Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

C a p í t u lo F i n a l .

Cuarenta y tres | Promesas.

—Por fin empiezo a ver alguna mejoría —me sonríe—. Ya era hora, señorita.

—No me llames señorita.

Suelto un quejido cuando Hannah mueve mi pierna un poco más.

—Para de hacer eso o creo que voy a empezar a odiarte —advierto, y no va del todo en broma.

—Va incluido en mi trabajo. No me das miedo.

Vuelve a inclinar mi pierna y veo las estrellas. Me encantaría gritarle, pero me limito a apretar los labios con fuerza.

—Menos mal que este jovencito tan responsable te ha obligado a venir, porque ya te veía con muletas.

Desvío la mirada hacia Neithan. Está a un par de pasos de mí, apoyado en la pared y conteniendo una presuntuosa sonrisa.

—Le sacas seis años, Hannah. No le llames jovencito —ruedo los ojos y ella se ríe.

—Sí, cómo sea —deja mi pierna con cuidado y siento que el dolor desaparece poco a poco—. ¿Vamos ahora con la mano?

Suspiro. Hace esa pregunta por mera cortesía, puesto que no me queda otra.

Después de unos horribles veinte minutos más de tortura, salimos del hospital.

Me sorprende el hecho de que es la primera vez que, al salir de este lugar, no veo el coche de mis hermanos. En su lugar veo el de Neithan.

—¿Te duele mucho? —me pregunta.

—Todavía un poco. Pero cada vez va mejor, ya la has oído.

—Sí, gracias a mí. Eso es lo que yo he oído.

—Sabes perfectamente que pensaba volver con o sin ti. Yo también soy una persona responsable.

—Ajá.

Es comprensible que no me crea. Yo tampoco lo haría.

Lo cierto es que me aterrorizaba la idea de volver a rehabilitación. Venir aquí me trae muchos recuerdos del accidente. Además, me siento sola en este sitio. Siempre les pedía a mis hermanos que me esperasen fuera porque no quería que me vieran así, tan... vulnerable. Pero a Neithan no siento que deba esconderle nada. Él ya conoce todas mis facetas. Desde la más optimista hasta la más débil.

El camino en coche hasta su casa es silencioso, excepto por la música de fondo que suena en los altavoces. Es la playlist que le hice. La pone siempre. Incluso ha agregado alguna canción que le ha gustado. Creo que es su favorita hasta el momento.

Cuando llegamos a su bloque de pisos subimos por el ascensor, como de costumbre. Y para mi sorpresa, el silencio en el que estamos sumidos continúa. Últimamente siempre intenta sacar tema de conversación, por lo que notarlo tan distante consigue que me dé cuenta de que ocurre algo.

—¿Vas a contarme en qué piensas tanto? —inquiero.

Como si saliera de su trance, me observa. Lo hace con cierta duda.

—Me preguntaba si sigues queriendo mudarte conmigo.

Esa respuesta no es la que me esperaba. La propuesta fue hace un par de días y no había mencionado el tema. Por supuesto, yo tampoco.

—¿Por qué no querría?

—No soy la persona más fácil del mundo. Sé que solemos pasar muchos días juntos, pero no es lo mismo que convivir.

—Me da la sensación de que lo dices por algo en concreto.

Vuelve a dudar, como si no supiera si continuar. Cuando salimos del ascensor y entramos en su casa, tiene unos segundos de margen para pensar en una respuesta.

—He pensado que, si aún quieres vivir aquí deberías venir... ya sabes, después de que pase todo.

—Pero no podré ayudarte desde mi casa. Yo pensaba en ir a por mis cosas cuanto antes y...

—Quiero que estés aquí mientras paso por esto, pero no todo el tiempo —suspira cuando ve mi expresión—. Lo último que quiero es que te lo tomes a mal. Solo intento hacer lo mejor para ti.

—¿Lo mejor para mí es apartarme cuando las cosas se tuercen?

—No quiero que estés conmigo cuando esté en abstinencia. Hablo en serio, Madeleine.

Me detengo antes de llegar a la cocina, donde está él.

—No quieres que te ayude —digo en voz baja, provocando que se gire hacia mí—. Me mentiste.

Solo me hace falta mirarle a los ojos para saber que he acertado.

—Ahora mismo no lo entiendes, pero dentro de unos días no podré tener a nadie cerca. No lo digo por ti, sino por mí.

—¿Crees que querré marcharme cuando estés peor?

—Creo que no eres consciente de que cuando lo necesite y no lo tenga, me volveré una persona violenta.

—Ya lo sé, pero eso no...

—No lo sabes.

Lo dice tan serio que me contengo cuando pretendo debatirle. Bajo la mirada, pestañeando rápidamente para despejar las lágrimas.

—Entonces, ¿qué piensas hacer? —insisto—. ¿Pasar por esto tú solo?

—Le conté a Jett que llevo un par de días sin consumir. Sabe que estoy intentando dejarlo, y... dice que estará pendiente de mí. De que no intente nada.

Tiene que estar tomándome el pelo.

—¿Jett? ¿Él, en serio? ¡Si cada vez que me doy la vuelta estáis envueltos en alguna pelea absurda y tengo que meterme a separaros!

—No exageres.

Me doy media vuelta, intentando calmarme. Mi pecho sube y baja a toda velocidad por la impotencia. Me limpio las lágrimas que estaban a punto de caer y me giro, caminando hacia él.

—No, ¿sabes qué? Que no voy a irme de aquí. Me dijiste que querías que te ayudara, me pediste que viniera a vivir contigo, y ahora quieres cambiarlo todo por miedo a que me ocurra algo. Pues déjame decirte que yo también tengo miedo de que te pase algo a ti, así que no. No pienso marcharme.

—Madeleine, no te estoy dando la opción, te estoy diciendo que...

—Soy yo la que no te estoy dando la opción —le interrumpo, dando otro paso hacia él—. No voy a arriesgarme a venir a verte un día después de semanas y encontrarte como aquella vez, tirado en el suelo sobre un charco de sangre. No pienso pasar por eso. Otra vez no.

—Tú no sabes nada de cómo soy cuando me paso o cuando dejo de tenerlo. No me conoces así.

—Pues eso se acabó. Ve haciéndote a la idea de que esto lo vas a pasar conmigo, porque yo de aquí no me muevo.

Su mirada se endurece.

—No me hagas obligarte —advierte.

—Inténtalo.

Durante unos segundos, unos eternos segundos, creo que va a sacarme a rastras de su casa cuando no doy mi brazo a torcer. Pero en su lugar, maldice en voz baja y se marcha a la terraza.

Durante las horas siguientes no me dirige la palabra.

Está atardeciendo y Neithan continúa en la terraza. Ha pasado casi toda la tarde ahí fuera. Creo que para no tener que estar cerca de mí.

Me parece que me duele más de lo que quiero admitir.

Salgo a donde está, pero me quedo en la puerta. Probablemente piense que después de lo ocurrido y de las horas que hemos pasado sin hablarnos quiera disculparme, pero nada más lejos.

—Voy a salir un momento —le hago saber.

No hace ni el esfuerzo de mirarme. Pasa de mí.

Me aclaro la garganta.

—Me llevo una llave, si no te importa.

Oh, le importa. Le importa tanto que vaya a quedarme en su casa estos días que se pone de pie para mover la silla y la ubica en dirección al otro lado del balcón, dándome la espalda por completo.

—Genial —murmuro—. Avísame cuando quieras resolver esto.

El único sonido que llega a mis oídos es el mechero prendiendo una llama. Expulsa el humo del cigarrillo en completo silencio.

Decido dejarlo estar y vuelvo a entrar en su casa. Voy hasta el cuenco donde tiene las dos llaves. Una es la suya y otra es la de repuesto. Me llevo las dos.

No quiero arriesgarme a intentar entrar y encontrarme la llave puesta por dentro.

Bajo las escaleras despacio. No me detengo hasta llegar a la portería. Lo encuentro allí, tal como pensaba. No paso de la entrada.

—Jett.

Deja el ordenador y me mira. Después suspira con pesadez, poniéndose de pie y caminando fuera de la portería.

—Te lo habrá dicho ya, supongo. Ha sido idea suya, así que te ruego que no lo pagues conmigo. No quiero que recurráis a mí como terapia de pareja.

—¿Cómo se te ocurre decirle que sí a cuidar de él? Si ni siquiera os aguantáis.

—Por eso. Si hay que darle algún puñetazo para que se calme no me supondrá un problema —sonríe. Ve que no me hace ninguna gracia y deja de sonreír—. Perdón.

—No estoy para bromas. Neithan me ha pedido que me vaya de su casa mientras intenta rehabilitarse. Tienes que convencerle de que lo mejor es que esté con él.

Jett me dedica una fugaz mirada compasiva antes de sentarse en la escalera. Tomo asiento junto a él.

—No puedo convencerle si estoy de acuerdo con él, Maddy. Creo que lleva razón.

Entreabro los labios, atónita. Él era mi última esperanza para que le hiciera entrar en razón. Y ahora no tengo nada.

—Yo solo quiero ayudarle —insisto con un hilo de voz.

—Sé que piensas que conoces del todo a tu novio, pero solo has visto la faceta amable que únicamente le sale contigo. Antes de conocerte era muy diferente.

—¿Cómo de diferente?

—Peor. No quieres los detalles, créeme.

Bajo la mirada, dándole vueltas a lo que acaba de decir. Él deja su mano sobre la parte superior de mi espalda, acariciándome.

—No digo que finja ser algo que no es cuando está contigo —añade—, solo digo que a raíz de conocerte cambió para bien. Pero ahora ese cambio va a revertirse. Te puede hacer daño y él no quiere eso. Y para ser sincero, yo tampoco.

Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas.

—Él no haría nada que pudiera herirme —insisto en voz baja.

Jett se acerca un poco más, rodeando mis hombros con su brazo. Dejo caer mi cabeza sobre su hombro cuando las ganas de llorar son más fuertes que yo. Me abraza sin decir nada durante unos minutos.

—Oye, ¿por qué no le haces caso y vuelves a casa? Solo durante unos días, al menos —me pregunta con voz suave—. Te prometo que me encargaré de que esté bien. No tienes de qué preocuparte.

—No voy a moverme de aquí.

—Creo que lo mejor es que le des su espacio durante un tiempo —insiste—. No podrás hacer nada por él si estás nerviosa y sin saber qué hacer. Es lo mejor, ¿entiendes?

—No estoy nerviosa, Jett. Tampoco estoy asustada. Por una vez de verdad siento que puedo serle de ayuda, pero... no dejáis de repetirme que no soy capaz de enfrentarme a esto.

—Nadie ha dicho eso.

—Sí lo hacéis, pero lo disfrazáis de palabras bonitas, como si yo no supiera leer entre líneas. Y para colmo Neithan ni siquiera me habla —me limpio las lágrimas, pero no puedo dejar de llorar—. Ha estado todo el día evitándome. No quiere saber nada de mí.

Jett suspira.

—Él... es complicado, Maddy. Sabes que no le gusta que le impongan decisiones que no ha tomado.

—Pero fue él quién me pidió que me quedara aquí mientras se desintoxicaba... Y ahora me pide que me vaya. No es justo.

—Lo sé —me dice en voz baja, acariciándome, tratando de calmarme—. Pero esto no es culpa tuya. Tienes que entender que...

—¿Qué estáis haciendo?

Su voz hace que me sobresalte en mi lugar. Mi primer impulso es mirar escaleras arriba, pero no soy capaz de encontrarme con una posible mirada llena de desprecio. Decido mantenerme en el mismo lugar, con la cabeza baja. Pero, para mi sorpresa, Jett me separa un poco de él.

Imagino que ha comprobado que Neithan no está de muy buen humor hoy.

—Nada —le responde con tranquilidad—. Solo hablábamos.

—No sabía que para hablar con alguien tienes que invadir su espacio personal.

Escucho sus pasos. Está bajando los escalones. Me limpio las lágrimas a toda velocidad.

—Es una conversación privada.

—¿Te encuentro abrazando a mi novia y tu excusa es soltarme esa mierda?

—No hace falta que te pongas así por un simple abrazo. Puede que Maddy sea tu novia, pero también es mi amiga —se queda unos segundos en silencio, dudando sobre si continuar—. Creo recordar que me prometiste que no saldrías de casa.

—Promete muchas cosas y luego no cumple ninguna —no puedo evitar murmurar en voz baja, pero para mi desgracia me ha oído.

Tomo aire lentamente cuando baja del todo los escalones y se detiene frente a mí. Intento parecer indiferente, pero estoy completamente tensa, mi respiración es un desastre y mis hombros no dejan de temblar.

Cuando me atrevo a levantar un poco la mirada, veo que la suya está clavada sobre el chico que aún se encuentra a mi lado.

—Está bien, antes de que te...

—¿Está bien? —repite con brusquedad—. Si estuviera bien no estaría llorando. ¿Se puede saber qué le has dicho?

—Que se marche a su casa porque no puede ayudarte. ¿No era eso lo que querías?

Neithan tensa la mandíbula. No dice nada. De pronto, sus ojos viajan a la mano del pelinegro, que continúa sobre mi hombro.

—Cuando te dé la gana le quitas las manos de encima.

Jett suspira, retirando su mano de mí y poniéndose de pie.

—Esto va a ser muy divertido —murmura rebosante de ironía al pasar por su lado—. Si ya de por sí eres felicidad pura, cuando dejes esa mierda la cosa mejorará.

—Ya lo ha dejado —le hago saber.

—Me lo creeré cuando lo vea —se da la vuelta hacia nosotros antes de marcharse—. Te hice prometer que no saldrías de tu casa por tu propio bien. Puedes entrar voluntariamente o puedo encerrarte allí por las malas. Tú decides.

Ambos se mantienen la mirada como si quisieran demostrar quien es el más testarudo. Me veo obligada a ponerme de pie entre ambos una vez más para evitar que la situación acabe mal.

Ni de broma lo dejaré a cargo de Jett. Se matarán en menos de una semana.

—Vámonos —le pido, sosteniendo su brazo.

Aún con la mirada puesta sobre el pelinegro, empieza a caminar conmigo en dirección al ascensor. Los segundos que transcurren mientras esperamos a que baje son tensos a más no poder.

—¿Dónde ibas? —me atrevo a preguntarle.

—A buscarte.

—Pensé que estabas enfadado conmigo.

—Lo estaba —admite en voz baja—. Recuérdame que no sea un capullo con las personas que intentan ayudarme. No he tenido nada así antes y a veces se me olvida.

—En ese caso deberías disculparte con Jett. Aún estás a tiempo.

—Tampoco te pases.

Bajo la mirada, conteniendo una sonrisa. Entramos en el ascensor y cuando estoy a punto de pulsar el botón, me detiene.

No me da tiempo a preguntarle porqué lo ha hecho cuando me pega al espejo y devora mis labios con cierta desesperación.

Jadeo cuando sostiene mi mandíbula con cierta fuerza fruto de la impaciencia. Lo atraigo aún más a mí, sintiendo sus manos por todo mi cuerpo. Un sonido grave que no había escuchado antes escapa de su garganta cuando cuelo las manos en el interior de su camiseta, acariciándole.

Continuamos allí dentro durante minutos, como si todo lo demás careciera de importancia durante ese pequeño período de tiempo. Pero entonces se separa un poco, dejando su frente contra la mía, jadeante.

—Me da miedo que estés conmigo mientras paso por esto —confiesa.

Acaricio su rostro con suavidad, mirándole a los ojos, pero él no es capaz de hacer lo mismo.

—Entiendes que necesitas que alguien se quede contigo, ¿verdad?

—Lo sé.

—No me siento obligada —me sincero, en caso de que necesite oírlo—. Quiero quedarme. Quiero cuidar de ti.

—Solo... prométeme que te irás si algo va mal —me pide—. Necesito que me lo prometas.

—No puedo hacer eso.

Sabe que intentar convencerme no servirá de nada. Exhala con lentitud y me permite ver su azul.

—Te metí en un buen lío cuando me enamoré de ti.

Sonrío. Sus ojos me contemplan como si fuera un enigma imposible de comprender. Siento que siempre me observará así, y siempre me gustará que lo haga.

—Qué puedo decir... —le beso con suavidad—. Me gusta el desastre que eres.

Esta vez es él quién sonríe, pero como en la mayoría de ocasiones, esa sonrisa no llega a sus ojos.

Cuando es feliz es cuando me doy cuenta de todo lo que lleva consigo. Sus sonrisas nunca son completas. Su felicidad siempre tiene límite. Neithan nunca parece despreocupado, ni relajado, ni indiferente. Siempre hay algo, algún pequeño detalle en su expresión que revela que algo no va bien.

Parece que las cosas más difíciles siempre le ocurren a las mejores personas.

—¿Podrías hacerme un favor? —me pregunta. Lo dice tan bajo que dudo haberle entendido bien, pero aún así asiento—. ¿Puedes... tirar todo lo que hay arriba?

Me aumenta el pulso por la emoción de saber que quiere tomárselo en serio. Trato de contenerme para que no lo note.

—¿Dónde está?

—En la cómoda. En la habitación.

Asiento. Pulso el botón del ascensor para subir.

—¿Tienes algo más aparte de lo que hay allí?

—No —responde de inmediato y enarco las cejas, desconfiada—. Lo guardo todo en el mismo sitio. Te lo prometo.

—Vale, yo me ocupo. Tengo que tirar también el alcohol que haya en el piso. He visto alguna botella en la cocina.

—Lo compré cuando salía todas las semanas. Fue antes de que nos conociéramos, ni siquiera me acordaba de que estaba ahí.

Está mintiendo. Y está tan nervioso que no es capaz de disimularlo.

—Me lo imaginaba —lo tranquilizo—, pero aún así hay que deshacerse de todo.

No me responde. Se aparta de mí, conteniendo la respiración. Salimos del ascensor y cuando está a punto de abrir la puerta, justo antes de girar la llave en la cerradura, retrocede, pasándose una mano por el pelo.

—No lo hagas delante de mí —me pide con un hilo de voz.

Durante un instante no lo reconozco. Parece que ha reunido toda la fuerza de voluntad que tenía para pronunciar esas palabras.

Cualquiera vería debilidad, pero yo solo veo a una persona enfrentándose a sus miedos y superando sus problemas de una forma admirable. Es mucho más valiente de lo que cree.

—Espera aquí.

Entro en casa y me dirijo lo más rápida que puedo hacia el dormitorio. No me había mentido. Justo donde me dijo, en uno de los cajones de la cómoda, se encuentra todo.

Se me corta el cuerpo solo de pensar que ha estado consumiendo esto durante años. Estaba castigándose a sí mismo por errores que no le pertenecían, pero que le perjudicaron tanto como para infligirse este nivel de dolor a sí mismo.

Recojo cada pequeña bolsa y salgo de la habitación. Cuando llego al baño, abro la tapa del retrete y me aseguro de contener la respiración cuando arrojo el contenido de las bolsas en el interior. Repito la acción con la botella de ron que había en uno de los muebles de la cocina, detrás de unos refrescos. Cuando ya no queda nada vuelvo a la entrada, donde ha estado esperando.

Lo encuentro apoyado en la pared, con la vista clavada en el suelo. Concentrado. Tenso. Como si luchara por hacer lo correcto.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —le pregunto con suavidad.

Se toma unos segundos antes de detenerse frente a la puerta de casa. Toma aire con lentitud y lo suelta con calma, pensativo. Después, introduce la mano en su bolsillo, sacando algo de él.

—¿Escuchaste lo que dijo Jett antes? —me pregunta.

—Que... no podías salir de casa por el momento.

He dudado sobre si se refería a eso, pero cuando me deja en las manos una última llave que desconocía que tenía, entiendo que estoy en lo cierto.

—Por mucho que te lo pida, no me dejes salir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro