C u a t r o | ¿Tregua?
Capítulo cuatro | ¿Tregua?
El mundo está lleno de seres humanos desagradables, y desgraciadamente, esta noche me ha tocado toparme con alguien que pertenece a ese grupo.
Pero no voy a dejar que eso me arruine la noche.
Mi segundo y sencillo plan era comer fuera. Y dónde mejor que en el mejor puesto de comida rápida de toda Nueva Jersey.
El puesto de Joe's.
El nombre no es nada del otro mundo, pero es lo más acertado que podrían haber hecho. Es decir, el puesto lo regenta una pareja, y ambos se llaman Joe, tanto él como ella. No era demasiado complicado de elegir.
Me sitúo en la fila y no tardan demasiado en atenderme.
Cuando la mujer que rondará los treinta y pocos me ve, me dedica una sonrisa cargada de entusiasmo. Pero no puede acercarse, puesto que está atendiendo a otros clientes. Es por eso que me señala a su marido y este adopta la misma actitud.
—¡La pequeña Maddy! Ya era hora de que volvieras por aquí. ¡Hacía dos años al menos que no te veía!
Me gusta que me recuerden. La gente no suele recordarme con tanta facilidad.
Será porque no soy alguien que merezca la pena recordar.
—Yo también me alegro de veros —sonrío—. ¿Qué tal va todo?
—De maravilla. Pronto montaremos una franquicia —bromea—. ¿Qué te pongo?
Señalo uno de los menús de hamburguesa con queso y patatas fritas. También pido una botella de agua.
Cuando hago el amago de pagar, me detiene.
—Aquí tu dinero no vale.
—Joe, si no lo coges no volveré a venir —insisto.
—No digas tonterías, claro que volverás. Pero será un día en que esto esté más tranquilo para contarnos que tal te va todo. Disfruta de la cena.
Lo dice tan convencido que me sabe mal rechazarlo. Al final, asiento y le agradezco el gesto, antes de marcharme de allí.
Camino con la bolsa en las manos dirigiéndome a casa, pero entonces, unas pequeñas gotas caen sobre mi piel.
Y las pequeñas gotas se convierten en una maldita tormenta.
Corro a cubrirme bajo lo primero que encuentro, que resulta ser una zona techada de un extenso parque, donde hay un pequeño banco.
No dudo en tomar asiento y dejar la bolsa a un lado.
Vale, el día no está siendo tal y como esperaba que sería, pero podría haber sido peor. Algo que aprendí a las malas es que hay fijarse en el lado bueno de las cosas.
La lluvia casi no me ha tocado, he conseguido la comida antes de que se pusiera a diluviar y las vistas desde aquí no están tan mal.
Se ve buena parte de la ciudad y el césped abarca varios kilómetros delante de mí. Es un paisaje bastante bonito.
El cielo cada vez está más oscuro, por lo que no saldré de aquí en un buen rato. Mi estómago empieza a rugir y decido que no me importa estar en mitad de la calle. Saco mi hamburguesa de la bolsa y le quito el envoltorio, dejándolo sobre mis piernas.
Joder, que bien huele.
Me dispongo a darle el primer bocado...
Cuando alguien toma asiento en el otro extremo del banco.
¡¿Qué narices le pasa a la vida hoy conmigo?! Yo solo quiero comer mi hamburguesa tranquila. ¿Es tanto pedir?
Miro de soslayo a la persona que continúa ahí sentada. Es un hombre. Lleva ropa oscura y tiene una capucha puesta.
Por un momento entro en pánico, pero me obligo a calmarme. No tiene por qué ser peligroso. Simplemente ha venido a resguardarse de la lluvia, como yo.
También he aprendido a las malas que no hay que juzgar un libro por su portada.
Pero la cosa es que yo llegué antes, por lo que este banco esta noche me pertenece. Y se lo hago saber.
Carraspeo, un poco nerviosa.
—Está ocupado.
Si la persona me ha oído, no parece hacer cuenta de ello.
Aunque si no me ha oído significa que tiene problemas de audición, porque está literalmente a un metro de mí.
El desconocido saca un paquete de cigarrillos de su bolsillo. Toma uno y se lo lleva a los labios. Lo enciende y expulsa el humo con toda la tranquilidad del mundo.
Lo que faltaba, un fumador. Con lo que los odio.
—Está ocupado —repito.
—Esto no es un baño. Deja de decir eso.
No. Mierda, no puede ser.
Reconozco esa voz.
Me giro hacia él sin preámbulos para confirmar lo que ya sé.
—¿Me estás vacilando? No me estarás siguiendo, ¿no?
Pone mala cara cuando me ve.
—Ya quisieras.
—Si eres un loco obsesivo, te advierto que sé defenderme.
Expulsa el humo mirando la ciudad.
—Lo único que soy es un chico con muy mala suerte.
Lo observo con detenimiento. Tiene el cabello húmedo por la lluvia. Las pequeñas gotas caen sobre su frente, pero no parece importarle. Hace un movimiento con la garganta cada vez que lleva el humo a los pulmones. Sus facciones son marcadas, su expresión áspera y tienes los ojos claros. Azules.
Y también tiene un golpe bastante feo debajo del ojo izquierdo.
Pero aún así, me parece... extrañamente atractivo.
—Cuando te dé la gana dejas de mirarme. Cuando tú veas.
Me vuelvo de todos los colores y volteo la cabeza al frente de inmediato. Me obligo a reaccionar para qué no piense que la loca obsesiva soy yo.
—Yo he llegado primero —le hago saber.
—Enhorabuena.
—¿Puedes irte? —insisto.
—Está lloviendo —se acomoda en el respaldo—. Así que no.
Se baja el gorro de la sudadera y se sacude el pelo. Las gotas de agua caen por todos lados y su cabello queda completamente despeinado, apuntando en todas direcciones.
No sé cómo consigue verse tan bien en estas condiciones.
Está claro que, al igual que yo, él no tenía planeado venir aquí. La lluvia también lo ha pillado de imprevisto.
La cosa es que... comer delante de la gente siempre me ha dado vergüenza. Y más delante de gente que no conozco, así que hago un tercer intento por conseguir que se vaya.
—Estaba a punto de comer —dejo caer.
—Gracias por la información, pero no te la he pedido.
—Es que me has interrumpido.
—Tampoco me importa.
—Y el humo del tabaco me molesta.
—¿Por qué coño sigues hablándome?
Entreabro los labios, sorprendida.
—Quizás porque sigues fumando, y me sigue molestando.
Nada más decir eso, el chico se pone de pie. Cuando creo que por fin va a hacerme caso y a irse, toma asiento de nuevo.
Solo que esta vez lo hace en mitad del banco. Mucho más cerca de mí.
—¿Es en serio? ¡Acabo de decirte que el humo me molesta! ¡Dos veces!
—Ah, sí, perdona. No te había oído.
El muy idiota se mueve hasta quedar justo a mi lado.
Vale. Calma.
Estas situaciones no son más que pruebas de la vida para testar mi paciencia. No pasa nada. Puedo con ello.
Decido volver a lo mío y dar un bocado a mi hamburguesa. Se ha enfriado bastante, pero sigue estando rica.
Entonces noto la mirada del chico sobre mí.
Me pongo nerviosa e intento no parecer ridícula, pero quedo como tal yo sola cuando me percato de que no me está mirando a mí. Está mirando mi comida.
Suspiro y decido intentar arreglar esto.
Tomo la bolsa y se la ofrezco. Él la observa sin comprender, y luego a mí.
—¿Quieres una papa?
Ahora me mira como si estuviera medio loca.
—No.
—Oye, no hemos empezado con buen pie. Ha sido culpa tuya, pero no tiene importancia.
—Créeme cuando te digo que no me importa lo más mínimo.
—Pues a mí sí —admito—. No me gusta llevarme mal con la gente.
—Agradecería que no te llevaras conmigo de ninguna forma. A secas.
Me como una patata frita y vuelvo a ofrecerle. Pasa de mí.
—La verdad es que hace tiempo que no salgo, y menos sola. Así que me apetecía ir al cine y a cenar por mi cuenta.
—Fascinante.
—Pero —continúo— resulta que has estado en ambos sitios, y por alguna razón hemos terminado tratándonos como si nos procesáramos odio eterno. Y yo de verdad que odio llevarme mal con otras personas.
Da una calada y tira la ceniza.
—Bueno, di tú algo.
—Es que no entiendo porque sigues hablándome. Escapa a mi comprensión.
—Estoy intentando hacer las paces contigo. ¿Quieres o no?
Señalo la bolsa con la mirada.
—No.
—La película ha terminado tarde y no habrás cenado nada. Es imposible que no tengas hambre.
Me mantiene la mirada sin decir absolutamente nada.
—¿Tan malo es compartir una cena con alguien a quien no volverás a ver en tu vida?
Parece pensarlo. Entonces, maldice en voz baja, y juraría que he oído la palabra pesada, pero decido hacer caso omiso.
Sonrío como una niña pequeña cuando mete la mano en la bolsa.
—Solo como para que te calles de una jodida vez, que conste.
—A mí me vale. ¿Quieres hamburguesa?
—No.
Lo dejo estar y me centro en la comida, al igual que él. Nadie dice nada más.
Me alegro de haber pedido extra de patatas, porque parece que tenía hambre. No entiendo qué le costaba admitirlo.
Cuando voy por la mitad de la hamburguesa decido ofrecerle. Pero no con palabras, puesto que parece que odia la comunicación, por alguna razón. Simplemente muevo la mano y se la acerco.
Para mi sorpresa, da un bocado por mi lado.
A medida que mastica lo veo poner muecas. No entiendo nada.
—¿Qué pasa? —pregunto, confusa.
—Tienes el mismo gusto de mierda para la comida que para las las películas.
—¿Por qué dices eso? ¡Solo lleva salsa y queso!
—¿Queso? —pregunta y asiento—. Que asco.
Le pongo mala cara, ofendida. El queso es lo mejor que hay en este mundo, pero está claro que el desconocido de ojos increíbles y carácter de mierda no está preparado para esta conversación.
Pero aún así, le da otro bocado.
—¿No decías que no te gustaba? —lo pico.
—¿Y tú no decías que estarías en silencio?
Terminamos la hamburguesa entre los dos. Él deja de comerla cuando ve que quedan tan solo un par de bocados. Le digo que no me importa que se la acabe él, puesto que estoy bastante llena y está claro que le apetece.
¿Su respuesta? Volver a mandarme a callar y decir que no quiere más argumentando lo horrible que es el queso.
Lo único que quedan son patatas fritas. Él mete la mano en la bolsa y luego lo hago yo, pero entonces me doy cuenta de que acaba de comerse de un tirón las tres últimas patatas.
Primer dato curioso: le gusta joder como pasatiempo.
Guardo todo y el sonido de la bolsa de papel inunda en silencio durante unos segundos. Luego, vuelve a ser tan incómodo como antes.
Decido intentar sacar conversación para despejar un poco la absurda tensión que se ha creado de repente.
—¿No has venido con amigos? —pregunto.
—¿Y tú no has venido con tu novio? —responde de mala gana.
Frunzo el ceño.
—Yo no tengo novio.
—Ni yo amigos.
—En realidad, yo tampoco tengo de eso.
Ni se molesta en responderme.
A mí comer me pone de mejor humor, pero parece que él ha vuelto a ser la persona amargada de antes. Entonces, vuelve a sacar el paquete de tabaco de su sudadera, pero con una diferencia.
Esta vez lo abre en mi dirección, haciendo un gesto con la mirada.
Observo la cajetilla y sufro un debate interno. Siempre he pecado de maldecir que exista el tabaco, pero también he querido probarlo más de una vez.
Siempre me ha llamado la atención. Es decir, ¿por qué a la gente le gusta tanto? Algo tiene que tener. Quizás sabe mucho mejor de lo que huele.
—¿Quieres o no? —insiste el chico.
Me apresuro a alcanzar uno y dejarlo entre mis dedos. Él hace lo mismo, solo que lo enciende. Entonces, me pasa el mechero.
Es ahí cuando dudo visiblemente y claro, lo nota.
—No me digas que nunca lo has hecho.
—Si quieres no te lo digo, pero es así.
—¿Pero tú cuántos años tienes? No serás menor de edad, ¿no?
Míralo. El que no pedía información, pidiendo información.
—Tengo veinte.
Se pasa una mano por el pelo.
—No me creo que tengas mi edad y nunca hayas fumado —murmura.
—¿Me enseñas?
Se acerca un poco a mí y creía que estaba predispuesto a cumplir mi petición, pero no.
Solo me quita ambas cosas de las manos y las mete en el bolsillo de su sudadera.
—¿Qué haces?
—No voy a ser el culpable de que te enganches. Si quieres probarlo, búscate a otro que te lo dé, pero no cuentes conmigo.
—¿Qué? ¿En serio?
—Y tan en serio.
—Estás siendo muy exagerado. Solo es un cigarrillo. Nadie se engancha por un cigarrillo.
Expulsa el humo con lentitud, mirándome con curiosidad.
No me desagrada que me mire así.
—El problema es que después de este querrás otro.
—Solo quiero probarlo. Me da curiosidad.
—¿Por qué hoy, si nunca lo has hecho?
—Porque nunca lo he hecho y quiero probarlo hoy.
Rueda los ojos, negando con la cabeza mientras vuelve a absorber el humo del cigarrillo. Esta vez, toma una bocanada mucho más grande.
—Así que —habla mientras suelta el humo— eres una cría jugando a ser mayor.
—Acabas de decir que tengo tu edad.
—Cría de mentalidad —me mira—. La edad es solo un número.
—Oye, muchas gracias por la preocupación pero...
—Preocupación ninguna, no te equivoques —me corta—. Me importa una mierda lo que hagas, pero no tengo como hobby ir ayudando a la gente a engancharse a esto.
—Como sea —prosigo—. Soy mayor de edad y tengo tanto derecho a esto como tú. Que tú creas que puedes hacerlo y yo no solo demuestra hipocresía.
—He dicho que no.
—Es mi responsabilidad. ¿En qué te afecta?
Tensa la mandíbula y mete la mano en su bolsillo. Saca ambas cosas y me las arroja en las manos de forma brusca.
—Haz lo que te dé la gana —masculla.
El chico tiene buenas intenciones, aparte de llevar razón en todo lo que ha dicho. Creo que el único motivo por el que le he llevado la contraria de esa forma ha sido porque quiero decidir por mí misma. Estoy harta de que la gente me diga que hacer.
—¿Puedes ayudarme, por favor? —le pido—. Sigo sin saber como hacerlo.
Suspira pesadamente y se gira hacia mí. Está prácticamente a mi lado. Se inclina para quitarme el cigarrillo de la mano y colocar la boquilla entre mis labios. Luego sostiene mi mano y hace que lo sujete con el índice y el corazón.
—Sostenlo así —dice mientras da con el mechero—. Tienes que dar una calada al mismo tiempo que lo enciendo. Eso sí te imaginarás como es, ¿no?
Asiento con mala cara ante su tono reacio.
Hago lo que me dice cuando prende la llama y... vaya.
Es peor de lo que me había imaginado.
—¿Y bien? —pregunta el chico.
Como si no fuera obvia mi opinión al respecto.
—¿Cómo te gusta esto?
—A nadie le gusta. Y eso que no lo has hecho bien.
—¿Es que acaso se puede hacer mal?
—Se pueda o no, tú lo has conseguido. Has dejado el humo en la boca, y de lo que se trata es de llevarlo hasta los pulmones.
—Y ¿cómo hago eso?
—Solo respira hondo cuando le des.
Lo intento de nuevo, haciendo lo que él dice.
El resultado no es agradable. Empiezo a toser como una desquiciada.
—Bueno, era más que obvio que te pasaría eso. Ya lo has probado, así que déjalo.
—Quiero terminar este.
—Mientras sea el primero y el último...
—Será solo hoy.
Tras unas caladas más, empiezo a cogerle un poco el gusto. Sigue sabiendo amargo, agrio y es desagradable, pero al menos ya no toso.
Observo su perfil, intrigada. Me pregunto cuánto tiempo llevará fumando él. También me pregunto porque no lo deja, si ha insistido tanto en querer protegerme de esto.
—Estás cogiendo una manía bastante fea de quedarte mirándome.
—Lo... siento.
—¿Lo haces con todo el mundo? Porque cualquier día eso te meterá en problemas.
—No lo hago con todo el mundo —admito—. Es que me preguntaba qué te ha pasado.
El chico frunce el ceño cuando me mira de soslayo. Enseguida entiende que me refiero al golpe que tiene en la cara.
—Me metí en una pelea —confiesa en voz baja.
—¿Por entretenimiento o por necesidad?
—No lo provoqué. No fue porque quisiera.
—Parece que te dio bien —me lamento en voz baja—. Espero que le devolvieras el golpe.
—Me hubiera encantado, pero no puedo devolvérselo. A él no.
—Pero no puedes permitir que te traten mal. No es justo.
—La vida no es justa.
Bajo la mirada. Parece triste y siento que me estoy metiendo donde no debo, pero a mí las injusticias me causan demasiada impotencia.
—Aún así...
—¿Qué te ha pasado a ti?
Soy consciente de que ha cambiado de tema con descaro, pero no digo nada.
—¿De qué hablas?
—De la mano. ¿Tú también te has metido en una pelea?
Sonrío un poco decaída, negando con la cabeza.
—Esto... fue una especie de accidente —prefiero no dar detalles—. Si tuviera una pelea delante creo que saldría corriendo. Me dan pánico.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que me hagan daño, evidentemente.
—Lo bueno de pelearte con alguien es que tú también puedes golpear al otro. No serás la única perjudicada.
—¿Estás incitándome a que me meta en una pelea? —intento bromear.
—Eso sería lo último que haría.
Recojo las piernas y me abrazo a mí misma cuando se levanta el viento. Me giro un poco hacia él y apoyo la cabeza en la pared para contemplarlo mejor.
—Definitivamente, no me gustan las peleas.
—No tienes derecho a opinar sobre eso porque nunca has estado en una.
—Prefiero compartir patatas fritas con desconocidos en vez de pelearme.
—No sé si acercarte a desconocidos que te hablen de violencia es lo más acertado.
Sonrío al ver que me sigue la corriente.
—Todos los días se aprende algo nuevo —sonrío.
—Supongo que sí.
Retira la mirada, pero yo no lo hago. Tiene algo magnético que consigue llamar mi atención.
Solo que no sé de qué se trata.
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