Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

D i c i s é i s | Cuidado con las canciones que dedicas

Capítulo dieciséis | Cuidado con las canciones que dedicas.

Maddy: Sé sincero.

Pasan unos segundos. Entonces, aparece el conocido "escribiendo".

Neithan: Es increíble.

Me incorporo un poco sobre la cama, emocionada al instante.

Maddy: ¿De verdad?

Neithan: Sí. Es increíble como no puedes evitar tener un gusto de mierda acerca de cualquier cosa.

Entreabro los labios, más que molesta.

Le permito meterse con cualquier cosa sobre mí, pero no con esto. Con mi gusto musical, no.

Maddy: A Taylor Swift me la respetas.

Neithan: Todavía me sangran los oídos.

No le gusta Marvel, no le gusta la vainilla, no le gustan las películas que no lleven tres litros de sangre o cinco decenas de cuchillos en la portada, no le gusta The Weeknd, y ahora tampoco Taylor Swift. ¿Qué voy a hacer con este chico?

Pretendo responderle cuando mi móvil empieza a sonar. Es él. Me está llamando.

Curiosa y sin comprender a qué viene, deslizo el dedo por la pantalla. Me lo llevo al oído.

—Si vas a criticarme de los artistas que me gustan, no me interesa —dejo claro antes que nada.

—¿Por qué me has hecho una playlist tan horrible?

—Eh, no es horrible. Es genial, entre otras cosas porque la he hecho yo.

—Tienes que odiarme para haber puesto toda esa mierda en mi Spotify.

—Neithan —me molesto—. Cuando una persona te hace una playlist es porque te dedica esas canciones, así que no digas eso.

Un silencio ensordecedor y de varios segundos inunda la línea.

—¿Sigues ahí? —pregunto—. ¿O es que te has decidido a darme la razón pero no sabes cómo?

—¿Me las has dedicado?

El tono que usa, de sorpresa absoluta, consigue dejarme callada. Y como no, sonrojarme de la vergüenza.

—A ver, era una forma de...

—Porque hay canciones bastante interesantes —me corta.

—No me refería a que todas las canciones...

—Dicen cosas que no me esperaría que vinieran de ti. ¿Es qué quieres decirme algo?

En estos momentos, donde siento mi cara apunto de estallar y solo quiero desaparecer del universo, me arrepiento de haber puesto "High for this" dentro de esa playlist.

Y puede que otras cuantas peores.

—Solo algunas canciones van con dedicatoria —me corrijo—. Las otras son como... relleno.

—Ajá.

—Es en serio.

—Apuesto a que sí.

No puedo estar más acalorada. Es físicamente imposible.

—Tú siempre tan egocéntrico —me pongo a la defensiva—. No querría nada contigo ni aunque tuviera la oportunidad.

—Desde ya te aseguro que no la tienes.

—¿Perdón?

—¿Qué te hace pensar que yo querría liarme contigo, Madeleine? Te lo tienes muy creído.

—¿Yo? —pregunto, atónita.

—Tú. La que me lanza indirectas y luego actúa cómo si nada.

Aprieto la mandíbula, impotente.

—No me gustan los chicos prepotentes, para tu información —suelto.

—Prepotente —repite con burla—. Si tan solo supieras lo equivocada que estás.

Me vuelvo aún más escarlata cuando creo entender lo que quiere decir.

—Lo dicho. No me gustan los chicos cómo tú.

—Ni a mí las chicas emocionalmente inestables.

Él sí que sabe como tumbarte con una sola frase. Maldito.

—¡Yo no soy emocionalmente inestable!

—Dijo la que lloró con la película de Narnia a sus veinte años.

—¡Eso fue tu culpa, amargado!

—Seré un amargado, pero al menos sé controlar mis sentimientos.

—Ah, ¿pero que tienes sentimientos?

Enarqué una ceja y miré desafiante. Lástima que no me veía.

—No hacia ti de la forma en que insinuabas, te lo aseguro.

Bufé de forma despectiva.

—El sentimiento es mutuo, idiota. Y que sepas que yo no insinuaba nada.

—Mientes fatal. Pero ojalá sea verdad, porque sinceramente no me apetece aguantar tus lloreras cuando te rechace.

—Tener algo así contigo sería lo último que haría en esta vida.

—Me alegro de que por fin estemos de acuerdo en algo.

—Pues bien.

—Bien.

Es un pedazo de imbécil cuando se lo propone. Y cuando no, también.

—¿Vas a preguntarme si quiero que quedemos hoy o qué? —suelta de pronto.

Yo no sé si seguir molesta o sonreír por su actitud.

—Pregúntamelo tú, antipático.

—Eso hago. Parece que además de lenta, eres miope.

—Pero ¿tú que te has propuesto ofenderme hoy?

—¿Yo? Si todavía no he empezado —no sé por qué, siento que está sonriendo un poco al otro lado de la línea—. Pero lo haré cuando te tenga delante.

—Así se me quitan las ganas de quedar contigo —miento.

—No es verdad. Te recojo en veinte minutos.

—¿Veinte minutos? —me burlo—. Pensaba que dirías una hora, igual que siempre. Parece que alguien tiene muchas ganas de verme hoy.

Oigo el leve deje de su garganta expulsando el humo de un cigarrillo.

—Termino de fumar y salgo a por ti.

No me da tiempo a despedirme siquiera cuando me cuelga.

Me levanto de mi cama y me pongo los zapatos. Hoy, por alguna razón, tenía muchas ganas de quedar con él, así que en cuanto me desperté fui directa a vestirme.

Bajo las escaleras con cierta dificultad, pero nada que no pueda afrontar. Me voy al salón cuando veo a mis hermanos peleándose por una de las barritas de proteínas de Max.

Me río por dentro. Sí, todo son risas hasta que escucho a mí hermano soltar tres palabrotas en una misma frase. Esa es la señal de que debo intervenir.

—¿Se puede saber que os pasa? —me acerco.

Ambos se detienen. Lay no dice nada y Max me mira como si estuviera a punto de cometer asesinato.

—¿Que qué pasa? —pregunta él—. Pasa que estoy hasta los cojones de que se acabe mis cosas. Además, es un agobio porque está todo el día encima, ¡y habla como un puto dibujito animado! ¡Roza lo insoportable!

—¡Tú dices cincuenta tacos al día y yo no te digo nada!

—¡Nos ha jodido, si la mitad los digo por culpa tuya!

—¡¿Y yo qué te hago para provocar eso?! ¡Si no hago nada!

—¡¿Qué no haces nada?! —Max se gira hacia mí como si fuera una mediadora—. ¡No para de coger mis cosas, ocupa mi baño con sus mil cremas que no sirven para absolutamente nada y para colmo también se ha apropiado de mi ropa, porque según ella queda aesthetic!

Lay también se gira hacia mí y paso saliva, tensa.

—¡Di que es mentira, lo está exagerando todo!

—¡Y una mierda!

—¡Maddy también coge tus cosas y a ella no le dices nada! ¡Qué bien que te ha robado una sudadera, no te creas que no lo he visto!

—¿Qué? ¡Pero si eso es de...!

—¡Max!

Me mira con preocupación cuando se da cuenta que casi se va de la lengua. Entonces, cierra los ojos, inspira despacio y mira a nuestra hermana.

—Mía —asiente—. Es mía, pero esa ya no la quería. Además, Maddy me pidió permiso porque es tan sincera y tan comprensiva que no es capaz de guardarme secretos. ¿A qué no, enana?

Menuda pullita. Qué rencoroso.

—Ah, ¿y yo no soy así? —se molesta Lay.

—Tú eres un grano en el culo.

Me meto en medio.

—Vale, suficiente. ¿Qué tal si os pedís disculpas? ¿Abrazo de reconciliación?

Ambos me miran, se miran entre ellos y vuelven a mirarme.

—Ni de broma —mascullan al unísono.

Y cada uno se va por un lado.

Suspiro, cansada. Esto es el pan de cada día.

Hablando de cómo cada día, salgo fuera y subo al coche del amargado que se ha molestado en venir a recogerme.

Pasamos unos minutos en silencio en el coche, habiendo intercambiado solo un par de frases. Pero cuando llegamos a su edificio, me atrevo a preguntarle:

—¿Por qué tenías tantas ganas de quedar hoy?

Me mira de soslayo mientras sigue caminando.

—¿Tiene que haber un motivo? ¿No puedo querer verte sin más?

—Sé que lo hay. Otra cosa es que no quieras contármelo.

—Exacto —entramos al portal—. No quiero.

Pienso responder cuando vemos a Jett, el portero, trasteando en la garita.

—Buenos días, Jett —lo saludo—. ¿Qué tal todo?

—Bien.

Bueno, al menos él tiene la decencia de responder cuando lo saludan. No como otros... pero no señalo a nadie.

El ascensor ya está arreglado, así que decidimos subir por ahí. Una vez dentro, retomo la conversación.

—Pensaba que confiabas en mí.

Frunce el ceño, mirándome sin reparo.

—¿Eso a qué viene?

—Has tenido un mal día, ¿no? Como la otra vez.

—No es asunto tuyo.

—No, pero aún así, podrías decírmelo.

—He dicho que no te incumbe.

—Y yo te acabo de decir que estoy de acuerdo con que pienses así, pero también intento decirte que si necesitas alguien con quien desahogarte, me tienes a mí.

Tarda, pero finalmente, su mirada recae sobre mí como si fuera plomo. Casi paso saliva cuando me observa sin siquiera pestañear.

—Vamos a dejar algo claro antes de que esto vaya a más —dice despacio—. No voy a contarte nada, porque lo último que quiero es que te veas metida en toda la mierda que tengo encima. Tampoco soy de esas personas que necesitan hablar, desahogarse o como coño quieras llamarlo. He tenido un día de mierda, llevas razón, pero lo último que quiero es comentarlo contigo.

Ya ni me acuerdo de lo que iba a decir. Se hace el silencio.

—Y sí.

—Sí, ¿qué?

—Confío en ti —confiesa—. Pero esto no va de confianza. Va de protegerte, así que Madeleine, en serio, no me insistas más.

Las puertas se abren y Neithan es el primero en salir, dejándome con mal sabor de boca.
¿Protegerme? ¿De qué tendría que protegerme? ¿En qué narices está metido?

Rompo la línea de pensamientos que cruzan mi mente y salgo yo también cuando las puertas del ascensor están a punto de cerrarse. Camino hasta él. Cruzamos el umbral de su puerta y me dejo caer en el sofá. Me duele todo.

Neithan, lejos de sentarse a mi lado como de costumbre, va a la cocina. Es un espacio abierto, pero aprovecha para darme la espalda cuando saca un par de cosas de la nevera y trastea con ello en la encimera.

Doy por hecho que la he cagado y que está molesto conmigo. También asumo que es mi obligación arreglarlo, así que voy hasta donde está.

Se detiene durante un segundo cuando me escucha acercarme, pero al momento continúa con lo que estaba haciendo.

Me sitúo a su lado sin saber muy bien que decir.

—¿Te ha molestado? —pregunto.

—No.

Pues a mí me suena a qué sí.

—Lo siento. No pretendía meterme en tu vida.

—Para no pretenderlo, lo haces a menudo.

—Es que tú no...

Me corto en seco. Si lo digo, le molestará.

—Continúa —demanda.

No lo hago. Pretendo volver al sofá, cuando sostiene mi muñeca sin descentrarse de lo que está haciendo. Tira de mí hasta dejarme en el mismo lugar.

—Continúa —repite.

—Siento que no me dejas conocerte.

Mi confesión consigue que se detenga de nuevo, pero esta vez, unos segundos más.

—Me conoces —dice únicamente.

—No lo sé. Quiero creer que sí, pero cuando menos me lo espero, apareces con algo como lo del otro día. Como lo de hoy.

Vuelve a su tarea.

—Olvídalo de una vez, ¿quieres?

—Lo que quiero es saber si necesitas ayuda.

—No.

—Quiero saber qué clase de problemas tienes, porque quizás...

—No puedes ayudarme con nada de eso.

—Eso no lo sabes —me quejo.

—Sí, sí lo sé. Y te dije que dejaras el tema.

—Siempre que intento indagar un poco en ti, te cierras.

—Eso no es verdad.

—Ni siquiera fuiste capaz de responderme a la sencilla pregunta de "estudias o trabajas". Directamente me mandaste a callar, argumentando que no tenía importancia.

—Porque no la tiene.

—Para mí sí. Y tampoco me cuentas nada de tu familia.

Se tensa al instante y me apresuro a corregirme.

—No sé qué ocurrió, y entiendo que no quieras hablar de ello —suspiro—. Es solo que... no te cuesta nada darme una respuesta sencilla. Al menos, para que sepa...

—Madeleine, solo quiero pasar el día contigo. Es lo único que quiero hacer hoy. Ni hablar, ni compartir sentimientos ni ver a nadie más, solo pasar un rato juntos. Así que de insistir con lo mismo, por favor.

—Pero yo solo digo que...

—Madeleine, en serio, suficiente.

Acaba de hacerme ver que no confía en mí, no al menos como dice.

Yo no le he contado todo de mí, aunque él tampoco me ha preguntado. Y aún así, le he dado muchos datos sin especificar, como que somos cinco en casa, que no estoy estudiando porque no sé que quiero llegar a ser o que apenas hay cosas que llamen mi atención cuando de hobbies se trata.

¿Pero él? Nada.

Nunca dice nada. Solo sé que escucha canciones tristes, que ve películas sanguinarias y que adora el chocolate.

Nada más. No sé nada de lo que sabrías de un amigo cercano. Y yo creía que para él, yo era cercana. Ahora veo que no.

Decido no mencionar nada más. Camino hasta el salón y me dispongo a sentarme en el sofá, pero me siento tan rezagada ahora mismo que lo único que quiero es no tener que verlo por un rato. Así que continúo caminando hasta llegar a la terraza.

Es pasado el mediodía, así que el cielo no tiene nada de especial. Desvío la mirada a las plantas, pero siguen medio muertas. No me he traído el teléfono, ni tampoco hay nada con lo que distraerse aquí fuera.

O puede que sí.

No lo pienso dos veces cuando, en la mesita de exterior, se encuentra una cajetilla de tabaco. Extiendo la mano y agarro uno. Para mí suerte, también está el mechero. Definitivamente, es una forma de distraerse. Una asquerosa y bastante agria, pero como el humor del que considero mi amigo.

Doy una calada al tiempo que lo enciendo y agradezco haberlo probado aquel día, porque si empezara a toser ahora mismo como una principiante, llamaría su atención y además, quedaría bastante mal.

Así que sí, me he librado de lo segundo. Pero desgraciadamente, no de lo primero.

—¿Se puede saber qué coño haces?

Lo oigo en el umbral de la terraza y ni me molesto en girarme.

—Lo que tú todos los días. ¿Pasa algo?

Camina hacia mí. Se queda de pie a mi lado, y desde esta perspectiva se ve intimidante.

—Te dije que no quería que volvieras a probarlo —me recuerda.

—No recuerdo haberte prometido nada.

—Dámelo.

No lo hago. En su lugar, doy una calada un poco más profunda de lo habitual y lo expulso con lentitud, sin quitarle los ojos de encima.

—No.

Lo noto tensarse por completo.

—Eres una inmadura por cabrearte por una tontería como esta. Lo sabes, ¿no?

Me encojo de hombros.

—No soy yo la que dice que confía y luego no confía una mierda.

—He dicho que confío en ti.

—Sí, dices muchas cosas —doy otra calada—. El problema es que las palabras se las lleva el viento. Lo que cuentan son los actos.

—Oh, ¿ahora dirás que no te he demostrado suficiente?

—Lo único que te pido es que me demuestres que confías en mí tanto como dices.

Se mueve detrás de mí hasta llegar a la mesa. Lo escucho encender un cigarrillo, y no se mueve de ahí.

—Tienes mucho valor para decir que no confío, Madeleine —habla reacio—. Porque eres la única persona a la que le he dejado ver mi peor versión.

—Sabes perfectamente que eso tiene matices —mascullo.

Como que no me dejó, si no que yo insistí hasta convencerlo. Luego, cedió.

—Dejé que estuvieras a mi lado mientras me drogaba. No me vengas con gilipolleces. No estoy para eso.

Aún sosteniendo el cigarrillo entre los dedos, me pongo de pie y doy un par de pasos hacia él, impotente.

—Ni yo estoy para que me eches en cara que me dejaste quedarme, pero que no admitas como son las cosas.

—¿Y cómo son las cosas? —masculla.

—No quieres contarme nada de ti porque tienes miedo de que salga corriendo.

—Y una mierda.

—Te da miedo que me vaya, porque soy la única persona que has conocido en la que sientes que puedes confiar. Pero aún así, te reprimes y no lo haces.

Da otro paso hacia mí. No me muevo. Su pecho está a centímetros del mío.

—No me da miedo que te vayas, Madeleine.

—Ahora tendrás el valor de decirme que no me quieres aquí.

Da una calada que hace el triple de las mías. Su garganta se mueve cuando lleva el humo a sus pulmones.

—Te quiero aquí —suelta el humo despacio y su mirada no suelta la mía—. Y tú quieres estar aquí. Conmigo. No vas a irte, por eso no me da miedo.

Lo dice tan convencido que consigue hacer temblar cada músculo de mi anatomía.

—Eso no lo sabes —intento mantenerme firme—. Quizás quiero irme.

—No, no quieres. Sé lo que tienes en esa cabecita.

—Crees saber mucho, pero no tienes idea de nada.

—¿Sigues hablando de confianza o estás traspasando límites?

—Has dejado claro que me quieres aquí. Podría preguntarte lo mismo.

—No te daría una respuesta a eso.

—¿Porque no puedes o por miedo a que me dé cuenta de cómo son las cosas?

—Porque no se me da la puta gana.

Mis ojos se mueven directamente a sus labios. Se ha dado cuenta. Igual que yo me he dado cuenta de que él ha hecho lo mismo.

—Eso no es un argumento —murmuro, tratando de sonar valiente—. Es una respuesta de persona inmadura que no quiere enfrentarse a lo que ha desencadenado.

—¿Y qué he desencadenado? —baja la voz—. ¿Tienes la amabilidad de explicármelo?

—Explícamelo tú si consigues entenderte.

Lo veo pasar saliva. El ambiente se carga considerablemente y yo empiezo a notar más calor del que realmente hace.

—Te aconsejo que no juegues con fuego. Puedes quemarte.

Se me eriza la piel y trago saliva ruidosamente cuando se inclina un poco sobre mí.

—¿Qué? —casi susurro.

—El cigarrillo —dice como si fuera obvio.

Está casi consumido, y su mano viaja a la mía para arrebatármelo y darle una calada.

Mientras, yo me he quedado helada. No estoy segura de sí por su cercanía, por la forma en que envuelve el cigarrillo con sus labios, o por como sus impresionantes ojos azules no dejan de contemplar los míos.

O quizás, por la forma en qué después de darle, me lo pasa. Cuando intento sostenerlo, me toma la muñeca y me baja la mano, ofreciéndome el cigarrillo él mismo.

Siento el corazón latirme a toda velocidad. Tengo el pulso a mil. La cosa va a peor cuando sus dedos rozan mis labios accidentalmente.

No sé qué demonios me está pasando, pero tengo que pararlo. Por eso doy un pequeño paso atrás, bajando la mirada. Intento encontrar mi voz.

—Creo que será mejor que lo olvide —murmuro—. Total, no vas a decirme nada. Es tu decisión, no voy a pelear por eso.

Me encamino hacia el interior, pero me detengo cuando lo oigo hablar.

—Odio estudiar. Nunca me ha gustado, así que no hice nada más después del instituto. Tampoco trabajo.

No digo nada. Se acerca a donde estoy. Su proximidad hace que lo mire.

—Tengo dinero porque mi padre me dejó una herencia bastante generosa, algo sorprendente para lo poco que me soportaba.

—¿Está...?

—Murió cuando tenía dieciséis —abro la boca, pero me interrumpe—. No lo sientas. No me llevaba demasiado bien con él. Siempre fue como un desconocido.

Prefiero callarme. Solo asiento cómo sinónimo de comprensión.

—Compré este piso hace un par de años —continúa—. Y vivo del dinero que me dejó desde entonces.

—El día que lo gastes...

—Mi padre era millonario a espaldas del resto de la que era mi familia. No se me va a acabar el dinero por más que lo gaste. No me importaría buscarme un trabajo, pero no lo necesito y por eso no lo hago.

No sé que decir ante el despliegue de sinceridad que me está dando.

—Tienes razón en algunas cosas —añade—. No me gusta hablar de mi vida, por eso no lo hago. Pero es cierto que así no te dejaré conocerme nunca.

—Solo me refería a...

—No he terminado —me corta—. Puedes preguntarme lo que quieras. Absolutamente lo que quieras, y te responderé a todo. Pero no diré nada más que tenga que ver con mi familia, porque sinceramente, no quiero tenerlos presentes.

Bajo la mirada.

—Tampoco quiero que me preguntes sobre los problemas que pueda tener —dice y no da opción a reproches—. No es de tu incumbencia, no porque no confíe en ti, sino porque no quiero meterte en nada. Son mis asuntos, y de eso me ocupo yo.

—Pero...

—Lo que te dije en el ascensor iba en serio. Lo único que intento es protegerte, así que no me lo pongas más difícil.

—Pero no entiendo...

—No entiendes muchas cosas relacionadas conmigo, pero no por eso voy a aclararte esas dudas. Pregúntame cualquier cosa, pero nada de indagar en esos temas. Es lo único que te pido.

Asiento, elevando la mirada.

—Vale —me resigno.

—Si no tienes nada más de lo que quejarte, te agradecería que me dejarás terminar de hacer de comer. Ya lo que hacía falta es que murieras de hambre.

Pasa por mi lado caminando hacia la cocina y me quedo pensativa ante lo que acaba de decir.

—¿Sabes cocinar? —voy detrás de él.

—Pues claro. ¿Quién es tan inútil como para no saber? —me mira—. Oh, espera. Tú.

—Eres un encanto —ironizo.

—Es una de mis virtudes.

Sonrío, negando con la cabeza. Me quedo a su lado, observando cada cosa que hace con sumo interés. Parece algo bastante complejo, pero él da la sensación de poder hacerlo con los ojos cerrados.

El experimento termina en salsa de verduras y miel con pescado sazonado de una manera que no había probado en mi vida. Le habré dicho lo menos siete veces de siete maneras diferentes lo rico que está, pero no podía callarme y comer como si nada. No sabía que tenía un talento oculto como este.

Al menos, hoy he podido aprender un par de cosas más de él y de su pasado. Que fuera un poco más abierto conmigo después de casi dos meses repletos de incógnitas era lo único que necesitaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro