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9. Un Final No Muy Feliz

La caja de juguetes pesa más que Lau cuando se desmaya. Peter, uno de los niños que juega conmigo, me está viendo mientras está sentado en el piso. Está aburrido, lo sé porque lo escuché susurrar eso. Está comiendo el helado de limón que les compré hoy.

Puse la caja en el estante y me giré hacia mi compañero.

—Y ¿Por qué estas aquí? En el hospital —pregunté.

Peter sonrió y se puso de pie. Caminó hacia mí y tomó mi mano entre su pequeña mano.

—Mi hermana esta aquí, está enferma —respondió—. Según he escuchado en las platicas de mis papás, morirá. Pero Amara dice que esta bien que por eso me quiere aquí todos los días.

¿Amara? La chica que Babi me había presentado. Me duele saber eso. Se ve tan joven.

—Amara y mis papás pelean mucho,   porque ellos dicen que todavía puede salvarse, pero Amara dice que no.

—Déjame adivinar, todo esto que me acabas de decir no te lo dijeron tus padres ¿Cierto?

Peter me vio con unos ojitos tiernos. Por Dios, quiero hijos.

Negó.

—No, ellos piensan que aún soy muy chiquito como para saber de eso.

Le di una sonrisa. Moví su alborotado cabello.

La inocencia de los niños es algo preciado. Hay que valorarla siempre.
La puerta se abrió, una señora entró por ella. Peter la vio con una gran sonrisa.

—Pet, cariño, tenemos que irnos.

—Adiós Math —dijo.

Movió su pequeña mano despidiéndose. Moví la mía para despedirme también.

—Adiós Pet, nos vemos mañana.

Soltó mi mano y fue hacia su madre. Salieron de la habitación y yo terminé de guardar todo.

Tome mi mochila y salí de la habitación, estaba seguro de a dónde iría. Caminé y caminé, necesito hacer más ejercicio, ya no puedo ni caminar mucho, siento que subí la muralla china. Toqué la puerta de la habitación de Helen cuando estuve al frente.

—Adelante —respondió desde adentro.

La abrí y asome mi cabeza con una sonrisa. Está sentada en su cama, a pesar de que hay mucho frío, lleva un vestido y medias. Le encanta usarlos. El pañuelo que siempre lleva en su mano está atando su cabello en una media cola.

Tiene un libro en su mano, hay una taza en la mesita al lado de su cama.

—Hola.

En cuanto escucho mi voz levanto la cabeza. El miedo paso por sus ojos. Se puso de pie corriendo.

—No puedes estar aquí.

Pasó por mí lado para llegar a la puerta y ver si alguien me había visto entrar a su habitación. Confirmo que no, así que cerró la puerta y me miró.

—¿Por qué? —pregunté.

—Mi tía, no me deja salir hoy, disque porque estoy enferma, y si te ve aquí sabrá que quiero salir.

—¿Qué tienes?

Si está enferma debe estar acostada. ¿Qué hace de pie? No puede estar moviéndose.

Soltó una pequeña risa.

—Le dije que me sentía enferma, pero no me dejó terminar así que no sabe que me siento enferma pero de aburrimiento.

Que alivio. Deje salir el aire de mis pulmones. La vi de arriba a abajo y a su habitación también. Es cierto, su habitación y su cara lo confirman. Hay libros en su cama, su computadora está abierta en Movielie, una app que es muy famosa hoy en día para ver películas. La voz de otra persona se escuchó. Si no es porque veo como le pone pausa a Musicpay en su teléfono, pienso que hay alguien más aquí.

—¿Qué escuchas? —pregunté curioso.

—El podcast de una chica muy divertida, en el capítulo que estoy escuchando habla mucho sobre una banda famosa y como es fan de ellos  pero habla de diferentes temas.
Sonreí.

—Suena divertido.

—Escúchalo, se llama pensamientos de un corazón roto.

—Lo haré.

Soltó un suspiro y se sentó en su cama.

—Estoy muy aburrida.

Me quede pensando unos segundos. Ella notó que algo había entrado en mi cabeza.

—¿Qué? —preguntó.

Rasque mi nuca. La vi dudoso.

—Si no puedes salir, tal vez podemos escaparnos.

Helen se quedó en silencio, asintió con una sonrisa emocionada.  Tomó su mochila, y tomó mi mano. Salimos juntos de su habitación, dio una mirada a todos lados. No hay nadie. O bueno...

—Helen, Math —dijo Babi a nuestras espaldas.

Vi a a Helen, ambos compartimos una mirada llena de terror.

—Corre —me susurró Helen.

—¿Qué?

—Corre —me dijo mientras tomaba mi mano y empezaba a correr.

Mientras corríamos Babi nos llamaba a nuestra espalda. Logramos salir del hospital y empezamos a caminar. La adrenalina está en mi ser en este momento. Puedo hasta robar un banco. No, eso no.

—¿A dónde vamos? —preguntó.

Rayos, pensamos en escapar pero no a dónde ir.

—Ya sé —respondí mientras levantaba la mano para pedir un taxi—. Sube. 

Le di al conductor la dirección. Las calles de Nueva York se ven frías. Todos llevan abrigos, guantes y bufandas. Cuando llegamos nos bajamos y tome a Helen de la mano.

Caminamos por el callejón lleno de luces que cuelgan desde los techos de cada casa. Las manos de Helen están heladas al igual que las mías.

—¿Tienes frío?

Asintió.

—Vamos.

Entré a un local donde venden ropa para todas las estaciones. Compre dos pares de guantes rojos. Tomé sus manos y le puse los suyos para luego pones los míos.

—¡Son iguales! —dijo levantando sus manos.

—Tendremos guantes iguales, así me recordarás.

—Es como nuestra insignia de pareja.

Me quedé helado. Fue como si me hubiera dicho algo imposible. Helen no se ha dado cuenta de lo que dijo. Siguió caminando hasta que reaccionó.

Dejó soltar uns suspiro. Sus mejillas se tornaron aún más rojas.

Solté una risita.

Caminamos un poco más, haré como que si nada ha pasado. Me gusta esa idea.

—Aquí es.

Helen tiene una cara de asombro. Sus ojos están fijos en el letrero.

—Una biblioteca.

La biblioteca tenía un aspecto antiguo por fuera, pero por dentro era hermosa. Tenía varias estanterías llenas de libros clásicos, juveniles de todo. Tenía unas escaleras corredizas para llegar a los libros en la parte más alta.

—Puedes tomar cualquier libro que quieras —le susurre—. Yo te invito.
Helen esbozo una sonrisa de oreja a oreja.

—¿No estás jugando? —preguntó.

Negué con la cabeza y ella empezó a buscar un libro.

—¿Cómo conociste esta biblioteca?

—Es mía.

Ella se quedó quieta, inmóvil.

—¿Es en serio?

—Sí, es mía, te mentí, amo leer. Un año después de la muerte de mi madre mi padre me la regalo, no sabía que la había puesto a mi nombre hasta que cumplí los 15.
Resulta que esta era la biblioteca favorita de mi madre. Desde ese momento este es mi lugar favorito, mi lugar seguro.

Helen no dijo nada, solo se giro a verme.

—Así que toma el libro que quieras..

No pude terminar de decir nada porque me había besado. Fue un beso suave, tierno. Colocó sus manos en mi pecho y yo coloque las mías en su cadera.

Cuando se separó de mi, ella me sonrió.

—Este —dije tomando un libro—. ¿Lo has leído?

Ella negó.

—Nos lo llevaremos.

—¿No lo has leído tú tampoco?

—Yo ya lo leí, pero no es para mi. Es para ti.

Ella sonrió y yo me volví a acercar a ella para besarla.

Y ahí entre tantos libros, entre tantas historias de amor, yo empecé la mía.

Sin darme cuenta que la mía no tendría un final tan feliz. 

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