16.
CHARLIE
El día en la escuela ha sido bastante raro. Lo he pasado con Jace y Daphne, pero no estaba del todo cómoda, porque no me sentía bien conmigo. Fingí sonrisas y ligeras risas; a sus ojos era una persona feliz, pero por dentro mis pensamientos parecían petardos explotando en mi cabeza.
Me siento muy mala persona por fingir de esa manera cuando hemos decidido comenzar de cero. Y con Jace es peor, él solo ha hecho cosas lindas por mí y yo le pago de esta forma Fingiendo.
El camino a mi casa ha sido aterrador. He tenido que andar, ya que el autobús se ha ido cuando yo salía de la extracurricular. Pensé que me iba a tranquilizar al caminar en silencio, pero eso solo lo ha empeorado todo. Los rasguños de mis manos han continuado con cada paso y cada pensamiento. No estaba muy segura de si intentar que mi madre comprendiera mi situación, y es que quiero mejorar. Porque por más que ella me rompa, no la puedo odiar para siempre, porque es mi mamá, ha hecho muchas cosas por mí, y no puedo ser tan desconsiderada.
Esas palabras son suyas, no mías.
Abro la puerta de casa. Por el silencio que hay es fácil escuchar cualquier ruido, y el tecleo que resuena por todas partes me hace saber que mi madre está en casa. ¿Es buena idea hablar con ella?
—Hola, mamá —saludo sin apenas mirarla. Está sentada en el comedor con su computadora enfrente. Levanta la mirada y luego la regresa a la pantalla.
—Hola.
—¿Qué haces? —pregunto por lo bajo sin sentarme y me mantengo a una distancia razonable. Solo estoy intentando relajar el ambiente.
Voltea a verme, cansada, durante unos segundos y luego fija su atención en la pantalla.
—¿No es obvio? Trabajo para pagar cuentas.
Me quedo mirándola en silencio. No sé si soltarlo de golpe o introducir el tema poco a poco, pero no creo que esté de humor para hacer la plática muy extensa, así que lo soltaré de golpe.
—Mamá —murmuro mientras me acerco hacia ella. Me paro y me quedo detrás de una de las sillas del comedor que está a un lado—. Mamá —le vuelvo a decir al ver que la primera vez ni se ha inmutado.
—¿Qué quieres, Charlie? ¿No ves que estoy trabajando? —Voltea a verme con exasperación moviendo sus manos frente a la computadora—. ¡Habla! — grita con exasperación.
Me quedo en silencio un poco asustada por su eminente enojo. No tengo ni idea de cómo cree que podría hablarle de mis cosas cuando con un simple saludo se enoja de esta manera. Tal vez no he debido molestarla cuando estaba trabajando.
—¡Rápido!
—Pues yo Te quería decir que estoy yendo al psicólogo con más frecuencia. Es la señorita Ámbar.
—¿Y?
—Pues creí que sería bueno que lo supieras. Ella me ha lo ha dicho y me ha ayudado con cosas, ya sabes, sobre mis problemas que
—¿Qué problemas? —pregunta, desafortunadamente no de una forma preocupada, sino burlona.
—Son problemas muy comunes en el mundo, sobre todo en personas de mi edad, que se dan por diferentes situaciones
—¿Qué problemas van a tener las personas de tu edad, si son mocosos cuya mayor preocupación es aprobar un examen? No seas exagerada, yo creo que esa señorita Ámbar te está lavando la cabeza.
Me quedo callada ante sus palabras hirientes. Si ella supiera lo que pasa por mi cabeza día a día, lo que siente mi corazón, cómo mi cuerpo a veces quema por dentro de la ansiedad, o cómo mis manos arden con cada rasguño
—No son problemas de cosas materiales, son emocionales.
—¿Romance? Por favor, Charlie, tengo mejores cosas que hacer que escucharte lamentar por un chico. Tengo que terminar mi trabajo y además asistir a una reunión con mi abogado. Así que, si solo vas a hablar tonterías que una señora loca te va a meter a la cabeza, vete de aquí.
—Pero es que
—Vete.
—Mamá necesito tu
—Estoy ocupada, de verdad vete.
Apoyo.
Sin posibilidades de hablar con ella y explicarle mi situación, me doy media vuelta y salgo de allí. Un poco angustiada voy hasta las escaleras y comienzo a subirlas con lentitud. Al llegar al final me doy la vuelta y miro todos los escalones y la gran altura que hay del segundo piso hasta el primero, es demasiada, tanta que me haría varias lesiones con facilidad.
Tomo una bocanada de aire y trato de disipar esa idea de mi cabeza. Solo voy hasta mi habitación y cierro la puerta tras de mí. Delante del largo espejo que hay en un rincón me miro de pies a cabeza en silencio. Cuando llego arriba observo mi rostro, que ha sido falso durante todo el día; luego me concentro en las manos, que además de tener rasguños por todos lados tiemblan sin parar. Trato de mil maneras de detener el temblor, pero me es imposible, y eso me frustra mucho, porque no soy capaz de dejar pasar las cosas para que no me importen, o simplemente no tomarlas tan a pecho. Si así fuera, yo no estaría viviendo esta vida de mierda, yo no estaría pasando por esto, no tendría que ir al maldito psicólogo escolar, no tendría que tomar medicinas. ¡No tendría que vivir!
—¡Te odio! —me grito, enojada y con rencor en el espejo. Tomo un vaso de madera con algunos pinceles y lo lanzo hacia la pared con frustración, luego un libro, un bote de pintura, las almohadas y lápices. Y podría haber seguido de no ser porque mi madre ha entrado abruptamente en mi habitación; al instante me quedo inmóvil e intento controlar mi respiración.
—¡Qué te ocurre! —grita, enojada, mirando el desastre que hay a nuestro alrededor—. ¡Estás loca! ¡Qué mierda pasa por tu cabeza! —La miro asustada y miro el desastre, como si acabara de salir de un shock o un trance.
—No pensé
—Exacto, no piensas, solo actúas como una niña. Despierta de tu mundo, eres una persona adulta, madura, piensa antes de actuar. Definitivamente, esa señora con la que fuiste te está influenciando. Me voy a ir de aquí y espero que comiences a limpiar todo este desastre, y también que mejores tu actitud de niña malcriada. —Se gira y sale dando un portazo. Me quedo parada, y mis manos tiemblan más que antes.
De verdad que no he pensado, solo he sentido un impulso, un enorme odio dentro de mí que me ha sido imposible controlar. Aunque quiero llorar por lo ocurrido, tengo que admitir que por un momento me he sentido muy bien. He liberado energía mala, pero tan solo me ha durado un rato. Hubiera preferido que mi mamá no hubiera entrado, porque me hubiera calmado sola.
Me siento en la cama y suspiro mirando el suelo y el desastre. Me dejo caer hacia atrás centrando toda mi atención en el techo vacío. Todo ese espacio en blanco me hace pensar en mis acciones. Tal vez mi madre tenga razón.
¿He exagerado?
¿He actuado como una niña malcriada?
Me cubro el rostro con ambas manos para evitar llorar por lo ocurrido. Y es peor cuando recuerdo que solo quería que ella lo supiera, que habláramos y tuviéramos la mínima muestra de confianza.
Solo quiero olvidarme de este momento, y no solo de esto, de todo este día. Sin duda, me he sentido como atrapada en una jaula con miles de personas a mi alrededor mirándome y yo sin saber qué hacer hasta colapsar.
Ha sido de los peores días de mi vida. Y tarde o temprano vendrá otro peor.
Me acomodo en la cama de lado sobre uno de mis brazos, acurrucándome y abrazando una almohada, saco mi celular de mi bolsillo trasero y lo dejo a un lado. No quiero saber nada más del mundo y sus alrededores, no quiero ver a la gente ni sus sonrisas, nada, no cuando yo me siento tan mal. Al pasar los segundos, mis ojos se van cerrando hasta que caigo en una gran nube de tranquilidad.
Ojalá estuviera ahí siempre.
La verdad es que no sé cuántas horas han pasado después de que mis ojos se cerraran. Tan solo he despertado y ya era de noche; las nueve, tal vez. Me quedo un momento mirando el techo, sin pensar ni hacer nada, solo estando aquí y disfrutando mi breve momento de tranquilidad. Sin embargo, la tranquilidad se esfuma cuando una notificación llega a mi teléfono, iluminando toda mi habitación.
Suelto un suspiro y tomo el teléfono entre mis manos. Cuando la pantalla está frente a mis ojos, la luz me ciega ligeramente hasta que me acostumbro a ella y veo con más claridad. Son dos mensajes de Daphne y varios de Jace, no sé sobre qué van, ya que no los quiero abrir. No tengo la energía ni para socializar por mensaje, no quiero crear ni fingir felicidad otra vez. Al menos no este día. Así que dejo el celular a un lado y vuelvo a acurrucarme contra la almohada.
No sé con exactitud lo que siento, pero no quiero sentirlo más.
Solo quisiera que en el mundo se abriera ahora mismo un gran hoyo y me tragara para no tener que ver a nadie más, y que ellos no me vieran tampoco, porque de esa manera todo sería mucho más fácil
Dos golpes en mi puerta me alertan y levanto ligeramente la cabeza, pero vuelvo a mi anterior posición cuando recuerdo que solo estamos mi madre y yo en casa, y si quiere entrar y gritonear que lo haga
—Hola, ¿puedo pasar?
Definitivamente, esta no es la voz de mi mamá. Me incorporo al instante y me siento en la cama mirando a la puerta e imaginado a la persona que hay detrás de la puerta a medio abrir.
—Sí, sí puedes. ¿Qué haces aquí, Jace? —pregunto, sorprendida al verlo aquí.
—Lo siento si te parece un poco raro que me presente así; tu mamá me ha dejado entrar
Y yo soy un completo desastre, y no solo yo, mi habitación también. No puedo dejar que me vea así, pero ya es demasiado tarde para evitarlo. Al decirle que pasara, no he pensado en mi aspecto.
Cuando está completamente dentro de la habitación, intenta no mirar alrededor, pero con tanto desastre es imposible no hacerlo. Mira el suelo, el escritorio, mi cama y, finalmente, a mí. Todo con una cara seria e incómodo, aunque trata de ocultar ese semblante una vez que está ante mí.
—No finjas sonreír, lo haces fatal —musito con pena sin levantarme de la cama.
Camina esquivando todo lo que está tirado en el suelo y llega hasta el extremo de mi cama, me mira serio y con las manos en la espalda, como si estuviera a disgusto o encerrado aquí involuntariamente.
—¿Me puedo sentar?
—Claro.
Aparta algunas almohadas y cobijas para poder hacerse un espacio entre todo el caos, se acomoda y me mira con una sonrisilla de boca cerrada.
—Perdón por llegar sin avisar.
—No pasa nada, solo estoy en un mal momento
Como desde hace cuatro años
—Te he mandado varios mensajes. En los últimos te preguntaba si querías salir conmigo a dar una vuelta por un parque de aquí cerca, pero, como no has respondido, he supuesto que sería buena idea venir y decírtelo en persona, pero quizá me he equivocado
—Es que estaba dormida, acabo de despertarme y estoy muy cansada como para salir, lo siento mucho Jace.
—No pasa nada, no es una obligación. —Me sonríe para no hacerme sentir mal, supongo.
—Y perdón por el desorden
—Tal vez suene mal, pero esperaba la habitación más ordenada del condado tratándose de ti.
—Estaba medio ordenada cuando he llegado de la escuela, es que he tenido una pelea con mi madre —termino la frase en un susurro sin mirarlo a los ojos.
El silencio se apodera de la habitación. Siento mi corazón latir rápido por toda esta situación, porque no sé si después de verme así va a querer seguir con nuestra amistad; si va a sentir la suficiente pena como para no quererme hablar ya o siquiera mirarme. Y de verdad no quiero que eso pase.
—¿Y está todo bien? ¿Estás bien?
Asiento sin mirarlo.
—Puedes mirarme a los ojos y decirlo de nuevo —susurra con delicadeza, no tanto como una orden dominante, sino como algo tierno, como si de verdad quisiera asegurarse de que mi respuesta es verdadera.
Levanto lentamente mi rostro hasta que está frente al suyo, trago en seco al sentir su fuerte mirada sobre mi escuálida persona, trato de sonreír para asentir a su anterior pregunta, pero por más que intento componer ese gesto me es imposible. Solo puedo mirar sus ojos comprensivos y preocupados, solo puedo recordar todo lo que ya le he mentido, y se me apachurra el corazón al pensar en volver a hacerlo. Mis ojos se llenan de lágrimas repentinamente y sorbo por la nariz.
Él no dice nada sobre la situación, continúa mirándome.
—Perdón —alcanzo a decir antes de comenzar a llorar frente a él.
—¿Por qué? No quería hacerte llorar, perdóname tú a mí.
—No, perdóname por haber fingido todo este día.
Quita con delicadeza mis manos de mi rostro y las envuelve con las suyas.
—Fingir ¿qué?
—Fingir todo, mis risas, sonrisas, mi alegría, todo. Perdóname por haberte mentido hoy. La verdad es que desde un principio ha sido un asco, pero tu estabas tan feliz que no quise decirte nada, así que solo he fingido estar bien y he vuelto un poco mal a casa —le explico, bastante alterada, sintiendo mis manos temblar aunque sus manos ejercen fuerza para tratar de evitarlo—. Mi madre me ha hecho sentir mal. Cuando he subido aquí, he tenido un arranque de ira y he montado todo este desastre. Perdón por no haber sido capaz de controlarme y haberte mentido.
—No tienes que pedirme perdón, son cosas que no se pueden controlar muchas veces, y no me importa que hayas fingido. Sé a la perfección que no estás en el mejor momento. Ya ha pasado antes. Si te sientes triste, solo dímelo y te ayudaré escuchándote, dándote un consejo o un abrazo.
Sin darme tiempo de hablar o reaccionar, me abraza y yo escondo mi rostro en su cuello.
—No ha sido el mejor día, no he actuado muy bien.
—No pasa nada, olvidémoslo. ¿Estás bien?
—Ahora un poco mejor.
—Es un avance.
Nos quedamos juntos solo unos minutos más, abrazados, acurrucados, sintiendo nuestros cuerpos y respiraciones relajados. No quisiera soltarlo nunca.
—Los rasguños en tus manos te los ha hecho ella o —murmura en medio del abrazo.
Creí que me había librado de que me dijese nada porque no los había notado, pero ya veo que me he equivocado. Deshago el abrazo y dejo las manos sobre las suyas mirando los rasguños.
—Me los hice yo —confieso.
—¿Y te duelen?
—No, los hice por nervios y desesperación.
Toma una de mis manos y la examina, con sus pulgares acaricia los rasguños a lo largo de mi dorso. Justo después sube hasta mi muñeca siguiendo los pocos que hay en esa zona. De inmediato retiro mi mano antes de que descubra las otras marcas, que obviamente no han sido hechas por mis uñas. No quiero que descubra esa parte de mí.
—Perdón —se disculpa con una sonrisa avergonzada—. ¿Qué te parece si los limpiamos? —Hago una mueca—. ¿No?
Niego.
—Entonces ¿quieres que me vaya?
—Quiero que te acuestes aquí a mi lado y me hagas compañía.
Me hago a un lado y le dejo espacio, se acerca con una sonrisa y se recuesta con los pies fuera de la cama porque lleva zapatos.
—Puedes quitarte los zapatos. ¿O te huelen los pies a quesito?
—No me huelen los pies a queso. —Se quita los zapatos y sube los pies a la cama, sobre las cobijas. Nuestros hombros se tocan y nuestras manos se rozan, como aquella noche bajo la luz de la luna, solo que ahora estamos bajo mi blanco techo en una estrecha cama rodeados de desorden.
—¿Te puedo abrazar? —pregunto.
Resopla y lo escucho balbucear.
—Sí, creo. Claro —alcanza a decir.
Me giro un poco y rodeo con uno de mis brazos su abdomen. Siento que se tensa ligeramente, pero una vez pongo mi cabeza sobre su pecho se relaja. Con uno de sus brazos me acerca más a él y deja su mano sobre mi espalda. No creí que pasaría del peor momento de mi vida al más romántico. Aunque mi cuerpo, mi alma y mi mente siguen un poco apagados y deprimidos por todo lo anterior, mi corazón está sumamente acelerado desde que Jace está aquí, y ahora más con este abrazo. Mi yo de hace años no imaginaria estar así con el chico que creí ser todos los superhéroes del mundo.
—Me incomoda mucho el contacto físico, no lo recibo muy a menudo, pero contigo me siento segura —confieso en un susurro.
—Cuando sientas que estás por los suelos, quiero que recuerdes todos los momentos que hemos compartido, piensa que yo soy el fan número uno de tu arte, una clase de psicólogo no cualificado cuando se trate de problemas. —Rio un poco y él me abraza más fuerte—. Piensa que yo siempre estaré para ti, siempre te voy a ayudar en todo, sin importar el día, ni la hora, ni el año, tampoco el desorden o la situación, yo siempre voy a cuidarte y a quererte.
—Eres una persona tan maravillosa, Jace Grey
Definitivamente, todas las mujeres merecemos un chico como el que estoy abrazando, merecemos ser escuchadas y comprendidas, queridas y amadas, que cada vez que estemos al lado de ese hombre nos sintamos seguras y no temerosas. Merecemos lo mejor al dar lo mejor. Aunque yo no le estoy dando todo de mí, lo estoy intentando con todas mis fuerzas
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro