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Capítulo quince

—Dios, reprobaré física y geometría si continúo bajando mis calificaciones... —se quejó Leon, lanzándose a mis brazos como un niño pequeño. 

Su rostro se hundió en mi pecho e hizo un puchero con sus labios al mirarme a los ojos. 

—¿Necesitas ayuda? —pregunté, abrazándolo con fuerza. —. Solía ser muy buena en el instituto, incluso me uní a un curso avanzado...

—¿Enserio puedes enseñarme? —su rostro se iluminó.

—Claro —sonreí, depositando un pequeño beso sobre su nariz. —. Puedo quedarme esta noche para ayudarte a estudiar. 

—Vaya, ese es un buen incentivo —sonrió de lado. 

Esta sería la segunda vez que me quedaría a dormir en su apartamento, así que... estaba un poco nerviosa. Después de todo, nosotros aún no habíamos hecho eso...  

Leon estaba siendo paciente al esperarme, pero habían momentos en que sus manos escurridizas se colaban debajo de mis blusas, tocando mi piel y haciéndome estremecer. Mi cabeza se volvía un lío, pero me contenía a mí misma, porque no quería que fuese un momento fugaz, sino más bien, especial... así podría recordar mi primera vez con felicidad...

—Iré por mis libros, así que... ponte cómoda, amor —se levantó del sofá. 

Regresó a la sala cargando con una carpeta llena de ejercicios y también con algo de comida para los dos.

—Bueno, veamos qué es lo que más te dificulta... —revisé sus ejercicios y definitivamente, todo estaba mal desde el principio.

Él me miró apenado ante sus calificaciones, pero yo estaba aquí para ayudarle. 

—Ven, acércate... —pedí, para poder enseñarle el proceso.

Leon se sentó justo a mi lado, apoyando su mentón sobre mi hombro.

—Te lo explicaré de esta forma. Así será más fácil para ti entenderlo... —señalé apuntando hacia la ecuación. —. Cuando juegas baloncesto, debes atacar a los jugadores del equipo contrario y, para hacerlo, debes valorar el porcentaje de acierto... —expliqué.

Hice algunos bocetos sobre la hoja para que pudiese visualizarlo mejor.

—... y cuando vas a lanzar, necesitas calcular ángulos, impulso y posición de los brazos, además de la parábola del balón. Es decir, mientras más alta sea la parábola, el balón entrará más limpiante en el aro. 

Asintió lentamente, mientras intentábamos resolver cada uno de los ejercicios. Y para explicar mejor, utilice como ejemplo el último juego de los Huskies. 

Este jugador tiene una medida de 1,98 metros y al lanzar el balón, el balón está a 15 centímetros por encima de su cabeza. Además, al ser un jugado que lanza tiros desde la línea de tres puntos, hay que tomar en cuenta la distancia desde el aro hasta su posición...

Aunque mis dibujos no eran los mejores, lentamente Leon comenzó a comprender, sacando sus propios resultados. Y mientras las horas pasaban hasta el anochecer, ambos terminamos exhaustos.

—No quiero ver más números por hoy —suspiró con cansancio. —. Mi cerebro se está fundiendo...

—Puedes tomar una siesta mientras yo preparo algo para cenar —me ofrecí. 

—No te preocupes, cariño —me robó un beso, atrapando mis labios suavemente. —. Muchas gracias por enseñarme...

 Le devolví el beso, rodeando su cuello para acercarme a él y acortar cualquier distancia. Me gustaba tenerlo cerca de mí y sentir sus manos tocándome. Aquellas electrizantes sensaciones me embargaban con tan solo sentir el roce de sus dedos contra mi piel.

Me pregunté si yo provocaba ese mismo efecto en él, aunque su forma de demostrármelo era a través del deseo reflejado en sus pupilas al mirarme. 

Hoy había escogido mi mejor conjunto, imaginando que este momento llegaría. El momento de enseñarle todo de mí, de entregarme y ser suya. Y no podía esconder mi nerviosismo, porque jamás había hecho algo tan íntimo con nadie... Solo él. 

De un momento a otro, pasamos de besos suaves, a besos profundos e intensos, mientras la temperatura en la habitación comenzaba a subir. 

Mi corazón parecía estar a punto de estallar, sintiendo sus manos colándose debajo de mi camiseta hasta subir lentamente hacia mi brasier. Siempre me había encargado de detenerlo, pero esta vez, no quería que lo hiciera.

Sus dedos desabrocharon la delgada prenda, dándole pase libre a sus manos para tocar mis pechos, amasándolos entre sus palmas y acariciando ambos pezones, enviando esas sensaciones a un solo punto en especifico. 

—Lo siento, pero... —su voz ronca se coló en mis oídos. —, no creo poder detenerme esta vez.

—No lo hagas... —susurré devuelta. —. Esta vez... estoy segura.

Aún así, mi voz salió temblorosa y mi respiración agitada se mezcló con su aliento cálido que acariciaba mis labios. 

Su boca volvió a atrapar la mía y, esta vez, Leon se encargó de levantarme entre sus brazos, guiándonos a ambos hacia su habitación. 

Todas mis amigas solían decir que la primera vez era dolorosa y abrumadora. Algunas de ellas incluso parecían odiar sus primeras experiencias, pero yo no quería olvidar este momento. 

Cuando sentí el acolchado tocar mi espalda, supe que ya no había vuelta atrás. No podía arrepentirme y mi cuerpo realmente pedía su contacto de una forma que jamás imaginé. En el instante en que él se quitó la camiseta, perdí el aliento por completo. 

Su cuerpo trabajado por el ejercicio deslumbró mis ojos, paseando por aquella piel bronceada, los brazos firmes y los cuadritos dibujados en su abdomen. Por un momento me sentí intimidada al tener que desnudarme y aunque quise mirar en todas direcciones, mi ojos continuaron observandolo hasta verlo completamente expuesto ante mí. 

Sabía que era mi turno, pero las luces de la habitación eran demasiado llamativas, así que, Leon se encargó de apagar el interruptor. Lamentablemente, mis ojos se acostumbraron fácilmente a la oscuridad, logrando ver su figura justo encima de mí. 

—¿Estás asustada?

—No... —murmuré, sintiendo un escalofrío debido al roce de sus labios contra mi cuello. —. Estoy bien...

Mis dedos se acercaron a su piel, tanteando la suavidad de sus hombres y su pecho. Exploré la parte superior de su cuerpo, tocando cada parte de él. 

—Te ayudaré con esto... —murmuró, bajando sus manos hacia el interior de mi falda, recorriendo mis muslos. 

Tragué en seco en ese instante. 

Sus dedos se colaron al interior de mis bragas, acariciándome y tanteando mi humedad. Supongo que ya estaba lista para... hacerlo...

Leon me trató con tanta delicadeza a pesar de las pequeñas punzadas de dolor que sentí en el primer instante en que se adentró en mi interior. Se ocupó de ser cuidadoso, de tratarme cariñosamente y susurrar palabras llenas de amor, que hicieron aflorar cada sensación dentro de mi pecho. 

Me aferré a su cuerpo, sintiéndolo en todo su esplendor, dejando que nuestros cuerpos se conocieran sin pudor. 

Me besó una y otra vez, en distintos lugares los cuales parecieron quemar al sentir el roce de sus labios. Aquellos besos se quedarían como marcas en mi piel, las cuales recordaría...

Descubrí que amaba a Leon incluso más que antes... 

Quería atesorar esta noche, abrazándolo hasta que nuestros cuerpos continuaran fundiéndose el uno al otro y, decirle con toda seguridad que mi amor era sincero. 

—Déjame apreciarte un poco más... —murmuró, besando mi cuerpo hasta seguir un camino hacia mis labios. —. Así recordaré esta noche por siempre...

No me sentí avergonzada en lo absoluto de que sus ojos recorrieran mi cuerpo desnudo y que sus manos continuaran tocándome hasta en los espacios más íntimos.

Descansé esa noche sobre su pecho, escuchando el latir acelerado de su corazón y sintiendo el calor abrazador de su cuerpo debajo de las sabanas. 

Y esa mañana al despertar, me sentí... la chica más feliz del mundo. 

Aún recordando cada segundo de esa primera vez, sonreí al dibujar sobre el cuaderno, haciendo un libro de jugadas para que Leon pudiese continuar estudiando.

Al llegar al final de las hojas, escribí algo extra para él.

"Hice esto para que puedas seguir aprendiendo y combatiendo los números. ¡No olvides que debes ganarle a la geometría! ese es tu deber como capitán.

Te amo.

Con amor, Mimi.

Cerré el cuaderno y lo metí dentro de una bolsa de regalo. Siempre he pensado que los obsequios hechos a mano tienen un valor sentimental mucho más grande, así, Leon podría atesorarlo para acordarse de mí cuando estudiase...

Sonreí embobada, dejando el regalo junto a su casillero y sin más, me alejé del pasillo para ir a mi salón. 

Estaba realmente ansiosa por ver su reacción...

****

Desde que le regalé aquel cuaderno de jugadas habían pasado tres años y no había recibido reacción alguna ante mi obsequio. Y desde que me enteré de la verdad, supe que en realidad a Leon nunca le importó...

Es cierto que le entregué mis primeras veces porque hasta ese entonces yo creía ser la única para él. Jamás me arrepentí de escogerlo para vivir mis primeras experiencias románticas, porque estaba enamorada...

Aquellos días que perdimos y que jamás volverían... Aquellas noches en donde solo fuimos nosotros dos entre las sabanas, conversando en la madrugada, besándonos a oscuras y, diciéndonos que nos amábamos, no eran más que recuerdos borrosos por los que ya no sentía tristeza...

La tormenta en mi corazón se había calmado y me sentía lista para comenzar a dar final a este episodio de mi vida...

Leon no tenía ni idea de lo que se avecinaba, sin embargo, seguía rogando por tenerme a su lado. Constantemente aparecía cerca de mi casillero esperando por mí para hablar, sin embargo, ya no me importaba fingir desinterés. 

—Sé que aún estás molesta conmigo, pero esto... se está volviendo doloroso, Mimi —murmuró, respirando profundamente. —¿Cuánto más me harás... suplicar?

Se veía abatido y el sonido de su voz se oía más frágil que nunca. 

—En verdad lamento haber desconfiado de ti y de... Josh —aquello último tenía un leve tinte de resentimiento. —, pero por favor...

Su voz suplicó una vez más, mientras sus manos buscaban las mías. 

—¿En verdad lo sientes? —pregunté, pero mis palabras iban dirigidas a cada una de sus mentiras.

Ya casi cumpliría un mes sabiéndolo todo... y los días seguían avanzando. Pero él continuaba ocultándolo, volviendo esto en una enorme bola de nieve. 

Casi era un mes soportando su infidelidad. Y para él, era solo un día más traicionándome...

—Me has hecho mucha falta, ni siquiera puedo concentrarme en mis entrenamientos si no te veo. Extraño tenerte conmigo por las noches, extraño oír tu risa y que me digas que me amas... Y lo que más permanece en mis pensamientos es... el miedo...

—¿A qué le tienes miedo? 

Su mirada se encontró con la mía, viéndome fijamente antes de decir las siguientes palabras.

—Tengo miedo de perderte y que ya no existas en mi vida. No podría soportarlo, mi amor...

Aquello último realmente hizo que sintiera algo... una pequeña punzada atravesando mi pecho, porque sus palabras eran una simple premonición de lo que pasaría...

El reloj estaba en conteo regresivo y, probablemente, estas palabras serían parte de nuestras últimas conversaciones antes de romper. 

Su mirada y su expresión realmente demostraron verdadero temor, pero yo ya no podía protegerlo de sus miedos, porque Leon se había convertido en el símbolo de mis inseguridades y de las heridas en mi corazón. Si permanecía a su lado, aquellas grietas jamás se cerrarían y no podría sanar...

—No deberías sentir miedo de perderme... porque no has hecho nada malo ¿verdad? —nuevamente quise empujarlo a hablar, viéndome a los ojos. 

¿Serás sincero conmigo en algun momento? 

—Mimi yo... —sus labios se entreabrieron y su mirada por primera vez demostró un sentimiento diferente. Se veía afligido, atrapado entre sus pensamientos y sus palabras. 

Estaba luchando consigo mismo y en sus ojos vi el reflejo de la culpa embargándolo. 

—N-No quiero arruinar lo nuestro... —dijo con nerviosismo. —. Siempre he pensado que... la única mujer a la que quiero ver cada día al despertar... es a ti...

Por un segundo quise creer que él me diría la verdad. Pero me decepcioné una vez más... porque aquellas palabras vacías me demostraron que él jamás podría ser sincero conmigo.

—Ya veo... —asentí lentamente. —. Es eso lo quieres de mí...

—No hay nadie más... —insistió y sus dedos tiraron de mi mano, para acercarme hacia su cuerpo. 

Sus brazos me rodearon y me envolvió con tanta fuerza, que creí que podría romperme en ese instante. Entendí su desesperación por querer que las cosas fuesen como antes y que mis manos le correspondieran.

Pero ya no sería así nunca más...

—¡Eso es! me alegro ver que se están reconciliando —la voz de Roxy se coló detrás de nosotros, provocando que cada músculo de su cuerpo tensarse al oírla. 

Ambos nos volteamos hacia ella, rompiendo el abrazo.

—Sabía que no podían permanecer enojados por más tiempo —continuó, mientras se posaba justo en frente de mí. —. Ya deja de martirizarlo, Mimi ¿no ves que está arrepentido?

Leon se apartó lentamente de mi lado y yo dibujé una sonrisa en mis labios. 

—Ya está todo bien... —mentí.

—Me alegro por ustedes —Roxy se acercó a abrazarnos a ambos. —. Además, no pueden pelearse a pocos días del juego final —canturreó. 

Leon rápidamente se giró a verme.

 —¿Irás... verdad? —preguntó.

—Sí... —asentí. 

Y esa fue mi primera mentira en respuesta a las suyas.

—Por favor... no faltes. Te necesito ahí, mi amor... —murmuró cerca de mi oído.

—Tranquilo. Voy a estar ahí viéndote —contesté con seguridad en mi voz para no levantar sospechas. 

Leon sonrió emocionado y su boca se acercó a besar mi mejilla. 

Ahora que veía a Roxy y a Leon juntos, fingiendo una vez más frente a mí, me di cuenta de que el odio y tristeza que sentí hace un tiempo hacia los dos, ahora era reemplazado por decepción, como cuando sabes que ya no puedes esperar más nada...

Una mentira más, una mentira menos, no cambiaría las cosas. 

El juego final sería en cuatro días más...

Y ese día, sería aquel en el que pondría fin a mi relación con mi novio.

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