D i e c i s i e t e | Un favor muy personal
Capítulo diecisiete | Un favor muy personal.
Noches en vela y el dolor persistente en el pecho.
No he podido pegar ojo esta noche. Puesto que Laila y Max se posicionaron en mi contra y decidieron que no dormiría más con ellos para no acostumbrarme, ayer fue más de lo mismo.
Ahora son las ocho de la tarde. Llevo tres noches enteras sin dormir ni veinte minutos seguidos, tres días con un dolor de rodilla que empieza a ser un problema y veintiseis horas sin mirar el teléfono.
Intento mantener los ojos abiertos y puestos en la televisión que está colgada de la pared de mi habitación, pero me es imposible. Se me cierran solos, durante lo que parecen segundos, pero resultan ser minutos.
Lo sé por qué cada vez que me ocurre, vuelvo a abrirlos presa del pánico, con la respiración agolpada en el pecho y las lágrimas saltadas. Y sin nadie a mi lado que me haga sentir que no estoy desprotegida.
Eso es lo que más me molesta y lo que permite que la sensación de miedo irracional persista.
Con dificultad, me pongo de pie. Salgo de mi habitación y llamo a la puerta de Laila, que está en el final del pasillo. Una estridente música resuena dentro, así que llamo más fuerte. Cuando abre, mi primera opción se rompe en pedazos. Está vestida para salir de fiesta.
—¿Qué quieres? —me pregunta. Parece tener prisa.
—Quería... —dudo. Me siento ridícula, pero el cansancio me sobrepasa—. Quería dormir contigo hoy.
Suelta un suspiro y me mira con expresión cansada.
—Maddy...
—Solo hoy —insisto—. Lo prometo.
—Eso dices siempre, y sabes que Max y yo ya hemos decidido que se ha acabado. Tienes que dormir sola. No es sano.
—Sigo teniendo pesadillas y si duermo sola me... me da miedo —murmuro—. No puedo dormir.
Su móvil empieza a sonar y se va a la cama a por él. Me quedo en el umbral, esperando por una respuesta.
Me siento como una cría de cinco años. Ojalá pudiera evitarlo, pero no está en mi mano.
—Aunque quisiera, he quedado —viene hacia mí de nuevo—. Y llegaré por la mañana, seguramente.
—¿Y no puedes...?
—Si le doy plantón a mi amiga me matará. Lo siento. Intenta dormir esta noche, ¿vale? Mañana te dejo que duermas aquí, de verdad.
Asiento y cierra la puerta cuando me giro. Pero no me doy por vencida. Voy hasta la puerta de Max y llamo.
Él tarda menos en abrir, y cuando lo hace, consigue que me dé un bajón al cuerpo. Lleva unos vaqueros y una camisa. Además, apesta a colonia. Lo que significa que no solo ha quedado para salir, si no que ha quedado con una chica y cuando llegue, necesitará la cama.
Pero por si me quedaba alguna duda, él me lo deja claro:
—Ayer te dijimos que no.
Suspiro. Empiezo a sentirme desesperada.
—Pero Max...
—No —insiste—. Necesitas aprender a gestionarlo tú sola.
—Eso no es justo. Sabes que no sé cómo hacerlo.
—Tú fuiste la que eligió no acudir a un psicólogo, así que mis consejos son lo único que puedo ofrecerte.
—O puedes ofrecerme dormir aquí contigo...
—He quedado, Maddy. He estado hasta arriba de exámenes y llevo meses sin tomarme una noche para mí. No me hagas sentir culpable por salir hoy, por favor.
Pretendo decir algo más, pero me retracto en el último momento.
—Sí, lo siento —murmuro.
Lo único que escucho es un suspiro por su parte antes de volver a entrar en mi habitación. Dios, me cuesta hasta mantenerme en pie.
Me siento en la cama, maldiciendo tener que pasar otra horrible noche como las demás. Pero entonces, es como si una bombilla se iluminase sobre mi cabeza.
Busco mi móvil entre las sábanas. Lo encuentro a los pies de la cama y lo desbloqueo para entrar en su chat. Tengo varios mensajes preguntándome por qué estoy desaparecida.
Si ya me sentía mal por el comentario de Max, ahora me siento un poco peor por no haber contestado en tanto tiempo.
No malgasto tiempo en escribir un mensaje, porque hasta las letras se me tambalean sobre el teclado. Solo pulso su número y me lo llevo al oído.
Creo que es una locura por no hablar de que es un poco inapropiado, y sin contar que llevo dos días sin dar señales de vida... pero llevo tanto despierta que cualquier idea parece buena. No escucho más de tres toques cuando descuelga.
—¿Madeleine? —pregunta y suena confuso—. ¿Pasa algo? Llevo como dos días sin saber si estabas bien. Sé que no debería, pero ya estaba por pasarme por tu casa para asegurarme de que no había pasado nada.
—¿Podrías hacerme un favor?
—Eh... mientras que sea legal.
Qué sea él el que hable de legalidades precisamente es el eufemismo del siglo.
—Te va a sonar muy raro y a lo mejor no quieres...
—Al grano.
—Solo... no me preguntes por qué.
—¿Quieres decirlo de una vez?
—¿Me dejas dormir contigo esta noche?
Un silencio de unos segundos inunda el ambiente. Entonces, se aclara la garganta y lo escucho de nuevo.
—Doy por hecho que no quieres dormir en tu casa porque ha ocurrido algo.
—Sí... bueno, no. Es complicado. Te he dicho que nada de preguntas.
No dice nada.
—¿Te importa si me quedo, entonces? —insisto—. Solo será por hoy, lo prometo.
—Sabes que no me importa. Puedes quedarte el tiempo que quieras.
Escuchar eso consigue relajarme muchísimo. Siento que el nudo del pecho se ha disipado en gran parte.
—Gracias —murmuro.
—¿Quieres que pase a por ti?
—Por favor.
—Salgo ya.
Como de costumbre, no se despide antes de colgar, pero es lo que menos me importa.
Recojo mi bolso y me miro de paso en el espejo.
Llevo una sudadera rosa, un pantalón de chandal gris y unas bambas. Tengo el peinado de la niña del exorcista y unas bolsas que no hay quita ojeras que lo arregle, pero no puede importarme menos.
Tal como estoy, voy abajo al salón a esperarlo. Los minutos se me hacen eternos, pero cuando llega el mensaje avisándome de que está frente a mi casa, pego un salto para ponerme de pie.
Y como no, tenía que coincidir con que ellos salgan al mismo tiempo. Cuando bajan las escaleras, me miran con el ceño fruncido.
—¿Te vas? —pregunta Laila.
—Sí.
Me encamino a la salida.
—Espera —se apresura Max—. No sabíamos que ibas a salir. Pensábamos que te quedarías en casa.
—Ah, ¿vosotros podéis salir y yo no?
—Mamá y papá han ido a cenar fuera, y si te ocurre algo...
—¿Ya empezáis? ¿No hablamos de eso el otro día, Laila?
—Sí, pero aún así...
—Pues dejadme en paz.
Abro la puerta, pero vuelven a hablar.
—¿A qué hora vas a venir? —pregunta Max.
—Por la mañana, supongo.
—¿Qué? ¿Cómo que por la mañana?
—Vosotros vais a hacer lo mismo, así que no me recrimines por ello. Que lo paséis bien —mascullo secamente antes de dar un portazo al salir.
Esta vez, Neithan ha detenido el coche justo en la entrada de casa. Intento no poner muecas cuando el dolor se agudiza al doblar la rodilla para subir al asiento.
—¿Vas a contarme que ha pasado?
Enarco ambas cejas.
—Ya ni me saludas —me quejo.
—Nunca te saludo. ¿Vas a decírmelo?
—Sí, pero hoy no.
Quiere insistir, pero no lo hace. Solo conduce.
Me acomodo en el asiento, que hoy más que nunca se me hace sumamente cómodo. El suave traqueteo del coche y el saber que no estoy sola, hacen que cierre los ojos a pesar de querer mantenerlos abiertos.
Me prometo que solo será un segundo, pero termino despertando cuando sacuden mi hombro de forma suave.
Los abro lentamente y me giro. Neithan está observándome con una expresión que no sé descifrar.
—Te has quedado dormida.
—Lo siento. Ha sido sin querer —me froto los ojos.
—¿Estás bien? Pareces cansada. Más que de costumbre.
—Sí, solo... —dejo la frase a la mitad—. Será mejor que me baje. Tu asiento es muy cómodo y seguro que me duermo otra vez mientras hablamos.
Abordamos el ascensor tras entrar en el bloque de edificios. Pasamos al interior de su apartamento y no dudo en dirigirme al pasillo donde se encuentra su habitación.
Pero me detengo cuando lo veo caminar al sofá. Él me ve observándole con una mueca clara de decepción, pero me adelanto a la hora de hablar.
—¿Vas a dormir ahí?
No llega a sentarse.
—Claro.
Bajo la cabeza. Creo que no entendió lo que quería decirle por teléfono.
—No me importa —añade—. El sofá es cómodo.
Vale, esto es algo urgente. Necesito dormir y tengo que decirle al chico que tengo delante que necesito que duerma conmigo y conseguir que no me mande a la mierda en el proceso.
Decido hacerlo rápido. Sin pensarlo demasiado.
—No quiero que duermas en el sofá.
Eso es. Bien.
—Madeleine, no voy a dejar que seas tú quien duerma en el sofá.
Mal. Todo mal.
—Yo... en realidad me refería a...
Ya estoy trabándome sin saber cómo decírselo. Fantástico.
—¿Qué? —indaga.
—Quiero dormir contigo.
—¿Conmigo? ¿Por qué?
—No preguntes.
—Pero... es que no lo entiendo. ¿Qué más da?
Me paro a pensar en él por un momento. ¿Y si lo estoy incomodando? ¿Y si durmió aquel día en el sofá no por mí, sino por él?
—Da igual —paseo mi mano por mi frente—. Pero quédate tú en la habitación. No voy a dejar que duermas en el sofá en tu propia casa.
Camino para ocupar su lugar, pero cuando voy a pasar por su lado me detiene sujetándome de ambos brazos.
—¿De verdad lo quieres?
Frunzo el ceño.
—¿Qué?
—Dormir conmigo. ¿Eso quieres?
Aprieto los labios, avergonzada. Asiento, cabizbaja.
—No quiero dormir sola —murmuro.
No dice nada y me preparo para que me dé una manta y me deje acomodarme en el sofá.
—Vale. Vamos.
—¿De verdad no te importa?
—¿Dormir contigo? —pregunta casi divertido—. No, te aseguro que no me importa.
Dicho esto, me hace un gesto para ir a la habitación. No titubeo a la hora de pasar al interior y sentarme en la cama.
—Espera —me dice mientras se acerca al armario. Me hace un gesto para que vaya.
Hago lo que me pide y me sitúo a su lado. Él abre un cajón donde guarda todas sus camisetas.
—Coge la que quieras.
Me tenso por completo.
—Estoy... bien así. Gracias.
—Lo digo para que estés más cómoda. No creo que los pantalones que llevas sean la mejor opción para dormir. Porque no traes pijama, ¿no?
—No me he acordado de cogerlo. Pero no voy a dormir... sin pantalones delante de ti, como comprenderás —murmuro.
—Mides medio metro y recordando la experiencia con mi sudadera, te quedarán como un vestido.
Tan amable.
—Ya... creo que no.
—Como quieras —se encoge de hombros—. Lo decía por ti. Si cambias de opinión ya sabes donde está mi ropa.
Me sonrojo solo por la forma en que me ha dado vía libre a su armario. Por una parte ni se me pasa por la cabeza por mera timidez, pero por otro lado, la perspectiva de dormir con una prenda suya... eso significa tener su olor toda la noche conmigo.
No sé en qué pienso cuando agarro la primera camiseta que veo y cierro el cajón.
Cuando me giro sobre mí misma para ir hasta el servicio y cambiarme, me quedo helada en mi lugar y con la boca seca.
Neithan está de espaldas a mí.
Sin camiseta.
Sin pantalones.
Lo único que lleva puesto son unos bóxers oscuros. Nada más.
Aprovechando que no me ve, no puedo evitar repasarlo de arriba a abajo. Mis ojos recaen en su espalda definida casi de inmediato. No es robusto, pero sí fuerte. De hecho, no sabía que tenía tanto músculo debajo de la ropa.
Está trasteando con un par de cosas de la mesita de noche, y cada movimiento que hace provoca que las venas de sus brazos se remarquen considerablemente.
Paso saliva con dificultad cuando se gira un poco para alcanzar una camiseta y parte de su torso entra mi campo de visión. Mi vista se pierde automáticamente en los disimulados cuadritos de sus abdominales.
No es el típico chico que se machaca cada día en el gimnasio, eso está más que claro. Pero... se nota que su genética es buena. Para mi gusto es literalmente perfecto.
Al instante me pego una bofetada mental. ¿En qué demonios estoy pensando? Es mi amigo, por el amor de dios. Solo somos eso, solo amig...
Maldigo internamente cuando mis ojos caen sobre una parte muy específica de su bóxer al girarse considerablemente.
Aparto la mirada antes de que se gire del todo y piense que soy una pervertida.
—¿Pasa algo? —pregunta, despreocupado.
Me aclaro la garganta, más tensa de lo que lo he estado en toda mi vida.
—No irás a dormir así, ¿no?
Mi incomodidad parece divertirle, para mi desgracia.
—¿Por qué? ¿Te molestaría si lo hago?
—Sí. Mucho.
—¿Y eso?
—Porque... estás en... bóxer.
—Si no me lo dices no me doy cuenta.
—Y estamos en tu habitación...
—Tu capacidad de percepción es increíble.
—Y se supone que vamos a dormir juntos...
—Ese es el plan, sí.
—No es... —joder, que vergüenza— adecuado.
Frunce el ceño.
—¿Adecuado? —da un paso hacia mí y maldigo no poder retroceder—. ¿No somos amigos? ¿Qué más da?
Juego con mis dedos e intento no mirarlo.
—Pues que no está bien —murmuro.
—¿Por qué no?
—Pues porque no. ¿O a ti te gustaría que durmiera en ropa interior?
Esboza media sonrisa que no me gusta nada.
—Si así estás más cómoda, no seré yo quien se queje.
Me vuelvo de todos los colores cuando mantiene la mirada fija sobre mí. Me atrevo a mirarlo a los ojos. Solo a los ojos.
Pero es que hasta esos son increíbles.
—¿Puedes dejar de decir ese tipo de cosas? —le pido, al borde del colapso.
—No es nada malo. ¿Tú nunca has ido a la playa o qué? Estar en bragas y sujetador es lo mismo que estar en bikini. Literalmente.
—Es que yo no...
Da un paso más.
—¿No, qué?
—No llevo sujetador.
Lo noto tensar la mandíbula en cuanto lo digo y luchar por no bajar la mirada.
Y lo único que logra pronunciar con un hilo de voz es un:
—¿Por qué?
—Porque es muy molesto. Prefiero no llevar nada.
Parece que de repente, está en un universo paralelo.
—No se supone que las chicas lo usáis para... —se aclara la garganta, sin saber continuar.
Su incomodidad provoca mi comodidad al instante.
—¿Estar más cómodas? —termino por él y asiente—. Se supone, pero a mí no me agradan. Además, yo casi siempre uso camisetas de tirantes muy finas y al no llevar sujetador se siente muy bien, por no hablar de que se ve todo mucho más...
—Se acabó la conversación.
La forma en cómo lo dice me trastoca.
—¿Por qué?
—Porque sí. Cámbiate de una jodida vez y sobretodo, no hables. Ni mucho menos te me acerques.
Me quito la sudadera y la dejo doblada en una de las baldas de su armario. Valoro la opción de ponerme su camiseta.
Pero en cuanto me doy la vuelta, su mirada me recorre casi instintivamente.
Se tensa por completo cuando ve que llevo la camiseta de tirantes que he mencionado hace unos minutos. Al momento, aparta la mirada.
—¿Puedes... ir a cambiarte, por favor?
—¿Tú pidiendo las cosas por favor? ¿De qué mundo vienes y qué has hecho con mi Neithan? —bromeo.
—Madeleine.
—Vale, vale. Pensaba que te daba igual que durmiera en ropa interior, en realidad. Por eso de que somos amigos.
—Madeleine —segunda advertencia.
Intento no reír cuando mantiene la cara girada para evitar mirarme. Será mejor que vaya al baño o acabará dislocándose el cuello.
Llevo la camiseta elegida. Es oscura y sencilla, como casi toda su ropa. Me quito la ropa una vez tengo privacidad y me coloco la camiseta en tiempo récord. Tenía razón, me queda por debajo del culo. No se me ve nada.
Doblo mi ropa y vuelvo a la habitación, dejándola en el armario.
Me acerco a la cama donde Neithan se encuentra semi tumbado —y con una camiseta puesta, gracias a Dios—, pero cuando ve que camino hacia el colchón, frunce el ceño a más no poder.
—¿Qué coño...?
Por un momento pienso que se me veían las bragas y no le gustaban, pero no es eso. Es mi pierna.
Sigue un poco mal en cuanto a estética. Las rehabilitaciones implican forzar mucho la parte lesionada, por lo que a veces provoca hematomas. Por no hablar de los que ya tenía. Aunque son muy leves en comparación con los primeros meses.
Él se acerca a la orilla de la cama. Yo aún estoy de pie.
—Madeleine —pronuncia despacio.
—Parece más de lo que es. No es nada.
La verdad es que no quiero hablar de eso ahora mismo.
—¿No es nada? —repite—. ¿Quién coño ha sido?
—¿Qué? ¿Otra vez con eso?
—No me tomes por gilipollas. Llevas una muñequera todos los días y tienes la pierna llena de moretones.
—Te dije que esto no me lo ha hecho nadie. Solo deja el tema, por favor.
—Hay veces que desapareces un par de días y cuando te vuelvo a ver estar cansadísima, como hoy. Ahora veo que tienes más lugares llenos de heridas y que ni siquiera me lo habías mencionado.
Me siento en la orilla de la cama.
—Porque no tiene importancia.
—Sé que te da miedo contármelo, pero tienes que confiar en mí, joder. Tienes que entender que no voy a dejar que nadie te haga nada.
—No me da miedo, es solo que no hay nada que contar.
—Madeleine, deja de mentirme de una maldita vez y dime quién ha sido el hijo de puta que te ha tocado porque lo mato.
Siento un cosquilleo que me recorre cada parte del cuerpo cuando lo escucho hablar así. Aunque claramente no me gusta el odio y la agresividad con que lo ha dicho, sí que aprecio que esté preocupado por mí.
No me esperaba que algo así saliera de él. Pero tengo que hacer que se calme o entrará en una crisis nerviosa.
—Estoy bien. No ha ocurrido como piensas.
—No estoy para adivinanzas —insiste—. Dime de una vez quien ha...
—Fue en un accidente de coche.
Eso consigue dejarlo con la palabra en la boca, al menos durante unos segundos. Cuando parece haberlo asimilado, se decide a hablar.
—¿Cuándo?
—Hace poco más de tres meses.
—Pero... ¿por qué...? ¿Por qué no me lo contaste?
—Porque no me gusta hablar de ello. Es complicado.
Aparta la mirada, negando con la cabeza.
—Me recriminas que no soy lo suficiente abierto contigo y tienes el valor de ocultarme cosas como esta.
—Te prometo que mañana te contaré lo que quieras, pero ahora mismo solo quiero descansar.
Vuelve a mirarme, con la mandíbula tensa. No dice nada y hace el amago de volver a su lado, pero tomo su muñeca.
—No te enfades conmigo por esto —suplico.
No quiero volver a pelear con él.
—Madeleine, no me apetece discutir.
—Es algo de lo que me cuesta mucho hablar, por eso no te lo conté. Si no, te prometo que habrías sido el primero en saberlo.
No dice nada.
—No me gusta cuando te enfadas conmigo. Por favor —insisto.
Al final, termina suspirando.
—No estoy enfadado contigo. Ve a dormir ya.
Asiento, un poco decaída. Continúa distante a pesar de todo.
Me acomodo en mi lado de la cama. Neithan está en el suyo. Es tan grande que no tenemos ni que rozarnos. Alcanzo la sábana y la colcha grisácea. Me tapo con ello y me recuesto sobre el colchón.
—¿Apago la luz? —pregunto. Está en mi lado.
Solo responde con un sonido que sale de su garganta. Lo interpreto como un sí.
Pulso el interruptor y me tapo hasta arriba. De repente, la colcha me parece mucho más fina de lo que lo era el otro día.
—¿Crees que pasarás frío? —murmura.
—Estoy bien.
No quiero darle más problemas. Demasiado que ha dejado que duerma en su casa.
Noto el colchón hundirse un poco cuando se gira en su sitio hacia mí. Yo permanezco dándole la espalda.
—Sabes que no me gusta que me mientas.
Sigue hablando en ese maldito tono de voz bajo y ligeramente ronco que provoca que se me erice la piel.
—No miento —susurro.
—Mírame.
Paso saliva y hago lo que me dice.
El corazón me late más deprisa cuando lo tengo a centímetros de mí, en plena oscuridad, tumbado y teniéndome en su cama.
—¿Tienes frío o no?
Apenas veo sus facciones, pero consigo distinguir sus labios moviéndose cuando habla.
—Sí —murmuro—. Pero dijiste que no tenías más mantas.
—No. No tengo.
No lo entiendo, pero decido no esperar a averiguarlo.
—Por eso, estoy bien —me giro sobre mi lugar de nuevo—. No te preocupes.
No me responde, por lo que pienso que está intentando dormirse.
Pero no puedo estar más equivocada.
El colchón se hunde por segunda vez cuando se mueve hacia mí. Me quedo inmóvil y sin comprender nada cuando lo noto extremadamente cerca.
—¿Qué estás...?
Siento que no puedo respirar cuando pasa su brazo debajo de mi cuello. El otro lo pasa por encima de mi abdomen. Deja su pecho completamente pegado a mi espalda. Su cabeza junto a la mía. Su respiración choca en mi cabello.
—¿Mejor? —susurra y siento que no sé donde estoy.
—¿Qué?
—¿Sigues teniendo frío?
Paso saliva. Él traza pequeñas caricias en mi abdomen.
—No —susurro—. Definitivamente no.
Suelta una pequeña risa casi inaudible, pero que consigue hacer que me muerda los labios.
—Doy por hecho que he conseguido hacerte entrar en calor.
Intentaré pensar que eso no tiene doble sentido.
—Te aseguro que sí.
—Pero si no estás de acuerdo, puedo apartarme.
—No recuerdo haber dicho que quiero que te apartes.
—Lo digo por ti. Pareces nerviosa.
—Es por ti. Estás muy cerca.
—Lo sé. ¿No te gusta?
—Sí me gusta.
Aparta mi cabello con delicadeza y cierro los ojos ante su tacto.
—¿Qué pasa si te digo que quiero acercarme aún más?
No sé qué demonios estamos haciendo, pero creo que no quiero averiguarlo.
—Que te pediría que lo hicieras.
Sin pensarlo dos veces, me atrae un poco más hacia él, hasta que noto cada parte de su cuerpo.
No sé si me he arrepentido. No sé si esto está mal. Estoy apunto de pronunciar su nombre cuando se me adelanta.
—¿Es fresa?
Tardo un segundo en procesar la pregunta, hasta que entiendo que habla de mi cabello. El ser consciente de eso solo consigue aumentar mi pulso.
—Sí —susurro—. Es mi olor favorito.
—Creo que también acaba de convertirse en el mío.
Creo que eso no debería haberme gustado tanto como lo ha hecho.
Me aclaro la garganta.
—¿Estás seguro de que podrás dormir así?
—Estoy seguro.
—Solo lo digo porque quiero que descanses, y si estás haciendo esto por mí pero en realidad no quieres que...
—Madeleine, no estoy haciendo nada que no quiera hacer. A mí también me gusta estar así contigo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro