3. Arte y Destino
Día en Berlín
Juanjo despertó en su cama del hostal en Berlín, aún sintiendo la pesadez de las horas de sueño interrumpidas por la mezcla de pensamientos que lo habían acompañado toda la noche. La habitación estaba tranquila, con la luz suave del amanecer filtrándose por las cortinas, iluminando la guitarra apoyada contra la pared.
Se incorporó lentamente, mirando alrededor y absorbiendo el ambiente sencillo del lugar. El hostal, aunque modesto, tenía una atmósfera cálida, llena de jóvenes viajeros con historias que aún no conocía. Entre las pocas pertenencias que llevaba, la guitarra parecía el único elemento que conectaba con su verdadera esencia.
Le dio una última mirada a la cama deshecha y, sin pensarlo demasiado, se levantó y tomó la guitarra. Había algo en Berlín que lo invitaba a salir, a caminar, a dejarse llevar. La ciudad tenía una energía especial, un magnetismo que lo empujaba a explorarla, a perderse entre sus calles.
Con la guitarra colgada sobre su espalda, Juanjo salió del hostal y se adentró en las calles de la ciudad. El aire frío de la mañana se coló entre su ropa, pero no le molestó. La ciudad, con sus edificios antiguos y modernos entrelazados, sus grafitis y su bullicio, lo absorbió rápidamente.
Mientras caminaba sin rumbo fijo, notaba cómo la gente pasaba a su lado, sumida en sus propios pensamientos y destinos. A él le gustaba esa sensación de ser solo uno más, de no ser observado, de poder ser invisible en medio de tanta gente. Sin embargo, la guitarra lo mantenía anclado a sí mismo, le daba algo en qué pensar, un propósito incluso en su caminar sin rumbo.
Juanjo decidió detenerse en un pequeño parque cerca del río Spree, donde la brisa fresca llevaba consigo el aroma del agua y de las hojas que se mecían antes de caer al suelo. Encontró un banco bajo un árbol cuyos tonos dorados parecían arder con la luz del sol. Con la guitarra descansando en su regazo, se permitió un instante de pausa, respirando hondo como si quisiera absorber la quietud del momento.
El mundo alrededor parecía desacelerarse. Observó las hojas caer una tras otra, cada una siguiendo un trayecto único antes de posarse sobre la tierra. Había algo profundamente conmovedor en esa simplicidad. Sin pensarlo demasiado, dejó que sus dedos se deslizaran sobre las cuerdas, arrancando un sonido suave que flotó en el aire como una confesión.
No tenía una melodía planeada; las notas brotaban como un susurro íntimo, llenando el vacío con una serenidad melancólica. Cada acorde parecía resonar con los latidos de su corazón, cada arpegio era como un hilo que tejía sus emociones con el paisaje que lo rodeaba. Era como si Berlín misma lo estuviera escuchando, invitándolo a vaciarse de todo lo que llevaba dentro. En esos momentos, la música no era solo música, era una conversación, una reconciliación con todo lo que era y con lo que quería ser.
El tiempo se volvió irrelevante. Las horas pudieron haber pasado sin que él lo notara, hasta que el sol comenzó a subir más alto, proyectando sombras más cortas sobre el césped. Juanjo acarició las cuerdas una última vez, dejando que el sonido se disipara en el aire como una promesa rota. Cerró los ojos y suspiró, guardando la guitarra con un cuidado casi reverente, como si estuviera plegando un fragmento de su alma.
Mientras retomaba el camino, una sensación agridulce lo acompañaba. Había dejado algo de sí mismo en ese parque, entre las hojas caídas y el rumor del río. Sus pasos lo llevaron sin rumbo, cruzando calles empedradas y avenidas bulliciosas, hasta que de repente se encontró frente a una zona que no recordaba haber visto antes: el distrito de galerías de arte.
Mientras recorría las calles con pasos lentos, Juanjo notó que la ciudad tenía una energía diferente. El bullicio comenzaba a llenar las avenidas, pero aún quedaba espacio para la introspección. Las notas de su guitarra seguían resonando en su mente, como un eco que lo acompañaba, guiándolo sin palabras.
De pronto, una fachada llamó su atención. Grandes ventanales exhibían cuadros vibrantes y esculturas que parecían querer saltar de su espacio limitado. Sin pensarlo demasiado, cruzó la calle hacia el edificio. La entrada era sencilla, pero en su simplicidad había algo que invitaba a quedarse, a explorar.
"¿Por qué no?", pensó, sintiendo una repentina necesidad de algo diferente. La música había hablado por él esa mañana, pero ahora era el turno de escuchar. Entró a la galería, sintiendo el cambio inmediato en la atmósfera, del ruido urbano al silencio reverente que envolvía las obras de arte.
Cada paso lo llevaba a descubrir algo nuevo, pinceladas que parecían moverse, texturas que casi podía sentir con los ojos, colores que evocaban emociones que no sabía que llevaba dentro. Había algo profundamente íntimo en el arte que lo rodeaba, como si las historias de otros pudieran conectarse con la suya.
Mientras se detenía frente a una pintura especialmente llamativa, se dio cuenta de que no estaba solo en ese momento de contemplación. A unos pasos, alguien más observaba la misma obra con la misma intensidad. Y entonces, reconoció esa postura, esa manera de inclinar la cabeza con leve curiosidad.
Era Martin.
Martin, el fotógrafo que había conocido en el tren.
Juanjo no pudo evitar sonreír al reconocerlo. Aunque se habían despedido solo unas 20 horas antes, el encontrarlo ahí, en Berlín, le pareció un pequeño milagro.
—Vaya, parece que el destino nos tiene una cita —comentó Juanjo, con un tono juguetón, sin perder la sonrisa.
Martin se giró al escuchar su voz, y su rostro se iluminó al reconocerlo.
—No me lo puedo creer... ¿Juanjo? —dijo, acercándose a él con un gesto de sorpresa. —¿Qué haces aquí?
—Pensaba que Berlín era una ciudad enorme, pero aquí estamos otra vez. Vine a dar una vuelta, explorar un poco —respondió Juanjo, con un toque de incredulidad en la voz.
Martin asintió, mirando a su alrededor como si aún no pudiera creer lo que estaba pasando. Luego, con una sonrisa amable, añadió:
—La ciudad tiene esa magia, ¿verdad? Siempre te sorprende.
Juanjo no pudo evitar asentir, mirando a su alrededor, mientras sus ojos volvían a las fotografías que tanto le habían llamado la atención.
—Es cierto. Estaba aquí por las fotos, me atraparon —dijo, señalando una de las imágenes que había estado observando antes de que Martin llegara. —Tienen algo especial, algo que te hace pensar, ¿no?
Martin siguió su mirada y asintió lentamente, sus ojos brillando al hablar de su trabajo.
—Sí, es lo que trata de capturar, ¿no?, ese momento de vulnerabilidad, de soledad, pero también de belleza. A veces las fotos te dicen más de lo que las palabras podrían —explicó con una mezcla de pasión y seriedad.
Juanjo observó a Martin por un momento, comprendiendo lo que estaba diciendo. Era como si, al hablar de su arte, algo dentro de él se abriera y lo hacía aún más accesible.
—Lo entiendo perfectamente —respondió, sin pensarlo demasiado. —Las canciones también hacen eso, transmiten lo que las palabras no pueden.
Ambos se quedaron en silencio un instante, como si las palabras de Juanjo hubieran abierto un espacio de entendimiento compartido entre ellos. Luego, Martin rompió el silencio, con una mirada algo más suave.
—Quizás podamos compartir algo más que este momento. ¿Qué te parece si exploramos la ciudad juntos más tarde? Berlín tiene tantas historias que contar —sugirió, con una sonrisa que parecía invitar a la posibilidad de seguir compartiendo más momentos.
Juanjo asintió, un poco sorprendido por la oferta, pero con la sensación de que, de alguna manera, esa conexión que habían sentido en el tren seguía creciendo, como si el destino les hubiera dado otra oportunidad para descubrir algo más el uno del otro.
—Me parece una buena idea —respondió, y sin más palabras, ambos se adentraron en la galería, comenzando una nueva parte de su encuentro.
Después de esa propuesta, Juanjo y Martin decidieron recorrer juntos las calles de Berlín. El día continuaba soleado, con un aire fresco que invitaba a explorar. La ciudad parecía abrirse ante ellos, como si Berlín tuviera una historia lista para ser contada.
Se dirigieron hacia un pequeño café que se encontraba en una plaza cerca de la galería. Sentados en una mesa al aire libre, rodeados de gente que disfrutaba del sol, comenzaron a hablar con más fluidez, como si ese encuentro no fuera tan casual como parecía. Juanjo, aún con la guitarra en su espalda, aprovechó para hablar un poco más sobre su pasión por la música.
—La guitarra me acompaña a donde sea —comentó, mientras miraba la ciudad en el horizonte. —A veces pienso que es lo único que me da paz.
Martin lo observó atentamente, casi como si intentara entender más a fondo esa parte de Juanjo, tan diferente a la de un viajero solitario con el que había coincidido en el tren.
—¿Y qué tipo de música te gusta hacer? —preguntó Martin, genuinamente interesado.
Juanjo sonrió tímidamente.
—No soy muy bueno aún, pero me gusta escribir mis propias canciones. Algo simple, ¿sabes? Cosas sobre lo que vivo, lo que siento. A veces siento que mis canciones son como los retratos que tomas tú, una manera de capturar un instante, una emoción.
Martin asintió, sabiendo bien lo que Juanjo quería decir. La fotografía y la música tenían ese poder, de plasmar momentos en el tiempo, y aunque parecían mundos diferentes, al final se parecían más de lo que ambos querían admitir.
—Yo suelo hacer lo mismo, en cierto sentido. Cada foto que tomo es como un fragmento de mi alma —dijo Martin, en tono reflexivo. —Pero con la cámara, el tiempo se detiene por un momento. Tal vez esa es la magia de la fotografía, te permite ver algo que otros no ven.
Mientras conversaban, el tiempo parecía volar. Los dos se sentían cómodos en la compañía del otro, como si el destino hubiera trazado una línea invisible que los había unido en ese momento.
Después de terminar su café, decidieron continuar su paseo, esta vez hacia un parque cercano que, según Martin, tenía unas vistas panorámicas de la ciudad.
Mientras caminaban por el parque, el aire fresco de la tarde les acariciaba el rostro. Las hojas caídas crujían bajo sus pies y el murmullo distante de la ciudad parecía desvanecerse, dando paso a un silencio más íntimo, más personal. Martin y Juanjo continuaban su conversación, pero ahora el tono había cambiado. La ciudad, el arte y la música quedaron atrás, dando espacio a un terreno mucho más privado.
—¿Sabes? —dijo Juanjo, mirando hacia el suelo mientras caminaba, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras—. A veces pienso en mi infancia, y me doy cuenta de que siempre estuve entre dos mundos. Uno era el de mis padres, muy centrado en lo académico, muy serio, como si la vida tuviera un solo camino recto. Y luego estaba mi mundo, el de la música, que siempre fue más un refugio, una forma de escapar, de ser yo mismo.
Martin se sentó junto a Juanjo en el parque, observando cómo el sol se filtraba entre los árboles, mientras las palabras salían lentamente de sus labios.
—Mis padres siempre me apoyaron en mi decisión de ser fotógrafo, aunque nunca fue el camino más convencional. Lo que tal vez no saben es que la fotografía no fue solo una pasión que encontré por mí mismo. Fue mi hermano, Tomás quien me enseñó a ver el mundo a través de una cámara. Él fue el que me puso la cámara en las manos por primera vez, mostrándome cómo captar la esencia de un momento, cómo detener el tiempo en una imagen.
Juanjo lo miró, en silencio, asimilando lo que Martin compartía.
—Pero después... vino su enfermedad. Mi hermano estuvo enfermo durante mucho tiempo, y eso cambió todo. Durante su enfermedad, mi vida se centró en cuidarlo y estar con él, pero la cámara siempre fue mi refugio, mi forma de seguir conectado con el arte, con lo que él me había enseñado. A veces, siento que la fotografía es una manera de mantener su espíritu conmigo, de seguir mirando el mundo como él me enseñó a hacerlo.
Juanjo permaneció callado, comprendiendo el peso detrás de las palabras de Martin. Su historia tenía una carga emocional que iba más allá de una simple pasión por la fotografía. Era el vínculo con su hermano, con su pasado, lo que lo conectaba a esa forma de expresión.
—Es interesante cómo algo tan pequeño, como una cámara, puede marcar tu vida de esa manera —dijo Juanjo, pensativo.
Martin asintió, mirando el parque con una expresión nostálgica, como si las imágenes de su hermano aún estuvieran presentes en cada fotografía que tomaba.
—Sí, para mí, cada foto es un recordatorio de lo que aprendí de él, de lo que era y de lo que sigo buscando a través de este arte. Es como una forma de seguir su legado, de no dejar que se apague lo que él me dio, por eso he traído su cámara a este viaje.
Juanjo se quedó en silencio, sintiendo la conexión entre ellos. Sabía que, a veces, las pasiones no solo nacen de lo que uno elige, sino también de lo que la vida nos da, de lo que nos enseña, a veces en las circunstancias más difíciles.
—¿Y ahora? —preguntó Juanjo, curiosamente—. ¿Sientes que por fin estás haciendo lo que querías, lo que te llena?
Martin lo miró y se encogió de hombros, aunque en sus ojos brillaba una luz de incertidumbre.
—No lo sé... —dijo, pensativo—. He perdido algo, y ahora estoy intentando encontrarlo de nuevo. Este viaje, las fotos, las ciudades... es como si me estuviera buscando a mí mismo en cada rincón.
Juanjo se quedó en silencio por un momento, digiriendo las palabras de Martin. Sentía que, en ese pequeño fragmento de conversación, había algo mucho más grande: el miedo, las inseguridades, pero también la esperanza de encontrar un propósito en todo lo que hacían.
—Creo que es el mismo miedo que tengo yo —dijo Juanjo, con una leve sonrisa triste—. No sé si algún día seré capaz de vivir de la música, pero lo que sí sé es que no puedo seguir ignorando lo que me hace feliz. Si no lo intento, me arrepentiría toda la vida.
Martin lo miró, entendiendo perfectamente lo que Juanjo quería decir. Había algo en esa sinceridad que lo conmovía, como si fuera un espejo de sus propios pensamientos y miedos. Ambos se miraron en silencio, en un instante que parecía unir sus caminos de forma sutil.
—Tal vez sea el momento de ser valientes —dijo Martin, con una sonrisa que, aunque triste, llevaba consigo una chispa de determinación.
El atardecer caía sobre Berlín, tiñendo el cielo de tonos cálidos mientras Martin y Juanjo permanecían en el banco, inmersos en una calma compartida. Las palabras habían quedado atrás, reemplazadas por una conexión sutil que no necesitaba ser explicada.
Martin, distraído por el juego de luces sobre los edificios, dejó que su mirada volviera hacia Juanjo. Algo en la expresión de su compañero lo detuvo, la serenidad que emanaba mientras sus dedos tamborileaban sobre la guitarra, el leve encorvamiento de sus hombros que hablaba de una mezcla de comodidad y vulnerabilidad. Sin pensarlo, Martin alzó una mano y le tocó suavemente el brazo.
—Juanjo —dijo, su voz apenas un susurro, como si temiera romper el momento.
Juanjo lo miró, sus ojos verdosos reflejando sorpresa y algo más, algo que Martin no pudo identificar. Martin sintió cómo un escalofrío le recorría la piel. El contacto, breve y sencillo, lo sacudió de una manera que no entendía. Había tocado a muchas personas antes, pero esto... esto era diferente. Su mente comenzó a buscar explicaciones, pero no encontraba ninguna que encajara.
Juanjo inclinó ligeramente la cabeza, observándolo con curiosidad.
—¿Pasa algo? —preguntó con suavidad.
Martin apartó la mano rápidamente, como si quemara. Carraspeó, tratando de encontrar su voz.
—Nada, nada. Solo... gracias por el día.
Juanjo frunció ligeramente el ceño, pero no insistió. En su expresión había algo que parecía decir que entendía más de lo que Martin estaba dispuesto a admitir.
Mientras caminaban juntos hacia la salida del parque, Martin no pudo dejar de pensar en ese instante, en la extraña electricidad que había sentido. Nunca antes un simple roce le había descolocado de esa manera, y mucho menos con otro hombre. Era algo inexplicable, desconcertante, pero también imposible de ignorar.
Martin y Juanjo se despidieron en la esquina de la plaza, aún con la sensación de que el día había pasado demasiado rápido. Se desearon lo mejor y comenzaron a caminar en direcciones opuestas, pero algo inesperado ocurrió mientras se adentraban más en la ciudad.
Juanjo, distraído, se colgó la guitarra al hombro y comenzó a caminar hacia su hostal, sin pensar demasiado en nada. Martin, por su parte, también se encaminaba hacia el suyo. Pero cuando llegó a la puerta de su alojamiento y entró al hall. Al alzar la vista, vio a Juanjo entrando por una puerta que estaba otro lado de la calle, justo al mismo hostal.
Ambos se quedaron mirándose unos segundos, como si no pudieran creerlo. Fue Martin quien rompió el silencio con una risa ligera.
—No puedo creerlo —dijo, cruzando el recibidor rápidamente—. ¿De verdad nos alojamos en el mismo sitio?
Juanjo se rió, sin poder evitarlo, y asintió con la cabeza.
—Parece que el destino está un poco obsesionado con nosotros hoy —respondió, con una sonrisa cómplice.
Los dos se quedaron un momento allí, frente al hostal, con la misma sensación de sorpresa en sus rostros. Fue extraño, porque ninguno de los dos había mencionado antes el lugar donde se alojaba, pero ahora, de alguna manera, sus caminos parecían ir a la par de nuevo.
—Esto... esto es raro, ¿no? —dijo Martin, aún incrédulo.
Juanjo asintió, con la misma mezcla de asombro y diversión.
—Sí, es como si fuera una señal de que aún no hemos terminado de compartir historias. Tal vez aún hay algo más que tenemos que vivir aquí.
Se miraban a los ojos, sonrientes. Martin sintió una chispa de decisión. Nervioso, volvió a hablar.
—Bueno, ya que parece que el destino está empeñado en cruzar nuestros caminos, ¿qué te parece si cenamos juntos esta noche? Berlín tiene una oferta gastronómica enorme y creo que sería buena idea explorarla un poco más.
Juanjo lo miró, aún sorprendido por la coincidencia, pero la idea de continuar la conversación y compartir algo más con Martin lo atrajo.
—Cenar, ¿eh? —dijo, sonriendo con una leve incertidumbre, pero también con algo de curiosidad—. Pues la verdad es que me suena bien. Después de caminar todo el día por la ciudad, no me vendría mal un buen plato... y un poco de compañía.
Martin asintió, contento de ver que la propuesta le interesaba.
—Perfecto, entonces. Conozco un lugar cerca de aquí, una azotea, tiene comida tradicional, pero si prefieres algo diferente, me adapto. Lo importante es no dejar que la noche pase sin aprovecharla.
Juanjo miró hacia el hostal y luego a Martin, con una sonrisa genuina.
—Me parece bien. No tengo mucha idea de la oferta culinaria de Berlín, pero ¿por qué no? Algo tradicional suena interesante.
Después de decidir que cenarían juntos, Juanjo se dio cuenta de que tenía que dejar su guitarra en su habitación antes de salir.
—Un momento, voy a dejar la guitarra en la habitación—dijo, señalando la entrada del hostal con un gesto de cabeza.
Martin asintió con una sonrisa, comprendiéndolo perfectamente.
—Claro, tómate tu tiempo. Yo te espero aquí.
La luz tenue que se filtraba desde el vestíbulo iluminaba su rostro pensativo, mientras sus dedos jugueteaban con las llaves de la habitación, dándole vueltas, buscando algo en qué distraerse. No podía dejar de pensar en cómo había llegado hasta aquí, en cómo, de alguna manera, había reunido la valentía necesaria para invitar a Juanjo a cenar.
No sabía de dónde había sacado esa fuerza. En su vida, nunca había sido tan impulsivo, tan directo. Pero, cuando miró a Juanjo por primera vez en ese parque, algo en él había cambiado. Quizás había sido la manera en que Juanjo se sumergió en la música, o la forma en que sus ojos brillaban con una luz propia cuando hablaba de lo que le apasionaba
Juanjo subió rápidamente las escaleras del hostal, su guitarra colgando sobre su hombro. Al llegar a su habitación, la dejó cuidadosamente sobre la cama, asegurándose de que estuviera bien guardada.
Con un suspiro, se tomó un momento para mirarse al espejo y ajustarse la camisa, pensando que una noche de cena y conversación podría ser lo justo para despejar su cabeza.
Al salir, se encontró con Martin esperando abajo, con una expresión relajada y una sonrisa casi como si ya supiera que había sido una buena decisión pasar la noche juntos.
—¿Listo para salir? —preguntó Martin, como si nada de lo que había ocurrido durante el día fuera más que una buena excusa para compartir un buen rato.
—Listo. Vamos a descubrir qué tiene Berlín para nosotros esta noche —respondió Juanjo, con una sonrisa ligera, dispuesto a disfrutar del momento.
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Buenas noches amigas, os dejo por aquí un capítulo más largo de lo normal... espero que os guste
osq <3
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