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T r e i n t a y c u a t r o | Inquebrantable

Capítulo treinta y cuatro | Inquebrantable.

—Déjame que te cure —me pide.

Me llevo la mano al labio inferior. Tengo un pequeño corte, pero apenas sangra.

—Yo estoy bien. Eres tú el que no lo está.

—No necesito ayuda.

—Pensé que se habían acabado las mentiras.

Tomo el teléfono para llamar a una ambulancia, pero cuando ve lo que hago, Neithan me lo quita de las manos.

—No llames. No tienes que preocuparte por mí.

—Te aseguro que no es algo que elija hacer. ¿Me devuelves mi móvil?

—Si llamas, me meterás en un lío.

Me devuelve el teléfono sin que tenga que pedírselo de nuevo. Vuelvo a marcar el número, pero siento su mirada sobre mí. Termino exhalando con fuerza y colgando la llamada.

—Siéntate en el sofá. Voy a ir a por el botiquín para desinfectar la herida.

—Madeleine, te he dicho que no hace falta.

—¿Prefieres que venga una ambulancia por ti? Porque pienso llamar si no haces caso de lo que te pido —duda, pero termina moviéndose—. Eso pensaba.

Voy al baño y saco el botiquín del cajón donde siempre ha estado guardado. Estar aquí de nuevo provoca que todos los sentimientos que he intentando mantener al margen durante este tiempo vuelvan. Intento que no me afecte, pero solo estoy retrasando lo inevitable.

Aún así, me niego que este sea el momento en el que estalle. Ahora mismo tengo que curarle. Es lo único en lo que puedo y quiero estar centrada. Por eso, me limpio las lágrimas que estaban apunto de caer y salgo del servicio, con el botiquín en las manos.

Por más veces que lo mire, no me cercioro de que esto es real. No me puedo creer que esté tan cerca de mí otra vez. Lo he echado tanto de menos.

Me siento a su lado y abro la caja sobre la mesa. No sé por donde empezar porque nunca he tenido que curar una herida así, pero saco el algodón y agua oxigenada.

Me giro hacia él con la mano levantada, pero me detengo en seco.

—¿Puedo?

—Sabes que sí.

Retiro con cuidado los mechones que le caen sobre la frente y doy varios toques con el algodón. Pongo empeño en hacerlo lo más suave que puedo, pero aún así veo que le duele.

—Perdona. Intento no hacerte daño, pero...

—Lo estás haciendo bien.

No sé cuando se ha vuelto tan comprensivo. O quizás siempre ha sido así, solo que la visión que he formado durante este mes sobre él me impide acordarme.

Por más que limpio la herida, continúa brotando sangre, aunque en menos cantidad. Es bastante extensa y yo no tengo ningún tipo de conocimientos de medicina.

—Neithan, sigo pensando que debería llevarte a un hospital —murmuro. El muy testarudo niega con la cabeza—. Esta herida es de puntos.

—No exageres.

—No quiero que te pase nada.

Se deja caer del todo en el respaldo del sofá, agotado. Cierra los ojos durante unos segundos y los míos reparan sus facciones como si fuera la primera vez que lo veo. Si tenía alguna duda sobre lo que siento hacia él, acaban de desvanecerse.

Justo cuando estoy perdida en mis pensamientos, él abre los ojos de golpe. Retiro la mano a toda prisa en un gesto inconsciente. Él enarca ambas cejas.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta.

—¿Qué ha sido qué?

—¿Te he asustado?

Paso saliva con dificultad y bajo la mirada.

—No.

—¿Por qué estás nerviosa, entonces?

—Yo no estoy nerviosa.

—Madeleine, te conozco mejor que nadie. ¿Vas a contarme que te pasa?

Que estoy enamorada de ti y que estés tan cerca hace que me aumente el pulso.

Me pasa que no entiendo quien era ese chico y porqué te ha hecho esto.

Acabo de cargarme el ambiente.

—Vaya —suspira pesadamente—. Pensaba que esta conversación iría por un camino muy diferente.

Frunzo el ceño.

—¿A qué te refieres?

—A nada. Y oye, en cuanto a lo de Chase... ahora no.

—Neithan, no puedes pedirme que simplemente no indague en esto. Creo que, a estas alturas, me merezco saber que está pasando. No es justo que deba enterarme por otra persona que te ocurría algo malo. Deberías habérmelo contado tú directamente, pero no lo hiciste.

Esta vez, quien me observa con el ceño fruncido y la mandíbula tensa es él.

—¿Qué has dicho?

—Me has escuchado perfectamente.

—¿Alguien te ha dicho que Chase estaba aquí?

Mierda. Eso no tenía que saberlo. Porqué no puedo mantener la boca cerrada.

—Técnicamente, no.

—Quién ha sido.

—¡Nadie!

—Madeleine —respira profundamente y me tenso en mi lugar—. Quién mierda ha sido. No voy a preguntarlo más veces.

Me hago la desentendida y alcanzo un algodón limpio. Cuando me acerco, me detiene por la muñeca. Le lanzo una mirada con la que consigo que aparte la mano.

—No ha sido un buen momento para preguntar —murmuro—. Ya me contarás porqué has peleado con tu hermano en otra ocasión.

—¿Qué? ¿Cómo sabes eso?

—Porque reconocería esos ojos en cualquier parte. ¿Me dejas continuar, por favor?

Aprovecho que aún está aturdido por mi respuesta y continúo limpiando su herida. Él mantiene la mirada baja.

—No es nada nuevo —murmura.

—¿El qué?

—Que me trate así. Chase... él es mi hermano mayor, aunque solo compartimos padre.

Me quedo atónita durante unos segundos. Me cuesta asimilar que, después de tanto tiempo, se haya decidido a confiar plenamente en mí.

—No parece una buena persona —reflexiono en voz baja.

—Nunca lo ha sido. Solo fingía, y como yo era un idiota, le creí.

Aprieto los labios, cabizbaja. Quiero dejar mi mano sobre la suya, pero solo la muevo unos centímetros. Ni siquiera me siento capaz de rozarle.

—No hables así —le pido.

—Es la verdad. Siempre me hizo la vida imposible, pero le bastó un par de sonrisas y algunas buenas palabras para que confiara en él. Todo para que después pudiera joderme más fácilmente.

—¿Por qué lo hacía? ¿Por qué te pegaba?

Neithan suspira pesadamente, dejándose caer del todo otra vez en el respaldo.

—Cuando era un adolescente, el ambiente en casa era insoportable. Mis padres no dejaban de discutir, y cuando estaban cabreados lo pagaban con nosotros. Mi madre empezó a beber. Mi padre desaparecía durante días enteros —baja la mirada, como si no supiera si continuar—. Para colmo, empecé a tener problemas en el instituto.

—¿Qué clase de problemas?

—Conmigo mismo. Con los demás. Con absolutamente todo. Según mis padres, habían sido demasiado blandos conmigo. Decían que una paliza a tiempo me habría quitado las ganas de meterme en peleas en clase. No pensaron que quizás eran ellos el motivo por el que yo estuviera así.

—Tú no tenías culpa de nada.

—No he dicho eso. Era un imbécil, lo admito. Me buscaba problemas, pero solo quería desahogarme. Todos los golpes que recibía en casa buscaba devolverlos, aunque fuera a otros chicos que no me habían hecho nada.

—Eras solo un crío —insisto.

—Que tuviera quince años sigue sin ser una excusa, Madeleine. Un año después empecé con las drogas. Si no era un crío para probar las anfetas, tampoco lo era para no saber que estaba haciendo algo mal. Al contrario. Era consciente, pero no me importaba.

Solo tenía dieciséis. Yo a esa edad aún jugaba con Amy.

Recuerdo que empezaba a tener madurez para muchas cosas, pero también me acuerdo de lo estúpidamente inocente que fui para otras. La adolescencia es horriblemente confusa. Te hace creer que eres un adulto cuando, en realidad, continúas siendo un niño en muchos aspectos.

—Eras menor de edad —le recuerdo—. Solo por eso, la culpa recae automáticamente sobre tus padres. Además... si ellos lo hubieran hecho mejor, estoy segura de que te habrías mantenido alejado de todo eso.

Su mirada se ilumina, de alguna forma.

—¿Lo entiendes? —me pregunta. Al ver que no sé a qué se refiere, continúa—. El porqué lo hacía. Yo solo quería no pensar en todo lo que tenía encima todo el tiempo.

—Necesitabas un respiro —deduzco en voz baja.

Neithan me observa de una forma distinta. Con fe.

—Nadie lo entendía. Ni siquiera Jett lo entendió cuando me preguntó porqué empecé —duda antes de continuar—. Así podía dormir por las noches, sin despertar a la mañana siguiente sintiendo que no podía más. Recordaba todo, pero el dolor era distinto. Como si no fuera mío. Yo solo era un espectador, no el protagonista.

Sé perfectamente a lo que se refiere.

—Te sentiste mejor —me lamento.

—Por eso no he podido dejarlo.

Bajo la mirada. Pero no duro así más de unos segundos antes de que Neithan sostenga mi mano.

—Aunque parezcan excusas, te prometo que estoy siendo sincero —asegura con voz entrecortada—. Solo dime que lo entiendes. Necesito saber que no piensas como los demás. Por favor.

—¿Por qué te afectaría tanto que mi opinión fuera como la de ellos?

—Porque la tuya es la única que me importa.

Entrelazo mis dedos con los suyos.

—Entiendo porqué lo hiciste. De verdad.

Asiente, como si necesitara asimilar cada palabra. Como si por fin se diera cuenta de que no toda la culpa recae únicamente sobre él.

—¿Puedo preguntar dónde está tu madre?

—En la cárcel.

Entreabro los labios, atónita.

—Chase la metió allí —se me adelanta—. Te dije que mi padre tenía mucho dinero. Digamos que no lo ganó legalmente. No sé cómo lo hizo, pero prefiero no saberlo. El caso es que Chase sí que lo sabe. Tiene contactos y ha inculpado a mi... a Valerie. Quiere que le dé la herencia que mi padre me dejó y así la dejará en paz, pero no pienso hacerlo. Por eso está allí, si es que aún no ha salido. Lo cierto es que no me importa donde esté.

—Pero, ¿por qué? Es decir... puede que haya cambiado.

—Si ha cambiado, mejor para ella. Pero yo no quiero tener nada que ver.

—Pero Neithan, es tu madre...

—Chase siempre ha sido irracionalmente envidioso. Cada vez que mi padre me prestaba más atención a mí, se desahogaba conmigo como lo ha hecho antes. Me importa una mierda si Valerie ha cambiado a mejor, porque cuando se dio cuenta de que Chase, que es seis años mayor, pegaba a su único hijo, no hizo nada para evitarlo. Necesitaba a mi madre y ella nunca estuvo.

—Lo entiendo, pero...

—No lo entiendes, Madeleine. Cuando se enteró de que me drogaba, hizo como si no ocurriera. Cuando empeoré, me reprochó mi comportamiento como si ella no tuviera una puta adicción con el alcohol. Para coronarse, intentó meterme en una clínica de desintoxicación en otra ciudad con tal de no tener que hacerse cargo de mí. Por eso me fui de casa.

Me duele tanto escucharlo hablar de esto. Tu familia tiene que apoyarte, no destruirte.

—Tú has tenido una vida perfecta —acaricia el dorso de mi mano, pensativo—. No lo entiendes, pero no sabes cuanto me alegro de que no lo hagas. Lo último que le desearía a nadie es que pase por lo que yo he pasado. Tú sí tienes una familia que te quiere y no sabes como me tranquiliza que gracias a eso estés bien.

Esbozo una sonrisa triste.

—Neithan, que mi vida no haya tenido altibajos tan visibles no significa que sea perfecta.

Casi perfecta —intenta bromear.

Niego con la cabeza.

—No he pasado por cosas demasiado buenas estos últimos años. Y mis padres nunca han estado cuando necesitaba ayuda —me siento culpable al decirlo así, por lo que me apresuro a corregirme—. Son geniales, que conste. Pero... nunca están en casa. Trabajan en una empresa de marketing internacional y se pasan el día viajando. A mí me han criado mis hermanos, no ellos.

—Oí a tu madre cuando hablaste con ella por teléfono. Se preocupó mucho por ti cuando no despertaste en tu casa.

—¿No te imaginas porqué? Desde que tuve el accidente no me deja hacer nada porque le da miedo que me ocurra algo, pero no sé de qué sirve que cuando está en casa sea tan sobreprotectora, si después se va fuera un mes entero y me llama solo dos veces.

—Estoy seguro de que el resto de tu familia sí te presta la atención que necesitas.

—A veces me siento culpable porque sacrifiquen su tiempo por asegurarse de que estoy bien.

Me dejo caer en el respaldo como ha hecho él. Juego con sus dedos como he hecho cientos de veces, pero nada se siente igual.

—Tú eres la única persona que me ha hecho sentir que no estaba obligado a pasar el tiempo conmigo —confieso en voz baja—. Que... querías hacerlo.

—No podría invertir mi tiempo de una forma mejor que estando contigo.

—Lo he pasado mal sin ti.

Mi hombro está junto al suyo, y desde mi lugar lo noto tensarse ante mi confesión. Pretende responderme, pero no le da tiempo cuando mi teléfono empieza a sonar.

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