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30. Sólo Un Adiós

Amar no duele. El amor no duele, duele lo que llegamos a confundir con amor.

Yo creo que lo amo, yo lo creí. Pero ¿entonces? ¿Qué es lo que verdaderamente siento por él?
¿Amor, tristeza, lástima?

Me moví de un lado a otro en la habitación tratando de calmar mis ideas y de calmar estos estúpidos sentimientos que me están matando en este momento. Que horror de vida la mía.

Se suponía que lo haría a mi manera, se suponía que todo estaba planeado y de repente todo se arruinó. ¿Por qué? ¿Por qué no me dijo que ya sabía todo? Que cínica soy. Lo mismo se ha de haber preguntado él cuando se enteró de la verdad. Pero ¿por qué se quedó? ¿Por qué no huyó de mi como todo el mundo lo hace?

Suspiré y volví a arrancar la hoja del cuaderno. Me senté en la silla frente a mi escritorio.

¿Qué tan difícil puede ser escribir una bendita carta de despedida?

Pase mis manos por mi rostro y las dejé allí.

¿Qué tan difícil puede ser amar a alguien? ¿Por qué no puedo arriesgarme? ¿Por qué siempre huyo?

Me duele, me duele tanto hacer esto. Pero es que yo no nací para ser amada, yo no merezco ser amada. No estoy hecha para que me quieran.

No fui creada ni estoy hecha para que me quieran, Math.

Claro que sí, pero alejas a todo aquel que lo intenta.

Las palabras de Math vinieron al instante a mi memoria.

Una opresión en el pecho me hizo sentirme más culpable aún. Maldito Math, ¿por qué debes ser tan perfecto? ¿Por qué?

He estado tanto tiempo centrada en mi misma que no se como amar a alguien más, no sé qué hacer para no dañarla.

Las lágrimas empezaron a salir por mis ojos. El dolor se empezó a sentir más fuerte. Soy una idiota. Una gran idiota.

Limpié mis lágrimas. El reloj en mi escritorio anunciaba que la media noche ha llegado. He pasado casi tres horas tratando de escribir una carta.

Mi vuelo a Ámsterdam sale mañana, no pude despedirme bien de Math. Las últimas palabras que le dije le hirieron. No sirvo para amar a alguien ni mucho menos para hacerla feliz. Así que quiero arreglar al menos uno de todos mis errores y despedirme de una buena manera.

Solo escribe lo que sientes.

Escribir lo que siento, claro. Es fácil. Sí, sí puedo hacerlo.

Limpie mi mejilla húmeda y tome d nuevo el lapicero. Y empecé a escribir. Por fin todo lo que tenía guardado logró salir, por fin mis pensamientos cobraron sentido.

Por fin logré escribir una despedida decente. Baje la vista a la carta y leí las últimas palabras.

Perdóname payasito, no soy buena para amar ni mucho menos merezco ser amada.
Sé feliz, sé feliz con alguien que sepa valorar tu amor.
Te quiero, a pesar de todo, si siento algo por ti. Pero no de la misma manera que tú sientes por mí.

Perfecto. Espero esto no lo hiera más.

Arranque la hoja y la doble, tomé algunas cosas más que quería dejarle y las metí en un sobre. La dejé sobre el escritorio, mañana se lo daré a mi tía antes de irme.

Me puse de pie y di una última mirada a mi habitación. Está todo vacío, todo. El armario ya no tiene mi ropa, toda está en las maletas. Mis fotos ya no están colgadas en la pared, ahora están guardadas. Es como si recogiera toda mi vida y la guardará en una maleta.

Suspiré.

Lo logré, logré sobrevivir. Pero ¿a qué costo?

Apreté mis labios un momento y caminé hacia mí cama, me recosté en ella decidida a descansar al menos un poco.

He pasado todo el día escribiendo cartas de despedida. He pasado todo el día despidiendo me de quienes me han hecho sentir feliz y en paz. Aunque a veces es mejor irse sin despedirse, decir adiós a veces también es un acto muy grande amor.

Amar también es saber que le hacemos menos daño a una persona estando lejos.

Y por lo más mínimo que sea, quiero demostrar al menos un poco de ello.

De haber sabido que esa era la última vez que la veía, no sé qué hubiera hecho. ¿Hubiera cambiado algo? ¿Hubiera sido todo distinto?

No lo sé, la verdad no lo sé. No sé cuál hubiera sido mi reacción. Esa mañana me desperté con un sentimiento muy raro, ese día ya sabía a despedida.

Bajé del auto aún con ese sentimiento tan extraño. Voy a ignorarlo, sí, hoy será un gran día. Seré feliz.

Abrí la puerta del hospital y entre. En cuanto puse un pie adentro supe que todo estaba mal. Las miradas se dirigieron a mí, me miran con tanta lástima. Creí que tal vez era yo el paranoico, lo llegué a pensar, deseaba que fuera así. Pero cuando la mirada de Babi se junto con la mía, supe que no lo estaba siendo.

Caminé hacia ella a paso lento.

—Lo siento mucho, Math —susurró cuando estuve cerca—. Lo siento tanto, ella se fue.

En ese momento no supe lo que hacía. Salí corriendo haciendo el elevador, apreté mos botones demasiadas veces. Subí en cuanto abrió y presione el botón. Salí lo más rápido que pude cuando paró y las puertas se abrieron.

Corrí, corrí hacia su habitación. Deseé con todo mi corazón que todo esto fuera una broma pero, por más que lo deseé eso no pasó.

La habitación de Helen estaba vacía, totalmente vacía. Todas sus cosas habían desaparecido. Ya no están. Ya no está.

La opresión en el pecho volvió a hacer acto de precensia. Pero ahora sí sé que es porque quiero llorar, en serio deseo hacerlo. ¿Por qué? ¿Por qué nadie puede amarme?

¿Acaso soy tan difícil de amar?

Me pegué a la pared y me dejé caer sentado. Todo el mundo me está dando vuelta en este momento, todo se siente tan raro y doloroso. Todo.

Puse mis manos cubriendo mi rostro. Suspiré.

De haber sabido que ese abrazo estaba a punto de acabarse, la hubiera abrazado más fuerte. De haber sabido que ese beso se acabaría yo te hubiera orbado otro más.

Sentí un mano en mi hombro, levanté la vista. Una cara idéntica a la cara que posee la causante d emis tortura me observó con lástima.

—Math.

—Dina, ¿cómo está?

—Bien, gracias por preguntar.

Le sonreí, a pesar de todo mi dolor le sonreí.

—Tomemos un café ¿sí?

Asentí.

Subimos a la cafetería, ordenó un café para mí y uno para ella. Nos sentamos en una mesa. Nadie habló, nos quedamos callados por unos minutos, sentí su mirada durante todo ese tiempo. Quise decir algo para romper el hielo pero, la verdad nada me venía a la mente en ese momento.

—Los padres de Helen la abandonaron cuando era pequeña —habló por fin —. Su padre le pegaba a mi hermana, y cuando se enteró que estaba embarazada ella no quiso que Helen viviera en ese mundo. Decidió tenerla, quiso huir de todo eso, pero no lo logró. Cuando dio a luz, se escapó del hospital con el papá de Helen. No tengo ni la más mínima idea del porque lo hizo, pudo haberse quesado y empezar una vida con nosotras. Íbamos a huir de aquí. Tendría paz.

—Hay acciones que a veces se nos hace muy difícil entender.

Asintió.

—Te cuento esta historia Math, porque desde que eso pasó, y Helen de enteró de ello, ha pensado que no merece ser amada. Que no nació para eso. Ambos sabemos que no es así pero ella no lo comprende.

—Yo tampoco la comprendo.

Me dio una sonrisa con sus labios apretados.

—Helen te dejó algo.

Sacó un sobre de su cartera y me lo dio.

—Dijo que te quería mucho y que le perdonaras.

—¿No dijo eso verdad?

Negó.

—Pero lo quiso dar a entender.

—¿Qué dijo en realidad? —pregunté con mucha curiosidad.

—Que decirte adiós era el mayor acto de amor que podía mostrarte. Y que de seguro lo entenderías.

Asentí.

—Gracias por todo Dina. Espero que todo le salga muy bien.

—Espero lo mismo para ti Math, se feliz. Muy feliz.

Se puso de pie y salió de la cafetería.

Vi el sobre en la mesa con demasiada curiosidad. Quiero sbaer que es lo que dice. Quiero saber si al menos allí muestra un poco de arrepentimiento. Pero la verdad hoy no quiero sufrir más.

Me duele el corazón, me duele porque la amo. Y mucho.

Te amo, pero si lo que quieres es que te deje ir. Lo haré.

No lucharé por algo que ya no existe, y nunca existió.

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