C a t o r c e | El punto más alto
Capítulo catorce | El punto más alto.
La puerta se abre y sonrío ante lo que veo.
Neithan está comiendo la misma bandeja que comimos el otro día, llena de dulces con chocolate. Pero recuerdo que nosotros acabamos las que tenía, así que ha tenido que ir al supermercado a comprar más.
Aunque la sonrisa se me borra considerablemente cuando veo que frunce el ceño.
—¿Qué haces aquí?
Ah, pues genial. Yo me esperaba un recibimiento más cálido, siendo sincera.
—Yo también me alegro de verte.
—No, quiero decir... no te esperaba —se hace a un lado para que pase—. ¿Habíamos quedado y se me ha olvidado?
—No, es que tenía que escaquearme de un plan familiar y me apetecía salir —y estar con él.
Cierra la puerta y pasa por mi lado.
—Si molesto puedo irme, no importa.
—¿He dicho que molestes en algún momento?
—No, pero como no he avisado de que venía, a lo mejor...
—No molestas —recalca—. De hecho, me alegro de verte. Estaba teniendo un día de mierda y acabas de mejorarlo.
Eso me hace sonreír.
Se deja caer en el sofá, y dejo el bolso sobre una silla. Me deja un sitio a su lado para que pueda sentarme.
—¿Qué ha pasado? —le pregunto.
La verdad es que parece de malhumor. Peor que de costumbre, quiero decir.
—Nada interesante, solo... problemas, como siempre.
—¿Qué significa eso?
—Que la explicación es un coñazo y no quiero aburrirte con eso —suspira e intenta sonreír—. ¿Tienes hambre?
Me ofrece la bandeja de dulces, donde quedan más bien pocos.
Bueno, aunque no es demasiado sano, me alegro de que esté comiendo más.
—¿Fuiste a comprar más al supermercado?
—Tenías que ver la cara de la cajera cuando me presenté en la cinta con seis bandejas de estas.
—¿Seis?
—Porque no me cabían más en las manos, si no hubiera cogido el doble.
Lo dice tan serio que suelto a reír.
El gran detalle que cabe mencionar es que, en estas tres semanas, apenas ha probado... aquella sustancia. Él siempre suele recogerme en coche, así que no toma nada cuando tiene que venir a por mí.
Pero cuando vengo por mi cuenta, él suele estar... raro. Más de una vez me he fijado en sus ojos, y sus pupilas suelen estar dilatadas cuando consume. Se le pasa enseguida, por lo que doy por hecho que lo hace horas antes de que yo llegue, pero... que lo haga cuando no estoy presente no es ningún consuelo. Me da miedo que se vea solo y yo no pueda ayudarle si pasa algo.
—Bueno —termina un dulce y me deja la bandeja en las piernas—, ¿piensas decirme cuál era ese plan familiar tan horrible del que te has escaqueado?
Le robo otro y dejo la bandeja sobre la mesita.
—Era ir a visitar a mi tía y a mis tres primas. No me caen bien.
—¿A su casa?
—A su... granja.
—¿Granja? —repite—. Qué horror.
—No lo sabes tú bien.
Hay muchos motivos por lo que no quería sacar este tema, pero presiento que va a sonsacármelos, puesto que me está observando con una pequeña sonrisa malvada.
—¿Qué no me estás diciendo? —pregunta.
—Nada.
—Hay algo relacionado con eso que no me cuentas.
—No, no lo hay.
—Vas a acabar diciéndomelo y lo sabes. Cuánto antes lo hagas antes acabarás con la tortura.
Maldigo que me conozca tan bien.
—No te rías —le pido.
—No has empezado y ya me están dando ganas.
Suspiro, mirándolo mal. Él parece pasarlo en grande.
Al final, decido soltarlo sin rodeos. Total, se va a reír de mí. Es mejor asumirlo cuando antes.
—Mi tía se llama como yo.
Abre los ojos de más, incorporándose.
—¿Se llama Maddy?
Asiento, apretando los labios. Y él, claro, estalla en risas.
—¡Sabía que Maddy era nombre de granjera de Texas! ¡Si es que lo sabía!
El muy capullo tiene hasta las lágrimas saltadas.
—¡No es de Texas! ¡Es de Pensilvania! Y ni se te ocurra reírte de eso, que yo nací allí.
Se calla cuando me escucha y vuelve a romper en risas.
Yo, para calmar la ira, decido robarle más dulces. Prefiero eso antes que ahogarlo con un cojín.
De repente se acerca, dejando un brazo apoyado en el sofá detrás de mi espalda. Se inclina y me quita de la mano el dulce al que acabo de darle un mordisco, llevándoselo a la boca.
—Así que eres una vampira, interesante.
—Eh, no te metas conmigo.
—¿O qué? ¿Me morderás? —sonríe burlón.
—Puede —entrecierro los ojos—. No tientes tu suerte.
Se queda mirándome unos segundos con la misma expresión mientras come.
—Lo dices como si sonara horrible, cuando solo se me hace interesante.
Toma el mando y se pone a pasar canales en la televisión, como si nada, dejándome pensativa sobre lo que acaba de decir.
Cuando dice que va a la terraza —o sea, a fumar— me obligo a reaccionar.
—Espera —digo mientras alcanzo mi bolso sin levantarme—. Te he traído una cosa.
—Te he dicho ya que no eres mi tipo, ¿no? Aunque si me haces regalitos puede que me lo piense.
—No es eso, idiota.
Saco el libro del bolso y se lo ofrezco.
Al instante se pone a ojear la sinopsis, pero por supuesto, lo primero que hace es leer el autor.
—Stephen King —murmura—. Parece que tu gusto es un poco menos horrible. Lo estaré mejorando.
—Eso va a ser.
—Doy por hecho que es para que te dé mi opinión sobre si leerlo o no, y eso hago.
—Yo ya lo he leído —aclaro—. Es que como me dijiste que te iban este tipo de libros, pensé que quizás te gustaría.
Levanta la mirada de la tapa cuando digo eso último, observándome con curiosidad.
Me noto sonrojada cuando me doy cuenta de que acabo de ponerle en bandeja la opción de hacerme pasarlo mal al haber admitido en voz alta que he pensado en él.
Pero no lo hace. Solo me observa. Solo eso.
—Si no quieres no tienes que leerlo, era solo por... no sé.
Vuelve a bajar la mirada, ojeándolo.
—Lo has traído para mí. Claro que voy a leerlo.
Me siento estúpida cuando esa simple frase provoca un hormigueo en mi estómago.
Pasamos unos minutos en silencio. Él continúa con el libro entre las manos. Dijo que solo quería ojearlo pero al final y sin darse cuenta, se ha leído los tres primeros capítulos.
Yo, por mi parte, veo la televisión ignorando el hecho de que parece que he tomado una buena decisión por una vez.
Entonces, él se pone de pie y me avisa de que va a ir a fumar.
Suele romper este tipo de momentos por ir a fumarse un cigarrillo a la terraza. Odio cuando lo hace, porque estoy a gusto con él y no quiero que se vaya durante cinco minutos cuando lo estamos pasando bien, pero soy consciente de que es su decisión. He aprendido a respetar eso.
Espero en el salón mientras el aroma del cigarrillo me llega por una de las puertas que ha dejado entreabierta.
Miro las puertas de cristal que da a la terraza y lo veo allí de pie, apoyado en el pequeño muro, observando la ciudad. Siempre hace eso. Parece relajarle mucho, así que normalmente prefiero no molestarlo y dejar que esté solo.
Pero esta vez es diferente a las otras. Él nunca usa el teléfono en esos momentos, y ahora acaba de sacarlo de su bolsillo. Lo están llamando.
Con el cigarrillo en los labios, cuelga y envía un mensaje. Me recuerda al segundo día que quedamos. Hizo algo muy parecido.
La diferencia es que esta vez, sí responde la segunda vez que lo llaman.
Se lleva el teléfono al oído, pero no habla. Solo escucha. Entonces, baja la mano que lo sostiene y camina hacia la puerta de cristal. Hago como que no lo he estado mirando y me centro en la televisión.
Si se ha dado cuenta de que he disimulado, no lo expresa. Lo único que hace es cerrar del todo ambas puertas.
Y entonces empieza a discutir por el teléfono. Pero a discutir de verdad.
Apenas lo escucho puesto que las puertas aíslan bastante. Pero se está quejando de la otra persona. No para de caminar aquí y allá y grita que lo deje en paz, habla de que no es justo su comportamiento... Pero no consigo entender mucho más.
Algo hace click en mi cabeza y una pizca de decepción se instala en mi pecho al pensar de que se puede tratar de alguien especial. Tal vez tenga novia.
Pero lo descarto de inmediato. Él me dijo que nunca ha salido con nadie. No tiene por qué mentirme.
Vuelvo a prestarle atención, intentando no desvariar.
De un momento a otro, se detiene. Da una última calada enorme y tira el cigarrillo por el muro. Suelta el humo despacio, parece estar esperando a que la otra persona termine de hablar. Entonces, dice algo más y juraría que es una palabrota.
Después, cuelga, se pasa una mano por el pelo y se apoya de nuevo en el muro. Desde aquí puedo notar lo tenso que está.
Dudo mucho, pero finalmente me atrevo a levantarme e ir a la terraza. En cuanto escucha la puerta abrirse, lo veo tensarse más aún.
—No estoy de humor, Madeleine —dice secamente—. Ahora no.
—Solo quería saber si estabas bien —le hago saber en voz baja.
Lo escucho suspirar.
—No lo estoy.
Me quedo allí plantada, como una idiota, sin saber que más decir. Sé que probablemente querría estar solo, pero la última vez no acabó bien.
Me fijo en que el cielo está oscureciendo. Intento hacer tiempo para ver si me dirige la palabra por decisión propia, pero no lo hace.
Así que me atrevo a preguntar yo.
—¿Quieres que me vaya?
—No.
Suelto la mano del pomo. Nunca he estado más perdida.
—¿Quieres estar solo?
Tarda en responder.
—No lo sé.
Supongo que esa es la señal para acercarme un poco más a él. Quedo un paso detrás, pero me aventuro a apoyarme en el muro como él está haciendo.
Tiene la mirada perdida.
—¿Necesitas hablar?
Niega con la cabeza despacio.
Bajo la mirada. Me molesta mucho no saber qué le pasa o qué hacer para que se sienta mejor. Pero tampoco puedo seguir preguntándole. No quiere hablar de ello y yo no voy a obligarle.
Lo único que se me ocurre es mover un poco mi mano hasta dar con la suya.
Él al principio no se mueve y pienso que le ha molestado, pero cuando voy a apartarme, entrelaza sus dedos con los míos.
Así pasamos varios minutos. Sin decir nada y viendo el atardecer.
Entonces, él dice algo en voz baja.
—Siempre intento hacerlo cuando no estás aquí —dice y ya sé a qué se refiere—, porque no quiero que estés cerca de eso.
—¿Vas a volver a pedirme que me vaya?
—No —se apresura a decir—. No quiero que te vayas.
—¿Entonces? ¿Qué quieres decirme?
Parece pensarlo, pero entonces suspira, cabizbajo.
—Sé que soy un mierda por tener que decirte esto y odio ser así, pero... lo necesito. En serio, lo necesito.
Me duele oír lo que dice, pero más me duele ver lo decepcionado que está consigo mismo.
—No deberías estar cerca de mí y entiendo si quieres marcharte.
Si piensa que quiero marcharme, es que todavía no me conoce lo suficiente. No pienso irme de aquí y menos ahora, que está pasando un mal momento.
—Di algo —me pide en voz baja.
—Lo entiendo.
Pasa saliva y asiente. Está nervioso.
—No quiero que pienses mal de mí —murmura.
—No lo he hecho en ningún momento.
—Es que yo... no creo que quieras verme cuando...
—Neithan —llamo su atención—. Quiero estar aquí contigo. Si quieres hacer eso, no puedo impedírtelo.
He de admitir que lo primero que ha pasado por mi mente ha sido suplicarle que no lo haga. Decirle por enésima vez que eso que consume le está haciendo daño. Que es una adicción demasiado grande y peligrosa. Que debería dejarlo cuanto antes.
Cómo si él no supiera dónde se mete. Cómo si nadie le hubiera dicho cientos de veces nada parecido durante toda su vida. Incluida yo el día que nos conocimos.
Pero la realidad es otra.
Es adicto. Tan solo de pensarlo me entran ganas de llorar, pero tengo que mantenerme centrada. Una persona con una adicción de esa magnitud no va a dejarlo de la noche a la mañana. Y mucho menos porque alguien que acaba de entrar a su vida se lo pida.
No, no funcionará. Lo único que conseguiré es que se sienta peor. Si le insisto, verá que no es capaz de hacerlo de inmediato. Se sentirá aún más decepcionado consigo mismo, porque probablemente pensará que yo lo estoy con él.
Pero no lo estoy. Creo que es una persona que ha sufrido mucho y que ha pasado por cosas malas. Siento que ahora mismo hay algo en su vida que no está bien, y de lo que no está preparado para hablar.
Pero cuando lo esté, yo estaré aquí para escucharlo. Y cuando sienta que puede confiar en mí de esa forma, le convenceré para que deje todo esto. Porque no sirve de nada que intente negárselo. No puedo ayudar a alguien que no quiere ser ayudado, por mucho que me duela.
Neithan permanece inmóvil. Parece estar replanteándose su decisión. Su mano aún sujeta la mía. Está temblando.
Acaricio el dorso de su mano en círculos.
—Si no quieres hacerlo no tienes por qué.
—No quiero —asegura—. Pero tengo que hacerlo.
Parece nervioso. Quiero decir, nervioso de verdad.
Cada vez tiembla más, como si tuviera mucho frío. Su voz se escucha ahogada.
—¿Y por qué no lo haces?
—No quiero que me veas así. Joder, yo no soy así.
—Tranquilízate —le pido.
Suelta mi mano y se pasa ambas por el pelo. No entiendo por qué está tan alterado de repente. No me gusta.
—Neithan —lo llamo, pero me está dando la espalda.
Lo rodeo y me fijo en que tiene los ojos llorosos y su pecho sube y baja a toda velocidad. Creo que le duele tanto como a mí que se destroce así.
—Lo siento —murmura. Le tiembla la voz—. Lo siento, en serio. Estábamos bien y... siempre tengo que joderlo todo.
Odio verlo mal. No titubeo a la hora de acortar el espacio entre ambos y abrazarlo.
Al principio no se mueve. Es la primera vez que estamos tan cerca, así que no me extraña. Yo también estoy sorprendida por mi propia reacción, pero cuando lo he visto así no he podido ni pensarlo. Lo único que quería era hacerle saber que estoy con él.
Me sorprendo cuando me lo devuelve. Al principio dudoso, pero luego con firmeza. Noto su respiración extremadamente acelerada cuando me estrecha más hacia él.
—No tienes que hacer esto solo —digo contra su pecho.
—Pero estoy solo —murmura.
—No lo estás. Sabes que me tienes a mí. Quiero que tengas claro que estaré contigo siempre que me necesites.
Una de sus manos se mueve a mi pelo. Me acaricia mientras intenta contener las lágrimas.
—No quiero meterte en todo esto —susurra—. Estoy jodido y no quiero que estés mal por mi culpa.
—Siempre dices que estaré mal por tu culpa, pero quizás deberías empezar a pensar que soy yo la que puedo influir en que tú estés bien.
Contiene la respiración unos segundos, intentando calmarse.
—Quiero dejarlo. Odio hacer esto.
Mi corazón se derrite al escuchar eso.
—Déjame ayudarte —acaricio su espalda—. Sé que puedes hacerlo.
—Hoy no. Todavía no.
—Cuando te sientas preparado. No voy a obligarte a que empieces ahora.
Asiente, casi imperceptiblemente.
Se separa de mí después de varios minutos. Ni siquiera me mira cuando entra al interior de la casa. Tampoco hace cuenta de que estoy ahí cuando saca una bolsita de plástico del fondo de un cajón.
Tras sentarse en el sofá, se queda observándola como si fuera la última.
Ojalá lo fuera.
Camino hasta él y me siento a su lado.
—No, no —dice cuando me ve—. No quiero que... por favor, vete a la habitación.
—Te dije que no iba a salir corriendo.
—No quiero que veas esto. No quiero que me veas haciendo esto.
—No voy a dejarte solo.
Parece sopesarlo, pero enseguida niega con la cabeza.
—No voy a permitir que me veas así. Tú no.
Intenta ponerse de pie, pero lo detengo.
—Deja de esconderte de mí —le pido—. Por favor.
Durante unos segundos mantenemos un duelo de miradas, hasta que por fin, parece ceder a que esté aquí.
Entonces, comienza la pesadilla.
Lo observo mientras pasa un trapo por la mesa. Abre la bolsa y siento que el corazón se me sale del pecho. Me duele mucho. Por un momento, pienso que no voy a poder mantener mi decisión y casi le digo que se detenga, pero me repito que tengo que apoyarlo.
Tengo que apoyarlo y él aún no se siente preparado.
Si viviera más cerca de él, todo sería diferente. Podría pedirle que lo dejara, porque estaría con él a cada segundo. No lo dejaría solo, pero... vivimos a media hora el uno del otro.
En media hora, en un período de abstinencia, pueden pasar demasiadas cosas.
Deja caer el polvo de color blanco sobre la mesa. No lo usa todo, al contrario, es bastante poco. Jamás había visto algo así fuera de una película. Creo que eso es cocaína, pero puede que esté equivocada. No tengo ni idea. Solo pensarlo me pone los vellos de punta.
No entiendo que hace cuando saca una tarjeta. Entonces, lo comprendo. Está separando el pequeño montón en varias líneas. Intento mantener la vista, pero cuando deja la tarjeta a un lado y se agacha, me veo obligada a apartar la mirada y aguantar la respiración.
Las fuertes inhalaciones que rellenan el silencio en los próximos segundos son una maldita tortura.
Me limpio una lágrima en cuanto cae. Intento que no caiga ninguna más. No quiero que me vea así.
No sé cuanto pasa, pero no vuelvo a mirar. Solo me giro cuando su mano toca la mía. Entonces, dejo salir todo el aire que he contenido de mis pulmones.
Cuando me atrevo a levantar la mirada, consigo ver entre el cúmulo de lágrimas que no he dejado caer, su azul. Vuelve a tener las pupilas dilatadas.
—Estás temblando —dice en voz baja.
Tengo tanto miedo que no sé cómo no he entrado en pánico hace rato.
—Estoy bien —miento.
—Es por mí, ¿no? Te hago sentir mal.
Niego al momento. No quiero que se sienta mal por mi culpa. Es lo último que quiero.
—Hemos dejado la puerta abierta —hablo en voz baja— y tengo un poco de frío.
Suelta mi mano y no sé a dónde va cuando se pone de pie. Entra en el pasillo y aprovecho para frotarme los ojos. Vuelve enseguida. Trae su edredón en las manos.
Ocupa su sitio de nuevo y siendo más cuidadoso de lo que nunca lo he visto ser, me tapa con la manta hasta los hombros.
Es entonces cuando vuelven las ganas de llorar y siento que apenas puedo contenerlas.
Me apego a él. Me da igual lo que piense, pero ahora mismo no quiero estar sola.
Lejos de molestarse, pasa un brazo por encima de mis hombros y me acerca aún más. Hundo la cara en su pecho, impregnándome de lo bien que huele.
Creo que su olor siempre será mi aroma favorito en el mundo.
—¿Estás mejor? —me pregunta.
—Estoy mejor —susurro.
Deja caer su cabeza sobre la mía.
—Yo también.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro