeza con la parte trasera de este. El individuo exclamó de dolor.

— ¡Me cago en mi puta vida Lena!

— ¿Qué haces aquí? — pregunté con un nudo en la garganta cuándo me di cuenta de quién era. 

¡Nuevo capítulo! He escrito uno de los capítulos más largos de la novela. ♥ Espero que lo disfrutéis muchísimo y, cómo siempre, me contéis vuestras teorías más locas.


También, cómo sabéis, pedí en el anterior capítulo los SHIPS más deseados, así que aquí os dejo algunos. ¡Vota por tu favorito!

#TeamNOLENA (Lena + Noel)

#TeamALENAK (Lena + Alek)

#TeamNOILIAN (Noel + Cristian)

#TeamNOEK (Noel + Alek)

PD: Gracias a adambutterfly por todas las propuestas. ♥

PREGUNTA COTILLA

→ ¿Qué pensáis de la abuela de Lena? 

→ ¿Qué le pasa a Alek? 

→ ¿Dónde se fue Oliver? Teorías, teorías.

→ ¿Quién creéis que hay en la habitación de Lena?

→ Si fuerais Lena, ¿habríais mentido sobre lo que ocurrió con Noel? ¿Por qué?

→ ¿Dejaríais todos vuestros sueños por amor? 

Dedico este capítulo a Alanis_HM y isanlook por todos los mensajes de amor que me han dejado. Fangirleo un montón con ellos jijijiji :P

Y... os dejo por aquí un montón de MEMES y DETALLES que me han hecho estos últimos días. Estoy muy muy feliz, estas cosas me motivan e ilusionan por igual. GRACIAAAAAAAAAAAAAAS ♥ Si los colgáis en las redes sociales os recuerdo que soy " @onaspell_ " en Instagram y "OnaSpell" en Twitter / Tik Tok. ♥

☺Marca hecho por @/efipz_  (Instagram)

☺ Memes por "Casa Sileferos" ( -Sweethazelnut- , isanlook , Alanis_HM , SCGRUTTNER y otros), me encantan jejeje

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