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D o c e | Salir del armario

Capítulo doce | Salir del armario.

Nunca he estado tan de acuerdo como hoy con el lema de "las apariencias engañan".

No sé quién me iba a decir que el chico que permanece a mi lado en este momento, ese de apariencia sombría y carácter odioso, ese mismo que parece que detesta a todo el mundo por el simple hecho de existir, iba a conseguir hacerme sentir mucho mejor en algo que llevaba arrastrando hace años.

Ese pensamiento que me hace creer que los demás tienen algo que yo no tengo. O qué quizás, soy yo la que tiene algo tan horrible de lo que los demás carecen.

Pero él me ha dejado claro que no es así. Y me lo he creído, porque sinceramente, confío en él.

Terminamos de guardar todo con ciertas dificultades. He podido comprobar que Neithan no tiene ni idea de hacer la compra, y mucho menos de colocar cada cosa en su sitio.

Me percaté de ello cuando lo vi mirando un bote de tomate frito como si fuera su peor enemigo, y al mismo tiempo alternaba la mirada entre la despensa y la nevera, confuso. Cuando me vio reírme de aquella escena, tiró el bote a la basura.

Sí, tampoco tiene paciencia.

—Bueno —llama mi atención—, por fin hemos acabado con tu mierda de plan.

—Ah, gracias.

—Ahora toca que hagamos el mío.

Ladeo un poco la cabeza, observándolo curiosa.

—¿Qué es...?

—Ver una película.

Camina hasta el salón y se deja caer en el sofá.

Yo hago lo mismo, solo que me siento como una persona civilizada. Le quito los pies de encima de la pequeña mesa que hay frente al sofá, y su respuesta no es otra que volver a dejarlos dónde estaban.

Toma el mando, entra en Netflix y empieza a pasar títulos.

Me muevo un poco hacia a su lado cuando lo veo pasar varias películas que yo sí habría dejado.

—¿Puedo elegir yo? —pregunto, emocionada.

—No.

Chasquea la lengua cuando no ve nada que le gusta.

—¿Tan difícil es hacer una película que no de asco? —se queja.

Zarandeo su brazo y me mira de soslayo.

—Deja que elija yo —le pido.

—Qué no.

—¡Tengo buen gusto!

—Madeleine, que me cuentes chistes no va a hacer que mi humor mejore.

Frunzo el ceño, hastiada.

—¡Dame el mando! —insisto.

—Qué te calles.

Siento que ya es más por una cuestión de orgullo propio cuando me abalanzo sobre él e intento quitarle el mando de la mano. Él me aparta como si nada con la que tiene libre y me doy de bruces contra el asiento del sofá.

Me quedo paralizada cuando escucho una pequeña risa.

Neithan se ha reído.

Ni siquiera lo he visto sonreír de verdad. Es la primera vez que lo escucho reír de forma sincera.

Tiene una de las risas más bonitas que he oído en toda mi vida.

Ah, y también lo he oído murmurar la palabra "idiota". Me giro a toda velocidad con tal de encontrarlo con la misma expresión.

—¿Te hace gracia? —lo acuso, pero no puedo verme seria si no consigo dejar de sonreír.

—¿Tu poca fuerza? Desde luego que sí. Roza lo patético.

—¡No me digas eso!

Se echa para atrás en el respaldo, quedando a mi altura.

—¿Te gustan las de guerra? —señala la televisión con la mirada.

—No —suspiro—. No me gustan.

—¿Las de sangre?

—¡No!

—Ni se te ocurra decirme que te van las románticas, porque no pienso pasar por ahí.

Me incorporo un poco, ofendida.

—Pues son muy bonitas. Sé que si vieras alguna de mis películas preferidas, te gustarían.

—Prefiero volver al supermercado antes que aguantar gente enamorada. Vaya asco —pone una mueca—. Voy a poner una de guerra.

—No me gustan —insisto—. Deja que elija yo.

—¿Es tu televisión? No, ¿verdad? Pues te callas.

Comienzo a frustrarme de verdad y me avanzo sobre él para alcanzar el mando, pero no hay manera.

—¿Puedes dejar de hacer eso?

—¿Por qué no pones una de Marvel? —sugiero.

Me lanza al otro lado del sofá por segunda vez cuando casi consigo quitarle el mando a distancia.

—Esto ha sido una mala idea. Se me olvidaba tu gusto de mierda para el cine.

—¡La película estuvo bien! —me quejo—. ¡El problema es que tú eres demasiado crítico!

—El problema es que tú creas que la película estuvo bien —sigue pasando—. Creo que voy a poner una de tiburones.

Vuelvo a zarandearlo.

—¡Déjame elegir a mí!

—Te he dicho que no.

—¡No quiero ver cosas de tiburones, déjame elegir!

—¡Qué no!

Lo zarandeo más fuerte.

—¡Dame el mando, pesado!

—Madeleine, te juro que estoy a punto de...

—¡Qué me lo des de una vez!

—¡Vale, joder!

Lanza el mando al otro extremo del sofá y le dedico una sonrisa angelical.

—Muchas gracias. Eres un ser encantador cuando te lo propones.

—Consigues disparar mis niveles de estrés. Te lo digo en serio.

Hace el amago de ponerse de pie y lo vuelvo a sentar tirando de su antebrazo.

—¿Dónde vas? —le pregunto.

—A fumar. Acabo de decirte que has conseguido estresarme.

—¿Qué? —vuelvo a impedir que se levante y suelta un bufido—. ¡Estábamos a punto de ver una peli, no puedes irte!

—¡Joder que no!

—¡Neithan!

Se deja caer de nuevo en el sofá con los labios apretados y el ceño fruncido. Parece un señor mayor, todo el día de mal humor.

—No te preocupes, que voy a encontrar algo que te guste —aseguro.

—Oh, ya no estoy preocupado. Seguro que tú, con tu maravilloso gusto cinematográfico encontrarás algo que sea del agrado de los dos entre toda esa basura.

A los dos no sé... a mí sí.

No es nada personal, pero al igual que él pensaba hacerme ver sus estúpidas películas sin opción a replicar, ahora que tengo el mando en mi poder, él pasará por lo mismo conmigo.

Además, no mentiré. Me hace mucha ilusión que veamos algo de mi género favorito.

Aprovecho un momento de distracción en el que se fija en su teléfono para entrar en el género romance.

En cuanto eleva la vista, pone mala cara.

—¿Por qué salen tantas mierdas de repente?

—No sé —miento—. Qué raro.

Paso los títulos puesto que he visto la mitad de las películas con las que me cruzo, pero entonces diviso una en concreta que aunque no sea de romance, por más veces que la vea nunca serán suficientes.

—He encontrado una —lo aviso.

Él suelta el teléfono y apenas ve cuál es, se niega en rotundo.

—Es que ni de coña, vamos. Dame eso —señala el mando.

Lo escondo debajo de mi culo. Él enarca una ceja.

—¿Crees que no voy a cogerlo porque esté ahí?

—Venga, te va a gustar —intento convencerlo.

—Sí, claro —suelta una risa irónica—. Las Crónicas de Narnia. Valiente basura.

—¡Es mítica! ¿No la has visto nunca?

—¿Esa no es la de los niños que salen del armario en Navidad?

Trato de contener una risa.

—Dicho así, suena a otra cosa —murmuro—. Pero más o menos.

—Sigue siendo un asco.

Le doy al play y lo escucho suspirar pesadamente. Vuelve a dejarse caer en el respaldo y yo hago lo mismo.

—No me gusta esta película, Madeleine.

—¿La has visto alguna vez para poder decir eso?

—Una creo. Tenía diez años.

—¿Y qué tal? ¿Te gustó?

—No lo recuerdo. Yo es que los traumas los borro.

Ruedo los ojos y me centro en la película, pero no me gusta. Falta algo. No hay ambiente.

—¿Tienes una manta? —le pregunto.

Me mira y me entierra.

Me levanto y decido directamente coger el edredón de su cama. Lo dejo en el sofá y voy a la cocina. Saco de la nevera un par de refrescos de los que hemos comprado y los dejo en la mesa. Vuelvo y llevo también una de las bandejas de los dulces con chocolate que escogió Neithan.

Por último, voy a la ventana y bajo un poco la persiana para restar iluminación.

El detalle que faltaba es que está lloviendo. Ahora sí que está perfecto para ver una película.

Vuelvo a mi lugar y coloco la manta. Neithan no me quita el ojo de encima.

—¿Has terminado ya de desmontarme la casa?

—No eran formas de ver una película. Así, sí.

El tiempo empeora. El sonido traspasa la ventana.

—¿No te encanta ver películas cuando llueve? —suspiro.

—¿Qué importancia tiene el tiempo que haga fuera?

—Mucha.

Me tapo con el edredón y de paso también a él, pero se lo quita de mala gana.

—No hace tanto frío como para eso.

—Sí que hace —lo contradigo—. Está lloviendo fuera.

—¿Otra vez? ¿Qué tiene que ver si nosotros estamos dentro?

Lo ignoro y lo tapo de nuevo. Se queja por lo bajo, pero esta vez no se lo quita.

La película comienza y doy un sorbo a la pajita de mi refresco, concentrada.

Es entonces cuando, cómo si se tratara de un milagro, lo escucho reír por lo bajo por segunda vez.

Me giro para verlo, pero él está con la mirada clavada en la televisión.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

—Nada, nada.

Paso de él y vuelvo a la posición de antes. Pero en cuanto doy otro sorbo a mi refresco, escucho otro sonido similar al anterior. Está más que claro que está conteniendo una risa.

—¿Te estás riendo de mí?

—No, paranoica.

Sigue tratando de no estallar en mi cara.

—¿Entonces?

—Es que creo que eres la primera persona que consigue beber mal un refresco. Estás haciendo incluso más ruido que en el cine.

Me pongo roja de vergüenza y suelto la lata sobre la mesa. Y por fin, las risas cesan.

—Eh, que era broma.

Me abrazo a mí misma.

—Has vuelto a meterte conmigo.

—Pero no iba en serio.

—Lo que tú digas.

—Venga, no te pongas así —alcanza el refresco y me lo da—. Sabes que estaba de coña. No te enfades.

Sigo enfadada, pero también tengo sed, así que continúo bebiendo.

Eso sí, le quito la pajita para evitar hacer ruido y que se burle de mí.

Pasan los minutos y la película avanza. Está en una de las partes más interesantes y yo estoy sumamente concentrada, cuando escucho a mi lado como intentan abrir una bandeja envuelta en plástico de la forma más torpe y ruidosa posible.

Lo miro y lo veo concentrado en lo que hace. No sé como, pero cada vez provoca más ruido. Al final, consigue romper el dichoso plástico y lo veo esbozar una sonrisa orgullosa. Cuando levanta la cabeza para llevarse el trozo de dulce a la boca, su mirada recae sobre mí.

—¿Has terminado?

Se encoge de hombros.

—Como vuelvas a llamarme ruidosa por beber un refresco después de esto, te tiro el contenido a la cabeza.

Frunce el ceño.

—Qué agresividad —murmura mientras da un bocado—. Eso es que tienes hambre. Yo también me pongo de mal humor cuando tengo hambre.

—Ahora entiendo por qué estás con un humor de mierda todo el día.

—Habló Miss Simpatía.

—Vale, dejo que te metas conmigo si quieres pero, ¿me das de eso? —señalo la bandeja.

—Para ti las verduras. ¿No te gustaban tanto?

Me deja boquiabierta.

—Comer verduras viendo una película es un sacrilegio.

—Ver esta película con veinte años también lo es.

Después de decir eso mira la pantalla, pero yo no. Aún quedan muchos dulces en la bandeja, y yo también quiero uno.

—Que no me mires fijamente —suspira mientras come sin quitar los ojos de la pantalla—. Y poniendo cara de cachorrito recién atropellado no vas a conseguir lo que quieres, para tu información.

—Estoy intentando apelar a tu lado sensible.

—Yo no tengo de eso.

—¿Me das uno, por favor?

—No.

Lo miro fatal y permanezco así varios minutos.

Me observa cansado, rueda los ojos y me ofrece la bandeja. Sonrío, cojo uno y lo pruebo.

El sabor no está mal, pero es demasiado dulce.

—Empalaga —murmuro—. Tiene demasiado chocolate.

—Nunca nada podrá tener demasiado chocolate.

Tercer dato curioso: su adicción más grande es el azúcar.

Pasa la mitad de la película. Todo va bien hasta que lo noto dar un pequeño saltito en el sofá hacia mí. Queda tan cerca que su brazo toca el mío por completo.

Entonces, se inclina un poco hacia mí y es ahí cuando entro en pánico.

—Siempre he tenido una teoría acerca de esta película —susurra.

Ah, ha sido una falsa alarma.

—¿Qué teoría?

—¿Sabes el principio cuando se desata la guerra y tienen que marcharse a la casa del viejo?

Haré como que ha dicho "señor mayor" en lugar de ese otro adjetivo.

Asiento, alentándolo a que continue.

—Creo que les echaban anfetas en la comida y los encerraban en el armario para que no dieran por culo. Los críos solo saben tocar los cojones.

Abro la boca, pero no tengo absolutamente nada que decir que no sea ofensivo.

—Y la droga sería de la buena —prosigue— porque mira el panorama. Han quedado tan mal que los pobres imaginaron que viajaban a un mundo donde pegaban saltitos y hablaban con los castores.

No sé cómo no se me descuelga la mandíbula hasta el suelo.

—Neithan, acabas de joderme toda mi infancia —digo despacio—. Muchas gracias.

—Y eso que no te he contado mis teorías acerca de la Reina Blanca y el sadomasoquismo.

Abro los ojos exageradamente.

—No me mires así —da un bocado a su dulce—. ¿No te extraña que todas las personas a las que tiene congeladas sean tíos o animales?

—Neithan... —pestañeo, sin dar crédito a lo que oigo.

—Y muy cerca estaba del niño ese. Qué mal rollo.

—¡Porque quiere capturar a sus hermanos para que no le quiten el trono por la profecía!

—Di lo que quieras, pero sigue siendo una adulta que ofrece dulces a niños y los sube a su coche. Todos sabemos como termina eso. Nunca me ha caído bien.

Intento ignorar la gran montaña de incoherencias que acaba de soltar, pero simplemente no puedo. Miro la película y me concentro en disfrutarla, pero ya no la veo igual que antes.

Tomo el mando y apago la televisión.

—¿Qué haces? —pregunta sin dejar de comer—. Que ahora venía el momento cúspide de las anfetas, cuando aparece el león mágico y les da charla.

Le pego un manotazo en el hombro con todas mis fuerzas, pero solo consigo que sonría con burla.

—Voy a tener que enseñarte a golpear. Pegas de pena.

—¡Me has fastidiado la película!

—Yo solo me he interesado por tus gustos, no sé de qué te quejas.

—Lo has hecho a propósito. Querías que la quitara.

—No exactamente, pero tampoco me ha salido mal, ahora que lo dices.

—Que sepas que te odio.

Su expresión cambia a una más seria.

—No me gusta que me digas eso, Madeleine. Hablo en serio.

—Ni a mí que me hayas fastidiado la película.

Me levanto y voy al baño cuando me noto los ojos llorosos.

Sé que mi reacción es irracional, pero era mi película favorita cuando era una niña y quería verla de nuevo. Y la verdad, me hacía mucha ilusión que él la disfrutase conmigo.

Claro que no contaba con que el chico que estaba a mi lado fuera un troglodita cinéfilo y emocional.

Me siento en el retrete y me limpio las pocas lágrimas de frustración que se me han escapado. A los pocos segundos, la puerta del baño se abre sin ningún tipo de reparo y doy gracias a que he venido a llorar y no a hacer pis.

Él me observa como si hubiera perdido la poca cordura que me quedaba.

—Sabía que acerté cuando dije que estabas desequilibrada.

Le hago un corte de manga.

—Si es que no te entiendo —insiste—. No ha sido para tanto.

—Claro que no me entiendes. Para eso tendrías que tener sentimientos.

Pretendo ofenderlo y solo consigo que sonría.

—Así que tú también tienes una parte cruel —asiente—. Me gusta.

A mí me gusta su sonrisa.

—Deja de burlarte de mí.

—Mira, me voy a fumar. Avísame cuando se te pase la neura.

Un sonido en forma de sollozo se escapa de mi garganta cuando veo que piensa dejarme sola. Me paso el dorso de la mano por debajo de los ojos.

Cuando elevo la vista, veo que se ha acercado. Me sujeta por debajo del brazo y me pone de pie.

—¿Qué haces?

—Llevarte a terminar la dichosa película. Venga.

Niego con la cabeza.

—Yo ya no quiero verla.

—Pues vemos otra cosa, lo que tú quieras. Pero deja de estar así porque sinceramente no sé qué hacer en estas situaciones.

—Ni que fuera culpa mía...

—Técnicamente, lo es.

—Técnicamente es culpa tuya.

Levanta las manos en señal de rendición.

—¿Si te pido disculpas te sentirás mejor?

—Si tú me pides disculpas, creo que solo terminarás de hundirme.

—Exagerada —deja ambas manos sobre mis hombros para sacarme del servicio—. Venga, vamos.

Cómo al resto de personas, a veces mi orgullo me puede. Es por eso que no terminamos la película.

Pero iba en serio con eso de dejarme elegir lo siguiente que veríamos. Decidí poner alguna de misterio, puesto que ninguno tenemos problema con ese género.

Después de pasar toda la tarde juntos en su sofá, terminamos las dos bandejas de dulces y tras dos películas más, me llevó a casa.

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