13. Las estrellas fugaces también piden deseos
Sus zapatos repiqueteaban detrás de mí, arrítmicos. Eso se ponía interesante. Un ligero mareo se había apoderado de mí. Salimos de la mansión dónde vivía Jolene. Saboreé las palabras: exnovia. Un vacío inexplicable había comenzado a aumentar en mi interior. Qué éramos lo que había elegimos ser era verdad; qué todo aquello era una putísima mierda, también.
— ¡No camines tan rápido, córcholis! — gritó con su voz chillona. — Mis piernas no son suficientemente largas, un paso tuyo son dos míos.
Comenzó a correr con sus bailarinas crema hasta situarse a mi lado. Me fulminó con la mirada cuándo llegó y me agarró del brazo, haciéndome parar.
— ¿Qué quieres Lena? — pregunté cansado.
— ¿Por qué no puedes esperarme? — jadeante, puso los brazos en jarra.
Su piel estaba lívida. Gotas de sudor fría resbalaban por su frente, embadurnando su rostro de manchas de rímel.
— Verás, no me interesa que Marilyn Manson me rapté esta noche — murmuré. — El rímel te ha perjudicado un poco.
Ella se alarmó, pasó una mano por su mejilla dándose cuenta que yo tenía razón. La miré de arriba abajo. Perfecto, ella estaba bien y yo podía seguir mi camino. Reanudé la marcha, buscando el móvil en mi bolsillo. Mierda, la batería se había agotado y yo no podía volver a casa. No en ese estado. Repasé mentalmente mis opciones, no obstante, sus pasos arrítmicos me despistaron.
— ¿Por qué no puedes esperarme? — volvió a preguntarme, parándose en medio de la calle y alzando las manos. Estaba creando un espectáculo. — ¿Tan patética soy? ¡Déjame dudarlo, Noel! ¡Yo no soy quién se ha puesto a gritar en la fiesta! Maldito seas, que un rayo te parta por la mitad. ¡Qué...!
En un pestañeo me puse a su lado y le tapé la boca
— Estas montando un circo, Lena — gruñí. Acto seguido ella me mordió la mano. — ¿Eso a qué viene? — contesté enfadado.
Me había dado un buen mordisco. La miré de soslayo. Maldita Salvaje. Ella me observaba por debajo de sus largas pestañas. Las pecas se le unían en el puente de la nariz, explotando en un montón de constelaciones sin nombre.
— Dime. ¿Qué quieres? — volví a preguntar.
Su mirada me golpeó, sus labios empalidecieron, comenzó a temblar, frágil, al igual que las velas cuándo suspiras cerca de ellas. Mi corazón dio un vuelco.
— ¿Lena? ¿Qué pasa? — le levanté la barbilla. Me estaba asustando. — Dime que te pasa.
Me lanzó una mirada llena de miedo, cómo si viera el futuro. Una mirada teñida de pavor, pidiéndome ayuda. Seguidamente vomitó todo el alcohol encima de mis zapatos.
Inconscientemente me aparté y le recogí el pelo mientras le acariciaba la espalda, trazando círculos pequeños con el pulgar para que se calmara.
— Ya está, tranquila — susurré, el viento enmudeció mis palabras.
Ella se levantó, y para mi sorpresa le dio un ataque de risa. No entendía nada, ¿qué le pasaba por la cabeza? Pensé que en ese momento la había perdido; tanto a ella cómo a mí mismo. Estábamos locos.
Arrugué la frente y me crucé de brazos.
— ¡No te enfades! — me golpeó en el hombro.
Agarró aire, abriendo bien los brazos, y comenzó a caminar. ¿Dónde iba?
— No puedes volver a casa así — remugué mientras la alcanzaba. — Deberíamos comprar agua.
No contestó.
— ¿Sigues viva, Lena? ¿O el alcohol te ha asesinado?
— Estaba buscando en Internet, cansino. Según mi querido móvil tengo entendido que son las tres de la madrugada y, por aquí, no hay ninguna tienda abierta — me mostró la pantalla del teléfono y mostró una amplia sonrisa.
— Entonces tendremos que buscar una fuente de agua.
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— Hay muchas cosas que quiero hacer en esta vida. Ir a la cárcel no es una de ellas — me contestó preocupada.
Estiré una mano, ofreciéndosela.
— Vamos Lena, yo te ayudo a subir. No será para tanto.
— ¿Crees que soy idiota y confiaré en ti? Noel, sabía que la naturaleza no te había hecho muy listo, pero al menos deberías tener una o dos neuronas — refunfuñó.
Sus ojos viajaban de un lado a otro de la calle, se mordía las uñas impacientes.
— Tú necesitas beber agua. Yo necesito lavarme los zapatos. La única opción es entrar en ese parque, dónde casualmente hay una fuente.
— ¡Pero está cerrado! — levantó las manos exasperada. — Y la palabra cerrar según la Real Academia Española significa asegurar con cerradura, pasador, pestillo u otro instrumento, una puerta, ventana, etc., para impedir que se abra. ¿Lo entiendes?
Supliqué a quién fuera que estaba en las estrellas que me protegiera de esa chiflada.
— ¿Has roto alguna vez una norma?
— Negativo. Las normas son reglas que se deben seguir o... — siguió recitando cómo si fuera un diccionario.
— ¡Entendido! ¡Entendido! — contesté irritado, cortando su monólogo. — Pues te quedas aquí.
Comencé a escalar por la valla. Fui rápido, en un santiamén ya estaba en lo alto de la verja. Miré hacia abajo, Lena se veía diminuta allí. Tenía el ceño fruncido y la boquita de piñón. Sus dedos, largos cómo garras, agarraban con fuerza el borde de su falda.
— ¿Cómo está el tiempo allí abajo? — le grité.
Sus labios se arrugaron más.
— ¡Por el amor de mi madre! Está bien, voy, pero antes déjame enviar un mensaje.
Tecleó veloz en su móvil. Pude jurar, por lo poco que la conocía, que le había enviado un mensaje a su mejor amigo. Sería algo así como: "Querido amigo del alma, me despido de ti. Si no vuelvo a mi dulce hogar di a la policía que fue culpa del inculto, engreído, petulante y fantasma de mi vecino. Diles a mamá y a mi hermanito que los quiero, aunque siguen sin permiso para tocar mis libros. ¡Los vigilaré desde el firmamento!".
Guardó el aparato en un diminuto bolso que llevaba cruzado encima del pecho, se arremangó la chaqueta blanca cómo pudo, se colocó bien su pequeña mochila y comenzó a subir por la valla. Tuve el instinto de cerrar los ojos, ¡cómo se cayera de bruces no sobreviviría! No obstante, me obligué a mantenerlos bien abiertos para supervisar. Después de varios minutos de agonía por mi parte, sufrimiento por la suya, llegó a la cima. Se sentó, con una pierna a cada lado y la mano en el pecho.
— ¡No me creo que me hagas hacer esto! — resolló.
— Lena Rose incumpliendo la ley — la sombra de una sonrisa se dibujó en la curva de mis labios.
— No digas eso, sólo la incumplo porqué me obligas a beber agua. Es importante beber líquidos, el alcohol deshidrata muchísimo.
Puse los ojos en blanco. Lena Rose era demasiada Lena Rose.
— ¿Cuál es el siguiente paso? — su garganta se convirtió en un nudo.
— Bajar.
— ¡Eso ya lo sé cabeza de chorlito! No se puede subir más.
Lena miró la distancia hasta el suelo, palideció seguidamente. Supe cómo se sentía, insegura. Lo sé por qué yo sentía ese sentimiento más de la mitad del tiempo, aunque me negara a admitirlo. Aun así, por primera vez, después de tantos años, me volví a iluminar. Fui una estrella fugaz que se encendió y se ocultó tras la luna.
— Te puedo ayudar a bajar — murmuré. Ella abrió los ojos como platos. No la puedo culpar, mis propias palabras también me hubieran sonado extrañas a oídos ajenos. — Sólo tienes que saltar, yo te cojo. No hay tanta altura.
— ¿Estás loco?
— Cada día. Pero hoy me niego a dudar de mis capacidades. ¿Confías en mí? — rocé con mi índice su mentón hasta que alzó el rostro.
La diadema que llevaba se le había caído hacia atrás, mechones rebeldes empapaban de fuego su rostro pecado. El viento... De él aprendí a dejarme llevar. Ser más yo mismo y menos títere. Inconscientemente, le aparté uno de los mechones y se lo situé detrás de la oreja. Sus ojos me invitaron a soñar. Cómo culpar al viento por el desorden que provocó ese pequeño gesto. A veces sólo necesitas respirar, confiar, soltarte y ver qué sucede.
— ¿Confías en mí? — le volví a decir. Le tendí una mano.
Tragó saliva y asintió lentamente. Bajé de un salto hasta el suelo, sonreí mientras abría mis brazos para indicarle que ya podía saltar.
— ¡¿Seguro que no tienes pensado asesinarme?! — chilló. Una risa histérica brotó de sus labios.
— ¡Si hubiera querido matarte ya lo habría hecho! — respondí. Acto seguido, cogió aire, cerró los ojos y se tiró.
La cogí al vuelo, dejé que sus pies rozaran el suelo e, inmediatamente, se soltó de mi agarre. Susurró unas inaudibles gracias y comenzó a caminar hacia una dirección. Puedo jurar que sus mejillas se habían sonrojado levemente, o tal vez fueron las mías. Carraspeé.
— ¡Lena! Es por el otro lado.
Hizo un giro completo de su cuerpo.
— Ya lo sabía — susurró.
No tardamos en localizar la fuente. Me pasé un poco de agua por los zapatos, que quedaron empapados, y ella bebió un buen trago de agua.
Caminamos en silencio, saboreando los ruidos de la noche. Las ranas cantaban sus baladas en el estanque; la luna bailaba en la superficie del agua; las cigarras creaban una rítmica melodía, recreándose en sus sonidos. Nuestras respiraciones se acompasaron. Pasamos entre arcos de arbustos que se balanceaban entre el eco del viento; rosales de dónde brotaban rosas tan blancas cómo el vaho que salía de nuestros labios entreabiertos.
Lena se sentó en un banco con la piernas cruzadas, cerró los ojos e inspiró profundamente. Finalmente, decidí sentarme a su lado.
— ¿Qué haces?
— Estoy disfrutando del lenguaje del silencio — sonrió. Sus dientes, pequeños e imperfectos, iluminaron su rostro. — ¿Qué te pasa?
Me sorprendió su pregunta. ¿Qué me tenía que pasar?
— No lo sé, pero hace tiempo que tu mirada se oscureció — mierda, había contestado en voz alta.
— No sé qué responder — murmuré. Al contrario de lo que pensaba, me sentí cómodo a su lado.
— La verdad.
— La peor parte de hacerse el fuerte es que nadie te pregunta si estás bien... — las palabras brotaron solas de mi interior. — Necesito ayuda Lena.
Ella me mostró su sonrisa cuándo me ruboricé.
— No tienes que avergonzarte si quieres ir a un psicólogo. No es fácil pedir ayuda Noel, pero te pueden ayudar a encontrar una solución. La salud mental es muy importante.
— No me has entendido — negué con la cabeza. Ella me miró, cómo si lo hiciera por primera vez. — Necesito tu ayuda, Lena.
Me levanté desesperado. ¿Acababa de pedir ayuda a Lena Rose? ¿La misma empollona que tanto detestaba y que iba a mi clase? Me pasé las manos por el cabello, enmarañándolo. Quise apagar mi cerebro y atravesar el miedo que me estaba consumiendo en ese momento.
— Olvídalo — rechisté.
Ella se levantó y cruzó los brazos, mirándome.
— Yo no te puedo ayudar Noel.
Fue un puñal directo a mi espalda.
— Joder, no lo entiendes, Lena. Necesito recuperar a Jolene. ¡Deberías entenderme!
Ella se fregó los ojos con las manos, el vaho se escapó de sus labios, creando una nube que se evaporó en el cielo.
— ¿La quieres?
Esa pregunta... Me quedé sin palabras.
— ¿La quieres, Noel? ¿Quieres a Jolene? — entrecerró los ojos, examinando cada uno de mis movimientos. — Cuándo quieres a alguien confías en esa persona; cuándo quieres a alguien no la utilizas para tu propio beneficio.
— Lena... No hables si no sabes... — no pude seguir, miré al suelo avergonzado.
— Puedes llamarme inútil en el tema del amor, no te lo voy a negar. También creo que la gente exagera cuándo dice que no se puede vivir sin amor, al igual que Sheldon Cooper pienso que el oxígeno es más importante. Asimismo, sé que cuándo quieres a alguien no tienes dudas de que es así.
Me volví a sentar, hundí mi cabeza entre mis manos, escondiendo el escozor de mis ojos. Demasiadas palabras; demasiado rápido. Mi cerebro parecía que en cualquier momento diría basta.
— Ayúdame, por favor — casi sollocé. Me sentía impotente, débil por suplicarle. — Enséñame a ser más listo.
— Cuándo dejes de ser un fanfarrón, un machista y un engreído — se quejó.
Ella jamás lo entendería. No sabría qué significaba cuándo te robaban tu esencia, cuándo habías trabajado tanto para que no te destruyeran, a pesar que había hecho daño a los otros.
— Entiendo... No me quieres ayudar.
— Exacto — contestó alargando la letra a.
— ¿Y si hago que Alek se fije en ti? — no fui consciente de que las palabras se arrastraron por mi paladar, furiosas, cómo si no quisieran salir.
Lena reaccionó, tirándome su manoletina crema. Me aparté, el zapato pasó rozando mi oreja. No tuve más remedio que irlo a buscarlo mientras ella saltaba a pata coja y se sentaba en el banco, haciendo un mohín.
— ¿Qué te creías? ¿Qué me iba a rebajar por un hombre? ¡Necio!
Debía pensar otra opción. Rápido. Le puse el zapato, mientras ella negaba con la cabeza, haciendo tiempo. No obstante, ella encontró antes la solución. Cómo siempre.
— Tengo una idea. No puedo hacerte más listo con este cerebro de australopitecos. Prehistórico — añadió cuándo se dio cuenta que no la entendía. — Aun así, puedo intentar hacerte mejor persona, todo un reto para mí.
Iba a aceptar cuándo agregó la siguiente frase.
— Asimismo, deberás hacer todo aquello que te diga; acompañarme dónde te diga, sin preguntas, sin rechistar.
— ¡Ni hablar!
— Entonces no hay trato — sonrió.
¿Qué debía hacer? ¿Aceptar? En ese momento pensé que no me quedaba otra opción.
— Bien. Acepto — dije sin pensar, lanzándome a un precipicio sin fondo. Tal vez, en un futuro, aprendería otra vez a volar.
— Primera norma para que dejes de ser idiota: no agobiarás, ni insultarás a las personas por sentirte superior. Ellas son tus iguales.
Asentí un poco preocupado.
— El domingo me deberás acompañar a un sitio.
— ¿Cuál?
— El trato decía que no podías hacer preguntas.
— Pero...
— Tampoco rechistar. ¿Tendré que hacerte una guía? — se burló.
Eran las cinco de la madrugada cuándo ella volvió a mirar su móvil. El alcohol ya nos había bajado a ambos.
— ¡Vamos para casa! Tengo la moto a unos metros de este parque. Hay un agujero en la valla, por ahí.
Lena abrió mucho los ojos.
— ¡Pero por qué no hemos entrado antes por ahí! — me zarandeó. Una carcajada real brotó de mi interior.
— Era más divertido verte subir y bajar esa valla — sonreí burlón.
Lena me hizo una peineta. No tardamos demasiado en encontrar la moto. Ella subió sin oponerse. Arranqué la moto y aceleré. La brisa marina se arremolinó entre mis manos; su agarre fuerte provocó que mi piel se pusiera de gallina. Unas pinceladas salmón anunciaron el amanecer; un día nuevo. Una bandada de pájaros pasó en forma de V, aceleré. Quise parecerme a ellos y volar lejos.
— ¡Dicen que lleva buena suerte! — gritó Lena a través del viento que nos penetraba.
En mi último suspiro decidí llevarla por el paseo marítimo. Jamás lo había visto tan despejado. Me sorprendí cuándo ella apoyó su cabeza en mi espalda. Me transmitió una tranquilidad que jamás había experimentado. En un breve instante, traté de sanar las cosas de las que no hablaba.
Intenté imaginarme una vida eterna, pero cómo más eternos queremos ser más fugaces nos volvemos. Y, sin pensarlo, ni quererlo, ese recuerdo se convirtió en mi estrella fugaz favorita.
Estoy súper emocionada por este capítulo. De momento es mi favorito. ♥ ¿Os ha gustado? Decidme que sí, POR FAVOR.
Por cierto, la última frase es mi favorita.
Ah, y ya lo he dicho varias veces, pero en mi Instagram ( @onaspell_ ) podréis encontrar reseñas, avances de los capítulos y mis frases favoritas de mis novelas. ¡Os espero por allí!
Este capítulo lo dedico a GrenadeMoon, a quién quiero mucho. Tenéis que pasar a leer sus libros, SON ARTE! :3
PREGUNTA COTILLA
→ ¿Creéis que Noel cumplirá las reglas de Lena?
→ ¿Dónde irán el domingo? Teorías, teorías. QUIERO TEORÍAS.
→ En el anterior capítulo, me hablaron del SHIP #NOILIAN (Cristian y Noel). Me encanta que creéis shipps, así que aquí: SHIPPEA TODO LO QUE QUIERAS CON QUIÉN QUIERAS jajaja. Me quedaré con los nombres más originales.
→ ¿Vuestra canción favorita del verano? Sin ninguna duda, yo elijo todas las de One Direction.
→ ¿Qué banda sonora le pondríais a esta novela?
→ Ahora es vuestro momento de pedir escenas o momentos que queréis que sucedan, si me gustan tal vez las añada.
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