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El Joven Y La Guerra

Jóvenes, muy jóvenes, niños casi cuando sin que les preguntasen ambos se dirigían en un camión lleno de soldados, les habían privado de vivir su juventud, de ir a la escuela y poder presumir quizá que habían tenido su primer pelea, o de invitar a bailar a una chica. Todo eso es lo que la guerra toma de los hombres que se lleva, es el futuro en sí lo que suele doler le más a las madres de los hombres valientes que creyeron ir a luchar al frente de la batalla "por el honor de su país". Y no hay nada se malo de morir en el fango por salvar tus ideales y tu tierra, en tonces no es noble si no valiente. Gastarnos el tiempo analizando si eran problemas que el gobierno debio resolver golpeándose entre ellos en un ring no tiene lugar alguno a estas alturas. Por que lo hecho hecho está, es una marca sangrante entre las páginas de un libro de historia. La historia de nuestro radiante caballero, no, me contradigo al decir caballero, quise decir, de nuestro valiente niño de trece años comenzó hace más o menos a sus tiernos seis años. Cuando veía las noticias sobre cómo el ejército inglés avanzaba hacia el frente enemigo, el soñaba con un día ponerse ese clásico traje verde de soldado, pulir sus botas negras y pesadas, y como no mencionarlo, usar un arma. Pensaba que podría salvar a su país matando nazis, o americanos, todo lo que osara profanar el suelo de su amada Inglaterra. La Inglaterra que le vio nacer, cuando su país hacia frente a una bomba, su madre que era enfermera pudo dar a luz en el pequeño lugar donde atendían soldados. Su padre, murió en batalla solo unos años antes de cumplir los doce, y el padre de su padre, y el padre del padre de su padre. Espero no confundir les con mis explicaciones. Tres generaciones habían muerto ya en batalla. Su madre cuidaba de los soldados heridos en la guerra, era el valiente águila calva, como solía llamarle uno de los Capitanes que iba todos los días a ver a sus hombres. El Capitán Charles Nicholls, que era realmente un hombre valiente. Solía decir, entre bromas que a lo único que temía era a los idiotas, por que al ser mayoría eligen hasta el presidente, y no importaba que tan temprano te levantarás a donde sea que fueras ya estabas rodeados de idiotas, pero al idiota que más temía era al demagogo, que pensaba que su pueblo era un idiota. Un hombre de facciones muy notadas, alto y de cabello rubio cobrizo, ojos color avellana, y con una cicatriz en el labio, fruto de la pelea entre un chino, o esa era la historia que contaba siempre. Siempre muy bien peinado, pulcro a pesar de pasar meses en las trincheras. Era el niño que jugaba en las fogatas mientras los soldados compartían sus historias, juguetón y travieso como todos los niños, alto para sus en aquel, entonces seis años. Sin que su madre se enterase se enlistó en la guerra. El Capitán Charles sabía bien quién era el niño y desvío la solicitud mil veces. Pero el niño creció y no tenía más seis años. No era muy grande, aún no le crecía el bigote, fruto de las hormonas de la pubertad, apenas manejaba bien su bicicleta con la que iba a diario a la escuela, y muy probablemente habría querido ser concertista o seguro una de esas modas de rock que tanto surgían en los bares clandestinos, pudo haber sido físico, habría sido brillante de haberlo sido, tenia potencial, y sueños como cualquier niño, quería comerse el mundo, pero como en todas las guerras, solo hay dolor para los soldados que se enlistaron para defender su país, insisto, no fue noble, fue valiente. El joven Steven salió de la escuela entusiasmado, el Capitán Charles al fin regresaba con su pelotón, hombre valientes con historias, amigos del niño, siempre dispuestos a contar fantásticas historias para un joven como él, con ansias, con sueños, con metas, engañado. Subió a su bici y pedaleó, tanto como su piernas se lo permitían, dejó caer la bici en la entrada de su casa, y salió corriendo a buscar al capitán a su vieja oficina, pero él no estaba ahí, así que supuso estaba rondando en el pequeño hospital como solía hacer cuando traía soldados heridos, entró a la enfermería, había un grupo de soldados aglutinados frente a una cama, sosteniendo sus gorras en sus manos, con un silencio insondable, el joven se acercó curioso, llevaba una sonrisa en su rostro, sonrisa que se vino abajo cuando vió al hombre en la cama recostado, convaleciente, bañado en sangre, aferrándose a una almohada, encajando sus uñas en el pequeño trabo de algodón, sufriendo del dolor por las heridas expuestas, provocadas por los cañones que explotaban y las balas, fruto del fuero cruzado que fue en realidad lo que lo atacó. Lo que lo obligó a después de tanto tiempo sujetar su arma y disparar. Una escena horrible para solo un joven, para solo un niño. Salvó a cuantos pudo, y luego cayó al piso rendido, sangrando a borbotones. El joven se acercó y sostuvo en sus pequeñas manos a comparación de las del capitán, su mano; se lleno de sangre, cosa menor por que su amigo se estaba despidiendo de la luz del día.


-Águila calva - dijo el hombre con todo ese dolor que cargaba su ya acabado cuerpo - Tu debes de seguir, no permitas que profanen nuestra tierra, defiende el fuerte, tu puedes - una solitarias lágrimas caían de los ojos del joven, sus ojos color aceituna, cristalizado como el grueso hielo del lago brizton - Halcón, cambio y fuera - sus ojos se quedaron viendo a los del chico y nada más hicieron en tonces, solo dejó de latir, su acabado y pobre corazón, su alma había abandonado al fin su cuerpo, aquella coraza que dió todo por servir, pero todo por servir se acaba, y el hombre tuvo que irse -



-¡Capitán! - grito impotente el joven - ¡No se vaya por favor! ¡CAPITÁN! Le ordenó que no me deje solo - agitó al cuerpo del soldado muerto, gritando y llorando sin parar - ¡Capitán por favor no se muera! - un hombre se acercó para sostener al chico pero este se safó de sus brazos y volvió a la cama a abrazar el cuerpo inerte - ¡Prometió que ganaríamos esta guerra juntos! - el cuarto lúgubre de madera sucia y engrasada era testigo, la luz triste y tenue de un solo foco, las enfermeras estáticas, manchadas de sangre, con trapos húmedos aun, impregnados de sangre, soldados con heridas y rasguños, y los pocos en pie que veían con pena la partida de su guía, de su Capitán, del valiente Capitán Charles, un hombre que dió todo por servir, un hombre íntegro y amoroso que se llevó la guerra, otro hombre que se llevó la guerra -



Al joven lo tuvieron que aceptar en el ejercito debido que habían tenido tantas bajas que no les quedó de otra que reclutar jóvenes como él, para hacer un nuevo batallón. Se iba a cumplir su sueño de ir a la guerra, pero de que forma se iba a cumplir su sueño.


El nuevo día llegaba con los rayos del sol, aquella madre desesperada había hecho de todo para que su hijo no fuese a la guerra, había suplicando, rogado a los que un día atendió con fervor, para que su único hijo no fuese a la guerra, para que no cargase sobre su conciencia la muerte de un soldado, por que sabía lo que era la pérdida de uno. Pero había sido todo en vano, el joven se levantó y se dió una ducha, una en mucho tiempo, se peinó y se puso el traje soldado, se colgó el collar con los dígitos del Capitán Charles, se sentía como todo un hombre, poderoso, creyendo que su sueño se estaba cumpliendo. Se puso las botas negras y pesadas que siempre deseo usar, se puso la gorra y salió, le dieron una mochila con otro uniforme, una cantimplora llena de agua, y un pequeño botiquín, llevaba consigo la foto de sus padres y la brújula que el capitán le había obsequiado, pero lo más pesado de todo, esos sueños que el quería cumplir, esas metas que, solo un joven puede hacerse. Su madre corrió hasta el camión donde iban demás jóvenes, niños, para la horrible guerra. Se despidió en llanto de su hijo, de su bebé, sabía bien que era muy probable que jamás regresas, ella sabía que iba a morir de hastío. El autobús militar avanzaba por las calles, por las montañas, fueron dos días bastante pesados, bajo la intensa lluvia que azotaba a Londres, humo a lo lejos, gente en las calles viendo pasar a los jóvenes que serían carnada, como si la solución estuviera en ellos. Solo eran unos niños, que no tendrían jamás lo que un joven normal podría tener, no volverían a la escuela, a correr por las calles húmedas, a jugar béisbol en el parque, es más, muchos no volverían jamás a casa, y los que lo harían, sería en una bolsa negra, así de triste es la guerra, fue innecesaria, fue evitable. Pero aquí estamos hablando de lo que fue, esperando que con los errores, jamás sea otra vez. Pronto llegaron a una base militar desde la madrugada, no muchos habían podido dormir, muchos lloraban pidiendo a su madre y queriendo regresar a casa, pero no hubo nada de eso.


Al llegar los llevaron escoltados hacia donde estaba el Mayor Alexander, el más sabio, había estado veinte años al frente militar, y a decir verdad ya no le quedaba mucho que perder, su sueño era morir con sus hombres, pero siempre que estuvo herido lo llevaban de vuelta a casa, se podría decir que ansiaba la muerte. Había perdido a su esposa cuando fue a la guerra, había muerto por la explosión de una bomba, su esposa y su hija recién nacida, además de ser huérfano, era uno de esos hombres perfectos para la guerra, que nadie extraña si ya no vuelve. Estaba ahí parado, pulcro y lleno de rabia, sabia que todos iban a morir pero no había más soldados que enviar a la guerra.



-Partiremos en unas horas, lo importante es que sepan sostener bien su rifle, no dejen que se moje, si escuchan disparos se tiran al piso, si una bomba se aproxima solo corran, si los atacan, ataquen, todos ellos son nuestros enemigos, un chino menos, un ruso menos, es un paso más para nuestra victoria- veía a todos los jóvenes, ellos tenían cara de incredulidad y de miedo, solo querían irse a casa, pedían a gritos que eso solo fuese un sueño, y que al despertase solo salieran a jugar como era usual - ¡Londres ganará la guerra! ¡NOSOTROS GANAREMOS LA GUERRA! - gritó eufórico, para después solo irse, otros soldados escoltaron a los jóvenes a unas camas, donde durmieron apenas hasta el amanecer cuando la trompeta anunció el día -




Nadie estaba preparado para lo que se aproximaba. No pudieron bañarse y solo comieron un poco de caldo, o eso creían, había vegetales en el plato y el agua tenía color verde, y un podrido olor a calcetín. Hacía frío y era usual que estuviese lloviendo. El clima no sería un problema. Coguieron sus mochilas y subieron de nuevo al autobús que los había llevado, apresurados e impacientes por llegar. Solo fueron dos horas de viaje cruzando las colinas, desde que comenzaron a acercarse ya había sonido de balas, explosiones y humo, de vez en cuando un ruido entre las ramas espesas del bosque, era una región llena de árboles. Bajaron rápido del autobús y corrieron entre la maleza siguiendo al Mayor Alexander, caminaban a paso apresurado, haciendo latir sus corazón muy rápido, hasta llegar a un punto en que no había más ruido que el de los pájaros cantando, y el de los árboles murmurando, hablában, no se bien lo que decían pero estoy seguro de que hablában, no era más que un pequeño grupo de tan sólo veinte jóvenes. Iban en pasos seguros, dejando huella en el fango, prestando atención a todos los ruidos a su al rededor. Cuando unos sonidos entre la maleza se hicieron presentes, todos acomodaron sus armas esperando la emboscada, esperando a disparar, dando vueltas mirando con miedo a todo lo que hiciera hasta el más mínimo movimiento, hasta el más mínimo ruido. Comenzaron a tranquilizarse y a caminar de nuevo, cuando de pronto el ruido de las balas se hizo presente, le habían dado al primer soldado, y peor los demás comenzaron a atacar, el joven Steve no supo que hacer, jamás en su vida había hecho eso, jamás se hubiera imaginado lo que él tendría que hacer, veía correr sangre, como las balas atravesaban a sus compañeros haciendo que estos cayeran muertos casi de inmediato. Pero como todo ser humano el instinto nos traiciona, vio acercarse a un hombre de ojos rasgados, gritándole en otro idioma, apuntándole con una pistola, y solo jaló el gatillo, y al ver que un estaban rodeados, solo disparo dando vueltas, sus compañeros se tiraron al piso, de modo que irío a todos los enemigos, en un intento desesperado por salvar su vida. Pero sus dos únicos compañeros que habían sobrevivido al ataque ya habían sido heridos, estaban en el piso retorciéndose del dolor, entre ellos el Mayor, y un chico de once años, respirando de manera extraña, estaba agonizando, una bala le había atravesado el cuello, se desangraba borbotones, estaba claro que nadie de sus acompañantes regresaría. El Mayor sangraba hasta por la boca, las balas habían perforado su estómago, su brazo izquierdo y sus piernas, se iba a cumplir su sueño de morir en batalla. El joven se acercó después de contemplar estático, impávido, lo sucedido, en unos minutos sus compañeros habían muerto y ni el se explicaba como solo él estaba aún en pie.


-Niño ven aquí, necesito que hagas algo por mi - el joven se acercó hacia el hombre convaleciente, asustado - Esta claro que no voy a sobrevivir y debes de saberlo, deja mi cuerpo y salvate, este era mi destino, esto debía suceder, di todo por salvar a mi país, ahora debes hacer lo mismo, salvate, vuelve a tu casa, vuelve aquel jardín de donde vienes, siembra un árbol y miralo crecer. Y jamás vuelvas a la guerra, solo corre, y no dejes que te atrapen, vete a ahora - el joven se levantó del piso de un salto, asustado y mirando a todos lados - ¡Vete ahora! ¡Ya! Es una orden soldado - le hizo una última reverencia, poniendo su mano sobre su frente -




El joven comenzó a correr desesperado entre la maleza cuando un joven, de muy probablemente su misma edad se interpuso en el camino, apuntando con su arma, el joven también le apuntó de inmediato, se reconocían entre ellos como el enemigo. Y como el enemigo que era, debía morir, pero solo eran unos jóvenes, no tenían más de trece años, no tenían más que sueños. Ambos tenían el dedo en el gatillo, dispuesto a disparar si el otro se movía. Podían escuchar sus latidos del corazón muy agitados, no eran valientes, estaban muy asustados, no habían ido jamás a la guerra, ni habían tenido jamás que apuntar un arma en su vida. El joven inglés bajó su arma, sabía que si el otro intentaba un movimiento extraño iba a disparar como lo había hecho solo unos minutos antes.


-¿Por qué tenemos que hacer esto? Solo somos unos chicos puedo apostar que tienen mi misma edad - el otro chico bajó su arma despacio y lo miró expectante, también dispararía de inmediato si algo no salia bien - ¿Hablas mi idioma? -


-Si - dijo apenas asintiendo con la cabeza, tenia un pronunciado acento al hablar, dilatando su decencia asiática- Solo tengo trece años, yo no quería venir pero me enlistaron, no tuve otra opción, yo no quiero estar aquí, solo quiero ir a casa - Steven comprendía todo, tampoco deseaba estar ahí, toda su vida había añorado la guerra y ahora solo que irá irse a casa -


-Soy Steven Crowford - extendió su mano, estaba manchado de tierra y bastante sucio, cosa normal para un joven y el otro chico vestía un traje rojo del ejército, con un casco negro, y sobre su cinturón la Katana de la familia, usada por su padre, y por su abuelo en la guerra -


-Jonshuan - dijo este sujetando de la mano al otro joven, era extraño, raro es la palabra precisa, pues sino podemos si no concordar de que no todos los días dos soldados enemigos hacen las pases, y peor aún, se quedan juntos para sobrevivir al lugar y volver a casa -



-Debemos buscar salir de este campo, cuando el automóvil en que venía pasó por la entrada pude ver que había un pueblo no muy lejos, creo que también ahí deben de estar los de tu ejército, solo así vamos a salvarnos así que debemos estar junto - Jonshuan asintió con la cabeza, era un chico muy tímido y era de esperar se - Busquemos un refugio, pronto va a llover - miró al cielo, las nubes eran grises, quizá el clima podía sentir el dolor y la tragedia, por eso se ponía a llover, era como un acto fúnebre para los muertos -



Los dos chicos caminaron por horas, con cuidado, prestando atención a todos los ruidos que se escuchaban en el denso bosque, entre la obscuridad, presas de miedo, de los animales que podrían matar les, serpientes, animales salvajes. Pronto encontraron un árbol alto y treparon, se sostuvieron en las ramas gruesas de un árbol, ahí pasarían la noche, solo ahí no serían vistos, no debían bajar por nada. A lo lejos se podía ver el humo, escuchar los sonidos de las armas, y algún incendio que ningún buen presagio daba, solo podían ser dos cosas, que los soldados montaran un campamento y estuviesen comiendo, imposible menos en medio de una guerra donde el enemigo te está casando, o podía significar que estaban quemando cuerpos, la pregunta era si de personas vivas o muertas.


Jonshuan era hijo de una prostituta y había vivido entre el humo del cigarro y colillas, para él no hubo ningún cuento antes de dormir, no sabia quien era su padre y no tenía hermanos. Vivía en un pequeño cuarto con su madre que se iba cada noche, y lo dejaba solo. Estaba más acostumbrado a la soledad que Steven, que había estado rodeado de buenos amigos, no todos se quedaban mucho tiempo y no todos iban a volver, pero nunca estuvo solo. Por las tardes después de la escuela, su abuelo lo recogía y caminaban en el lugar lleno de arboles de cerezos, le gustaba pisar las hojas mientras brincaba de la mano de su muy viejo abuelo. Nadie de los que fueron a la guerra había tenido una mala vida, cada quien tuvo y dio amor muy a su forma.



Fueron pasando los días y los dos chicos se las ingeniaron para sobrevivir y para no ser encontrados por ambos ejércitos, no tenían mucha agua más que la que aún tenía en la cantimplora Steven y habían comido un par de frutas que Jonshuan había recogido de camino a la estación militar. Era aún de tarde y el sol se estaba metiendo, llevaba cuatro días sin bajar de la copa del árbol y ya tenían las piernas algo entumidas, un par de fuegos artificiales retumbaron en el cielo y el destello de colores inundó el espacio, mientras muchos soldados gritaron eufóricos ¡La guerra terminó! ¡Los Rusos se rindieron! Podían ver a lo lejos a los dos ejercitos retornar cada quien por su lado, con tregua de solo irse a casa. Los chicos bajaron del árbol, sintiendo como sus piernas apenas tenían fuerzas para cambiar o mantenerse de pie. Habían tenido tiempo para conocerte y contarse historias, de lo que habían hecho en casa o lo que harían al volver. Ya estaba todo planeado. Se habían vuelto buenos amigos, cada uno había escuchado atento cada historia y se habían compartido la poca comida con la cual sobrevivieron tres días y medio, pero Steven no sabia de donde era Jonshuan. No había mayor prueba de amistad que esa, no haber disparado cuando se les presentó la oportunidad, aún cuando habían crecido con la idea de solo matar al enemigo, habían sido amigos, se habían ayudado el uno al otro para volver a casa después de todo, solo eran unos chicos y tenían una vida por delante.



-Jonshuan fue un placer conocerte y no voy a olvidar todos estos días - el joven no era de muchas palabras casi no lo había sido nunca - Eres el mejor Jonshuan, y agradezco que no me hayas matado, si algún día vas a Londres tienes un amigo que visitar -



-Te agradezco igual Steve espero que vuelvas con tu madre y comas un poco de su guisado especial - hizo una reverencia y poso su mirada al lado del chico, algo asustado -


-Vuelve a casa Jonshuan y no te olvides de mi por favor, siempre tendrás un bueno amigo en Inglaterra - Jonshuan, puso su mano en su Katana, y la desenfundó poco a poco sin apartar la vista a un costado del chico - ¿Jonshuan? - preguntó sin entender Steven - ¿Qué te sucede? Por fin podemos irnos a casa- estaba algo desesperado por ver como su acompañante sacaba su Katana de manera lenta y sin apartar su vista de él, Steven puso su mano cerca de su arma, dispuesto a disparar, habían pasado un gran momento juntos, habían tenido una tregua, y ahora el otro quería matarlo cuando por fin podían volver a asa, después de sobrevivir tres días en un árbol a nada de morir acribillados. Hasta que por fin el otro saco su Katana de golpe y se fue sobre su acompañante, Steven solo saco su arma de inmediato y le disparó, haciéndolo caer al suelo, herido, le había dado justo al corazón, sangraba sin parar, moriría en cualquier instante. No dejó de apuntarle a la cabeza por si intentaba otra maniobra, se acercó a él despacio, y Jonshuan solo apuntó con su dedo, lleno de sangre detrás de él -




-Una una serpiente - Steven volteó de inmediato y vio detrás suyo y alejándose por el estrepitoso disparo una víbora de cascabel, su amigo solo quería salvarlo de la letal picadura del animal, y este sin saber le disparó a su amigo hiriendo lo de muerte, se volvió hacia el joven y apretó un pedazo de su uniforme en su herida del pecho, sin poder contener sus lágrimas, llenando de nuevo sus manos de sangre, él se había equivocado y en su lugar había matado a su amigo, fue culpa de ambos, se sentía impotente de haber disparado, de no haber prestado atención, y ahora no había marcha atrás, había matado a su amigo -



-Por favor perdóname - dijo entre sollozos Steven - Perdona me yo no vi que solo querías advertirme, ¡perdóname! - se acercó para abrazar a su amigo, que dejaba su pesado cuerpo, que se liberaba después de todo de lo que aún le quedaba por vivir-




-Llévale mi Katana - hablaba con la dificultad resultante del disparo, que estaba carcomiendo sus entrañas - A mi abuelo y dile a mi madre que la quise a pasar de todo, no te preocupes, amigo - sus ojos se quedaron estáticos y su corazón se detuvo, ya había manchado de sangre la hierva, el agua aire fresco, y el tiempo con su existencia, reprochar no haría nada, pero que más podía hacer, sin saberlo ayudó a su amigo, que iba a vivir un probable infierno, su madre se había ido de casa aprovechando que él se había ido a la guerra, y su abuelo ya era muy viejo, al menos antes de morir tuvo la dicha de tener un amigo -


Steven se tiró a llorar como niño por varios minutos, sabía que debía irse tras los soldados que apenas llevan unos metros recorridos para así volver así a casa, eso hubiese querido Jonshuan, su muerte no debía ser ne vano. Limpio sus lagrimas pero no sus recuerdos, tomó el arma en sus manos y corrió tras los soldados. Los alcanzó unos minutos después, él no soltó el arma de sus manos, solo camino, volteando muy rara vez. Lo llevaron al hospital para ser atendido, y lo dejaron volver a casa después de unos días, cuanto sanaron sus heridas hechas después de los disparos, algunos arañazos. No sabia a donde llevar el arma,el chico nunca especificó donde venia, solo había mencionado el árbol de cerezos, y en la Katana había grabado un proverbio en japonés "hasta el viaje más largo, comienza con un solo paso", el niño apenas sabía de los enemigos, no sabia que su amigo no era chino, y no es motivo de reproche, solo quiso ir a la guerra, no saber de los guerreros, no quería saber de más fronteras que las de su hogar, no sabia de la escuela más que jugar en el recreo.
Steven volvió a casa con su madre, ella y no solo ella, si no los demás soldados que conocía y que lo vieron partir salieron a recibirle como el héroe que era, como un sobreviviente. Volvió a sus libros, volvió al jardín donde sembró un árbol, volvió a su bicicleta y a las calles lluviosas que lo llevaban a la escuela, creció, y pudo invitar a una chica a bailar, una chica que se volvió su esposa, con quien contrajo nupcias, nunca más se acercó a un campo militar y ya no fue obligado, vio a su madre envejecer, la ayudó con su trabajo y de hecho fue a la escuela de medicina en Manchester. Steven nunca supo a donde llevar el arma que le había dado su amigo en aquel bosque siniestro, y por un tiempo tampoco quiso pensar en ello, se sentía culpable y soñaba sus ojos, sus ojos estáticos, entre la guerra y las ganas de volver a casa. Steven siempre creyó que Jonshuan era de China, cosa incierta, puesto que no recordaba el detalle de los árboles de cerezo, hasta que un compañero suyo de desendencia japonesa que leyó el proverbio escrito en el metal resplandeciente que Steven puso en el lumbral de su casa, que supo de donde podía ser. Su esposa lo convenció años después, alguna primavera, de ir a Japón a buscar al abuelo de Jonshuan. Pusieron un anuncio en el periódico, y después de varios días el dueño apareció. Steven pudo entregar el arma que le había dado su amigo a su abuelo, justo como él se lo pidió, el hombre se alejó entre los árboles de cerezo, y le fue imposible no imaginarse a su amigo, caminando tomado de la mano de su abuelo, justo como solía hacerlo a sus once años, pisando las hojas y soñando un futuro, como deteniendo el tiempo, como si la guerra nunca hubiera tocado a su puerta, como si jamás hubiera ido a la guerra. Y peor aún, como si jamás hubiera muerto, intentando volver a casa.

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