2. Aquella Mirada Inolvidable
Tren París-Berlín (Parte II)
Ambos se levantaron de la mesa, y caminaron entre los vagones. En un momento, llegaron a la puerta de un vagón de observación con ventanales panorámicos, donde se sentaron en unos sillones cómodos. La vista se extendía a lo largo de los campos y pueblos que pasaban rápidamente, mientras el sol comenzaba a bajar en el horizonte, tiñendo todo de una luz dorada.
Mientras estaban en el vagón de observación, la conversación entre Martin y Juanjo se fue deslizando hacia anécdotas y recuerdos. Habían pasado ya un rato charlando sobre temas más profundos, pero ahora, algo en el ambiente los invitaba a compartir historias personales, más livianas y, en cierto modo, más reveladoras.
—¿Sabes? —dijo Juanjo, mientras se acomodaba en el sillón mirando por la ventana—, nunca olvidaré el día que intenté surfear. Me convencieron unos amigos en la playa, y, aunque nunca había tocado una tabla en mi vida, me dije: "¿por qué no?"
Martin se giró hacia él, curioso.
—¿Y qué pasó? —preguntó con una sonrisa.
Juanjo se rió de su propia anécdota antes de continuar.
—Bueno, me caí más veces de las que puedo contar. En una de ellas, me golpeé la cabeza con la tabla. Estuve mareado por un buen rato, realmente pensé que había muerto. — Juanjo rió de nuevo, y Martin no pudo evitar unirse.
—Me imagino la cara de tus amigos, ¿eh? —comentó Martin, divertido.
—Sí, supongo que pensaron que tenía alguna habilidad secreta, o simplemente la suerte de los novatos. Pero lo cierto es que terminé tan frustrado que nunca volví a intentarlo. Aunque, bueno, siempre me gusta recordar que al menos lo intenté —terminó Juanjo, encogiéndose de hombros con una sonrisa tímida.
Martin asintió, reconociendo la valentía que había en esa historia, aunque un tanto cómica.
—Yo también tuve un intento frustrado alguna vez —dijo Martin, después de una breve pausa. Miró hacia fuera de la ventana antes de continuar, como si la visión del paisaje le ayudara a encontrar las palabras—. Cuando era más pequeño, quise ser chef. Mi madre cocinaba increíble, y siempre estaba en la cocina. Así que pensé: "¿por qué no? Tal vez tengo el mismo talento".
Juanjo lo miró con curiosidad.
—¿En serio? ¿Y qué pasó? —preguntó.
Martin sonrió con nostalgia al recordar.
—Bueno, todo comenzó cuando me inscribí en un curso de cocina. Estaba seguro de que podría hacerlo, ¿no? Pero el primer día, el instructor nos pidió hacer una receta complicada. Algo con pescado, que no había tocado nunca en mi vida. No sé qué hice, pero el pescado quemado, y el arroz se me pasó completamente. ¡Toda la cocina estaba llena de humo!
Ambos rieron juntos ante la imagen mental que Martin había dibujado.
—¿Y qué hiciste después? —preguntó Juanjo, aún riendo.
—Al principio, me sentí como un completo desastre, pero después... después me di cuenta de que la cocina no era lo mío. De hecho, el instructor me dijo, "Tienes el toque, pero tal vez para otras cosas". Así que terminé abandonando el curso y volví a la fotografía. Al menos no se me quema la cámara —dijo Martin con una sonrisa.
—Pues yo, en cambio, sí sé cocinar muy bien —dijo, con una mirada de complicidad.
Martin levantó una ceja, sorprendido.
—¿En serio? —preguntó, un tanto incrédulo. —Te veía más tipo de... guitarra, no de chef.
Juanjo soltó una risa suave, como si estuviera disfrutando del desconcierto de Martin.
—No te hagas el sorprendido, ¿eh? —respondió, cruzando los brazos. —He pasado muchos años cocinando en casa. Me gusta la cocina casera, la auténtica, ya sabes... no la que te venden en los restaurantes caros, sino la de la abuela, esa que te calienta el corazón.
Martin lo miró con una sonrisa, curioso.
—A ver, sorpréndeme —dijo, más como un reto que como una pregunta, mientras se acomodaba en el asiento. —¿Qué sabes hacer?
Juanjo se quedó pensativo por un momento, como si estuviera considerando la respuesta correcta.
—Pues... unas lentejas, que es mi plato estrella —dijo al final, con una expresión de orgullo en el rostro. —Y, además, tengo mi versión de una paella que deja a todos con la boca abierta. Nada de recetas fáciles, ¿eh? Me gusta hacer todo desde cero: el caldo, los ingredientes frescos... no me gusta eso de usar cosas hechas de antes.
Martin soltó una risa.
—Eso suena impresionante. ¿Y qué más? Porque me suena a que te gusta hacer platos que te lleven tiempo, ¿eh?
Juanjo se encogió de hombros, como si fuera lo más natural del mundo.
—La cocina tiene algo especial, ¿no? Hay algo mágico en transformar unos simples ingredientes en algo delicioso, algo que te conecta con las personas. Además, me gusta cuidar de mi gente, y creo que cocinando para ellos puedo hacerlo.
Martin lo miró por un momento, sorprendido por la sinceridad en las palabras de Juanjo. Había algo en su tono, una calma que Martin no esperaba de alguien que parecía ser tan espontáneo y lleno de energía. La idea de que la cocina pudiera ser un acto tan profundo, tan conectado con el cuidado de los demás, le hizo pensar en su propia vida de una forma diferente.
—Eso... —dijo Martin, tomando un sorbo de su bebida antes de continuar—. Eso es algo que nunca había considerado. Yo siempre he visto la cocina como una necesidad, algo para sobrevivir. Pero ahora que lo dices, tiene todo el sentido del mundo.
Se quedó un instante pensativo, mirando la mesa entre ellos, como si estuviera intentando digerir esa nueva perspectiva.
—Supongo que, en mi caso, he dejado que mi arte se convirtiera en una especie de... necesidad también. Algo para llenar los vacíos, en lugar de ser una forma de conectar o cuidar de los demás.
La revelación lo hizo sentir incómodo, pero también liberado, como si estuviera compartiendo una parte más profunda de sí mismo. Juanjo lo observó con una mirada comprensiva, sin juzgar, como si supiera exactamente lo que Martin quería decir.
—Quizá eso es lo que te falta, ¿no? —dijo Juanjo, con una ligera sonrisa. —Encontrar ese propósito en lo que haces. No solo hacerlo por hacerlo, sino porque realmente te importa.
Martin lo miró, sintiendo que Juanjo no solo le hablaba de la cocina, sino de algo mucho más grande, algo que tenía que ver con su arte, con su vida, con su camino.
—Quizá tengas razón —respondió, un poco sorprendido por la claridad con la que Juanjo había captado su pensamiento. —Quizá eso sea lo que necesito... encontrar ese algo que haga que lo que haga tenga un sentido real.
El silencio que siguió estuvo lleno de un entendimiento compartido, como si, por un momento, ambos hubieran cruzado una frontera invisible.
Las horas pasaron lentamente, el tren avanzaba a través del paisaje que se desvanecía mientras la ciudad de Berlín comenzaba a asomar en el horizonte. Martin y Juanjo habían compartido risas, historias y silencios cómodos durante todo el trayecto, como si se hubieran conocido mucho antes de este encuentro fortuito.
La conversación había fluido con naturalidad, pasando de temas triviales a momentos de vulnerabilidad compartida, y aunque no sabían mucho más el uno del otro que sus nombres y algunos detalles de sus vidas, había algo en el aire que hacía que la despedida fuera más significativa de lo que ambos esperaban.
El tren comenzó a reducir la velocidad mientras se acercaban a la estación. Juanjo miró por la ventana, observando cómo las primeras luces de la ciudad se reflejaban sobre los edificios, mientras Martin guardaba su mochila y se preparaba para bajar.
—Bueno, parece que este es el final del camino para nosotros —dijo Juanjo con una sonrisa suave, mientras recogía su guitarra.
Martin asintió, sintiendo una extraña mezcla de gratitud y melancolía.
—Sí... creo que sí. Agradezco haberlo compartido contigo —respondió Martin, mirando a Juanjo con una expresión genuina. —Me alegra que el destino nos haya cruzado en este tren.
Juanjo sonrió, un poco avergonzado, pero con sinceridad.
—Yo también. A veces no se trata solo del destino, sino de las personas que te encuentras en el camino. Gracias por la compañía. Ha sido... refrescante.
Martin asintió, sintiendo que esa palabra, "refrescante", resonaba en su interior. Había algo en la forma en que Juanjo hablaba que lo había liberado, aunque fuera solo por un rato. Algo en su presencia había hecho que se sintiera un poco más en paz con sus propios pensamientos.
Martin extendió su mano hacia Juanjo, a modo de despedida.
Cuando estrecharon las manos, un pequeño instante de silencio se coló entre ellos, más significativo de lo que cualquiera de los dos hubiera anticipado. Fue un apretón firme, pero no tan rápido ni tan casual como suelen ser las despedidas. En ese breve contacto, hubo algo más. Algo que ninguno de los dos pudo definir, pero que se sintió como una conexión sutil, una energía compartida en el espacio entre sus dedos.
Martin lo notó primero, un cosquilleo suave recorriéndole la palma de la mano, como si el simple acto de tocar a otra persona pudiera despertar algo dentro de él. Fue un segundo fugaz, pero lo suficiente para que se detuviera por un instante, como si de repente el mundo a su alrededor hubiera tomado un respiro. Juanjo, por su parte, también lo sintió, aunque trató de disimularlo al mirarlo directamente a los ojos, un poco sorprendido por la intensidad de lo que acababa de experimentar. Era solo un apretón de manos, pero había algo allí, algo que iba más allá de lo que ambos pensaban posible en ese breve encuentro.
—Te deseo lo mejor en Berlín —dijo Martin, su voz un poco más baja de lo normal, como si esa despedida tuviera un peso diferente ahora.
Juanjo asintió, un poco más serio, pero con una sonrisa que parecía esconder una emoción que tampoco entendía completamente.
—Igualmente, Martin —respondió, sus palabras sonando sinceras, como si lo que acababa de suceder en ese pequeño gesto estuviera marcando algo importante.
Ambos se separaron lentamente, pero la sensación que dejaron las manos entrelazadas en ese apretón permaneció con ellos, flotando en el aire.
Martin comenzó a caminar hacia la salida de la estación, sus pasos ligeros, pero con una sensación de algo aún suspendido en el aire. Juanjo se quedó atrás, observando cómo la figura de Martin se desvanecía entre la multitud. No se movió de inmediato, como si algo lo retuviera en ese instante, algo que no lograba descifrar por completo.
Mientras Martin caminaba, también sintió una extraña pesadez en el pecho, como si una parte de él aún estuviera allí, en ese andén, con Juanjo. Sin pensarlo, sus ojos se desplazaron hacia atrás, hacia el lugar donde Juanjo permanecía. Al mismo tiempo, Juanjo, sin darse cuenta, también levantó la vista, y sus ojos se encontraron en el aire, aunque con una distancia física que parecía separarlos más de lo que realmente los hacía.
Por un segundo, el mundo a su alrededor se desvaneció. El bullicio de la estación, el sonido de los trenes llegando y partiendo, todo quedó silenciado por esa mirada compartida. Fue una conexión silenciosa, como si ambos supieran que algo se había quedado atrás, algo que no podían explicar ni poner en palabras. La distancia entre ellos aumentaba, pero esa mirada los mantenía unidos, como un hilo invisible que los ataba a ese momento.
Martin fue el primero en apartar la vista, su mirada volviendo a la dirección de la salida, aunque en su mente aún permanecía la imagen de Juanjo, su rostro iluminado por las luces de la estación. Juanjo, por su parte, no pudo evitar sonreír ligeramente, como si supiera que ese encuentro no era solo un cruce de caminos, sino algo más profundo, algo que tal vez solo el tiempo se encargaría de revelar.
Ambos siguieron su camino, pero la mirada que compartieron quedó flotando en el aire, un lazo silencioso, invisible, que los unía a pesar de la distancia.
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holiii aquí la continuación del capítulo 1!! se han separado... ;(🎐,
que creéis que va a pasar?? OS LEO💗
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