V e i n t i u n o | Miedos reales
Capítulo veintiuno | Miedos reales.
Retraso todo lo posible el momento en que tengo que separarme de él. Lo noto pasar saliva, nervioso.
—Suéltalo de una vez —murmuro.
—¿Estamos bien?
Me separo un poco de él para poder mirarlo a los ojos.
—Eso depende.
—¿De qué?
—De si tienes pensado compensarme con alguna película que sea medianamente buena, para variar.
—Las películas que elijo son buenas —se defiende.
—Ah, ¿lo son?
Mi corazón se derrite cuando lo veo sonreír.
—Vale. ¿Cuál tienes en mente? Y no vayas a decir Titanic, por favor.
—En realidad, había pensado en cierta película que va de un boxeador, y...
—¿Quieres ver Creed?
Sonrío y asiento.
—¿De verdad?
—Hemos visto mi película favorita, pero no la tuya. ¿Se puede saber a qué esperas para enseñármela?
—A nada —toma mi mano—. Vamos, venga.
Contengo una risa cuando veo su impaciencia. A veces actúa de forma tan inocente que mi pecho se llena de ternura.
—Más te vale que sea buena, o no dejaré que vuelvas a elegir una película —lo pico.
—Te va a gustar.
—¿De qué va? —se detiene y me mira con una ceja enarcada—. No me mires así. Me he hecho la entendida, pero la verdad es que solo sé que va de peleas.
Las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba.
—Va de un tío que siguió los pasos de su padre con el boxeo. Necesita un entrenador, así que va en busca de Rocky. ¿Has visto sus películas?
Niego en silencio. Me gusta verlo hablando de algo con tanta emoción.
—También te gustarían. Son más antiguas, pero lo bueno es que no necesitas ver las anteriores para ver esta. Están relacionadas, pero es otra historia diferente.
—Podemos verlas también. Me apetece mucho.
—¿Lo dices por decir o porque de verdad te interesa?
—Porque me apetece pasar el tiempo contigo.
—A mí me vale. Si quieres podemos...
Se corta a sí mismo a la vez que baja la mirada. Dejo una mano sobre su brazo cuando me sitúo a su lado.
—¿Estás bien? —pregunto.
Tarda unos segundos, pero termina asintiendo.
—Creo que me he mareado.
—Déjame que te lleve al sofá —le pido, intentando sostenerlo.
—No hace falta, estoy bien.
Da otro paso más, pero no llega muy lejos cuando deja una mano en la pared para no perder el equilibrio.
Entonces, palidezco ante lo que veo.
Siento como el tiempo se detiene, lenta y dolorosamente, cuando un hilo de sangre baja por su nariz. Contengo la respiración cuando, lo que apenas eran unas gotas, ahora ha tornado a algo que consigue despertar mi aprensión.
Susurro su nombre en voz baja, paralizada por el miedo. Pero no responde.
Sus piernas pierden fuerza y cae al suelo de rodillas. Lo sostengo como puedo para intentar mantenerlo erguido, pero no tengo suficiente fuerza y me limito a dejarlo sentado, apoyado en la pared.
Me arrodillo delante de él y sujeto su cabeza con ambas manos, obligándole a mirarme. Las lágrimas se acumulan en mis ojos cuando cierra los suyos.
—Neithan, mírame —lo zarandeo, pero no se mueve—. Por favor... dime que estás bien.
Dejo el dedo índice y el corazón sobre su cuello, tratando de tomarle el pulso. Me tiemblan tanto las manos que cuando no lo encuentro, no sé si se debe a mi estado o al suyo. Pero segundos después, lo siento.
Está ahí. Su corazón sigue latiendo.
—Voy a... llamaré a una ambulancia —decido con un hilo de voz—. Tengo que llevarte al hospital. Ellos sabrán que hay que...
—No...
Acuno su cara con ambas manos, cuidadosa.
—Necesitas ir a un hospital, ¿me oyes? Te prometo que estarás bien. No dejaré que te pase nada.
—Madeleine... no...
—¿No, qué?
—No puedes... no llames —pasa saliva con dificultad y me percato de que está perdiendo consciencia—. No te lo perdonaré si... llamas...
—¿Cuánto has tomado? —no reacciona—. ¡Tienes que decirme cuánto has tomado!
Verlo en este estado consigue cerrarme la garganta. No puedo respirar sabiendo que él puede dejar de hacerlo en cualquier momento. La sangre ha descendido hasta sus labios. Paso mis dedos por ellos, tratando de limpiarlo cómo puedo.
En cuanto la yema de mis dedos entran en contacto con ese líquido rojizo, un escalofrío me recorre la espina dorsal. Mi mente me transporta a aquella noche de inmediato y me doy cuenta de que no puedo lidiar con esto yo sola.
Me siento en el punto de partida. Tal y cómo me sentía aquella noche, cuando tuve que traerlo a rastras hasta su apartamento. Desde que ocurrió aquella vez han cambiado muchas cosas. Muchísimas. Pero hay una en concreto que se mantiene intacta. Sigo sin saber cómo ayudarlo.
—Voy a buscar ayuda —le digo, pero dudo que me oiga—. Volveré en un momento.
Salgo de la casa a toda velocidad, dejando la puerta abierta. El corazón me golpea tan fuerte en el pecho que duele. Siento como si todo mi mundo se tambaleara sin poder evitarlo. Cómo si no pudiera hacer nada para impedir que se derrumbe.
Llego a la planta baja, mirando de un lado a otro con auténtica desesperación. Entonces, diviso a la persona que estaba buscando. Voy corriendo hacia él y se sobresalta cuando toco su espalda.
—Jett —se gira hacia mí—. Necesito que vengas conmigo. Por favor.
Parece desconcertado. No sé si porque le estoy pidiendo ayuda precisamente a él, que nunca hemos intercambiado más de dos frases seguidas, o bien por el hecho de que mi aspecto ahora mismo es lamentable.
—¿Por qué estás llorando? ¿Qué te pasa?
—¿Puedes venir conmigo?
Sujeta mi brazo y observa la manga de mi camiseta.
—¿Y esta sangre? ¿Te has cortado?
—Jett —me suelto de él—. Necesito que me acompañes arriba.
Por fin reacciona y decide acompañarme. Subimos las escaleras a toda prisa. Él no comprende nada y me lo hace saber cada cinco segundos, pero yo no me detengo a explicárselo. Cuando llegamos a su casa y abro del todo la puerta, se me cae el alma a los pies.
Es ahí cuando siento, por primera vez en toda mi vida, que mi mundo acaba de venirse completamente abajo.
—Mierda.
El chico choca con mi hombro al pasar por mi lado, pero yo no puedo mover ni un solo músculo.
Está tumbado en el suelo. Hay un pequeño charco de sangre debajo de su cabeza. Su camiseta está manchada del mismo líquido. Mantiene los ojos cerrados y tiene una expresión tranquila, ajeno a todo problema. Desde aquí no consigo ver si está respirando, o si...
—¡Maddy! —la voz de Jett me devuelve a la realidad—. ¡Maldita sea, ven aquí! ¡Reacciona de una vez!
Mis piernas se me mueven solas y camino hacia él. Lo ha incorporado, dejándolo en la misma posición que estaba cuando salí. Jett le toma el pulso.
—Está respirando —le hago saber con un hilo de voz.
—No compruebo eso —murmura—. Tiene el pulso demasiado acelerado.
—¿Eso que significa?
Aprieta los labios en una línea, claramente tenso. No me gusta esa respuesta.
—Ve por un trapo. Una servilleta, lo que sea. Date prisa.
—Dime que significa —insisto.
—Significa que ya nos podemos dar prisa en hacer que reaccione. Haz lo que te he dicho de una vez.
Mi cuerpo funciona en piloto automático. Corro a la cocina y alcanzo el dispensador de servilletas. Agarro un puñado y vuelvo a donde se encuentran. Hago el amago de dárselo, pero me detiene. Hace que las sujete bien.
—Límpialo y mantén la presión aquí —señala—. Hay que cortar la hemorragia, ¿comprendes?
Niego torpemente con la cabeza.
—Hazlo tú, por favor —le pido en voz baja—. Yo no... no me gusta la sangre, no puedo...
—Sí, si puedes. Hazlo y dime donde guarda el botiquín.
—En el baño, pero...
Se levanta sin darme opción a reproches.
Con las manos temblorosas, hago lo que me pide. Limpio su cara y su cuello. Contengo la respiración e intento detener la hemorragia, pero no lo consigo. Jett se detiene a mi lado y me quita la servilleta para hacerlo él mismo. Ejerce presión en el puente de su nariz y no sé cómo, lo logra.
—¿Se puede saber que mierda se ha metido para terminar así?
—No lo sé —susurro.
—¿No lo sabes? Estabas aquí con él, ¿y me estás diciendo que no has visto nada?
Niego.
—Discutimos y... se encerró en el baño. No me dejó entrar. Cuando salió lo arreglamos y él estaba bien... le he preguntado pero no dice nada...
—Pues claro que no dice nada. Lo raro sería que hubiera ayudado en algo. Solo sabe joder.
Jett abre el botiquín y saca un algodón. Lo empapa en alcohol y deja el bote a un lado.
—No hables así de él —mascullo.
Lleva el algodón a su nariz. Lo pasa varias veces y me mira de soslayo.
—¿Quieres que no hable así de él? —lo sujeta de la nuca y sigue intentando lo mismo—. Descuida. El día que empiece a hacer las cosas bien no volveré a decir nada.
—Tú no lo conoces. No tienes derecho a opinar sobre su vida.
—¿Y tú? ¿Se puede saber que haces cerca de alguien así? —niega con desaprobación—. Vas a cargarte tu futuro por andar cerca de alguien que ni eso tiene.
Se me saltan las lágrimas de pura impotencia.
—Deja de meterte con él —mascullo con un nudo en la garganta—. Es una buena persona.
—Una buena persona no hace lo que hace él.
—No tienes ni idea de nada, así que cállate o lárgate de aquí.
—Créeme, sé de lo que hablo. He intentado mil veces hacerlo entrar en razón. Pero prefiere continuar haciendo lo que le da la gana, porque es el camino fácil. Estoy harto.
—Que tú te hayas rendido con él no significa que yo vaya a hacerlo.
La forma en que le hablo hace que me mire. No dice nada más y agradezco internamente que haya hecho caso omiso a mi amenaza y se haya quedado. Entonces, escucho un quejido. Ha abierto los ojos. Débil, aturdido, pero lo ha hecho.
—Neithan —dejo mis manos sobre él, aferrándome a la poca esperanza que tengo.
Jett me aparta de él y le da pequeños toques en la cara para que espabile.
—Ya puedes mantenerte despierto —no le responde y sujeta su mandíbula con firmeza—. Eh, ¿me estás oyendo? Ni se te ocurra volver a cerrar los ojos.
Tomo su mano cuando empieza a volver a estar consciente. Entrelazo mis dedos con los suyos. Necesito que sepa que estoy aquí.
—Tienes que hacer memoria y decirme que ha tomado —insiste.
—Ya te he dicho que no lo sé.
—Seguro que te haces una idea. Llevas mucho tiempo quedando con él cada día. Has tenido que ver algo en alguna ocasión.
Intento hacerme un lugar entre el caos que es ahora mismo mi mente y pensar con claridad.
—Él siempre tiene... cocaína —esa palabra quema en mis labios y paso saliva—. Creo que era eso, pero no estoy segura. No sé mucho de esas cosas.
—¿Una especie de polvo blanco? —asiento con los ojos cristalinos—. ¿Algo más?
—No... solo eso.
Jett suspira, pasándose una mano por la cara mientras que se sienta del todo en el suelo.
—Pues da gracias. Llega a ser algo un poco más fuerte y el imbécil no lo cuenta. Al menos no se mete en vena como esos yonkis marginales —me mira—. Porque no lo hace, ¿no?
—Claro que no —niego enseguida—. No digas estupideces.
No me mira muy confiado y le revisa ambos brazos en busca de pinchazos. Siento que el oxígeno se vuelve cemento a mi alrededor cuando lo veo hacer eso. Él no es así. Él no haría algo así. Parece darse cuenta de que no es lo más acertado porque, en cuanto me mira, suelta a Neithan y se aclara la garganta, incómodo.
—Voy a traerle agua —murmura—. No dejes que vuelva a dormirse.
Se levanta y camina a la cocina. Yo, por mi parte, hago lo que me ha pedido. Pero por más que diga su nombre o que intente llamar su atención, no reacciona.
Me mira, pero no me ve. Está completamente ido.
—Ya está otra vez. —Jett deja el vaso a un lado y se agacha junto a él—. Te he dicho que lo mantengas despierto.
—Hay que llevarlo a un hospital. ¿Me prestas tu teléfono para llamar? No sé dónde he metido el mío.
—Si lo que quieres es que encierren a tu amigo, llamaré. Si por el contrario prefieres que esté bien, olvida esa idea.
—Pero Jett... necesita ir al hospital. Necesita que lo vea un médico...
—Lo que necesita es una puta clínica de desintoxicación. Si continúa así, cualquier día acabará en una zanja.
—¡Qué no hables así de él!
Odio que mencionen cosas relacionadas con la muerte. Y odio que las relacionen con las personas a las que quiero.
—Él solo debería darse cuenta de que va a terminar demasiado mal cómo continúe así —se acerca a él cuando ve que ha cerrado los ojos y vuelve a sujetarlo con fuerza—. ¿Me estás oyendo, capullo? Más te vale madurar de una puta vez.
Lo aparto de Neithan y me acerco más a él, cómo si así pudiera protegerlo de todo lo malo que le dice. Acaricio su cara e intento contener el llanto.
—No le hables mal. No se encuentra bien y vas a hacer que se sienta peor.
—Pienso hablarle mal las veces que sean necesarias si así consigo que espabile de una vez. Y tú deberías hacerme caso, Maddy. Aléjate de él antes de que te veas envuelta en toda la mierda que lo rodea. Conociéndolo, no te traerá nada bueno.
Solo hacen falta esas palabras para conseguir derrumbarme.
Mis hombros se sacuden con fuerza y de mi garganta escapan pequeños quejidos que me es imposible controlar. Lo único que quiero hacer ahora mismo es abrazarlo. Dejo mis brazos sobre su cuerpo y escondo la cara en su cuello, rezando internamente porque se recupere.
—Maddy —me llama Jett.
—Vete de aquí —sollozo—. Fuera.
—Sé que me he pasado, pero tú no entiendes...
—¡Que te vayas de una vez!
—Por muy enfadada que estés conmigo, no pienso hacer eso.
Levanto la mirada y su imagen se cuela entre las lágrimas que cubren mis ojos.
—No quiero que estés aquí. Déjame sola con él.
—Si te dejo sola con él no tendrás ni idea de qué hacer en caso de que ocurra lo mismo. ¿No entiendes que es peligroso?
—Ahora sé que hacer. Te he visto despertarlo.
—¿Y de qué servirá que sepas la teoría cuando te bloquees como hiciste antes?
Golpea dónde más me duele. Y la forma en que me observa, llena de compasión y escepticismo, sólo empeora las cosas.
—No lo digas cómo si solo por eso ya fuera débil.
—No he dicho eso. Pero te has quedado paralizada cuando lo has visto así.
—Tú no lo entiendes.
—Ahí te equivocas. Creo que lo entiendo perfectamente.
Frunzo el ceño, esperando a que continúe. Porque claramente, tiene algo que añadir.
—¿Y? —lo incito.
—Y sinceramente, espero estar equivocado.
Mi límite de paciencia está llegando a su fin.
—¿Piensas explicarme de qué hablas?
—No creo que sea el momento más acertado. Apártate de él.
Ni de broma. Acorto del todo el espacio, quedando a su lado. Jett suspira.
—Maddy, te estoy pidiendo que...
—Que me aparte. ¿Para qué? ¿Para tratarlo como si fuera alguien horrible de nuevo?
—No voy a volver a hablarle así.
—Y una mierda —apenas puedo contener las lágrimas llenas de frustración—. Siempre le hablas mal. Lo miras fatal y lo repudias como si fuera un criminal.
—Él también me odia.
—Eso no lo sabes.
—¿Crees que él sí me mira bien? ¿De verdad?
—Jett, él mira mal a todo el mundo. No habla con nadie y no le gusta la gente. ¿Alguna vez ha llegado a decirte que te odia?
No dice nada.
—Será porque, probablemente, no lo haga —murmuro—. Pero parece que eres incapaz de comprender eso. Tanto tiempo aquí y aún no lo conoces.
Me paso el dorso de la mano bajo los ojos, pero no sirve de nada porque me veo incapaz de dejar de llorar.
—Ven conmigo.
—No pienso moverme de aquí.
—Será un momento. Hazme caso.
Niego, pero no sirve de mucho. Jett se pone de pie y me obliga a imitarlo. Me lleva hasta el dormitorio de Neithan y cierra la puerta. Frunzo el ceño, molesta.
—¿Se puede saber qué haces?
—Tienes que quedarte aquí mientras me ocupo de él.
Niego con la cabeza e intento que se aparte, pero se apoya en la puerta, dejándome claro que no va a hacerlo.
—Déjame salir —pido, desesperada—. No le gusta estar solo, Jett, por favor...
—Voy a estar con él, no va a estar solo. Y tú necesitas tranquilizarte. Lo siento, pero así no me ayudas.
—Estoy bien —aseguro—. Puedo ayudar, si me dices que tengo que hacer...
—Si estás temblando, ¿no te ves?
La respiración se me agolpa en el pecho y vuelvo a negar con la cabeza. Jett se acerca, deja una mano en mi espalda y me lleva hasta la cama.
—No quiero que le pase nada, pero no sé... no sé qué hacer...
—Siéntate y trata de calmarte, ¿vale? Deja que me ocupe de esto.
Me siento en la cama y lo veo esperando una respuesta.
—Jett...
—Va a estar bien, te lo prometo.
No tarda en salir por la puerta y reina el silencio.
Inhalo despacio y exhalo cautelosamente. El aire quema en mis pulmones y mis cuerpo no deja de emitir pequeñas sacudidas.
Cada segundo que transcurre es doloroso. Su imagen no se va de mi cabeza.
La sangre. Él inconsciente. La forma en que parecía que no respiraba.
Me pego a la pared en el borde de la cama, llevándome las rodillas al pecho. Hundo la cara entre mis piernas y enredo mis manos en el pelo. No puedo controlar mi respiración. Mi pulso va a mil por hora.
Necesito que esté bien.
Levanto la mirada, clavándola en la puerta.
Quiero salir, sí. Pero algo me dice que no lo haga. Me siento completamente inútil en este estado. Siento que ahora mismo, cómo Jett ha dejado claro, no puedo hacer nada por él.
Tras ese pensamiento, cualquier idea descabellada que cruza mi mente es descartada de inmediato. Me quedo aquí.
No sé cuánto tiempo transcurre. Tampoco cuántas lágrimas he derramado ya. Lejos de tranquilizarme, he ido a peor. Solo he podido imaginarme todos los posibles escenarios que existen y dejarme abatir por el miedo de nuevo. Porque me he sentido perdida en todos y cada uno de ellos.
Escucho varios pasos fuera. Soy capaz de oír la voz de Jett, pero no la de Neithan. También he escuchado algo romperse. Parece cristal. No sé qué demonios pasa.
Me siento paralizada, pero hago acoplo de todas mis fuerzas para mover mis piernas hasta dejarlas fuera de la cama. Me dispongo a ponerme de pie, pero no llego a hacerlo cuando alguien abre la puerta.
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