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32.

JACE

El fondo del mar me da mucho miedo.

Me detengo frente al espejo y veo mis ojos rojos y las ojeras debajo de ellos. He llorado toda la noche, he dormido mal y he tenido una pesadilla que desgraciadamente ha resultado ser real.

Me siento vacío. Sin propósito.

—Jace, ¿estás listo?, ya nos tenemos que ir. —La voz de mi madre me saca de mis pensamientos.

Está en el umbral de la puerta, lleva un vestido negro. Para la ocasión

—Sí, pero pueden adelantarse, quiero estar solo un rato —digo, aún mirándome los ojos en el espejo.

— ¿Estás seguro de poder conducir? —pregunta esta vez mi papá.

—Sí, solo quiero estar solo. —Me sale la voz entrecortada.

—Está bien, nos vemos allá. Ten cuidado al conducir y, si te sientes mal, no dudes en detenerte y llamarnos —me aconseja mamá. Asiento y se acerca para darme un beso en la mejilla,

Los pasos alejándose y la puerta cerrándose me hacen saber que se han ido y me he quedado solo. ¿Qué hice para merecer este dolor? ¿Acaso hice todo mal? ¿No la amé lo suficiente? Ella se fue para siempre. Nunca podré volver a escuchar su preciosa voz, su sonora risa, no podré ver más sus ojos hermosos, sus besos, no volveré a abrazarla, nunca más podré tomarle la mano o limpiar sus lágrimas, llevarla a casa y ayudarla con su mochila, ya no, se acabó.

Camino por la habitación mirando el cuadro que me hizo. Pienso en su delicada forma de despedirse de mí. Me siento tan mal, quisiera que alguien me despertara de este horrible sueño. Dejo el cuadro a un lado y tomo nuestra foto del baile, la mejor noche de mi vida, nuestras sonrisas, ojalá se pudieran mantener así por toda una eternidad, pero es más que imposible.

Siento que no disfruté de su compañía lo suficiente.

Siempre creemos que no debemos dar todo de nosotros por miedo, pero no sabemos qué pasará al día siguiente, si esa persona nos seguirá queriendo, o si esa persona se quedará a nuestro lado.

Por ejemplo, yo esperé mucho para decirle lo que sentía, se lo dije indirectamente, pero ahora no podré estar frente a ella y decírselo. Pude decirle hace mucho tiempo, pero sentí que era muy apresurado, y tal vez lo era, aunque no habría perdido nada en decirle todo.

Dejo la foto en su lugar y voy hasta mi escritorio, tomo un papel, una pluma de gel color negro y comienzo a escribir. Unas cuantas lágrimas se escapan de mis ojos por cada palabra que escribo, la hoja se mancha.

Aquí me voy a despedir como se debe porque creo que no podré hacerlo luego.

Termino la carta y la doblo por la mitad para después ponerla en un sobre color amarillo. La meto en el bolsillo interno de mi saco, me levanto, me miro una última vez en el espejo y salgo de la habitación.

Bajo lentamente las escaleras y salgo de casa, subo al auto y coloco música, específicamente «Angel», de Kodaline.

Es hora de dejarla ir.

Conduzco por las calles de la ciudad mientras la canción describe muy bien la situación. Paso por el puesto de helados, donde Charlie y yo íbamos; la preparatoria, donde comenzó nuestro amor, mi lugar feliz que quise compartir con ella; y la secundaria, donde la conocí, hasta llegar al cementerio donde está.

El día está soleado y todo se ve muy feliz, y es obvio, ¿quién no estaría feliz de recibir a Charlie? Es un privilegio tener ahora quien pinte a detalle los cielos.

Después de conducir un poco distraído por fin llego al lugar, un enorme campo verde con miles de lápidas grises.

Detengo el auto junto a la acera y quito las llaves, tomo una bocanada de aire y luego lo suelto, abro la puerta y salgo del auto, meto las manos a mis bolsillos y camino hasta el espacio designado a Charlie. Hay una carpa color blanco y muchas personas vestidas de negro. Los gritos de la señora Dillar pidiéndole a su hija que vayan a casa juntas me quiebran. Dejando a un lado lo que hizo o no hizo, debe ser horrible perder a tu hijo y supongo que duele más al ser consciente de que hiciste muchas cosas mal.

Me detengo junto a Leo, me mira y me percato de que sus ojos están un poco rojos, trato de retener el nudo en mi garganta, pero me es imposible sostenerlo. Me abraza y es cuando me derrumbo.

—Lo siento, Jace —susurra dando unas pequeñas palmadas en mi espalda.

—Yo no quiero que me deje —sollozo sin poder evitarlo.

—No hay nada más que hacer, solo dejarla descansar. —Ken se une a nosotros. También tiene los ojos rojos.

—Gracias —susurro.

Me acerco a Daph, que está abrazando a Karl, está sollozando y no deja de mirar el ataúd hasta que estoy a su lado.

—Hola —murmura la chica, deja a su novio y me abraza.

—Hola.

—¿Cómo te sientes? —pregunta con la mirada fija en sus manos.

—Me duele el pecho, me siento horrible, acabado, incompleto, infeliz, triste, enojado. Tengo tantas emociones

—Me siento igual, no pude hacer nada por mi mejor amiga y eso me enoja mucho, estaba a tan solo dos minutos de llegar para poder verla y tocar su mano, solo a dos. Las dos íbamos a ir a Nueva York —solloza caminando y acurrucada contra mi pecho para llorar. Abrazo su cuerpo y la consuelo todo lo que puedo. Tan solo unos minutos en silencio la hacen calmarse y se separa de mí limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

—Siento mucho que no la pudieras ver.

Alza los hombros y aprieta los labios.

—No me queda más que el recuerdo. ¿Ya te has despedido de ella?

Niego.

—Eso es lo que quiero hacer

—Anda, mejor ahora que nunca.

Ojalá me hubiera dicho lo mismo hace unos días.

Me separo de ella y camino a paso lento entre las sillas hasta llegar al ataúd donde está ella. Comienzo a llorar silenciosamente cuando la veo, con los ojos cerrados, lista para irse y ser libre.

—Disfruta de tu tranquilidad

Saco la carta del bolsillo y la escondo para que nadie la tome. Donde quiera que ella esté la leerá.

—Tomen asiento por favor —pide el señor Hans por el micrófono.

Me separo de ella y tomo asiento en la segunda fila, mis amigos vienen a mi lado y se sientan.

—Estamos todos aquí reunidos para darle una buena despedida a mi princesa, nuestra Charlie. Mi niña alegre, entusiasta y creativa se fue de nuestro lado para pasar a una mejor vida. No saben lo mal que me siento al saber que el día que nos dio un regalo a mí y a mi familia lo hacía como acto de despedida. Cuando lo comprendí no paré de llorar y abrazar el cuadro que ella había pintado. A su alrededor pueden ver algunas de sus obras que tenía en su habitación. Uno de sus sueños siempre fue que apreciaran su arte, y obviamente se lo cumpliremos. No la olvidaré nunca, mi niña me dejó y eso nunca lo voy a superar, siempre estará en mi corazón, siempre —Su voz se corta y toma una bocanada de aire—. ¿Mary, quieres hablar? —le pregunta. La madre de Charlie hace una seña dando a entender que no va a poder hacerlo.

—¿Jace? —me llama. Me levanto y camino hasta él, lo abrazo y después tomo el micrófono.

Me tomo un segundo para poder retomar las fuerzas y hablar.

—Que les puedo decir, tengo tantos recuerdos de Charlie La conocí en secundaria, éramos buenos amigos hasta que se separó de nosotros, y realmente nunca entendimos el porqué. Después pasamos a preparatoria y estos últimos días comenzamos a retomar nuestra amistad, llegamos a creer que volveríamos a ser los cinco, pero al final quedamos nuevamente solo cuatro —Respiro y continúo hablando —Me enamoré de ella, nunca pensé que llegaría tan lejos, pero aun así lo hice. La ayudé, la apoyé y la hice feliz cuando lo necesitaba, sin dudarlo un segundo. La noticia me tiene roto. ¿Tienen idea de lo que es perder al amor de tu vida? Es horrible y no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Un día antes de todo, yo recibí una pintura como mis otros amigos creyendo que era un regalo, no una despedida; también dijo que tenía miedo, pero nunca creí que sería por esto —Hago una pausa—. Me arrepiento tanto de no haberme quedado con ella Dijo que me amaría hasta el último de sus días, y así fue. Y yo también le hice una promesa, le dije que la amaría por toda la eternidad, y así va a ser. —Trato de que mi voz suene bien—. Nunca le dije lo que sentía formalmente, y planeaba hacerlo este fin de semana, pero pero me gustaría decirle antes de que sea aún más tarde que es el amor de mi vida, la chica de mis sueños, la dueña de mi corazón y de todo mi ser. Te voy a amar siempre. Gracias por hacerme el chico más feliz, Charl. —La voz se me corta al final y no puedo evitar llorar. Ya no puedo hablar más.

Regreso a mi lugar y soy abrazado y consolado por Daph. No puedo más con este dolor.

Quiero gritarle al mundo, quiero ir con ella, quiero que vuelva. Me duele, me arde y me lastima mucho. Estoy arruinado, estoy bloqueado y ahogado en el fondo del mar.

Es injusto, ella no merecía esto

Mis lamentos no han parado, y mis pensamientos nublados siguen de un lado a otro en mi cabeza. Ha pasado una hora exactamente y el padre de Charlie se acerca al micrófono de nuevo. Limpia sus lágrimas y luego vuelve a hablar.

—Te extrañaremos, tus sonrisas, tu risa, tus bellos ojos y tu arte, pero es hora de dejarte ir.

No, no estoy listo.

—Te amo y te amaré por toda la eternidad, Charlie —susurro desde mi lugar.

Comienzan a bajar su cuerpo en el ataúd lentamente, hasta que cada vez es más difícil verlo. Me duele, me duele hasta el último centímetro de mi corazón, duele mucho.

Los gritos y sollozos de los padres de Charl me parten el alma, mis amigos lloran, y yo... yo me desmorono poco a poco conforme su cuerpo se va yendo. Me siento tan mal, ella se fue y no volverá a mi vida para hacerme feliz, ya no hay nadie que me ame hasta el último de sus días, esa persona se ha ido y me ha abandonado. Pero eso no es todo, me quedo con la felicidad de que hice que se sintiera feliz sus últimos días, cumplí uno de sus sueños y eso me tranquiliza un poco.

Comienzan a echar sobre el ataúd la tierra y a igualarla. Aunque ahora su lugar se ve igual que todos, siempre habrá algo que lo diferencie del resto; ella nunca será igual que nadie, era peculiar y siempre será así.

Se acabó. Siento como todo se apaga para mí, no creo poder volver a ser feliz. Ella se ha llevado toda mi felicidad. Todos nos quedamos unos segundos mirando al lugar donde ahora está.

Siento mis piernas flaquear y todo yo romperme; me siento en una silla y comienzo a llorar de manera ruidosa, lloro con todo el dolor que tengo acumulado.

Mis tres amigos se acercan y se ponen en cuclillas frente a mí.

—No voy a poder, no puede haberse ido —digo entre sollozos.

—Jace, todo estará bien, estaremos para ti todo el tiempo, apoyándote para que salgas adelante —murmura Leo poniendo una de sus manos en mi hombro.

Niego mientras escondo mi rostro en mis manos.

—No, no podré. Se lo juro, no voy a poder.

Ya no me dicen nada, y es que no hay nada que decir, y prefiero que sea así. No quiero que me digan cosas como que conoceré a alguien, porque eso no pasará, y si pasa no creo que sea hasta después de mucho tiempo.

Después de un rato cuando la gente se comienza a ir, incluyendo sus padres que aún se hunden en lágrimas. El personal de la funeraria comienza a llevarse las cosas hasta que no queda nada ni nadie, solo nosotros cinco.

—Charlie siempre quiso tener una galería con sus pinturas cuando ella se fuera —murmura Daphne—. Cuando yo me vaya, quiero que las únicas flores que me lleven sean tulipanes amarillos.

—Cuando yo me vaya, todos deben comer pastel de chocolate en mi honor. Y ustedes en cada aniversario —le sigue Leo.

—Y yo quiero que ustedes lleven un jersey mío. ¿Y tú Jace? —sigue Ken.

—Yo quiero que mis tres mejores amigos me escriban una carta. Porque sé que la voy a poder leer

Un gran silencio nos atraviesa. El primero en hablar es Leo.

—Vamos, Jace, hay que descansar.

—Me quedaré un rato.

—¿Seguro? —pregunta Ken.

Asiento lentamente. Ellos me miran y se alejan. Cuando finalmente ya no los veo, caigo en la cuenta de que solo quedamos nosotros dos.

Miro la lápida y me siento a un lado de ella, justo en el pasto. Suelto un suspiro y la miro.

—No estoy enojado —susurro—. Evidentemente, no puedo decir que estoy cien por cien feliz, pero al menos ahora eres libre y estarás tranquila. Estoy seguro de que no te voy a superar nunca, eres la chica de mis sueños, la dueña de mi corazón. Nunca te dije lo que sentía, no creo que no te dieras cuenta, pero me hubiera encantado decírtelo frente a frente, en aquel balcón que pensaba reservar para decírtelo y hacerte la pregunta importante. Solo faltaban unos días, tres días, pero está bien. ¿Quién dice que no puedo hacerlo ahora? —digo en un tono bajo.

Dejo pasar un gran silencio, esperando poder calmar mi respiración.

—Te amo, me encantas, me pareces perfecta, me gustas —Suspiro—. Para mí eres y serás la mujer más preciosa de todas. Cada vez que te veo se me acelera el corazón y siento mariposas en el estómago, mis ojos brillan y mis pupilas se dilatan tanto que casi cubren todo el color café de mis ojos. Estoy seguro de que el día soñado de mi declaración hubieras estado hermosa, como todos los días.

Me quedo mirando al suelo unos segundos, siento las lágrimas recorrer mis mejillas.

—Te dije que no usaría un traje en mucho tiempo, y me dijiste que me harías usarlo. —Me cubro el rostro con las manos y suelto un llanto pesado.

Después de un rato alzo la mirada y me levanto del suelo, sacudo mi pantalón y miro la tumba de Charl.

—Ahora te entiendo, ya sé qué es sentir un vacío en el pecho, ya comprendo el miedo que tenías a la soledad, y darte cuenta de que no tienes a nadie. Te amo, vuela libre y feliz, pero, sobre todo, demuéstrales que eres el arte en persona. Te amo Charlie, te amaré siempre y para siempre, por toda la eternidad.

Comienzo a caminar hacia mi auto. La noche se está acercando y ya es hora de regresar a casa y dejarla ir; solo en espíritu, pero nunca de mi corazón.

Voy conduciendo con un poco más de tranquilidad, porque acabo de hablar con ella y decirle lo que siento. No es lo que me hubiera gustado que pasara, pero al menos ahora lo sabe.

Y eso es lo más importante. Que lo sepa.

Pasan unos cuantos minutos hasta que llego a casa. Las luces están apagadas; supongo que mis padres están dormidos o simplemente en su habitación. Entro a casa y voy a la cocina, que es de donde viene la única luz encendida. Espero encontrar a uno de mis padres, pero no están. Solo hay un pequeño plato en la isla con una rebanada de pastel de chocolate y un minitenedor acompañándolo.

A fin de cuentas, mi madre ha cumplido su promesa, le ha hecho el pastel cuando ha salido del hospital.

Sonrío ligeramente y lo tomo. Me dirijo al patio, donde me siento debajo de aquel árbol grande. Me recuesto en el pasto y pongo el pastel a mi lado. Me quedo mirando las estrellas. Hay una en particular que brilla más que las otras, sé que es mi Charlie, mi Evangeline, tal como en su película favorita.

Mírenla el cielo encender, mi bella Evangeline.

Suelto un suspiro y tomo mi celular de mi bolsillo. Entro a la aplicación de música y selecciono nuestra canción. Pongo el celular al lado del pastel y escucho la canción sin apartar la mirada de la brillante estrella. Las lágrimas brotan y el llanto hace que mi cuerpo tiemble a cada sollozo. Me duele mucho su muerte.

—Perdóname, perdóname por no haber llegado, por no haberte llamado o enviado un mensaje, perdón por no poder detener tus pensamientos, o no haberte dado el suficiente amor para llenar el vacío que te dejaron tus padres. Por favor, perdóname —Me cubro el rostro con las manos y lloro desconsolado sintiendo mi pecho subir y bajar.

Y ahí estoy, escuchando nuestra canción bajo la luz de la luna y las estrellas. Solo.

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