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D i e c i o c h o | Insomnio

Capítulo dieciocho | Insomnio.

—¿Por qué tengo que acompañarte? —pregunté por enésima vez.

Y por enésima vez, me dio una respuesta ridícula.

—No quiero ir sola. Mucho menos volver.

—Pues no vayas.

Laila rodó los ojos.

—Qué fácil solucionas tú las cosas.

—Yo quería quedarme en casa.

—Oye, deberías intentar disfrutarlo. Ya verás como lo pasas bien —hace una pausa—. Además, conocerás gente.

—Así que por eso me has traído —la pillé.

Laila apretó los labios, como si hubiera dicho algo que no debería.

—Maddy, no es exactamente eso.

—¿Tan sola me veo que tienes que arrastrarme a una estúpida fiesta universitaria?

—Es para celebrar el comienzo del año. Una buena manera de empezarlo es relacionándote con otras personas, bailando...

—El comienzo del año fue hace casi dos meses. Solo quieren una excusa para salir de fiesta.

—La tormenta de nieve les fastidió la última que intentaron hacer.

Me dejé caer en mi respaldo.

—De todas formas, yo no caigo bien a la gente. Nunca me integro. Además de que no sé bailar —mascullé por lo bajo.

—Caerás bien. Verás como cuando estés allí y bebas un poco, te sueltas.

Giró el volante y aceleró por la autopista, adelantando a un par de coches.

—Yo no bebo, Laila. No me gusta mucho el alcohol.

—Bueno, pues bebes refresco.

—Y este vestido es demasiado incómodo —añadí.

El motor rugió cuando pisó el acelerador un poco más.

—Es precioso —me contradijo—. Estás guapísima.

—Y los tacones harán que me duelan los pies.

Laila suspiró pesadamente mientras me miraba de soslayo.

—No estás poniendo de tu parte.

—Porque no veo cuál es el problema de que me quede en casa. Yo quería verme un maratón de películas, no estar en tu coche a las once de la noche de camino a una fiesta en tu hermandad. No es justo.

—Oye, yo he hecho muchas cosas por ti. ¿No puedes hacer tú esta por mí?

Negué con la cabeza, mirando por la ventana. De repente veía absurda esa conversación.

Fue entonces cuando lo vi.

Por el espejo del retrovisor, pude divisar aquel coche. No veía la marca, ni el modelo, ni siquiera distinguía si era de color gris o blanco. Pero sí veía como se pegaba al nuestro cada vez más.

Y más.

Tanto, que sus luces desaparecieron.

—Laila —la llamé con un hilo de voz.

—¿Qué te pasa ahora?

—¿Qué hace?

Señalé el coche con la mirada. Seguro que estaría a punto de rozarnos en cualquier momento.

Laila frunció el ceño al darse cuenta.

—Eso digo yo —murmura—. No sé qué narices hace.

Empezó a pitar con tal de que se alejara, pero no lo hacía.

De hecho, intentó adelantarnos.

Se pasó al carril de al lado y quedó a nuestra altura. Los cristales eran tintados, así que no se veía quién estaba en el interior.

—Lay —murmuré.

Sentía que el corazón se me desbordaría en cualquier momento cuando vi que se quedaba ahí, a nuestro lado. Sus ruedas rechinaban y se movía sin control por el asfalto.

La sangre me ardía y tenía los músculos agarrotados. No había pasado tanto miedo en mi vida.

—No pasa nada. No te asustes.

Ella parecía mantener la calma, pero yo no. Estaba muy lejos de eso.

—Será algún borracho. Lo adelantamos y ya está.

Pisó el acelerador más a fondo. El sonido del motor rugiendo tornó a insoportable. Cerré los ojos con fuerza cuando la presión en el pecho aumentó.

El coche nos seguía, y más corría Lay. Casi doscientos por hora.

—Será gilipollas... —murmuró.

—Ve más despacio —supliqué.

—No puedo ir más despacio si pretendo adelantarlo. Pero sé lo que hago, tranquila.

No lo estaba. Y ella empezaba a perder la calma progresivamente.

Pero entonces, el coche pareció quedarse rezagado.

Laila se atrevió a bajar un poco la velocidad. Oía un pitido y notaba el agua salada corriendo por mis mejillas. Mi pecho subía y bajaba con ímpetu. No podía controlar mi respiración.

—Eh, ya está —tomó mi mano—. Solo ha sido un susto. Ya se ha ido.

—Y si vuelve... —me temblaba la voz.

—Ya ha pasado —acarició mi mano—. Cálmate.

Lo intentaba. Juro que lo intentaba con todas mis fuerzas, pero todas las sensaciones seguían muy latentes.

—Maddy, intenta no...

Nunca terminó la frase porque dos segundos después, el miedo se volvió algo real. El golpe nos aturdió a ambas. El dolor físico y psicológico era palpable.

Las manecillas del reloj se detuvieron. El tiempo se congeló en una milésima de segundo.

Empezó el caos.

Abro los ojos cuando noto una mano sobre mi cara. Me sostiene con cuidado, pero la persona que lo hace está nerviosa. Al igual que yo.

Aún siento que me zumban los oídos, como en mi sueño. Todavía noto el hormigueo en las palmas de las manos.

Intento enfocar la vista. No hay demasiada luz, solo la poca que entra por las rendijas de la persiana.

—Mírame —escucho su voz sosegada—. Venga, Madeleine.

Quiero decir algo, pero no encuentro mi voz. No puedo moverme. Siento los músculos pesados y la garganta cerrada.

Lo noto dejar una mano sobre mi piel. Presiona con suavidad.

—Se te va a salir el corazón del pecho —dice—. Tienes que respirar despacio.

Trato de hacer lo que me pide con todas mis fuerzas. Me cuesta mucho. Es como si el oxígeno que me rodea se hubiera vuelto cemento. No puedo.

—Escúchame —llama mi atención—. Solo respira despacio, ¿de acuerdo? Toma aire por la nariz y suéltalo por la boca. Así, pero más lento.

Doy para asentir levemente y repito una y otra vez lo que me dice.

Poco a poco noto el corazón martillear con menos fuerza en mi pecho.

—Eso es —me anima—. Lo estás haciendo muy bien.

Tras unos segundos, me incorporo despacio. Él deja una mano sobre la parte baja de mi espalda y me ayuda a ello.

Me siento como si me hubieran dado una paliza. No puedo imaginar cuantas horas llevaré con los músculos agarrotados para ahora sentirlos entumecidos.

Me apoyo en la pared y bajo un poco la cabeza. Me llevo las manos a mis ojos. Están colmados de lágrimas.

Neithan sigue justo a mi lado. Mueve su mano de mi espalda a mi nuca. Me acaricia con suavidad y su simple tacto consigue regular mi respiración más que sus consejos.

—Solo ha sido una pesadilla.

—No era una pesadilla —susurro—. Era un recuerdo.

Él parece no terminar de entenderme. Aún así, se mantiene sereno y no hace preguntas.

—Fuera lo que fuera, es pasado. Ya no existe.

—Aún me da miedo...

—El pasado no puede hacerte daño. No tengas miedo de eso.

—¿Puedes abrazarme?

No quería incomodarlo, por eso estaba aguantando las ganas de preguntárselo.

Pero lo necesito. Necesito la cercanía de alguien y ahora mismo, solo quiero la suya. Siento que es la única persona que puede hacer que el miedo me suelte.

Sin previo aviso me atrae hacia él, envolviéndome en sus brazos. Dejo salir todo el aire de mis pulmones cuando mi cuerpo toca el suyo. Su calidez consigue que me olvide de lo malo que habita en mi mente. Estando así, no pienso en nada.

—¿Estás bien?

Su pecho vibra bajo mi mejilla. Asiento con sinceridad.

Afianza un poco el abrazo. Por mi parte, siento que vuelvo a respirar como lo hacía antes de aquella noche.

Por mí me quedaría así eternamente, pero los ojos se me empiezan a cerrar y como si un espasmo me sacudiera, reacciono.

—No quiero dormirme otra vez —murmuro e intento apartarme, pero no me lo permite.

—Tienes que dormir. No me importa que te quedes así.

—No tengo sueño —miento—. He dormido suficiente.

—Solo has dormido tres horas. Son las cuatro de la madrugada.

Me incorporo un poco para mirarlo a los ojos.

—¿Es en serio? —pregunto, atónita—. ¿Te he despertado a las cuatro de la mañana?

—No pasa nada.

Se me colman los ojos de lágrimas. Me siento una persona horrible.

—Sí pasa. Soy una egoísta y una estúpida, no tendría que haberte pedido quedarme.

—No hables así de ti misma.

—Es la única forma en la que puedo hablar de mí misma —me limpio debajo de los ojos—. Me voy a la sala de estar.

No pienso quedarme aquí para arruinarle las horas de sueño que quedan. Me incorporo hasta quedar sentada en la orilla, pero Neithan me sujeta por el brazo.

—Suéltame —le pido.

—No vas a dormir en la sala de estar.

—No creo que pueda volver a dormirme. Al menos allí no voy a molestarte.

—Me molestaría que te fueras allí. Ven.

Niego con la cabeza y no dejo que tire de mí. A pesar de eso y a diferencia de cualquier otra ocasión, no parece perder la paciencia.

—Madeleine —insiste—. Haz lo que te digo. Ven aquí.

Vuelve a intentar llevarme con él, y esta vez no se lo niego. Tal vez sea porque me muero de sueño. Tal vez porque me apetece quedarme con él.

Neithan se tumba boca arriba. Pretendo hacerme sitio en mi lugar, pero sigue sujetándome y me ubica justo a su lado. Pasa un brazo debajo de mí y deja mi cabeza sobre su hombro.

Estar así con él consigue dispararme el pulso a mil por hora.

—No sé si así estarás cómodo...

—Lo estoy. ¿Tú no?

—Sí, pero... —dejo la frase a la mitad.

—Estás tensa.

—No tanto.

—No era una pregunta.

Claro que estoy tensa. Estoy tumbada sobre él. No puedo no estarlo.

—Lo siento —murmuro.

—¿Es por mí o por la pesadilla? —inquiere.

—Por la pesadilla —miento descaradamente—. Aún estoy nerviosa.

—Solo intenta no pensar en ello —baja la voz—. Ya verás como acabas relajándote y consigues dormirte.

La teoría es muy sencilla, pero dudo que pueda dormirme con facilidad. Y menos en esta postura.

No por él, sino por mí. Tiene razón, estoy tensa. Estoy demasiado tensa. Y el brazo que tengo encima del lateral de mi cuerpo comienza a molestarme. Estaría más cómoda si pudiera...

—¿Puedo... —trato de encontrar las palabras— poner el brazo...?

—¿Sobre mí? —termina por mí y asiento—. Sí.

Temblorosa, muevo mi brazo y lo dejo sobre su pecho.

Sentirlo de todas estas formas es... sencillamente increíble. Siempre es tan frío con cualquiera, incluso conmigo, que estar así con él... solo siento que su piel quema bajo la mía. Pero me gusta. Me gusta mucho.

Cierro los ojos, intentando relajarme. Bajo un poco la cabeza buscando comodidad. Desde este ángulo escucho a la perfección los latidos de su corazón. Consiguen lo que busco. Me relajan. Me dan paz.

Pero no logro conciliar el sueño. Él lo nota, porque ni siquiera intenta dormir.

—¿Puedes hablarme de algo? —susurro, sin abrir los ojos.

Se demora unos segundos en responder.

—¿No te desvelarás si hablo? —pregunta, confuso.

—No. Tu voz me calma.

Debajo de mí, los latidos de su corazón van un poco más deprisa.

—Sabes que no se me da demasiado bien sacar tema de conversación, Madeleine. No sé qué contarte.

—Lo que sea. Solo quiero oírte.

Suspira pesadamente, moviéndose un poco. Sus latidos aceleran.

—Cuando era pequeño me gustaba hacer Snowboard.

—¿Te gusta la nieve?

—La verdad es que sí. Mi madre me llevaba siempre a una montaña que hay a las afueras. No era demasiado grande, pero para los que estaban empezando estaba bien. Tenía doce años cuando empecé, así que le daba un poco de miedo llevarme a un lugar más peligroso.

Siento el colchón abrazar mi cuerpo. Su aroma me inunda los pulmones. Muevo mi brazo un poco hasta estar más cómoda. Rozo su cuello pero no dice nada, así que me quedo así.

—Siempre he querido aprender —murmuro, apenas audible—. Me encanta la nieve.

Acaricia mi brazo de arriba a abajo con la yema de sus dedos.

—Puede que un día te enseñe. Aunque sea solo para reírme cuando te caigas.

Sonrío contra su pecho y asiento débilmente. Ya no doy para hablar.

—Seguro que te gustaría —prosigue, casi en susurros—. No recuerdo aquel lugar muy bien, solo que las vistas eran increíbles. La nieve abarcaba kilómetros y la ciudad se veía de fondo.

Deja caer su cabeza sobre la mía. Sostengo el cuello de su camiseta con poca fuerza.

—Lo que sí recuerdo la sensación de estar en la cima. Era algo diferente. El aire era helado y siempre me ponía nervioso antes de bajar. Sentía mucha adrenalina y me sentía vivo. Creo que era una de las pocas veces que me sentí bien. Uno de los pocos buenos recuerdos que tengo, pero me gusta acordarme de ello. Estaría bien volver a...

Habría dado lo que fuera por seguir escuchándolo durante horas. Pero cuando me quise dar cuenta, mi respiración se volvió sosegada y mi mente se alejó de todos los malos momentos que me han atormentado durante meses.

Por primera vez en mucho tiempo, dejé de sentir pánico al cerrar los ojos. Dejé de notar los latidos de mi corazón desenfrenados en mi pecho a causa del miedo. Esta vez, solo eran a causa de él.

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