V e i n t i s i e t e | Almas
Capítulo veintisiete | Almas.
—No.
Niega fervientemente con la cabeza y mi gesto hace contraste con el suyo.
—Sí.
—Madeleine, ni de coña.
—¡Va a ser divertido, venga!
Mira lo que tengo detrás antes de volver a poner su atención sobre mí.
—Tu concepto de diversión debe ser diferente al mío, porque yo no veo lo divertido ahí.
—Tú nunca ves la diversión en ningún sitio. Pero para eso estoy yo aquí.
—Estás aquí para joder, acéptalo.
Verme ofendida es un gusto que permito que se dé cada día.
Sé que le encanta porque, siempre que me suelta uno de esos comentarios, las comisuras de sus labios se elevan casi imperceptiblemente. Sigue creyendo que no me doy cuenta, sin tener ni idea de cuánto me gusta verlo así. Y de que puede que la mitad de sus "comentarios ofensivos" no me ofendan lo más mínimo. Solo finjo por ver esa expresión.
Pero seguiré fingiendo las veces que sean necesarias porque nada cambie.
—¿Por qué te gusta tanto meterte conmigo?
—No lo sé. Es tan fácil.
Me cruzo de brazos.
—¿A ti te gustaría que me meta contigo?
—Puedes intentarlo, pero dudo que lo consigas.
—¿Y eso por qué?
—Porque se requiere de una crueldad experimentada de la que tú careces.
Entreabro los labios, de nuevo, reluciendo mi vena dramática y fingiendo estar ofendida.
—Puedo ser muy cruel, en realidad.
—Eres demasiado tierna para ser cruel con nadie. Creo que te echarías a llorar si me hicieras sentir mal durante un solo segundo.
Estoy a punto de darle la razón, pero me he quedado paralizada en la primera frase. ¿Acaba de llamarme tierna?
—Creo que no me conoces para decir eso —lo pico.
—Madeleine, te conozco de hace tres meses.
—¿Eso te parece mucho? Son tres meses, no tres años.
—No necesito años. Un par de meses han sido todo lo que me ha hecho falta.
Ladeo la cabeza, observándolo con curiosidad.
—¿De verdad crees conocerme?
No es una pregunta acusatoria, y agradezco que no suene cómo tal. Él entrecierra los ojos mientras da un paso hacia mí, desafiante.
—¿Piensas que no te conozco?
—No lo sé.
—Pregúntame lo que sea sobre ti.
—¿Lo que sea?
Se encoge de hombros con bastante confianza.
Hora de quitársela.
—¿Cuál es mi color favorito?
Eleva ambas cejas con una sonrisa burlona.
—¿En serio?
Asiento.
Es la pregunta más básica de la historia, soy consciente. Pero también soy consciente de que es imposible que lo sepa. Más que nada porque nunca se lo he dicho.
—El violeta.
Abro los ojos de más y pretendo hablar, pero se me adelanta.
—Pero no el violeta oscuro, si no el más claro que haya. No te gustan nada los colores oscuros, excepto el negro o el gris. Y aún así, no te emocionan.
—¿Cómo demonios sabes eso?
Vuelve a encogerse de hombros.
Vale, hay que ponerse seria. No puede ganar esto.
—¿Qué tipo de películas me gustan?
—Las que me hacen vomitar.
—Me refiero aparte de las románticas, idiota.
—Las de acción, aunque no te gusta que salga demasiada sangre o demasiadas peleas. También te encantan las de Disney.
—¡Nunca te lo he dicho!
—Lo leí en tu diario.
Durante un momento sufro un pequeño infarto, pero entonces caigo en que él nunca ha estado en mi casa.
—No sabes que tengo un diario.
—Ahora sí.
Ruedo los ojos.
—¿Cuál es la comida que más odio?
—Los espaguetis. En realidad, la pasta, en general. No te gusta demasiado.
Tiene que estar de coña.
—¿Qué país me encantaría visitar algún día?
Pretende hablar, pero se detiene, pensativo. Sonrío llena de satisfacción, porque es completamente imposible que sepa eso.
—Francia.
—¡Pero a ti qué te pasa! ¡No te lo he contado nunca!
—Eres una romántica empedernida. Si el primer sitio en tu lista no es visitar la ciudad del amor, no sería ninguno.
—Vale. ¿Y el segundo?
Se detiene a pensarlo.
—México. Sé que te gusta mucho su cultura. Bueno, y su comida.
Sonrío.
—Te has colado. Ese es el tercero.
—Entonces, Roma. Era mi segunda opción.
—¿Pero cómo...?
—Estás enamorada de la vida —rueda los ojos—. Doy por hecho que te encantarán las cosas antiguas, que tengan su propia historia. Italia va sobrada de historia.
Joder. Me conoce.
—¿Sorprendida? ¿No tienes más preguntas?
—¿Cuál es mi prenda de ropa favorita?
—El pijama o las sudaderas. En concreto, la que te regalé. Apuesto a que duermes con ella cada noche.
Maldito.
Esboza una sonrisa maliciosa cuando ve mi cara sonrojada de asesina en serie.
—¿Ahora sí has terminado? —añade.
—Me he dado cuenta de que soy una amiga horrible.
Se le borra la sonrisa.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Yo no sé todo eso de ti. No te conozco tanto como tú a mí.
—Sí me conoces.
—No de esa forma. Yo no sé dónde te gustaría viajar, ni cuál es tu color favorito, ni tu comida preferida... no sé nada de eso.
—No lo sabes porque no hay nada que saber, Madeleine. No te agobies por eso.
Frunzo el ceño. Él suspira.
—No me gustaría viajar a ningún sitio, porque me sentiré cómo la mierda en Nueva Jersey o en Francia. Tampoco tengo comida favorita. El solo hecho de pensar en comer me da náuseas.
—Eso no es verdad.
—Sí que lo es.
—Te gustan las patatas fritas —me encojo de hombros—. Y siempre que podemos me dices de comprar en Joe's. La única hamburguesa que te gusta es la que no lleva queso. Y el chocolate también te encanta. Apuesto a que si pudieras meterlo todo en una misma comida, lo harías.
Entreabre los labios.
—Acabas de decirme algo que no sabía. ¿Me dices también cuál es mi color favorito?
—¿Qué? No lo sé, idiota.
—Eso no es un color.
Ruedo los ojos cuando el sonríe con burla.
—Que conste que no tengo ni idea —empiezo—. Pero si tuviera que decir uno, diría el azul.
—¿El azul? ¿Cómo el mar?
—No. Cómo el cielo. Cómo tu sudadera favorita. Cómo... tus ojos.
Aparto la mirada cuando noto la suya sobre mí, mientras intento no sonrojarme.
—Me gusta el azul —dice únicamente.
Entonces, algo cruza por mi mente. A pesar de poder equivocarme, me arriesgo a decirlo.
—Creo que si tuvieras que elegir un lugar donde te gustaría viajar, sería Alaska.
—No lo entiendo. ¿Por qué allí?
—Porque allí no hay ruido. Es una especie de paraíso, alejado de todo. Es cómo... cómo si estuviera alejado de la oscuridad que carga el mundo.
No dice nada.
—¿He acertado?
—No lo sé.
Continúa pensativo. Intento relajar el ambiente.
—Me ha faltado decir que allí podrías caerte todas las veces que quieras con la tabla de snow. Nadie se reiría de ti.
Esboza una pequeña sonrisa.
—Tú sí lo harías.
—¿Dejarías que fuera contigo?
—Te pediría que vinieras conmigo.
—Pues yo te pediría que me lo pagaras, porque no tengo dinero.
La sonrisa deja de ser tan pequeña, provocando la mía.
—Aún no me has respondido —me dice.
—Sí, me reiría de ti —admito—. Pero que conste que, antes de reírme, te ayudaría a levantarte.
—Lo sé.
Sé que lo sabe.
Acorto el espacio que hay entre nosotros y tomo su mano, comenzando a caminar.
—¿Qué haces?
—Has conseguido distraerme, pero no te vas a librar.
Se detiene bruscamente, impulsándome hacia atrás.
—Madeleine, te dije que no y lo sigo manteniendo.
—Vale, cómo quieras —me saco la sudadera de un tirón y se la estrello en el pecho—. Me voy yo sola.
Lo veo desviar inconscientemente la mirada a mi camiseta, y al segundo siguiente, apartarla avergonzado, como si acabara de cometer un delito.
Siempre lo hace y siempre me parece adorable.
—No voy a dejar que te metas ahí. Vas a ponerte mala.
—Es verano.
—Será en tu mundo, porque en este apenas ha empezado y estamos a diez grados.
Camino hacia atrás, sonriendo divertida.
—Me gusta que el agua esté fresquita.
—Madeleine —advierte.
—Neithan.
—Ven aquí ahora mismo.
Le regalo un bonito corte de manga.
—No me toques los cojones. No me hagas ir a por ti.
—Quizás es lo que quiero.
¿Quién dice que no soy cruel? Porque no hay nada más cruel que hacer que entre en el agua conmigo sabiendo que es peor que un gato. Él odia la playa.
Camina hacia mí con rapidez y extiende su brazo para alcanzarme, pero soy más rápida y salgo corriendo, entrando en el agua.
Tenía razón. Está congelada.
—¡Maddy, no me jodas, ven aquí!
—¿Maddy? —me burlo.
—¿Quieres dejar de joderme y venir fuera?
Niego despacio, sin borrar la sonrisa.
Me doy la vuelta y camino al interior. Agradezco llevar pantalones cortos, porque puedo entrar a más profundidad sin necesidad de mojarme la ropa. Así que camino hasta que el agua me cubre las piernas.
El frío me eriza la piel. La brisa marina me acaricia el cabello e inspiro profundamente, saboreando la tranquilidad en estado puro. Me fijo en el horizonte. El sol aún está bajo. Se refleja en el relieve de las olas, mezclándose con el azul que consigue hipnotizarme a cada segundo.
Me sobresalto cuando noto una mano en mi antebrazo.
—Sabía que terminarías entrando —sonrío.
—Solo para llevarte fuera. Mira cómo me estoy poniendo por tu culpa.
—¿Sabes que es solo agua?
—Sí, y también sé que está helada. Me estoy congelando.
—Si te mueves dejarás de tener frío. Ven.
Tomo su mano y lo adentro un poco más. Él me detiene y mi brazo choca con su pecho.
—Había pensado en que podríamos movernos hacia allí —señala la orilla.
—No quiero salir todavía. ¿Podemos quedarnos un rato?
Suspira pesadamente, mirando a su alrededor.
Doy un pequeño salto de alegría cuando es él quien pasa por mi lado sin soltarme, encaminándose al interior.
—¿De verdad que quieres quedarte aquí conmigo?
—Cállate o me arrepentiré.
Le hago caso. Me callo.
Pero no duro más de veinte segundos así.
—¿Sabes? Podrías llevarme tú. Me ahorrarías el paseo.
—Vale. Súbete.
Eso no me lo esperaba.
—¿Qué?
—Qué te subas.
—Pero...
—Voy a llevarte. ¿No es lo que querías?
No sé si se está burlando de mí, pero algo me dice que no cuando me da la espalda, esperando por mí.
—No voy a subirme para que me tires al agua cuando no me lo espere, idiota —empujo su hombro.
—No voy a hacer eso, paranoica.
—No me fío. Algo me huele mal. Aquí hay trampa.
—¿Quieres subirte y callarte de una puta vez?
—Tu delicadeza me conmueve.
Desconfiada, me quedo a su espalda. Pongo ambas manos en sus hombros y se da cuenta de que no podré subir sola por la altura, porque se agacha para que me sea más fácil.
—No confío, que conste.
—Sí, me ha quedado claro.
A pesar de que lo que he dicho es cierto, doy un pequeño salto y me subo a su espalda. Rompo a reír cuando estoy a punto de caer y él debe sujetarme. Afianza el agarre y me sube bien.
Y enseguida lo noto.
—¡Bájame! —suplico al momento.
—¿No querías subir tanto?
—¡No tiene gracia, Neithan! ¡Bájame!
Lo escucho reír y solo quiero ahogarlo en el mar.
Resulta que cuando estás mojada con agua fría y hace viento frío, el resultado es solo uno. Más frío todavía.
—Ya casi estamos. No des más por culo del necesario.
—¡Me estoy congelando!
—Sí, es lo que pasa cuando sales del agua y hace viento.
—¡Me has engañado!
—No es culpa mía que seas imbécil.
Me abrazo a él más fuerte, buscando un poco de calor.
—Voy a resfriarme por tu culpa —mascullo.
Se detiene en cuanto lo digo. Me suelta despacio, procurando no caerme.
La cosa va a peor cuando descubro que ha caminado tanto que el agua le llega al nivel del pecho. Por lo que a mí me tapa casi por completo.
—¡La madre que te...! —me corto, intentando no hundirme—. ¡Neithan!
—¡No me acordaba de que medías medio metro, joder! ¡No es mi culpa!
Corre a sujetarme antes de morir trágicamente ahogada.
Me mantiene a flote, pero me atrevo a enrollar mis piernas en su cintura y sostenerme de su cuello.
Giro la cabeza cuando toso un poco.
—Creo que he tragado agua y todo.
Al estar prácticamente pegada a él, noto su pecho vibrar.
—¿Te estás riendo?
—¿Qué? No.
—¡He estado apunto de morir por tu culpa!
—Exclamó la menos dramática.
—Ni siquiera he hecho el testamento. Moriría sin saber que pasaría con mis cosas. Es horrible.
—¿Qué cosas? Si tú no tienes nada.
—¿Cómo que no? ¿Y mis libros?
—Esos me los pido yo.
Bueno, si hay alguien a quien le confiaría mis libros, ese es Neithan.
—También tengo veinticinco dólares con cincuenta debajo del colchón.
—Puedo invertir bien esa fortuna. Tengo talento para los negocios.
—Pues ya he repartido todo mi patrimonio y mis pertenencias. Ahora sí puedo morir tranquila.
—¿Te suelto entonces?
—¡No seas malo!
Me abrazo a él más fuerte, enterrando mi cara en su camiseta. El sonido ronco de su risa consigue erizarme la piel.
Entonces, nos quedamos en silencio.
Me doy cuenta enseguida de lo peligroso que es eso cuando pasea sus manos por mi espalda. No es una caricia, es más bien cómo si buscara sostenerme. Pero no quita el detalle de que está tocándome de la forma en que lo está haciendo.
—¿Estás bien?
Depende de a qué se refiera.
—¿Por qué?
—¿No tienes frío?
Ah, era eso.
—Estoy bien —murmuro.
—Ya estamos dentro del agua. ¿Qué es lo que querías hacer aquí?
Me paro a pensarlo.
—No lo sé.
—A lo mejor era una excusa para abrazarme.
Me separo un poco solo para mirarlo con ambas cejas enarcadas.
—Eres un creído.
—¿Por qué?
—Por insinuar que quería entrar en el agua solo para estar tan cerca de ti.
—¿Tan malo sería querer abrazarme?
La forma en que formula esa pregunta consigue dolerme. ¿Cuántos abrazos le habrán negado?
—Claro que no.
—¿No? Pues es lo que has dado a entender.
—Neithan, me gusta estar cerca de ti. Me gusta abrazarte. Me gusta tanto que siempre busco cualquier estúpida excusa para hacerlo. Sé que te has dado cuenta.
Quiero que sea consciente de ello, y, sinceramente, no me siento avergonzada por admitirlo. Es la verdad. Estar cerca de él me hace sentir bien. Protegida. En casa.
Me mantiene la mirada unos segundos. Después, solo la aparta clavándola en cualquier cosa que no sea yo y asiente.
Llevo mi mano a su nuca, cómo el siempre hace. Acaricio el nacimiento de su cabello despacio. A pesar de tener las manos mojadas, no se queja. No me pide que me detenga.
—Podríamos hacer esto todos los días —hablo en voz baja.
—Terminarías con una pulmonía.
—No hablo de la playa.
Sus dedos comienzan a trazar pequeñas caricias en la parte baja de mi espalda.
—Cuando dijiste lo de tener un propósito —comienza y lo contemplo, intrigada—. ¿A qué te referías?
—Hay personas que están destinadas a hacer grandes cosas. Me pregunto si yo soy una de esas personas.
—¿Qué entiendes cómo "grandes cosas"?
Aprieto los labios y me dejo caer sobre él otra vez, pensativa.
—Tener un trabajo importante —reflexiono—. Ganar mucho dinero. Llegar lejos en la vida.
Sus caricias se detienen.
—Ojalá mi propósito nunca se convierta en algo tan triste como vivir únicamente para ganar dinero.
Yo también detengo las mías.
—Es lo que hace todo el mundo —lo pienso detenidamente—. Trabajar, ganar dinero, comprar una casa. Después vuelven al trabajo.
—Sobrevivir.
—De eso se trata.
—No. La vida está para vivirla, no para estar asfixiado día sí y día también por pensamientos de mierda, gente que no merece la pena y deudas. La gente quiere aprender a vivir, solo que sé les ha olvidado.
Hace una pausa y reanuda las caricias.
—A todos se nos ha olvidado lo que es sentirse vivo —añade.
—Hay gente que está muy viva. ¿Por qué crees eso?
—Porque me niego a pensar que solo me ha ocurrido a mí.
Me separo de nuevo. Muevo mi mano a su cara con suavidad, encontrándome con su azul.
—Neithan.
—Olvida lo que he dicho.
—A mí también me ha pasado.
—Seguro que sí.
—¿Crees que eres el único que siente que ha perdido el sentido de todo esto?
Niega con la cabeza.
—No he dicho eso.
—Nos ocurre a todos en algún momento de nuestra vida.
—Pero a mí me ocurrió hace años y aún no lo he recuperado.
—Yo no sé ni si he llegado a tenerlo alguna vez. Nunca he entendido por qué estamos aquí. Cada cosa bonita parece estar rodeada de dolor. Cómo si para alcanzarla tuvieras que sufrir de alguna forma.
—Cómo si fuera el precio a pagar por ser feliz.
—Sí, pero... al mismo tiempo creo que tampoco es tan horrible.
—Es una mierda.
—Si no supieras lo que es el sufrimiento, no podrías conocer la felicidad.
—Pero para todo existe un límite, y yo he cubierto el maldito cupo para dos vidas enteras. No es justo que algunas personas no sepan lo que es sentir que no puedes con nada, mientras tú lo llevas todo a cuestas. Solo. Todo el tiempo. Año tras año.
Me rompe escucharlo decir eso.
—Eso solo puede significar una cosa.
—Que soy un maldito desgraciado.
—Que ahora, la vida tiene que devolverte toda esa felicidad de la que te ha privado.
—La justicia no existe, Madeleine. Eso no va a ocurrir.
—Lo hará. Ya lo verás.
La forma en que me observa es desoladora. Nunca he visto tanto vacío en una sola persona.
Me atrae hacia él. Me abraza de una forma que no me ha abrazado nunca. Juro que siento su dolor a través de su tacto.
—Tenías razón —murmura—. No se sabe para qué estamos aquí. No tiene sentido.
—Es cómo... si intentáramos encontrar un camino que no existe.
—Cómo si sólo fuéramos almas perdidas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro