1. Un Extraño Familiar
Tren París-Berlín (Parte I)
Martin miró a Juanjo con una mezcla de curiosidad y algo que no podía identificar del todo. Tal vez era fascinación. La guitarra descansaba sobre el regazo de Juanjo, pero su postura rígida y el leve tamborileo de sus dedos sobre la madera del instrumento delataban cierto nerviosismo. Martin, sin embargo, no lo mencionó. En lugar de eso, decidió seguir hablando, como si la conversación pudiera hacer que ambos se relajaran en el trayecto que parecía interminable.
—¿Y qué tipo de música te gusta? —preguntó Martin, inclinándose ligeramente hacia adelante.
Juanjo levantó la mirada, un poco sorprendido por la pregunta. No estaba acostumbrado a que alguien mostrara un interés genuino en lo que él consideraba una parte privada de sí mismo.
—De todo un poco —respondió, intentando sonar casual—. Pero creo que lo que más me gusta es el folk... algo más acústico.
Martin sonrió, como si la respuesta confirmara algo que ya había supuesto.
—Tiene sentido. La guitarra, los viajes... encaja.
Juanjo soltó una risa breve, casi avergonzada, y negó con la cabeza.
—No estoy seguro de que encaje tanto como crees. —Hizo una pausa, mirando por la ventana—. Solo soy un ingeniero con una guitarra, nada más.
Martin frunció el ceño ante la respuesta, como si no le gustara lo que había escuchado. Se acomodó en su asiento, cruzando los brazos, y lo miró directamente.
—No me parece que "nada más" sea una buena forma de describirte. —Su tono era calmado pero firme, como si estuviera declarando algo incuestionable—. La gente no carga con una guitarra solo porque sí. Si la llevas contigo, es porque significa algo.
Juanjo no supo qué responder al principio. Las palabras de Martin resonaron más de lo que esperaba, como si hubiera tocado una fibra sensible. Desvió la mirada, observando la ventana otra vez, pero las palabras seguían rondando en su mente.
—Tal vez —murmuró, casi para sí mismo.
Martin se permitió una sonrisa pequeña, satisfecho de haber plantado una idea. Por un momento, ambos quedaron en silencio, acompañados solo por el suave traqueteo del tren y el sonido distante de las conversaciones de otros pasajeros.
Cuando Juanjo volvió a hablar, su tono era más suave, como si el muro que había levantado comenzara a ceder un poco.
—¿Y tú? —preguntó, sin mirarlo directamente—. ¿Qué haces viajando solo con una cámara?
Martin levantó una ceja, sorprendido por la pregunta, pero luego su expresión se relajó. Miró la cámara que descansaba sobre su asiento, casi como si también estuviera evaluando su propia razón para estar allí.
—Supongo que estoy buscando algo —respondió, finalmente—. Una imagen que me diga quién soy, tal vez.
La respuesta dejó a Juanjo pensativo. Por un momento, lo miró de reojo, preguntándose qué historia se escondía detrás de esas palabras. No podía evitar sentir que, de alguna manera, Martin estaba tan perdido como él, aunque lo ocultara mejor.
—Parece importante —dijo Juanjo al fin, con un tono que mostraba más empatía que curiosidad.
Martin sonrió, aunque había una sombra de melancolía en su expresión.
—Lo es. Aunque todavía no sé qué estoy buscando exactamente.
La conversación quedó suspendida en el aire, pero el silencio no era incómodo
Martin se acomodó en el asiento tras un rato de conversación, desenredando los cables de sus auriculares con esa paciencia distraída que parecía caracterizarlo. Conectó el teléfono y seleccionó su playlist favorita, apoyando la cabeza contra el respaldo mientras la música comenzaba a envolverlo. Cerró los ojos, dejando escapar un suspiro largo, como si finalmente pudiera permitirse un momento de descanso en medio de todo lo que cargaba consigo.
Juanjo, sin darse cuenta, lo observó. No tenía intención de hacerlo, pero había algo en la calma de Martin que lo atrapaba. Mientras la guitarra descansaba sobre sus piernas, empezó a fijarse en los detalles: la curva de su mandíbula, su bigote con una la ligera sombra de barba que le daba un aire descuidado pero atractivo, los mechones oscuros de cabello que caían sin orden, sus largas pestañas que se fundían en sus parpados, y la manera en que su respiración parecía acompasarse con la música que escuchaba.
Era raro. Juanjo no solía fijarse en la gente de esa manera, al menos no tan rápido. Pero con Martin, era diferente. Había algo en él, una especie de dualidad entre la energía intensa de su carácter y los momentos tranquilos como este. Juanjo notó la leve arruga en su entrecejo, incluso con los ojos cerrados, como si estuviera luchando contra pensamientos que no podía apartar. Eso lo hizo parecer más humano, más cercano. Más guapo.
Juanjo apartó la mirada de golpe, desconcertado por la dirección que habían tomado sus pensamientos. Se obligó a centrarse en otra cosa, el paisaje que se deslizaba velozmente por la ventana, la sensación conocida del peso de la guitarra sobre sus piernas, o incluso las voces apagadas de los pasajeros que llenaban el vagón. Pero, como si su voluntad no fuera suficiente, sus ojos volvieron a Martin casi por instinto. La luz del sol, filtrándose a través de la ventana, caía sobre él de una forma que acentuaba cada detalle de su rostro, bañándolo en un resplandor cálido que parecía sacado de una pintura.
Martin abrió los ojos de repente, como si hubiera sentido la mirada de Juanjo. Giró la cabeza hacia él con una expresión de curiosidad leve, quitándose uno de los auriculares.
—¿Todo bien? —preguntó, con un tono que mezclaba casualidad y genuino interés.
Juanjo se tensó, sintiendo el calor subirle al rostro. Intentó mantener su compostura, pero era demasiado tarde, Martin ya había notado el leve rubor que se extendía por sus mejillas.
—Sí, claro. Solo... estaba pensando en algo —dijo, esforzándose por sonar tranquilo.
Martin lo miró por un segundo más, como si intentara descifrar qué pasaba, pero finalmente asintió y volvió a colocarse el auricular.
—Vale —dijo simplemente, cerrando los ojos de nuevo.
Juanjo soltó un suspiro imperceptible, mirando hacia otro lado con rapidez. Pero, aunque intentó distraerse, no pudo sacarse de la cabeza la imagen de Martin bajo esa luz, con esa calma tan inusual y esa inexplicable atracción que lo había golpeado con una fuerza que no esperaba.
...
El tren seguía avanzando, y la mañana comenzó a desvanecerse en un mediodía cálido y luminoso. Juanjo, que había estado alternando entre mirar por la ventana y juguetear con las correas de su guitarra, decidió que era hora de comer algo. Miró de reojo a Martin, quien seguía con los auriculares puestos, inmerso en su propio mundo.
Tomando un poco de valor, Juanjo se inclinó ligeramente hacia él y le tocó suavemente el brazo para llamar su atención. Martin abrió los ojos y se quitó un auricular, mirando a Juanjo con un gesto curioso.
—¿Tienes hambre? —preguntó Juanjo con una sonrisa amistosa, levantando una bolsa de papel que contenía un par de bocadillos. —Iba a bajar al vagón comedor, pero pensé que tal vez querrías venir conmigo.
Martin parpadeó, como si la oferta lo hubiera tomado por sorpresa. Miró la bolsa y luego a Juanjo, quien esperaba su respuesta con una expresión tranquila pero expectante.
—¿Comer juntos? —repitió Martin, dejando que la idea se asentara.
—Sí, claro. Siempre es mejor que hacerlo solo —respondió Juanjo, tratando de sonar casual, aunque había algo de genuina invitación en su tono.
Martin se incorporó un poco, estirándose como si acabara de salir de un sueño. Después, sonrió levemente.
—Vale, ¿por qué no? —dijo finalmente, dejando sus auriculares a un lado y poniéndose de pie.
Ambos se dirigieron al vagón comedor, caminando por el pasillo estrecho mientras el movimiento del tren los hacía balancearse ligeramente.
En el vagón comedor, el ruido del tren se mezclaba con las conversaciones a su alrededor mientras Martin y Juanjo se acomodaban en la mesa junto a la ventana. El paisaje pasaba rápidamente, una mezcla de verdes y dorados, mientras se servían sus sándwiches.
Después de un primer sorbo de agua, Martin miró a Juanjo con una sonrisa ligera.
—Bueno, ya que vamos a compartir este viaje, ¿me dices tu nombre? —preguntó Martin, curioso.
Juanjo levantó la mirada y asintió, algo sorprendido por la pregunta directa.
—Juanjo —respondió con una sonrisa tímida—. Y tú, ¿cómo te llamas?
—Martin —contestó, tendiéndole la mano en un gesto casual. —¿De dónde eres, Juanjo?
Juanjo estrechó su mano y se recostó en el respaldo de la silla.
—Zaragoza, pero vivo en Madrid, por trabajo... ya sabes ¿Y tú? —preguntó, tomando un bocado de su sándwich.
—De Bilbao, pero ya no vivo allí. —Martin se encogió de hombros como si no importara mucho. —Ahora soy más bien un nómada.
—Entonces, ¿qué te lleva a Berlín? —siguió Martin tras un par de mordiscos, inclinándose ligeramente hacia adelante, con el interés brillando en sus ojos.
Juanjo levantó la vista, algo sorprendido por la pregunta directa.
—Es complicado —admitió, sonriendo con una mezcla de timidez y resignación. —Supongo que estoy buscando algo, aunque no tengo claro qué.
—Eso suena a excusa de película —bromeó Martin, arqueando una ceja, aunque su tono no tenía burla.
Juanjo rió, relajándose un poco.
—Quizá lo sea. Pero, en serio, necesitaba un cambio. Madrid es un caos, pero la rutina... Mi vida se estaba volviendo demasiado predecible.
Martin asintió, como si entendiera exactamente a lo que se refería.
—¿Y qué hay de la guitarra? —preguntó, señalándola con un movimiento de cabeza. —¿Forma parte de ese cambio?
Juanjo dudó un momento, bajando la mirada hacia la botella de agua que giraba entre sus manos.
—Siempre ha estado ahí. Tocar es algo que me hace sentir vivo, ¿sabes? Pero nunca he tenido el valor de dedicarme a ello en serio.
—¿Por qué no? —Martin inclinó la cabeza, genuinamente curioso.
—Miedos, expectativas, ya sabes. —Juanjo suspiró. —Estudié ingeniería porque era lo "correcto". Mis padres estaban orgullosos, la gente me decía que tenía un futuro asegurado. Pero no puedo evitar sentir que... algo falta.
Martin lo miró en silencio por un momento, como si procesara cada palabra. Luego, asintió lentamente.
—Te entiendo. A veces parece más fácil conformarse con lo seguro que arriesgarse por algo que de verdad importa.
Juanjo levantó la vista, intrigado por la intensidad en la voz de Martin.
—¿Eso te pasa a ti también?
Martin sonrió de lado, pero era una sonrisa cargada de melancolía.
—Algo así. No estoy huyendo de Bilbao, pero sí de algo. Berlín parecía un buen lugar para empezar de nuevo.
—¿Y qué estás dejando atrás? —preguntó Juanjo con cautela, sin querer parecer invasivo.
Martin miró por la ventana durante unos segundos, como si las palabras estuvieran en el paisaje y no dentro de él.
—Muchas cosas. Una relación que no terminó bien. La sensación de que... ya no sé quién soy cuando tengo una cámara en las manos.
Juanjo frunció el ceño, confundido.
—¿Eres fotógrafo?
—Lo era —corrigió Martin, con un dejo de amargura en su tono. —Mi hermano me enseñó, era nuestra conexión. Pero desde que él... ya no está, siento que lo que hago no tiene sentido.
El silencio que siguió no fue incómodo, sino reflexivo. Ambos miraron sus sándwiches como si contuvieran respuestas que aún no podían descifrar. Finalmente, Juanjo rompió el momento.
—¿Y qué esperas encontrar en Berlín?
Martin lo miró, su expresión suavizándose.
—No lo sé. Pero creo que, a veces, no se trata de saber qué buscas, sino de estar dispuesto a encontrarlo.
Juanjo asintió, una chispa de admiración encendiéndose en sus ojos.
—Eso suena... valiente.
—O desesperado —bromeó Martin, aunque había una autenticidad en sus palabras que Juanjo no pudo ignorar.
Los dos rieron suavemente. Juanjo se fijó en cómo sus ojos se achinaban y sus mejillas se llenaban en una risa silenciosa, le pareció adorable.
Después de comer, Martin y Juanjo se quedaron un momento en silencio, disfrutando del ambiente tranquilo del vagón comedor. El tren continuaba su curso, y el paisaje fuera de la ventana seguía cambiando, pero había algo en el aire que los conectaba de una manera que ni siquiera ellos podían explicar del todo.
—¿Qué te parece si damos una vuelta por el tren? —sugirió Martin, alzando la mirada hacia Juanjo con una sonrisa curiosa—. Ya que estamos aquí, ¿por qué no aprovechar el viaje?
Juanjo asintió, un tanto sorprendido por lo sencillo de la propuesta, pero sin dudarlo.
—Suena bien. Aunque no sé si soy de los que se levantan mucho en un tren. A veces prefiero quedarme quieto, ver todo desde la ventana.
—Es cierto que el paisaje aquí es... bastante impresionante —comentó Martin, mirando hacia afuera—, pero a veces es bueno cambiar de perspectiva. Además, Berlín está lejos, ¿por qué no aprovechar el tiempo para explorar un poco?
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chicxs el PRIMER capítulo que emociónnnnn, espero que os guste🙂↕️👐🏼💋
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