Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

T r e i n t a y c i n c o | Celos

Capítulo treinta y cinco | Celos.

Max está llamándome.

Debería responder y decirle que estoy bien, pero en su lugar, cuelgo la llamada. Ahora mismo solo quiero centrarme en el chico que está a mi lado.

—¿Ibas a decirme algo? —le pregunto.

Duda, pero termina negando con la cabeza. Después, señala mi móvil.

—¿Quién era?

—Nadie importante, no te preocupes. ¿Me dejas que termine de curarte?

La herida parece que está un poco mejor. Al menos, ya no sangra, por lo que la dejo estar. Esta vez me pongo de pie para ir hasta el congelador. Después de sacar un par de hielos, los envuelvo en una servilleta y vuelvo a su lado. Aplico frío en el lado izquierdo de su cara, rojiza. No quiero preguntarle qué le ha hecho, porque sé que no podré escuchar la respuesta.

—Estás preciosa.

Me miro fugazmente. Llevo la ropa de Amy.

—No es mía.

—No lo digo por la ropa, Madeleine. ¿Estabas en alguna discoteca o algo así?

Muevo la mano para aplicar frío debajo de su ojo. Después, asiento.

—No tenía muchos ánimos, pero Amy me obligó.

—Tu amiga me cae bien. Está bien que salgas y te diviertas.

—Conocí a un chico.

Vale, no sé porqué lo he dicho, pero lo he dicho. Su expresión es más confusa que la mía.

—¿Un chico? —repite y hago un sonido de asentimiento. Él se aclara la garganta—. Y... ¿cómo era?

—Atractivo.

—Pues qué bien.

Silencio.

—Yo estaba sentada junto a la barra y cuando me vio, se acercó a mí. Me dijo que le gustaría conocerme.

Neithan suelta una risa ahogada, mirando hacia otro lado.

—Apuesto a que sí.

—Le dije que no buscaba nada con nadie.

—Está bien saberlo para el futuro —masculla en voz baja.

—Aunque solo le solté eso para que se fuera. No era la clase de chico por el que me sentiría... atraída.

Neithan me mira tan de golpe que vuelvo a sobresaltarme.

—¿Puedes dejar de hacer eso? —jadeo—. Me pones nerviosa.

—¿Cuál es la clase de chico por el que te sentirías atraída?

La forma en que pronuncia esa última palabra, con cierta burla mezclada con curiosidad, hace que enarque ambas cejas.

—¿Qué te importa?

—Soy un espíritu curioso. ¿Vas a responderme o vas a pasar de mí?

—Era demasiado amable conmigo. Demasiado alegre.

—Oh, ¿me vas a decir que no te van los tíos que derrochan positivismo y todas esas mierdas?

—Me van más los antipáticos.

Bajo la mirada a sus labios cuando tensa la mandíbula. Me obligo a subirla cuando se da cuenta.

—Nunca lo hubiera adivinado viniendo de ti —murmura.

—Me gusta que exista el equilibrio.

—Interesante... Cómo sigas así vas a empaparnos a los dos, ¿te das cuenta?

Mi corazón se detiene en seco.

—¿Q-qué?

—Que el hielo está casi derretido, Madeleine. No me estás dando frío en la cara, me la estás anestesiando.

Me lo quita de la mano para dejarlo sobre la mesa. El agua me recorre hasta el codo. Dios, qué vergüenza.

—Lo... lo siento.

—Creo que podré perdonarte.

El muy idiota está aguantando una sonrisa. Agradezco que el teléfono vuelva a sonar, porque es la distracción que necesitaba. Vuelve a ser Max.

—Creo que no parará de llamar hasta que responda... ¿Te importa si contesto?

—Para nada. ¿Te importa si me quedo escuchando?

Me roba una sonrisa.

—Bajo tu propio riesgo.

—Creo que podré con ello.

Respondo y me llevo el teléfono al oído. Max habla y por la cara de decepción que pone Neithan, veo que él no escucha nada.

—¿Maddy? ¿Se puede saber dónde mierda estás?

Suspiro. Está borracho.

—Me he ido a casa —miento.

—¿Me estás vacilando? Acabo de venir andando de allí y solo está Laila. Espera, ¿no habrás ido a casa de tu amigo?

—Puede.

Lo noto exhalar con lentitud al otro lado de la línea.

—¿Se puede saber por qué no me lo has dicho?

—Porque nunca sé como vas a reaccionar. Y sinceramente, no quería que te metieras en mi vida.

—Sabes perfectamente que no iba a decirte nada malo, Maddy. Joder, ¿eres consciente del susto que me he llevado cuando no te encontraba por ninguna parte?

No sé como lo hace, pero Max siempre consigue que me sienta culpable.

—Lo siento.

Vuelve a suspirar.

—No pasa nada, enana, pero no vuelvas a hacerme esto. Si querías irte te habría acompañado, o si querías ir sola... no sé, podrías haberme escrito un mensaje. Lo que sea. No vuelvas a hacerlo. Pensaba que te había ocurrido algo.

Sé que lo he hecho mal. Por eso no soy capaz de responder, y él continúa por mí.

—Oye, ¿no vas a contarme qué haces con tu amigo? Pensaba que estabais peleados.

—Sí, pero... ya no.

—Lo tienes al lado, ¿no es así?

—Un poco.

Lo escucho reír.

—Vale, entendido. Cuéntame los detalles cuando no esté delante.

—No pienso hacer eso —sonrío.

Hay un momento de silencio. Lo escucho moverse hacia otro lado donde hay menos ruido.

—Maddy, quería decirte una cosa.

Estas conversaciones no suelen acabar bien.

—¿Qué es?

—Sé que este mes lo has estado pasando muy mal, y... creo que podría haberme involucrado mucho más. He sido una mierda de hermano, ¿verdad?

—¿Cuánto has bebido, Max?

No puedo evitar preguntarlo. Max nunca habla tan abiertamente sobre como se siente estando sobrio. Por eso mi preocupación solo va a más a cada segundo que pasa.

—Estoy intentando disculparme, Maddy. No tiene nada que ver que haya bebido. ¿Estás... molesta conmigo?

—Claro que no. No tengo motivos para estarlo.

Se toma otro momento para continuar.

—Verte así me recordó a todo lo que pasaste hace unos años —dice y bajo la mirada—. No salías de tu habitación, no comías y no hablabas con nosotros. Sé que te sentías muy mal contigo misma y yo no supe como ayudarte. Solo quería hacerlo mejor esta vez, pero no he podido.

Recordar a lo que se refiere hace que las cicatrices de aquellos años latan con fuerza dentro de mí.

Solía sentir que el mundo estaba contra mí. Cada vez que intentaba relacionarme con otras personas, acababa marginada por ellos. Tenía que soportar como mis compañeras de clase eran invitadas a fiestas casi todos los fines de semana, incluida Amy, mientras que ni siquiera sabían que yo también era su compañera.

Me emocioné cuando un chico me robó un beso, el primero de todos, el que debe ser más especial. Después lo vi riendo con sus amigos, haciendo bromas y mirándome de soslayo, y entendí que no fue real, no para él.

Me sentí mejor cuando otro chico me pidió una cita. Fue como si pusieran una tirita en mi corazón maltrecho. Me sentía... halagada, y muy agradecida; se habían fijado en mí y eso era algo a lo que no estaba acostumbrada.

Pero el concepto debía ser distinto para ambos, porque lo que yo pensaba que sería una salida al cine, a cenar o a la bolera, terminó en estar aparcados en un descampado. Intentó propasarse conmigo y me llamó "estrecha" cuando me negué a follar en los asientos traseros, en mitad de la nada y sin preservativo.

Cuando volví a casa, llena de insultos e inseguridades, me sentí patética. Cuando llamé a Amy para apoyarme en la única persona que tenía, se encontraba en una fiesta y lo estaba pasando en grande rodeada de sus amigas.

No me había sentido más sola y hundida en toda mi vida. No podía hablar con nadie sobre todo lo que llevaba aguantando y callando durante años. Pero Max no tiene la culpa de eso. No lo hizo mal. Por el contrario, me dejó mi propio espacio, pero sabía que estaba ahí.

—Lo has hecho bien —aseguro en voz baja—. Te lo prometo.

—Te quiero mucho, enana. Llevaba mucho sin decírtelo y me sentía mal. No quiero que pienses que no lo hago.

Debo pestañear varias veces para despejar las lágrimas que me impiden ver con claridad.

—Yo también te quiero. Más que a nada.

Lo escucho aclararse la garganta.

—Si necesitas que vaya a buscarte o algo así avísame, ¿de acuerdo?

Ha bebido y no puede conducir. Lo sabe tan bien como yo. Pero también sé que diciéndome esto se queda mucho más tranquilo, y pienso respetar eso.

—Te avisaré después. No te preocupes por mí y pásalo bien.

—Tú también.

Cuelgo la llamada con un sentimiento cálido en el pecho. Cuando levanto la mirada y me giro un poco, veo que Neithan no está.

Me pongo de pie y me dispongo a buscarlo, pero entonces me llega un conocido olor. Salgo a la terraza y ahí está, sentado en el sofá de exterior con un cigarrillo en la mano. Camino hacia él y me siento a su lado.

—¿Por qué has salido aquí fuera? —pregunto.

—La conversación estaba poniéndose demasiado íntima. Sé cuándo sobro.

—No has podido escuchar nada de lo que me decía, ¿no?

—He escuchado suficiente.

Da una calada a su cigarrillo e intento robárselo, pero aparta la mano. Me mira con una ceja enarcada.

—Hoy he fumado uno —le hago saber—. No es para tanto, tú lo haces todos los días.

—¿Ahora vas a hacer todo lo que yo hago?

Volvemos a lo mismo. Odio cuando hace eso. Si él tiene derecho, entonces yo también. No me gusta que me digan lo que puedo o no puedo hacer.

—Eso no es justo. A nadie le ha parecido mal que fume esta noche.

—¿Con nadie te refieres al chico de la discoteca?

—Y a alguno más.

Frunce el ceño, clavando la mirada en el suelo.

—Quizás ellos no se preocupaban por ti como yo lo hago —murmura.

—O tal vez sabían que, simplemente, no es para tanto.

Sin levantar la mirada, me acerca el cigarrillo.

—Fuma si te da la gana. Eres libre de hacer lo que quieras.

—Y con quien quiera. Lo sé.

Sostiene el cigarrillo con más fuerza.

—Cógelo de una maldita vez.

Lo tomo, pero no soy capaz de fumar. No sabiendo que lleva parte de razón sobre que esto no está bien. No sintiéndome como si lo estuviera preocupando. En lugar de eso, lo apago en el cenicero. Ahí sí levanta la mirada sin comprender nada.

—Deberíamos ir dentro —le pido, intentando apaciguar el ambiente—. Quiero comprobar que no tengas más heridas.

—No tengo más.

—He dicho que quiero comprobarlo precisamente porque no me fio de tu palabra sobre esto.

No se mueve más que para sacar, llevarse a los labios y encender otro cigarrillo.

—No sé si te dará tiempo de prestarme tanta atención —expulsa el humo con lentitud—. Ya sabes, antes de que tu amigo venga a por ti. ¿Cuándo vas a avisarlo, por cierto? Porque por mí puedes largarte ya si quieres.

Me cuesta reaccionar ante esa brusquedad repentina.

—¿Qué estás diciendo?

—Estoy diciéndote que si te quieres ir, vete. Paso de que estés aquí fingiendo que quieres cuidarme, cuando está claro que yo no soy una prioridad para ti.

—Neithan... no entiendo a qué viene esto. Yo no quiero marcharme.

Ni se molesta en responderme. Se limita a fumar. Hace dos minutos estaba regañándome por esto mismo y él lo hace a cada maldito rato.

—Insistes mucho en que no fume, pero así soy una fumadora pasiva.

—También eres una hipócrita por haber aceptado cigarrillos esta noche y ahora pedirme que evite molestarte con el humo.

Entreabro los labios, atónita.

—No te he hecho nada para que me trates así —me molesto—. Todo esto ha sido un malentendido. Has malinterpretado las cosas.

—¿Ah, sí? ¿Lo he malinterpretado, Madeleine? ¿No le has dicho a quién coño estuviera hablando contigo que ibas a llamarlo para que viniera a buscarte?

—Sí, pero...

—Igual que le has dicho que le quieres.

Me giro del todo hacia él.

—Sí, se lo he dicho. ¿Se puede saber qué tiene de malo?

Me observa como si no supiera si se lo estoy preguntando en serio. Tarda solo unos segundos en que el enfado lo domine por completo.

—Ya no sé si de verdad no te enteras de nada o si llevas meses vacilándome.

—¿Cómo voy a darme cuenta de algo si no eres abierto conmigo?

—¿Cómo mierda quieres que lo sea si estabas diciéndole a él esas dos putas palabras que pensaba que eran solo para mí?

Me quedo pensativa durante unos segundos ante su actitud. Después, las palabras me salen solas.

—Estás celoso —murmuro.

Contrae la mandíbula, tenso.

—¿Y qué si lo estoy?

—Yo... sabes que te quiero mucho, Neithan. Eres mi amigo.

—Ese es el maldito problema. De todas formas, ese tío también es tu amigo, ¿no? Pues guárdate todo eso para decírselo a él, porque yo paso de esto.

—Él no es mi amigo —dejo claro.

—Si sois algo más no me importa una mierda.

—¿Ni siquiera si es mi hermano?

Me mira de nuevo, sin confiar demasiado. Termina negando con la cabeza.

—Deja de tratarme como si fuera un imbécil —murmura.

Me pongo de pie y voy a por mi móvil. Después, vuelvo y me siento a su lado.

—Si vas a enseñarme una foto de los dos juntitos y a mentirme descaradamente, ahórratelo.

—Si vas a seguir diciendo estupideces, cierra la boca.

—Oye, a mí ni se te ocurra hablarme de esa...

—Neithan, cállate de una vez.

Antes de que pueda responder, le muestro una foto. Exactamente, la que Max tiene de perfil. Fue hace unos tres años. Se suponía que iríamos a un picnic en familia, pero nuestros padres quisieron anularlo en el último momento por trabajo. Lay y yo estábamos en el sofá de casa sin ganas de nada, pero Max nos sorprendió cuando apareció con una cesta llena de bocadillos y una manta bajo el brazo.

Él mismo lo preparó todo. Esa foto la tomamos apoyando el teléfono en un árbol que había cerca de donde estábamos. Salimos los tres sentados en la manta sobre el césped con una gran sonrisa.

No hace falta que insista en que es mi hermano. Cuando pasea sus ojos por la foto, se da cuenta. No exagero cuando digo que nos parecemos mucho. Tenemos rasgos demasiado similares.

—¿Te convence o tengo que ponerte un vídeo de algún cumpleaños?

—Me convence.

—Bien. ¿Ahora qué? ¿Vas a explicarme a qué venía todo eso?

Hace el amago de hablar, pero se detiene en el último momento. En lugar de eso, da una calada a su cigarrillo.

—Neithan —advierto.

—No quiero hablar de ello, Madeleine.

Lo dice como si no me imaginara hacia donde va todo esto. Pero necesito cerciorarme de que estoy en lo cierto. De que él... No quiero darlo por hecho. Necesito que lo diga en voz alta. Él es quien ha empezado a liar las cosas, ahora me debe una explicación.

—Eres un cobarde —mascullo.

Él se gira hacia mí del todo, molesto.

—¿Qué has dicho?

—Vas de sincero, de valiente, de que dices todo lo que piensas y que te dan igual las consecuencias. Pero, en el momento de la verdad, no te atreves a ser honesto conmigo. Eres un cobarde.

—Supongo que tienes razón. ¿Es eso lo que querías escuchar? ¿Ya estás contenta?

La ira puede conmigo por momentos.

—¿Pero a ti que te pasa? ¿Por qué no hablas conmigo? ¿Por qué me rehúyes cada vez que intento empezar esta conversación?

—Porque estoy cansado.

—¿De mí? —tras pronunciar esas palabras, siento como mi mundo se viene abajo—. ¿Te has aburrido de... ser mi amigo?

Neithan hace lo que menos me esperaba. Esboza una sonrisa. Una agotada y divertida sonrisa que va a más cuando su mirada choca con la mía.

—¿De verdad no eres capaz de verlo? —me pregunta.

Niego despacio con la cabeza, sin comprender a qué se refiere.

—Madeleine, hablo contigo todos los días. Dormíamos juntos todas las noches. Cuando no te tengo a mi lado, te llamo después de cenar solo para escuchar tu voz antes de ir a dormir. Dejo el móvil en sonido por si tienes una pesadilla y necesitas hablar conmigo en la madrugada. Te busco todo el jodido tiempo porque odio lo vacía que está mi casa sin ti. ¿Y me dices que no eres capaz de ver... esto? ¿De verme a mí?

Mi corazón late desbocado contra mis costillas. Entiendo lo que quiere decirme. Estoy segura de que él también lo siente, pero... mi mente me juega malas pasadas. El temor sigue latente y dudo que desaparezca nunca. Por eso, me resigno a que él nunca me vería de esa forma, me obligo a dejar mis estúpidas ilusiones de lado y digo en voz alta lo que mi mente me grita con crueldad:

—Has definido una amistad real —murmuro—. Enhorabuena.

—¿Sabes lo que ocurre, Madeleine? Ocurre que me obligué a callarme y guardarme todo lo que siento para mí, porque... joder, mírame. Soy un maldito desastre.

—¿Qué ha cambiado ahora?

—Que han bastado treinta y dos días en los que no te tuve a mi lado para darme cuenta de lo gris que es la vida sin ti —hace una pausa, dejando escapar todo el aire de sus pulmones—. No pienso perderte. Al menos, no por mis mentiras. No pienso decirte que siempre te he visto como a una amiga, porque sé que hace mucho que eso ha cambiado.

Cuando se gira un poco más hacia mí, siento que el nudo que tengo en la garganta está apunto de desbordarse.

—Siempre he sido demasiado sincero sin pensar en las consecuencias, y la verdad es que me da miedo saber que no puedo hacer lo mismo contigo. Porque, por primera vez en mi vida, sí me importa lo que ocurra después. Que pueda... fastidiarlo todo.

—No vas a fastidiar nada... —mi voz es un susurro—. No lo harás si... eres honesto conmigo.

Veo en su iris un destello de emoción, seguido por una duda fulminante. Que dude tanto sobre decirme la verdad provoca que mis expectativas se eleven a cada segundo. Pero entonces, cuando creo que va a marcharse como ha hecho tantas veces, sus labios se mueven y de su boca se escapan las palabras que tanto luchaba por ocultar:

—Creo que estoy enamorado de ti.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro