T r e i n t a y u n o | Marcas
Capítulo treinta y uno | Marcas.
—¿Quieres algo más? —me pregunta Lay.
—Que dejéis te atosigarme, si puede ser.
—Digo de comer. ¿Te sirvo más patatas fritas?
Intento ignorar ese estúpido sentimiento que últimamente no me deja en paz.
—No. Está bien así.
—¿Te pongo más salsa?
Suspiro.
—No.
—¿Y quieres...?
—Me estás poniendo nervioso hasta a mí —salta Max—. ¿Quieres sentarte de una vez y dejarla en paz?
Menos mal que queda alguien que de verdad mira por mí.
Remuevo la comida en el plato con desánimo. La verdad es que no tengo mucha hambre, pero ya llevo un par de días bajando para comer con mis hermanos y no quería romper el récord.
—Me alegra que estés más animada —sonríe Lay.
Levanto la mirada del plato y creo que mis ganas de morirme son más que visibles, porque se le borra la sonrisa muy lentamente. Max la mira hastiado y le da un toque en el brazo.
—Tú no puedes callarte un rato, ¿no?
—Solo intento que se sienta mejor.
—Sin duda lo estás consiguiendo, muy bien —niega con desaprobación.
—Chicos... —empiezo. Ya sé lo que viene.
—Pues hago más que tú —se molesta Lay— que te limitas a comer callado y a pasar de ella.
—Yo no paso de ella. Solo intento no preguntarle como está cada dos minutos, porque es evidente que está mal.
—¿Podéis dejarlo? —pregunto pero me ignoran.
Laila se gira hacia él.
—No le pregunto cada dos minutos, y quizás si te interesaras un poco más por tu hermana pequeña, no estaría tan triste.
—Ah, ¿que ahora es mi culpa que haya roto con ese chico?
—No era mi...
—¡No! Pero ni si quiera le has preguntado que le ha pasado para que esté así.
—Porque está claro que no quiere hablar de ello, pesada —masculla—. Lo único que quiere ahora mismo es tener su espacio.
—Ya, seguro que es por eso.
—Por eso y porque como le pregunte y me diga que la ha tratado mal, recorro toda la maldita ciudad hasta encontrarlo, así que deja el puto tema.
Suelto los cubiertos en el plato y me pongo de pie.
—¿Dónde vas? —pregunta mi hermana.
—A mi habitación. Os dejo tranquilos para que sigáis peleando.
No tengo ganas de aguantar a los dos niños pequeños que tengo por hermanos.
Max suspira y Laila vuelve a la carga.
—¿Ves lo que has hecho? Ha sido culpa tuya —le dice ella bajando la voz, pero no lo suficiente.
—Cierra la boca de una vez antes de que me cabree —sisea. Después, se pone de pie, suavizando su expresión—. Siéntate, enana. No has terminado de comer.
—Siempre que estáis al mismo tiempo conmigo, termináis discutiendo. Está claro que es por mi culpa, así que lo mejor será que vuelva a mi habitación, que es donde me tendría que haber quedado.
—Te prometo que no discutiremos más —insiste. Al ver que no me muevo, exhala con lentitud—. Maddy, tienes que comer algo. Hablo en serio. Por favor.
—Se me ha cerrado el estómago.
Está preocupado, se le nota a leguas. Y es por mí. Sé que debería sentarme de nuevo y hacer un esfuerzo por comer, por poco que sea. Pero no puedo. Es solo pensar en comida y siento náuseas. Él me pide con la mirada que le haga caso. Cuando ve que no me muevo hacia ellos y que ya tengo una mano sobre la baranda de la escalera, hace el amago de decir algo, pero se corta a sí mismo cuando llaman a la puerta.
Puesto que estoy a un par de pasos, decido abrir yo. Solo deseo internamente que no sea mi tía que viene de la granja. Aunque también podrían ser mis padres al volver del viaje de negocios.
Pero una parte de mí, la más estúpida, inocente y fantasiosa, espera que sea él. Algo que no ocurrirá, porque lo dejó claro. Él por su camino y yo por el mío.
Cuando abro la puerta y me quedo atónita ante lo que veo.
Amy se avanza sobre mí y me abraza con fuerza. Se lo devuelvo al instante mientras le hablo en voz baja.
—¿Qué haces aquí?
—¿Pensabas que no vendría sabiendo que estás mal?
Consigue que una extraña calidez inunde mi pecho. Me separo un poco de ella.
—Pero dijiste que estabas con un chico que...
—Mi hermana está mal —me interrumpe—. Él pasa a segundo plano al momento.
Esbozo una pequeña sonrisa mientras niego con la cabeza. Entonces escucho los pasos de Lay viniendo hacia aquí a toda velocidad.
—¡¿Cómo no nos has dicho que venías?! —me aparta para abrazarla—. ¡Habríamos ido a recogerte al aeropuerto si lo hubiéramos sabido!
—Han venido mis padres. Para la próxima os aviso.
Cuando Max se acerca, a Amy le cambia la cara y me contengo para no tener una arcada ahí mismo. Ay, Dios. Se nota que he pasado mucho tiempo con él.
—Hola, Max —lo saluda en voz baja.
—¿Solo hola? ¿Para mí no hay abrazo?
La sonrisa de Amy se vuelve estúpida. Como ella no responde, alcanzo el brazo de Max y le hago dar el primer paso.
Entre que él no se entera de que le encanta a mi mejor amiga y ella se vuelve la persona más tímida del mundo con mi hermano, podríamos estar así durante horas.
Él la abraza como haría con Laila o conmigo. Literalmente, Amy es como de nuestra familia. Nuestros padres la tratan como una hija más y mis hermanos como una hermana. Y ese es un poco el problema.
Amy lleva coladita por mi hermano desde que íbamos a primaria. Ella no lo ha confesado, pero no hace falta. Solo por la forma torpe en que lo abraza, como si no quisiera tocarlo, se nota. Le da mucha vergüenza todo cuando se trata de él. Pero Max... en fin. Es un chico. Y sigue siendo Max. No se entera de nada y me pone de los nervios que no se dé cuenta.
—¿Has comido ya? —le pregunta él cuando pasa al interior.
—Sí, comí algo en el aeropuerto.
—Si tienes hambre ya sabes donde está la cocina. O dímelo y puedo prepararte lo que te apetezca.
—Vale, muchas gracias.
Max le sonríe y Amy baja la mirada mientras juega con sus dedos, notablemente sonrojada. Y así durante doce años. Que paciencia la mía.
—Bueno —camino hacia ella—, cómo es mi amiga y ha venido a verme a mí, me la llevo. Hasta luego.
—También es nuestra amiga. Ha venido a vernos a todos —se ofende Laila.
—En realidad sí que he venido por Maddy, como está un poco triste quería estar con ella.
Max le da un toque a Lay, señalando a Amy con la cabeza.
—¿Es o no es la mejor amiga que existe?
Amy vuelve a sonrojarse.
—No exageres... —murmura.
—No exagero. Pero estoy seguro de que aún así también querías vernos a nosotros, ¿a qué sí? Por aquí se te ha echado de menos, que lo sepas.
Mi amiga no es capaz ni de contestar más que con una sonrisa nerviosa y un leve asentimiento con la cabeza.
Subimos a mi habitación y me dejo caer en la cama. Ella hace lo mismo y me mira significativamente.
—No voy a hablar de él, así que ni lo intentes —le dejo claro.
—Iba a decirte que me alegro de que estés saliendo de estás cuatro paredes, aunque sea para bajar al comedor.
Asiento, sin decir nada más.
—¿Cómo vas con las lesiones?
Suspiro, quedando boca arriba.
—Apenas puedo mover la mano. La pierna sí, pero me duele más que de costumbre. Me han puesto esta mierda —señalo la rodillera— y casi no puedo moverla. Será porque está hecha para inmovilizar.
—Han pasado muchos meses. ¿No deberías de haber mejorado?
—Si hubiera hecho las cosas bien sí habría mejorado.
—Sé que la mano te la lesionaste dos veces —contiene una sonrisa—. No te ofendas, pero eres un poco torpe.
—No, si no me ofendo. Es verdad.
—¿Has caminado mucho o algo así?
—Para ir a su casa. Casi siempre venía a por mí, pero a veces iba andando con tal de no molestarlo. No debería haberlo hecho.
Me quedo con la mirada puesta en el techo, pensativa. Ella me da la mano.
—¿Te apetece que vayamos a algún sitio? Podemos ir a por un helado.
Mi mente viaja a aquella tarde donde lo obligué a salir de casa para ir a la heladería.
—Mejor no.
—¿Y al cine?
Fue donde lo conocí. Vuelvo a negar.
—Podemos ir a la playa, como hacíamos antes. Eso te encanta.
Ahora solo tengo un recuerdo de la playa agridulce.
—O si no podemos ver una película aquí en casa. Compramos dulces y golosinas, ponemos algo de acción que consiga distraernos, y listo. Es un buen plan, ¿no crees?
Creed. Nunca llegamos a verla juntos y era su favorita.
—No me apetece.
—Vale —suspira—. Podemos ir simplemente al puesto de Joe's.
—Creo que estoy enamorada de él.
El silencio reina en el ambiente. Lo único que oigo durante segundos es el sonido de mi corazón retronando en mis oídos.
—¿Qué?
—Que creo que tenías razón —murmuro, aguantando las lágrimas—. No quería admitirlo, pero...
—Ven aquí.
Dejo que me abrace. Lo necesito. Necesitaba esto.
—Solo dime que te apetece hacer y eso haremos —susurra sin soltarme—. Podemos quedarnos aquí sin hacer nada, solo charlando, como hemos hecho muchas veces.
—En realidad, había pensado en una cosa.
—¿Qué es?
Es una locura, eso es lo que es. Hace semanas que lo tengo en mente. Y es que siempre he querido un tatuaje.
Hace unos meses, cuando salí de la operación que me dejó la cicatriz en el abdomen, supe que quería taparla. Pero no tenía la suficiente confianza como para hacerlo. Ahora mismo dudo que a lo que tengo se le pueda llamar confianza. Simplemente siento un vacío tan grande que no me importa nada. Así que qué mejor momento que este, donde nada puede ir a peor.
—Quiero tatuarme.
Amy me mira como si hubiera perdido los cabales.
—¿De verdad? —pregunta y asiento—. Pero..., ¿por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo?
—Quiero tapar la cicatriz —ella sabe de qué hablo—. En el primer estudio que encuentre abierto. Y hoy.
—¿Hoy? —repite—. Pero ¿te lo has pensado bien?
—No.
—¿Y si te arrepientes?
—Prefiero tener un tatuaje antes que una cicatriz que me recuerde a un momento doloroso de mi vida. Me da igual arriesgarme.
—Pues... no sé que decir, la verdad.
—No hace falta que digas nada. Con que no me pongas pegas es suficiente.
—Es tu decisión —alza las manos—. Yo ahí no me meto.
Eso me da un poco de ánimos, la verdad.
Amy siempre ha sido muy cuadriculada. Todo tiene que ser premeditado, pensado y estudiado para que se plantee llevarlo a cabo algo. Así que pensaba que se negaría en rotundo, pero me alegro de que no haya sido así.
—¿Vamos, entonces?
—¿Ahora?
Mi respuesta es tomar su mano, coger mi bolso y asegurarme de que llevo dinero. Después, bajamos las escaleras. Pretendo salir por la puerta cuando me detiene.
—No creerás que vas a ir andando con la pierna así, ¿no?
—No me va a pasar nada por caminar un rato.
—Quizás si no hubieras pensado así estos meses atrás ahora estarías mejor.
Una patada habría dolido menos.
—Vale —exhalo con lentitud, pensativa—. Ninguna de las dos tiene carnet. ¿Qué pretendes que haga?
—Dile a alguno de tus hermanos que nos acerque. Será solo un momento, no creo que les moleste.
Con alguno de mis hermanos, se refiere a Max.
—Sí, vale —reprimo una sonrisa divertida—. Le diré a Lay que nos lleve.
—Esto... ¿no estará muy liada con la universidad? ¿Por qué no le preguntas mejor a tu hermano?
Qué sutil.
Me encojo de hombros y vamos hasta su habitación. Amy se queda detrás de mí cuando Max abre la puerta.
—¿Qué os pasa? —alterna la mirada entre ambas—. ¿Me va a costar dinero?
—Queremos ir a un sitio que está un poco lejos de aquí, y Amy no me deja que vayamos andando por como tengo la pierna.
—Debería de haber salido de ti el no ir andando, Maddy —me regaña—. Menos mal que Amy sí que es responsable.
—La cosa es que se ha empeñado en que nos acerques tú, si puedes.
La mencionada me clava las uñas en la espalda.
—Si fuera en un par de horas no me importaría, pero ahora mismo estoy estudiando. Espera, voy a preguntarle a Laila. Creo que ella puede llevaros.
—¿No puedes tomarte un descanso? —le pido—. Amy me ha dicho que lleva mucho tiempo sin verte y que echa de menos pasar el rato contigo.
—¿Sí?
Clava sus ojos en ella y no sabe donde meterse.
—A ver, yo no he dicho eso... pero sí, puede que un poco...
—Eso es que sí —doy un par de palmadas en su pecho—. ¿Nos llevas, entonces?
—Bueno, venga. A vosotras no puedo deciros que no.
Bajamos la escalera. Ellos dos van delante, mientras que yo me he quedado un poco rezagada. Me duele al doblar la rodilla y tengo que ir más despacio, pero no parece que les preocupe. Cuando llegamos al coche y veo que Amy pretende tomar asiento detrás, la empujo disimuladamente, dejándola frente a la puerta delantera.
—¿Qué haces? Quería ir detrás contigo.
—Mejor ve delante y habla con mi hermano. Es como un niño pequeño. Si no está entretenido, se pone de mal humor.
Parece que consigo convencerla, porque toma asiento delante con una pequeña sonrisa.
Max empieza a conducir y le pregunta a mi amiga como le va este año en la universidad. Ella le cuenta cosas sobre su carrera de Derecho y él, a pesar de no entender absolutamente nada, asiente mientras la escucha atentamente. Luego se repite a la inversa. Max le cuenta sobre sus exámenes de Psicología y ella actúa como si le hubiera contado la mejor anécdota de la historia. Están tan sumidos en la conversación que llega un punto donde creo que se olvidan de que estoy aquí detrás.
Después de más de veinticinco minutos, llegamos a nuestro destino. Le he dicho a Max que veníamos a una cafetería, porque estoy segura de que no me dejaría hacerme ningún tatuaje. De todas formas, él es feliz en su ignorancia.
Se miran unos segundos el uno al otro con cierta timidez, como si no supieran como despedirse. Finalmente, es Amy quien rompe el silencio.
—Muchas gracias por traernos —esboza una pequeña sonrisa.
—No tienes que agradecerme nada —adopta la misma expresión que ella.
Me asomo entre los dos asientos.
—Yo sí que no voy a agradecerte nada. En el GPS decía que llegaríamos en quince minutos y has tardado casi el doble.
Me observa de soslayo con el ceño fruncido.
—Me he perdido un par de veces, qué quieres.
—Sí, ya lo he notado. Qué curioso que cuando te decía que fueras hacia a la izquierda girabas en dirección contraria. No sabía que eras disléxico, Max.
—¿Quieres bajarte de una vez?
En lugar de hacerle caso, espero a que Amy salga del coche.
—¿Ahora qué quieres, Maddy? —suspira.
—Quiero pedirte un favor —me hace una señal con la cabeza para que prosiga—. Ya sabes que a Amy le gusta mucho salir de fiesta, pero a mí no me va tanto como a ella. ¿Puedes pedirle que salgáis un rato mañana por la noche?
Veo como sus hombros se tensan.
—Sé que tienes buena intención, pero no creo que Amy esté cómoda estando a solas conmigo, Maddy.
—¿Por qué no? También es tu amiga.
—Lo sé, pero no es lo mismo.
—Por favor, Max. No quiero que se aburra mientras esté aquí.
Suspira con pesadez.
—Después le pregunto si le apetece. También le puedo preguntar a Lay, quizás quiere venir.
Parece que a alguien le pone nervioso la idea de estar a solas con ella. Interesante.
—Laila bebe cuando sale. Tendrás que aguantarla borracha y traerla de vuelta a casa como puedas.
—Ya. Mala idea. Mejor no.
Sonrío.
—Gracias. Ah, y pregúntale en persona. Ni se te ocurra hacerlo por mensaje.
—Vale.
—Y cuando estéis allí, pregúntale si quiere bailar contigo. A Amy le encanta bailar, pero es demasiado tímida como para proponértelo ella a ti.
—Ya veremos.
—Y sé cariñoso con ella. No tengas la misma cara que tienes ahora mismo hablando conmigo.
—Maddy.
—Vale, ya me bajo.
Ambas le despedimos cuando se aleja por la esquina de la calle, y cuando no hay rastro de mi hermano, caminamos hasta la calle de al lado que es donde se encuentra el estudio de tatuajes.
Observo mi móvil por el camino. Miro las ideas que he guardado desde que pensé en hacérmelo por primera vez.
—¿Todavía no has decidido lo que quieres?
—Pues no.
—¿Y aún así vas a hacerlo hoy?
—Pues sí.
Su reacción asustada provoca mi sonrisa.
Cuando ponemos un pie en el estudio, empiezo a plantearme mi decisión. Pero me daría vergüenza irme ahora que la chica está viniendo hacia mí, así que no hay vuelta atrás.
—Hola —nos sonríe—. Soy Demi. ¿Tenéis cita?
—No, ha sido un poco improvisado.
—No pasa nada. ¿Teníais pensado pasar ahora o queréis que os de hora para otro día?
—Si pudiera ser ahora sería perfecto.
La chica asiente y nos acompaña hasta unas sillas que hay en el pasillo. Me pide que le enseñe el diseño y que le explique donde lo quiero. Entonces, me acompaña hasta una de las camillas y me pide que me tumbe.
—Vale, así que lo quieres en el abdomen... —murmura mientras coloca el boceto en mi piel—. ¿Así?
Me miro en el espejo y las dudas desaparecen.
—Me encanta. Está perfecto.
—Vale, pues vamos a ello.
Me encantaría retroceder en el tiempo y enseñarle esto a mi yo del pasado que pensaba que la aguja no me dolería.
Después de quejarme por la molestia varias veces y hacerla detenerse otras cuantas, la chica termina.
Me pongo de pie y camino hacia el espejo, con cierto temor de que la nueva visión que me muestre me guste aún menos que la que siempre ha estado ahí. Pero no es así. Pestañeo varias veces para despejar las lágrimas que se han acumulado en mis ojos. Por primera vez en mucho tiempo, siento que vuelve a gustarme esta parte de mí. Y adoro esa sensación.
—¿Te gusta? —me pregunta mientras me giro para verlo mejor—. Dime que sí, por favor, porque deshacerlo estará difícil.
—Me encanta. Tienes unas manos mágicas.
—La última vez que me dijeron eso fue fuera del horario laboral —ríe—. Vamos a ponerte la crema y te explico como tienes que realizar las curaciones, ¿te parece?
—Sí, perfecto.
Tras unos veinte minutos, nos despedimos de la chica tan simpática que nos ha atendido y salimos de allí. Cuando se lo muestro a Amy, se lleva ambas manos a la cabeza, haciéndome reír. Aunque parezca espantada, ella asegura que le encanta.
Aunque Max pusiera pegas a la hora de traernos, se ha empeñado en recogernos para llevarnos a casa. Durante el trayecto, me llevo la mano a mi abdomen en varias ocasiones, sin poder dejar de sonreír. Por primera vez en más de un mes, he sentido una pequeña parte de toda esa emoción que solía tener a todas horas. Aquella que él me arrebató sin percatarse de ello. Pero hoy me he sentido un poco más cerca de mí misma de nuevo, de alguna forma. Solo por eso, ha merecido la pena.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro