Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

11. La última oportunidad

El sudor se escurría en mi frente. Renegué y me la limpié con el antebrazo. Estaba practicando ejercicios de lanzamiento y, a pesar que era bastante bueno en baloncesto, no encertaba ni una canasta. Tiré con todas mis fuerzas la pelota hacia las gradas y dejé ir un rugido. Caí de rodillas. Me estaba quebrando. ¿Es posible que alguien roto se pueda romper más?

— ¿Aún sigues aquí? — la voz de Cristian resonó por todo el pabellón. Me sobresalté. — Tienes que prepararte para la fiesta.

Hice una mueca. El día anterior había sido una putísima mierda. Un pinchazo me nublaba los pensamientos; ansiedad: una jaula que te atrapa... Todo iba mal. Había discutido con Jolene. "Trátame bien y te trataré bien; trátame cómo un juguete y te mostraré cómo se juega" había terminado diciéndole. Sinceramente, no me arrepentía. Aunque eso de jugar a ser fuerte ya no era tan divertido.

— No pienso ir — gruñí mientras me levantaba del suelo y me acercaba a Cristian.

— Noel. — puso su mano encima de mi mejilla. La acarició con las yemas de sus dedos. — Estás creando una bola enorme de algo que aún no ha pasado. Déjalo. Respira. Espera. Levántate sin prisas. Inspira. Reponte. La vida; el mundo te espera.

Una sonrisa tímida osciló en su rostro cuándo lo miré. Sin embargo, cuándo me aparté su mirada se oscureció; y hasta su lado oscuro estaba lleno de colores.

— ¿Esta frase no era de una canción de la serie Polseres Vermelles? — pregunté, cambiando de tema.

— Sí. Me gusta ser poético — murmuró Cristian. — Me voy ya. Nos vemos en la fiesta.

No me dio tiempo a despedirme, su sombra ya se había largado. Hice lo que me había dicho: inspiré y exhalé. Fui directamente a las duchas; aún estaban abiertas, pero debía darme prisa. Sólo quedaba media hora para que cerraran las instalaciones del Instituto.

El agua estaba helada; no me importó. Tal vez, de esta manera no rompería mi segunda regla: no mostrar jamás mis sentimientos. Tal vez, recompondría mi coraza de granizo. Aunque me olvidé que el hielo también quema.

"Todo irá bien" me mentí.

Me vestí, cogí todo el equipamiento y fui al aparcamiento. La noche ya había devorado las calles. La luna llena acaparaba el cielo, borrando del mapa las estrellas. Mi hermano decía que la luna está llena por las miradas que se perdieron buscando una respuesta; supe entonces que tenía razón.

Subí a la destartalada moto. Llevaba dos años junto a ella. Era irónico que una pieza de metal me conociera más que la gente que me rodeaba. La encendí y comencé a recorrer las calles. Viernes. Las luces neón de los pubs comenzaban a encenderse; grupos de personas que salían de trabajar se reunían en las terrazas, acurrucados junto a las estufas. Decidí ir por el camino largo. Serpenteé por el paseo marítimo, aceleré cuándo la brisa marina comenzó a acariciarme el rostro.

No quería pensar. No necesitaba pensar. Quería encontrarme. Recorrí las calles, preguntándome quién era yo. Acelerando cada vez más, hasta que dejé de notar los dedos de las manos. Ostia puta. Era un blandengue.

Después de media hora conseguí distinguir mi calle. Comencé a frenar pausadamente a varios metros de distancia, no quería que mis padres escucharan el rugido del motor. La dejé aparcada. Cuando decidí comenzar a subir las escaleras un destello fugaz salió del ascensor. Me quedé de piedra. Ella me saludó con la cabeza antes de salir por la puerta.

¿Lena? ¿Esa era Lena? ¿Maquillada y con un vestido? Ciertamente me estaba volviendo loco.

Dejé de pensar en ella cuándo abrí la puerta. La tensión de mi casa se podía cortar con un cuchillo. De hecho, era tan afilada que me pregunté cómo aún no estaba sangrando. Me dirigí a mi habitación con pasos silenciosos. Me avergoncé cuándo puse un pie dentro, cómo cada vez que entraba en mi habitación. Un cuchitril que había sido, anteriormente, un desván. Una pequeña cama, dónde se salían la mitad de las piernas cuándo me estiraba, y un armario era lo único que lo adornaban.

Me cambié de ropa, necesitaba volver a salir de allí. De esa casa. Me puse una camisa blanca que me había prestado Cristian y unos pitillos negros que me realzaban el trasero. El culo. Efectivamente, no hay mejor ejercicio espiritual que mandar todo a tomar por culo; y es lo que quería hacer, lo prometo. Me desordené un poco el pelo. Un peinado caótico planificado, y me eché un perfume que guardaba para las ocasiones especiales.

— ¡Hijo! — me llamó una voz áspera. Me tensé inmediatamente. Me giré, mi madre me miraba. Vacía cómo siempre.

— ¿Qué? — me quejé.

— ¿Dónde vas?

— A la fiesta de Jolene — contesté con desgana. — No volveré tarde, lo prometo.

Ella se acercó y me colocó bien el cuello de la camisa. No dijo nada; nunca decía nada. ¿Cómo podía vivir así? Sin sonreír, rindiéndose ante su desgracia. ¿Por qué no luchaba? ¿Por qué no se divorciaba? Mi padre la trataba tan mal... Uno de los peores maltratos es los que no te dejan marcas en la piel. Ella vivía para él, vivía para servirle.

— ¡¿Dónde está la cena María?! — gritaron desde el salón.

Mi madre se hizo más pequeña. No sabía cuándo había envejecido tanto. Qué impotencia sentí cuando supe que no podía hacer feliz a alguien que quería.

— No tendrías que soportar esto... — susurré.

— Tú no lo entiendes — murmuró ella antes de darme un beso en la cien e irse a servir la cena a su marido.

No. No lo entendía. "¿Por qué no me lo explicas?" le habría preguntado, pero ya sabía su respuesta: era demasiado joven. Me tragué las lágrimas y las emociones.

Me puse una chaqueta de cuero que me protegería del frío y abrí el armario. El día anterior había dejado allí un brazalete de plata que había sido de mi abuela, lo guardé en mi bolsillo. No me había dado tiempo de embalar el regalo, ya me inventaría cualquier excusa. Cuatro cursilerías y seguiría junto a Jolene, a la sombra de su popularidad.

Recorrí las calles hasta el barrio de Pedralbes. Llegué pasadas las once de la noche, me presentaba un poco tarde. Aparqué al lado de una rosaleda que cubría la entrada de la vivienda de Jolene, una mansión enorme con una fuente antigua que adornaba el jardín. Tuve una idea: cogería una rosa para ella. Cuando fui a arrancarla me pinché. Maldita sea.

Agarré el brazalete con una mano y la rosa con la otra. Me giré para mirarme en el retrovisor. ¡Estaba excelente! Sí. En pasado. Dos chicos del club de baloncesto, ebrios, vinieron corriendo hacia mí.

— ¡Al suelo! — gritaron ambos.

Me hicieron un placaje, tirándome. El karma quiso que cayera dentro de la fuente llena de roña. Tanto el brazalete cómo la rosa, salieron volando.

— ¡Hijos de la gran puta!

— Venga tío, enróllate un poco — contestó Arón, uno de los chicos.

— Sí, te voy a enrollar en una soga y la estiraré para que te ahogues — grité desesperado mientras buscaba el brazalete.

Cuando me di cuenta era demasiado tarde. La joya colgaba de una pequeña alcantarilla fuera de la fuente. Me levanté, resbalándome con cada paso que daba. Olía a agua estancada. ¡Joder! Aron, con sus gigantescos pies, intentó ayudarme, con tan mala suerte que pisó la rejilla de la cloaca y tiró el brazalete dentro de esta.

— ¡Te mato! ¡Juro que te rajo aquí mismo! ¡Joder!

Cristian, quién acababa de llegar, vino a ayudarme. No pudo evitar soltar una carcajada que enmudeció a todos los de mi alrededor. La gente comenzó a hacer fotos con sus móviles, quise desaparecer.

— De que te ríes gilipollas — contesté enfadado. — La cosa es seria. ¡He perdido todo los regalos! ¡Y huelo a mierda!

— ¡Entonces será mi día de suerte! Jolene te dejará y no tendré que fingir que me cae bien — aplaudió. Iba un poco bebido.

No sabía si matarlo o enviarlo a la mierda. Pero el primer paso para perdonar es aceptar que la otra persona es imbécil y que no se le va a quitar. La desesperación comenzó a emerger. La inquietud de perder todo lo que había construido apareció. No me quedaba más opción que ir dentro de la fiesta a buscar probablemente mi futura exnovia a y decirle que me habían robado los regalos. No podía decirle la verdad.

Sin embargo, antes de regresar a la fiesta me dirigí a casa de Cristian, quién vivía en el mismo barrio adinerado de Barcelona. Me dejó ducharme y me prestó ropa limpia. Lo hice rápido, tenía que volver a la fiesta.

— Sabes. No sé qué voy a hacer, Cris... Todo va mal. Muy mal — refunfuñé mientras me abotonaba la camisa limpia. Cristian se mordía las uñas, miraba el móvil. Me acerqué a él. — ¡Tierra llamando a Cristian!

Se sobresaltó y cerró la pantalla de golpe. ¿Qué estaba mirando?

— ¿Qué te pasa? — me senté a su lado. Cristian levantó la mirada y negó con la cabeza.

— ¿Vamos? — contestó.

— Vamos — dije indeciso. ¿Qué le pasaba por la cabeza?

Regresamos a la fiesta. Aún había más gente que antes. Saqué un cigarro al llegar, siempre me había servido para hacerse el duro. Lo encendí y le di una breve calada, intentando no toser. Sin embargo, tosí. Mucho. Sobre todo, cuándo visualicé a ella junto a Alek y Lena. Jolene le rozó el cuello con la yema de su dedo. Cristian sonrió. El cigarro se me cayó.

¿En qué mentira estaba viviendo?

¡Es domingo y wattpad lo nota! :3

Sabéis, me gusta escribir con la visión de Noel, me ayuda a entenderlo un poco más. Y aunque no haya sido un capítulo con mucho humor me gusta. ¿Y a vosotros? ↓↓↓

GRACIAS POR TODOS LOS VOTOS. ¡NO ME LO CREO! Intentaré ir contestando a todos los comentarios estos días. 

Quiero dedicar este capítulo a palomita-caramelada por todo el amor que me ha dado en esta historia. ¡Millones de gracias! Te deseo todo el chocolate y unicornios del mundo jijijiji ♥♥♥♥

PREGUNTA COTILLA

→ ¿Qué creéis que le pasa a Cristian?

→ ¿Puedes sentir celos de alguien que no quieres?

→ ¿Cuál es vuestro momento favorito de la novela?

→ ¿Playa o piscina? 

→ Dedico el siguiente capítulo a la primera persona que comente. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro