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D i e z | Resaca y opiniones

Capítulo diez | Resaca y opiniones.

Despierto cuando la claridad de la mañana golpea mi cara. La verdad es que ha sido una noche para el recuerdo.

En resumen, no he dormido nada.

Estuve toda la noche pendiente de él. Parecía estar bien y quería dormirme, pero me daba miedo que estuviera equivocada y que pudiera pasarle algo de un momento a otro.

Pero cuando dieron las seis de la mañana no pude aguantar más y sin darme cuenta, cerré los ojos, quedándome profundamente dormida.

Hasta ahora.

Estoy de cara a la puerta, al contrario de cómo me dormí ayer. Me habré movido durante la noche. Entonces, me doy cuenta de algo.

La puerta está cerrada, y yo anoche la dejé entreabierta.

Es ahí cuando me giro rápidamente sobre mí misma, para comprobar que estoy sola en la cama. También en la habitación.

Me apresuro a ponerme de pie y abro la puerta sin hacer ruido, cuando oigo algo cerca de dónde estoy.

Creo que viene del baño. Y también creo saber de qué se trata.

Maldigo por lo bajo y corro hasta la puerta que permanece entreabierta. Neithan está sentado en el suelo, vaciando el estómago en el retrete.

—Lárgate —masculla sin mirarme. Ha tenido que oírme entrar.

Me acerco a él. Está pálido y parece agotado. Si no hubiera sido testigo esta noche, pondría la mano en el fuego al decir que lleva sin dormir varios días.

—¿Necesitas ayuda? ¿Puedo hacer algo?

—Joder, te he dicho que...

No llega a terminar la frase cuando vuelve a lo mismo otra vez.

Me apresuro a agacharme y a quedarme a su lado. Pongo una mano en su espalda para que sepa que estoy ahí.

Termina tosiendo un poco, tirando de la cadena y dejándose caer sobre la pared.

Me preocupa verlo así. No está bien.

—Vete de aquí —murmura.

—¿Puedes levantarte?

Parece que va a decirme de nuevo algo hostil, pero al final, solo niega con la cabeza.

Me pongo de cuclillas y lo ayudo a ponerse de pie. Tenía razón en eso de no poder hacerlo solo. Le cuesta mucho incorporarse, pero lo consigue.

Se acerca al lavabo y se lava los dientes. También se echa agua fría en la cara y en el cuello. Parece no importarle mojarse la camiseta.

Lo sostengo cuando parece perder el equilibrio y lo llevo hasta el sofá del salón. Cuando toma asiento, se pasa ambas manos por la cara. No dice nada más y yo aprovecho para ir hasta su cocina.

Rebusco en los cajones y encuentro el tostador. También doy con el pan, así que lo pongo a calentar. Tomo un vaso y abro la nevera en busca de leche, sorprendiéndome con lo que veo.

No tiene nada. Pero nada de nada.

Lo único que queda es un cartón de semidesnatada, un par de latas de algo que no sé ni lo que es y un bote de mantequilla.

¿Cómo puede no tener comida en la nevera?

Lleno el vaso de leche, pero no sin antes comprobar la fecha de caducidad. Después de lo que me he encontrado, no me fio ni un pelo y ya lo que me faltaba después de abollarle el coche es intoxicarlo.

—¿Se puede saber que haces?

Lo ignoro.

Termino todo y se lo llevo a la pequeña mesa que hay frente el sofá. Me siento a su lado, pero se aparta de mí.

Decido ignorar eso por mi integridad emocional.

—Estás en tu casa —ironiza de mala gana.

—Es para ti. ¿Qué es lo que tomas? ¿Café?

—No hay café.

—No me digas que tu despensa está igual que tu nevera —le pido.

No me dice nada, solo me sostiene el contacto visual. Termino suspirando.

—Bueno —le acerco la bandeja con el desayuno—. Pues te toca tomártelo así. Igual está bueno. Yo lo bebía de pequeña.

Empuja la bandeja al otro lado de la mesa.

—No tengo hambre.

Oír esas palabras es lo que me faltaba ya.

No sé si es por la falta de sueño o por el hambre que tengo ahora mismo, pero me sube la ira a la cabeza.

—¿Me estás vacilando?

Se sorprende al escucharme, pero lejos de intimidarle, adopta la misma actitud que yo.

—Nadie te ha pedido que hagas nada.

—Vas a comértelo.

—Qué dejes de decirme lo que tengo que hacer de una puñetera vez.

—¿Por qué eres tan infantil? Has estado devolviendo esta mañana, ayer probablemente solo comiste cuando estuvimos juntos y antes de ayer más de lo mismo. En lugar de estar comportándote así, deberías estar agradecido porque haya alguien mire por ti. Así que déjate de tonterías de una vez y come.

Me observa impasible y diría que incluso aburrido.

—¿Has terminado? —pregunta como si nada—. Porque si es así, te agradecería que te lleves esto. Por mí puedes tirarlo a la basura.

Me deja atónita. No entiendo su actitud.

Tomo aire despacio, intentando aclarar mis pensamientos y comprenderlo.

—Ayer me costó mucho traerte hasta aquí —hablo en voz baja—. No sabía si estabas bien y esperé durante media hora para ver si te espabilabas, pero nada. Te subí al coche y conduje sin haberlo hecho antes en mi vida en la carretera, a pesar del pánico que me da.

—Yo no te he...

—Me he quedado toda la maldita noche despierta con tal de asegurarme de que no te ocurría nada —lo corto—. Te he hecho el desayuno porque sinceramente, te veo mal y quiero que te sientas mejor. Y entiendo que te importe una mierda y que no quieras ni darme las gracias, porque no tienes por qué. Pero no comprendo porque me tratas mal cuando lo único que intento es ayudarte.

Por primera vez, parece que lo he dejado sin nada que decir.

Y yo ya lo he dicho todo.

Lo único que me queda es el sentimiento de decepción que tengo en el pecho.

—Voy a usar tu servicio —ni le pregunto puesto que la respuesta sería un no—. Cuando salga me voy. Está claro que te molesto, así que tranquilo, que no vas a tener que preocuparte más por mí.

Me levanto sin dejar que me responda y camino al servicio.

No sé por qué me siento tan sensible ante su rechazo. Ni siquiera lo conozco. Es un desconocido. Solo eso. No debería influirme de esta forma.

Puede que me quede en el servicio más tiempo del necesario. Ojalá no tuviera que volver a salir ahí fuera después de esa conversación tan amarga. Siento que me he pasado. Quizás solo tendría que haberme marchado y ya está.

Me refresco la cara y me seco con una toalla que hay al lado del lavabo. Maldigo internamente cuando me llega el olor de la toalla. Igual al de la sudadera.

Eso no me ayuda.

Respiro profundamente y decido salir del baño. Entro en su dormitorio, recojo mi bolso y vuelvo al salón dispuesta a marcharme.

Por eso me sorprendo considerablemente cuando lo veo salir de la cocina con un plato con tostadas. Y no es el que yo le he hecho.

Lo deja sobre la mesa y me mira. Yo por mi parte, permanezco inmóvil.

Él empieza a ponerse nervioso. No parece saber que decir, pero está claro que esa es su forma de disculparse.

Aún así, no quiero ponérselo fácil.

—Veo que al final te ha dado hambre —me acomodo el bolso y cruzo el salón—. Me alegro de que hayas cambiado de opinión.

—Sabes perfectamente que... —se corta, incómodo—. Eso.

Tengo la mano en el pomo de la puerta.

—¿Qué es lo que sé?

—Que... bueno...

—¿Sí?

—Es obvio que no voy a comerme todo esto —suelta, hastiado.

Abro la puerta.

—Entonces no tendrías que haberte hecho dos tostadas más. Eso da como para dos personas —lo pico.

—¿De verdad vas a hacerme decirlo?

—No digas nada si no quieres. Ya nos veremos. O probablemente no.

Pongo un pie fuera de la casa, pero no me da tiempo a salir cuando vuelve a hablar.

—¿En serio vas a marcharte así? ¿De verdad?

—Sí. A no ser que alguien se disculpe por la forma en que me ha hablado.

Tensa la mandíbula, molesto, sin decir nada.

—Deberías saber que yo tampoco tengo mucha paciencia —añado.

Silencio.

Lo escucho maldecir en voz baja. Vuelvo a intentar salir fuera solo por tentarlo, y lo consigo.

—Madeleine.

Lo miro expectante, mientras me regocijo en la sensación de satisfacción de tan solo pensar que va a bajarse los pantalones —en sentido metafórico— por mí.

—¿Sí?

—Ya sé que la he cagado, pero lo siento. Se me da fatal ser simpático con los demás, y entre eso y que tú eres una pesada a la que le encanta molestar pues se me hace difícil soportarte. Vamos, que tú tienes tanta culpa cómo yo.

Me deja boquiabierta, queriendo estamparle los platos en la cabeza.

—¿Yo? —repito.

—¿Se te ha olvidado cómo me has hablado antes? —niega con la cabeza—. No veas si tienes carácter.

—¿Y me lo dices tú, precisamente?

—Tampoco he estado siendo tan borde. Aunque claro, para ti que no puedes vivir sin sonreír todo el tiempo te lo habré parecido. Creo que he estado vomitando por tu exceso de positivismo, de hecho.

No me lo puedo creer.

—¿Es en serio? —es lo único que me sale—. ¿Pero a ti que te pasa? ¿Es que te cobran por ser amable?

Al instante enrojece y se pone de pie.

—¡Me he disculpado y te sigues quejando! ¡Eres...!

—¡¿A eso lo llamas disculpa?!

—¿Qué coño querías que dijera? ¡No he dicho nada que no sea verdad!

Me acerco a él con más ganas aún de golpearle.

—¡Me has llamado pesada como quince veces!

Él da un paso hacia mí.

—¡Pero no lo decía como algo malo!

—¡¿Es que acaso se puede decir eso como algo bueno?!

—¡Si me conocieras sabrías que estoy intentando...! —se corta.

Doy otro paso hacia él, encarándolo.

—¡¿Qué, hundirme?!

—¡Estoy diciéndote que no está tan mal que seas así!

Ese es el momento donde claramente, pierdo. Esta vez, es él quien me ha dejado sin palabras.

—¿Qué?

—La gente siempre me ha tratado como si le importara una mierda pero... tú no lo haces —murmura—. Estaba intentando decirte que me gusta eso, pero eres una idiota que no se entera de nada.

Noto una calidez que se extiende por mi pecho a cada segundo que pasa.

—¿De verdad?

Se limita a asentir.

—¿Te quedas o vas a irte?

Pretendo responder, pero me corta para acomodarse el ego.

—Que no es que me importe si te quedas. Lo digo porque ahora por tu culpa tendré que tirar todo esto si te marchas.

No puedo evitar esbozar una sonrisa.

—Creo que estoy empezando a desarrollar un traductor para entenderte —me burlo—. Eso ha sido como un "en realidad te aprecio y quiero que te quedes aquí conmigo".

Me mira como si le hubiera matado al perro.

—He cambiado de opinión. Fuera.

—"No te vayas o lloraré durante todo el día" —imito su voz.

—Que te largues —masculla.

—"Me encanta tu compañía" —río.

Se deja caer en el sofá con una mueca de hastío.

—Eres completamente insoportable.

—Yo también te tengo aprecio. ¿Me das mi plato?

Lo desliza por la mesa sin mirarme. Centra su atención en poner la televisión y untar las tostadas, que ya están frías y duras, pero ninguno decimos nada al respecto.

Cuando llevamos un rato sumidos en el silencio y él está a punto de terminar, me hago notar.

—¿No dices nada de mi arte para la hostelería? —pregunto, orgullosa.

—Sí. Ve a clases de cocina. Se te han quemado.

No sé si lo hace a propósito para ofenderme o es que le sale natural.

—No están quemadas —me asomo para comprobar que, efectivamente, se me han quemado—. Están doraditas.

Enarca una ceja mientras da el último bocado.

Ni siquiera ha terminado de masticar cuando se pone de pie, lleva el plato a la cocina y saca algo de un cajón. Es una cajetilla de tabaco.

—No irás a fumar tan temprano, ¿no? —pregunto desde el sofá.

—Claro que no —camina a la terraza—. Ahora vengo.

Dejo la última tostada a medio comer con tal de seguirlo.

Entro en la terraza, que resulta ser más extensa de lo que esperaba. Está decorada con varias plantas, pero casi todas están podridas.

—La botánica no se te da demasiado bien —reflexiono, valorando el estado de lo que tengo delante.

—¿De verdad me imaginas regando plantitas?

—Pues no, pero deberías. Al menos, si quieres que se vean mejor que... —toco una planta reseca— esto.

—Suficiente agua les cae cuando llueve.

Frunzo el ceño, miro arriba y...

—Neithan, está techado.

Él imita mi gesto y asiente con la cabeza al comprobar que, efectivamente, hay un techo ahí.

—Pues ya sabemos por qué se han muerto.

Niego, divertida, hasta que decido acercarme a él. Y ahí me cago en toda su estirpe.

Me cruzo de brazos delante de él.

—¿De verdad? —señalo lo que tiene entre los dedos.

Él suelta el humo despreocupadamente.

—No es lo que parece —se burla de mí.

—Con todo lo que fumas te juro que no entiendo como sigues vivo.

—Ni yo. Esto no está dando resultado.

Le pego un manotazo en el hombro cuando entiendo lo que quiere decir.

—Podrías relajarte, ¿sabes? —da otra calada—. No eres mi madre.

En cuanto pronuncia esa palabra, se me cae el alma a los pies.

—Mierda —murmuro.

—¿Qué?

Corro hasta el interior del salón y saco mi teléfono del bolso. Tengo veinte llamadas perdidas de Max y otras diez de Lay.

Pero sorprendentemente, ninguna de mis padres. Menos mal. Puede que haya tenido suerte y los haya pillado trabajando.

Pulso en el número de Laila y me lo llevo al oído. Creo que ella será más pacífica que Max ahora mismo.

Espero el primer pitido. El segundo. El terce...

—¡¿Se puede saber dónde coño estás?!

Si Laila está diciendo palabrotas, es que la he cagado a base de bien.

—Te lo puedo explicar, pero no me grites.

—¿Qué no te grite? ¡No has dormido en casa, Maddy!

—Sí, ya, soy consciente.

—¡Hemos tenido que mentirle a mamá y a papá y decirle que estabas en casa de Amy!

—¿Qué? ¡Para que les dices eso! ¡Verás cuando descubran que Amy sigue en la residencia a trescientos kilómetros de aquí!

—¡Pues lo que se nos ha ocurrido! ¡¿Dónde estás?!

—Eso da igual —me paso las manos por la cara—. Ahora voy.

—Maddy, a tu hermano le va a dar algo. Ya estaba por poner una denuncia porque pensaba que habías desaparecido.

Max Anderson, la persona menos dramática del mundo.

—Dile que se deje de tonterías y que se relaje, que estoy llegando. Y tú aplícate el cuento también.

—¿No necesitas que te recojamos?

—Qué no. Ahora nos vemos.

Cuelgo sin dejar que me diga nada más.

Me paso la mano por la frente, asimilando el lío en el que acabo de meterme yo solita.

Noto una mirada clavada en mi nuca. Cuando me giro, veo a Neithan terminando su cigarrillo desde el umbral de la puerta de la terraza, sin quitarme los ojos de encima.

—¿Me estabas espiando? —pregunto en un tono acusatorio.

—Estoy en mi casa, puedo estar donde quiera —se encoge de hombros—. ¿Quién era?

—Mi hermana mayor —suspiro—. Tengo que marcharme si no quiero morir hoy.

Apaga la colilla en un cenicero y se acerca, curioso.

—¿Ha pasado algo?

—Lo único que pasa es que son ridículamente sobre protectores.

Vuelvo a sacar el teléfono a toda prisa y busco en internet el número que necesito.

—Aquí está —murmuro para mí misma.

—¿Qué haces ahora?

—Llamar a un Uber.

Me llevo el teléfono al oído, y en cuanto oigo a la persona al otro lado de la línea, Neithan me quita el teléfono de las manos y cuelga la llamada.

—¿Por qué has hecho eso?

—No vas a irte en Uber. Yo te llevo.

Esas palabras, en cualquier otra ocasión me hubieran hecho sentirme agradecida por el detalle, pero... ahora mismo solo se me viene a la cabeza el incidente de ayer con su coche.

El sonido de las llaves me hace reaccionar.

—¿Nos vamos? —pregunta caminando a la puerta.

La abre un poco, pero soy más rápida y me apoyo de espaldas contra la madera, cerrándola.

—Oye, gracias, de verdad. Pero no hace falta. Puedo irme en Uber. No me importa.

—¿Quieres dejarte de tonterías?

—No son tonterías. Es que... creo que deberías descansar.

—Descansaré cuando vuelva. Aparta.

Intenta abrir, pero vuelvo a empujar sin apartarme. Me observa con el ceño fruncido.

—¿Se puede saber qué haces? —pregunta, un poco molesto.

Decido tantear el terreno.

—¿Qué es lo que recuerdas de ayer?

Eso lo pilla desprevenido.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿Qué recuerdas? —insisto.

—Que eres una desquiciada al volante, eso recuerdo —me lanza una mirada de reprimenda—. Que me jodiste la caja de cambios y también, que llegué con un mareo de tres pares de cojones. Gracias por eso, por cierto.

—¿Y qué más?

—Querer morirme del dolor de cabeza que tenía. ¿Por qué me estás preguntando esto?

Vale, la parte buena es que no parece recordar el momento del golpe.

La parte mala es que me va a tocar a mí decírselo.

—Tengo que contarte algo —murmuro con voz temblorosa.

Su expresión cambia al instante y me invade el pánico.

—¿Qué has hecho?

—No... no es nada grave, solo...

—Madeleine —advierte.

Paso saliva.

—No me odies mucho —susurro.

—Que qué mierda has hecho.

—Es que vas a enfadarte conmigo cuando te diga lo de tu coche...

—¿Qué? ¿Qué le ha pasado a mi coche?

Aprieto los labios. Esto me está costando demasiado. Y su mirada amenazante no me está ayudando.

—Si me miras así no puedo decírtelo. Parece que acabas de escapar de un psiquiátrico.

—Madeleine, me está entrando una mezcla de mala hostia y acojonamiento que no me está gustando...

—Tú solo quédate con que me jugué ir a la cárcel por conducción temeraria por ti. ¿A qué es bonito? —sonrío.

—No tan bonito como el cabreo que tengo ahora mismo.

Se me borra la sonrisa.

Vale, tengo que decírselo. Que sea rápido, como arrancar una tirita.

—Puede que le haya hecho un rasguño chiquitito de nada.

Listo, ya me he sincerado.

—¿Cómo que un rasguño?

Y... ahora vienen los detalles. Genial.

—Pues...

—¿Un arañazo?

—Eh... sí, algo así...

—No, algo así no. ¿Qué le has hecho?

—No te enfades. Yo te lo pago.

Cierra los ojos un momento, acumulando la paciencia. Se pasa ambas manos por la cara y acto seguido me sujeta de la muñeca.

—¿Qué haces? —miro su mano y lo miro a él.

—Vamos abajo —abre la puerta.

—¿Estás enfadado?

En lugar de responder, me mantiene la mirada y no me queda otra que salir por la puerta antes que él.

Cuando cierra, vuelve a sujetarme del brazo en dirección a las escaleras, y no me suelta hasta llegar a la planta baja.

Me siento una presa a la que están llevando al corredor de la muerte.

El momento cúspide de mi miedo y su enfado, es cuando nos detenemos delante del coche.

Lo observa por delante y casi suspira de alivio cuando no ve nada raro. El problema es cuando va a la parte de atrás.

Se pasa ambas manos por el pelo, da una vuelta sobre sí mismo y su mirada recae sobre mí como si fuera plomo.

—Madeleine.

Su voz es tan baja, tenebrosa y de asesino en serie que me tenso por completo. Además, me está mirando como si quisiera apuñalarme quince veces con un destornillador.

Paso saliva y me aclaro la garganta.

—Dime.

—¿Has chocado mi coche contra una puta señal de tráfico?

Paso saliva por segunda vez.

—No ha sido culpa mía —me defiendo—. No sabía dar marcha atrás y en ese tutorial lo explicaban fatal...

—¡¿Miraste un jodido tutorial mientras conducías?!

—¡¿Qué querías que hiciera?! ¡Si la única persona que tenía carnet dentro del coche eras tú y estabas con un pie en el otro barrio!

—¡Eso no es excusa!

—¡Sí que lo es! Además, solo es un roce, no hace falta que te pongas así...

—¿Un roce? —pregunta, atónito—. ¡Has hundido la parte de atrás!

Me vuelvo escarlata y agacho la cabeza.

—Lo siento —murmuro.

Se pellizca el puente de la nariz, intentando controlar el cabreo que mencionó antes y que es más notable desde el exterior.

—Sube.

—Yo prefiero que no, la verdad.

—Qué subas he dicho.

Creo que va a asesinarme y a deshacerse de mi cadáver.

Claramente, hago lo que me pide. Tampoco es que tenga más opciones.

Dentro del coche solo puedo tensarme en mi lugar. Neithan aprieta los dedos en el volante y siento que va a mandarme a la mierda en cualquier momento.

Me siento fatal.

—Neithan...

Genial. Está tan enfadado conmigo que no es capaz ni de responderme.

—De verdad que lo siento mucho —insisto.

—Ya lo has dicho.

—Pues di tú algo.

No lo hace. Creo que no lo estoy haciendo bien.

—Pienso pagarlo, te lo prometo. Solo dime cuánto...

—Madeleine —me corta—, no quiero que me pagues nada. No me importa una mierda el dinero, tengo de sobra. Lo que me jode es que mi coche se haya llevado un mal golpe. Es como mi hijo, ¿entiendes?

—Bueno, a los hijos hay que aceptarlos incluso con deformidades. No discrimines.

Me lanza una mirada que me manda al inframundo y me obligo a agachar la cabeza.

—Lo siento, sé que ahora mismo me odias —murmuro—. Ya me callo.

Lo escucho suspirar pesadamente.

—Deja de decir tonterías. No te odio.

—¿No?

—Aunque hagas méritos para ello, no. No podría.

Intento tragarme la sonrisa de estúpida que estaba a punto de salir.

Pasan unos cinco minutos en silencio. El ambiente se empieza a notar demasiado incómodo, pero él ya no parece tan molesto conmigo. Así que decido probar suerte y relajarlo.

—Oye —digo en voz baja.

Él me mira de soslayo y vuelve a prestar atención a la carretera. Un sonido sale de su garganta en forma de respuesta.

—Entonces... ¿no estás molesto conmigo?

—Que no te odie no significa que no esté cabreado contigo. No se me ha olvidado lo del golpe.

Una patada en el estómago habría dolido menos.

—Oh... vale.

Me callo y me prometo no volver a hablar en todo el trayecto. Cada vez que abro la boca es para liarla de alguna forma. Si es que no aprendo.

—Qué ibas a preguntarme.

Lo miro al instante.

—¿Qué?

—Está claro que ibas a preguntarme algo. ¿Qué era?

Por un momento pienso en decírselo, pero al final niego con la cabeza.

—Sigues enfadado y no vas a querer... mejor olvídalo. No es nada.

—¿Ibas a pedirme que quedáramos de nuevo?

Se me tensan todos los músculos de mi cuerpo y noto el calor subir por mi cara.

—No —me apresuro a decir—. Claro que no.

—Sí, era eso. No sabes mentir.

Ojalá me tragara la tierra ahora mismo. Creo que no he sentido tanta vergüenza en mucho, mucho tiempo.

Ni siquiera me atrevo a responderle, y él tampoco parece querer hacerlo.

Pero entonces, cuando la conversación parece haber muerto, dice algo más.

—¿Vas a preguntármelo de una vez o no?

—¿Es que quieres quedar conmigo?

—No —dice al instante. Me mira de soslayo y cuando ve que su respuesta claramente me ha afectado, suspira—. Sí.

—¿De verdad?

—No te emociones. Es solo que prefiero aguantarte antes que no hacer nada. Tampoco es para tanto.

Sonrío. Mi traductor me dice que eso significa algo así cómo "tenerte al lado no está tan mal y me gusta pasar el tiempo contigo".

O al menos, prefiero creer eso antes que pensar que me ha dicho que sí para que no me sienta mal.

—Quería llevarte a un sitio mañana —le digo.

—¿A qué sitio?

—Ya lo verás.

Está entrando por mi calle.

—Otra cosa que deberías saber de mí es que no me gustan las sorpresas.

—Si te lo digo no vas a querer ir, así que...

—Pues sí que me están dando ganas —dice rebosante de ironía.

—Podrías ser un poco más amable y fingir que estás entusiasmado.

—Sí, podría. Pero no.

Tengo la mano en la manija para salir. Pero entonces me percato de algo.

—¿Me dejas tu móvil? —pregunto.

Frunce el ceño, desconfiado, pero lo desbloquea y me lo da en la mano.

Me meto en contactos y agrego mi número.

—¿Esta es tu forma de ligar?

Sonrío mientras termino de escribir.

—Es tu segunda insinuación de que intento ligar contigo —le doy el móvil—. ¿Significará algo?

—Ya quisieras. Estás muy lejos de ser mi tipo.

Paso de él.

—Si al final quieres quedar, mándame un mensaje.

Ni se molesta en responderme, mucho menos en despedirse.

Bajo del coche y camino por mi jardín hasta la entrada, viendo como desaparece por mi calle, sin borrar la sonrisa de mi cara.

Creo que acabo de descubrir que pasar tiempo con él no está tan mal.

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