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31. ¿Por Qué Duele Tanto?

Hay situaciones en la vida que son inevitables. Situaciones que por más que deseemos que no sucedan no podemos hacer nada para evitarlas. Llorar es una de ellas, quisiera evitar hacerlo pero la verdad es que no puedo. Es lo único que deseo en este momento. La partida de Helen lo único que hizo fue causarme más recuerdos de la muerte de mamá y eso me hace querer llorar mucho.

Suspiré y me vi en el espejo. Mis ojos están rojos y un poco hinchados, he llorado casi todo el día y la verdad es que más de lo que me gustaría admitir. Debo parecer una perdona decente que no ha llorado nada en todo el día. Empape mis manos y las pasé por mi rostro. El rojo de mis ojos no disminuyó.

Lau vendrá a comer y no quiero que me vea así. No porque vea el llorar como algo malo, es que no quiero mostrarle al mundo que me duele esto.

Salí del baño y tome la sudadera que deje en mi cama, salí de la habitación mientras me la ponía. El elevador se abrió justo ene el momento en que bajé. Lau salió de el con bolsas de comida chatarra en las manos.

Corrí hacia ella par tomar las bolsas.

—Hola Lau.

—Hola Math.

Dio un beso a mi mejilla dándome las bolsas. Traté de evitar su mirada pero se me fue imposible. Voltee la cabeza, Lau puso su mano en mi mentón y giro mi cabeza.

—Has estado llorando ¿verdad?

Asentí.

—Por más que intento no hacerlo, se me es imposible.

Me sonrió.

—Está bien llorar, Math. Te han roto el corazón, no te ha pasado cualquier cosa.

Suspiré.

—Lo sé, pero no me gusta tener los ojos como dos tomates aplastados —susurre.

Lau rio.

—Comamos y te pondré algunos pepinos en los ojos, o pondré a congelar cucharas para ponértelas.

Sonreí.

—¿Cómo sabes tanto?

—Lloré mucho en mi adolescencia.

Oh, eso lo sabía muy bien. Yo fui quien le busco muchos consejos para evitar los ojos rojos.

Caminé hace el sillón con las bolsas mientras Lau iba a la cocina. Saqué las cosas de las bolsas. Altas, papas, pastel de chocolate, helado y mucha Coca Cola. El menú perfecto para curar un corazón roto.

Lau regresó a los minutos con un plato con rodajas de pepino. Me hizo una seña para que me recostara en el sillón. Lo hice y ella puso los pepinos en mis ojos cerrados.

—Esto ayudará en algo, ya puse a congelar las cucharas.

—Gracias Lau.

Dio un beso a mi mejilla.

—No hay nada que agradecer. Siempre estaré aquí para ti.

Suspiré.

—Gracias por eso también.

—¿Por qué? ¿Por ser tu amiga?

—Por no dejarme como lo hacen todos —respondí con una sonrisa melancólica.

—Ellos no saben lo que pierden Math, tú vales, vales mucho mi Math.

Una lagrima se resbaló de mis ojos.

—A veces pienso que soy muy fácil de dejar. Así que empecé a irme antes de que me abandonaran. Mis relaciones amorosas no funcionaron nunca por eso. Y cuando por fin me despido del Math que todo el mundo conoce y soy distinto pasa esto.

—Lo sé Math, es difícil. Pero debes comprender que hay veces que las personas deben salir de tu vida. Deja ir lo que ya se fue.

Lo sé, y eso es lo que más me duele. Me duele mucho.

—Pero la quiero—susurre.

—Lo sé, pero ella no te quiere a ti, Math.

Lo sé y eso es lo que me está destruyendo.

Quité los pepinos de mis ojos y la miré. La miré curioso y con lágrimas en los ojos.

—¿Tan difícil soy de amar?

Apretó sus labios y negó.

—No Math, no eres difícil de amar. Es inevitable no amarte Math.

—Solo quería un poco de su atención, Lau.

Se volteó a verme seria. Supe que me daría un consejo duro pero con mucho amor.

—La atención no se ruega, Math. Cuando no eres la prioridad de alguien, no lo eres y punto. En cualquier momento encontraras a alguien que te convierta en su prioridad. Pero Helen... —Tomó aire un momento y pensó lo que diría—. Helen no es esa chica.

Me quedé en silencio. Analice palabra por palabra.

¿Por qué me duele si ya lo sabía?

A veces al corazón le cuesta entender lo que la razón ya comprendió.

—Lo sé —respondí.

Baje la mirada a mis piernas. Lau tomó mi mano.

—¿Y la carta? —preguntó.

—No sé qué dice, la metí en el cajón del olvido bajo mi cama.

—¿No lo abrirás?

Negué.

—Si lo leo me dañare más. Si en ella me dice que me ama, me va a lastimar. Si me dice que no lo hace me lastimara igual. Prefiero quedarme así, es más fácil.

Sonrió.
—Está bien, comamos y luego podrás dormir un rato para quitar tus ojeras ¿está bien?

Asentí.

—Gracias Lau.

—Te quiero Math.

—Y yo a ti.

°°°

El día en el que me reuniría con mi abuelo llegó más rápido de lo esperado. No pensé que estaría tan nervioso como lo estoy ahora. Apagué el auto y baje. Quedamos en juntarnos en una cafetería cerca de mi casa. Me quité mis lentes de sol y caminé hacia donde estaba.

—Buenos días abuelo.

Me vio durante unos segundo. Arrugó sus cejas y bajó su vista de nuevo.

—Te ves fatal.

—Gracias, tus palabras son de mucho ánimo.

Se carcajeo. Me senté frente a él. Me miró curioso durante un rato. El mesero llegó y anotó nuestra orden.

Mi abuelo volvió a hablar en cuanto se fue.

—¿Pasó algo malo muchacho?

Negué, entrelace mis manos y me recline hacia atrás.

—Para ti no, para mí, sí.

—¿Qué pasó?

La verdad es que necesito los consejos de una persona mayor con más experiencia.

—Me enamoré de una chica. Hice una pasantía en el hospital y la conocí allí. Pues resulta que ella me pidió que fuéramos novios y acepté. Pero lo que no sabía es que ella estaba planeando irse del país, me enteré y decidí quedarme.

—¿Por qué?

—¿Por qué que?

—¿Por qué te quedaste?

Abrí mi boca para responder pero no salió de ella ninguna respuesta lógica. ¿Qué voy a decir? No hay respuesta lógica porque fue una estupidez.

—No lo sabes.

Negué.

—Yo sí.

Lo mire intrigado.

—¿Así?

—Porque estás muy enamorado, muchacho. El amor hace estragos en una persona.

Suspiré.

—Pero ella me hizo sufrir mucho ¿sabes? No entiendo por qué.

El mesero se acercó y dejó nuestro pedido. Le agradecí y le di un sorbo a mi capuchino.

—Las personas lastimadas lastiman a otros, muchacho —respondió mi abuelo retomando la conversación.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros y le dio un sorbo a su café.

—No conozco muy bien las razones de todos. Pero puedo decirte que yo he estado en ambos lados, en los lastimados que lastiman y en los que sufren.

—¿Y por qué lastimaste tú?

—Porque no quería que nadie descubriera tanto dolor que cargaba encima.

Le dio otro sorbo a su café.

—¿Crees que ella me lastimó por lo mismo?

Se encogió de hombros.

—No lo sé, cada uno tiene sus razones.

Suspiré.

Dejó su café en la mesa y me vio.

—Yo herí a tu madre hijo, la herí mucho. Antes de irse ella me dijo que no hay razón ni excusa válida para herir a alguien más.

Bajé la mirada un instante.

—Sus razones de seguro son muy egoístas —susurre. Levanté la mirada—. He intentado entenderla, buscarle una excusa pero no he encontrado ninguna respuesta lógica.

—Y te costará encontrarla.

Suspiré.

—¿Te has preguntado por qué te quedaste Math? ¿Qué fue lo que te motivo a quedarte allí?

Y esa pregunta me inquieto durante todo el día. No pude dejar de pensar en ella en ningún segundo. Al final del día llegué a una conclusión lógica. No dle porqué me quedé. La respuesta a esa pregunta no la encontré.

Creo que he llegado a la conclusión, a la tan dolorosa conclusión, de que he sido yo mismo quien me ha roto el corazón. Porque sabía cómo eran las cosas y aún así creí que podía cambiarlas. Y al final me destruyeron, me destruí, me destruyó.

La quería tanto que la dejé destruirme.

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