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11.

JACE

¿Que si quería besarla? ¡Obviamente sí!

Pero a pesar de mis ganas, no era lo correcto, al menos no entonces, cuando, aunque ya estaba más tranquila e incluso riendo un poco, seguía vulnerable. No se está de un segundo a otro totalmente tranquilo después de contar con toda la confianza los problemas que atormentan tu vida. Así que por eso la dejé hacer sus preguntas con libertad, porque sabía que se iba a distraer, pero nunca pensé que ese momento podría acabar en un beso, uno que de verdad yo ansiaba.

No le he mencionado esto a nadie, ni siquiera a Daphne o mi madre, que son mis más fieles confidentes. No quiero que pregunten porque tendría que explicar por qué la he abrazado, y no quiero romper ese lazo de confianza que hemos creado aunque sea pequeño.

Pero lo que sí estoy dispuesto a contar es que somos amigos de nuevo.

—Es genial —dice Ken mientras corre a mi lado—. Cuando eres amigo de alguien quiere decir que esa persona te considera como su hermano.

—Uh, no quiero ser como su hermano.

—Sí, no es sano que te guste y utilicemos la palabra hermano. Como sea, hay seguridad entre los dos.

—Lo sé, aunque no es una seguridad total, vamos a paso de hormiga.

—De hormiga o elefante, pero que sean firmes.

No daré un paso en falso, no con tanto avance.

—¡Evans! —El grito del entrenador nos hace mirar con pena en dirección a Leo, que viene de puntillas tratando de colarse en el grupo sin ser visto tras saltarse las vueltas obligatorias.

—Entrenador.

—¿Crees que puedes llegar tarde a mi entrenamiento cuando tenemos un juego a la vuelta de la esquina? —grita. Está evidentemente enojado. Terminamos las diez vueltas y llegamos donde está el profesor. Queremos chismosear el regaño. Leo camina tranquilo hasta nosotros, pero sé que por dentro no quiere estar cara a cara con el entrenador.

—Pasos largos, Evans —exige el entrenador.

—Dígame, entrenador.

—Dime tú por qué has tomado la decisión de llegar tarde.

—Dolor de estómago.

—Muéstrame la nota de la enfermera.

—No me la dio.

—La llamaré entonces.

El profesor saca su celular, pero Leo lo detiene de inmediato.

—De acuerdo, le he mentido. La realidad es que he llegado tarde porque estaba con una chica, no haciendo cosas malas, estábamos

—¿Copulando? —susurra el entrenador.

—¡No! Le dije que no estábamos haciendo nada malo.

—Suéltalo, Evans. Me imagino los peores escenarios para los chicos con las hormonas alborotadas a tope.

—Solo le estaba haciendo la propuesta del baile a la chica que me gusta.

El profesor le mira directamente a los ojos y luego suelta una carcajada estruendosa. Con toda la confianza el resto del equipo se une a la carcajada, pero nos detenemos de golpe cuando grita el entrenador.

—¡¿Creen que es gracioso perder un juego por una chica?!

—Claro, podría pasar toda mi vida con ella gracias a la invitación del baile — responde Leo, enfadado.

Ken y yo agachamos la cabeza al escucharlo. A este paso, no llegará vivo al baile.

—Evans, soy compasivo contigo por la única razón de que estás enamorado y en este momento piensas con el corazón y no con la cabeza.

—¿Me dejará jugar entonces?

—Te dejaré jugar porque te necesito en el campo, pero más vale que comiences a correr ahora mismo quince vueltas si no quieres pasar tu noche de baile limpiando el equipo de todos los jugadores.

Leo sonríe y se acerca para tomarlo de la cabeza y darle un beso en la gorra. Hace meses que el entrenador no la lava, ¡puaj! Tal es su felicidad por no haber muerto. Esperemos que no lo maten las bacterias.

Los tres nos sentamos en la encimera de la isla de mi casa. Cada uno toma una taza de chocolate caliente que nos ha hecho mi madre y damos un sorbo a la vez. Suspiramos al sentir el líquido calentar nuestras gargantas.

—¿Por qué no nos contaste lo de tu propuesta? Dijiste que irían a un restaurante —pregunto a Leo.

—No quería que estuvieran presentes.

—Pudimos grabar algo o darte ánimos —comento.

—No, porque me molestarían por ser un Jace.

¿Qué?

—Tienes razón, eres astuto, Leíto. —Ken lo señala con la taza.

—¿Qué mierda es un Jace?

—Un idiota enamorado, lo llamamos así. ¿No lo sabías?

—Así que soy un idiota enamorado

Entornan los ojos.

—Muy bien, estoy enamorado, pero no idiota. En realidad estoy avanzando muchísimo.

—Lo notamos, casualmente ninguno entró a primera hora, ni a la segunda, o a la tercera —dice Ken, y vuelve a tomar un poco de chocolate.

—Solo hablábamos, nada más.

—¿Y de qué han hablado?

—De cosas que no les incumben.

—¿Besos? —pregunta Leo con picardía.

—No, Leo. ¿Tú llegaste tarde por estar copulando? —bromeo repitiendo las palabras del entrenador.

—Casi me muero de vergüenza en ese momento, pero también de miedo.

—Gracias a ti ahora sé que no haré mi propuesta en el día de entrenamiento.

—¿Ya planeaste todo? —pregunto a Ken.

Bebe chocolate y asiente.

—Mi madre me sugirió que lo haga lo más pronto posible.

—¿Por qué?

—Porque la búsqueda de trajes es fácil para nosotros, pero la búsqueda para las chicas es muy larga. Cuanto más tiempo tengan, más cómodo es para ellas; así no se sienten presionadas. Consejo de mi mamá, que siempre tiene razón.

Cuanto más rápido mejor

Desde que mis amigos se han ido a sus casas, no he podido dejar de pensar en lo que Ken ha dicho: «Lo más pronto posible». Tal vez su mamá tiene razón y es mejor planificar con la seguridad de algunas semanas de antelación. Pero ¿yo tengo la seguridad de no ser rechazado? Aun me da un poco de miedo que sea muy rápido para ella, que piense que estoy tomando confianza demasiado rápido. Tal vez tenga que consultar con mi madre, como dijo mi amigo, ellas siempre tienen la razón.

—¡Mamá! —grito sin levantarme del sofá en el que he estado pensativo toda la tarde. Escucho pasos en las escaleras, pero no me giro, sé que es ella.

—No grites en casa Jace, manda un mensaje o ve hasta donde esté yo.

—Lo siento —murmuro.

Se sienta a mi lado y acaricia mi cabello mirándome preocupada.

—¿Por qué mi Jaceito está triste?

—Sabes que odio que me digas Jaceito, y no estoy triste, tal vez un poco confundido y preocupado.

—Algún día te gustará tu apodo. ¿A qué se debe tu preocupación?

—Leo y Ken ya tienen pareja para el baile. La señora Fallon dijo que cuanto más pronto la consiguieran mejor, por todo eso de los vestidos y los trajes del baile.

—¿Te preocupa no tener un traje a tiempo?

—No, mamá. Quiero ir al baile con Charlie, eso me preocupa.

—Pídeselo, dijiste que hablaban.

—Es que a veces siento que tenemos la suficiente confianza y luego siento que aún no estamos a ese nivel.

—Te puedes arriesgar hijo, hagamos una lista de pros y contras.

Sí, quizá eso ayude.

—Pro: somos amigos de nuevo oficialmente.

—Eso es perfecto.

—Contra: que piense que soy confianzudo. Con eso me basta para darme por vencido. —Volteo a verla con una sonrisa fingida.

—No, hijo, vamos, esfuérzate.

—Bien. —Comienzo a pensar en algo coherente para finalmente decir—: Forjamos nuestro lazo, la confianza será exorbitante, estaríamos juntos por mucho tiempo, puede ser que demos un paso más allá de la amistad.

—Es suficiente con eso, no pienses más contras, no te atormentes, Jace.

Suelto un suspiro pesado y giro un poco mi cuerpo para acurrucarme con mi mamá.

—No tenía tanto miedo hace unos días, pero luego un chico le hizo una propuesta y lo rechazó frente a toda la escuela. Ahora no estoy seguro.

—Creo que ellos no tienen lo que ustedes.

—No tenían nada; él supuso que ella le aceptaría.

—Ahí está, hay muchas probabilidades de que te acepte. Además, no pensará necesariamente que ir al baile es automáticamente formalizar, pueden ir como buenos amigos sin perder su amistad. No creo que ella piense que tengas exceso de confianza.

Mi madre tiene razón, debo dejar la paranoia. Las cosas pasan por algo. Si me rechaza, tendré que aceptarlo y vivir con ello. Será su decisión y la respetaré. No voy a ocultarme más detrás de mi miedo.

Y justo ahora recuerdo lo que Charlie me dijo en la heladería.

«Por ejemplo tú, iría contigo porque hemos comenzado a hablar de nuevo, y no me resulta incómodo».

Pero qué idiota, me lo ha gritado a la cara

—¿Me ayudas con la propuesta?

—Por supuesto Jace. ¿Qué quieres hacer?

Algo relacionado con el arte. Definitivamente, tiene que ser algo que le guste lo suficiente para recordarlo por mucho tiempo, algo que le haga sentirse cómoda y conectada con la propuesta. Nada mejor para ella que una pintura, tal vez me inspire en Van Gogh. La adrenalina que está generando mi cuerpo por la seguridad que estoy teniendo me hace cosquillas. Quiero idear todo antes de tener un episodio más de ligera paranoia que me haga echarme para atrás.

Una semana después

Enero está a punto de acabar y mi madre y yo hemos estado trabajando muy duro en la propuesta del baile. Hemos pasado largas noches pintando. Mamá me ha estado guiando, pero me ha dejado hacer todo solo, porque de eso se trata. Aunque el lienzo está un poco feo, lo que cuenta es el sentimiento con el que lo he pintado.

Durante toda la semana Charlie y yo hemos estado muy unidos. Hemos pasamos cada receso juntos; unas veces en las gradas, otras en la cafetería o sentados en el pasillo observando a la gente. Nos divertimos bastante hablando de cosas tontas, casi siempre ella saca los temas, y en cuanto termina uno empieza el otro con rapidez. Sé que lo hace para evitar que pregunte cosas que la incomodan, como el asunto de su familia, pero al menos la veo llorar menos. Eso sí, no come bien, ya que la palidez de su rostro cada vez es más evidente, y juega tanto con sus dedos que llega a hacerse heridas. Ha estado viendo a la señorita Ámbar al menos una hora todos los días desde que me confesó su situación. No voy a preguntar, pero la verdad es que me preocupa mucho. Ante todo debo mostrarle mi apoyo total. Aunque ya le dije que lo tenía, parece que sigue sin verlo claro.

—Chris sigue mirándonos mal —murmura viéndolo pasar.

Salgo de mis pensamientos y le presto atención.

—Mera envidia y rencor, no le hagas caso. ¿Quieres una barrita de proteína? — Extendiendo mi mano hacia ella hasta que la pequeña bolsita con dos barritas de fruta y proteína quedan frente a su nariz.

—No gracias, no tengo hambre.

Ni hoy, ni ayer, ni anteayer

—¿Quieres que vayamos a comer juntos después de salir de clase? Luego podemos pasear por algún parque.

—Me encantaría, pero tengo que terminar un proyecto creativo de Arte.

—Mmm, y si te

—¡Dame una J! —gritan cerca de donde estamos.

Otra vez no

—¡J! ¡Dame una A!

¿Por qué?

Charlie voltea a ver a las porristas, que entrenan mientras colocan carteles de ánimo para el equipo por el próximo partido de fin de mes. En uno se lee «Vamos capitán Jace», con un exceso de brillantina plateada, además de miles de corazones alrededor.

—¡Dame una C! —grita la capitana.

—¡C! —grita el resto de las chicas.

Charlie me mira, aguantando una risa. Lo único que puedo hacer es sonreír falsamente, pero creo que lo que mi rostro está haciendo justo ahora es más una mueca de pena.

—¡Dame una E!¡E! —Terminan de pegar los carteles y se giran para ver a todas las personas que hay en el pasillo y las miran—. ¿Qué dice? —pregunta la capitana.

—¡Jace, Jace, Jace! —vocean las chicas moviendo sus pompones con exageración en el aire para luego salir dando alegres saltos hasta perderse de vista.

—Ha sido una digna escena de película—bromea Charlie, haciéndome reír.

—A veces me da pena, pero muchas veces me sube el ego.

—No lo dudo ni un instante. No sabía que hubiera un partido pronto.

—¿No te lo había dicho? —Niega—. Pues lo habrá mañana viernes, puedes venir.

Me encantaría que viniera, mis partidos son contados hasta la graduación, y nunca he visto a Charlie en uno de ellos a pesar de que ama el deporte en cuestión. Se trata de un partido importante y vamos a pasar todo el día entrenando, ya que es contra una escuela buena. Quiero que me vea en mi faceta ganadora, además dicen que los chicos se ven atractivos después de practicar deporte.

—No lo sé, no voy a apoyar a las personas que son fans de los Eagles.

—Ja, ja, ja. Anda, ven al partido, será divertido. Puedo pasar por ti y luego ir a la fiesta de celebración y pasarlo bien.

—Estás a un centímetro de convencerme, pero aun así lo pensaré. A veces me levanto muy asocial.

—Está bien, lo comprendo. Pediré al universo que mañana estés de un humor muy social.

La campana suena, poniéndonos en alerta a todos y haciendo que el pasillo comience a llenarse con rapidez.

—¿Vamos a clase? —pregunta.

—En realidad entrenaré hasta la hora de la salida, pero te veo en cuanto acabe. Puedo llevarte a tu casa. ¿Te parece?

Escanea mi rostro con una media sonrisa. ¿Tendré algo entre los dientes? Dejo de mostrar una amplia sonrisa y ahora solo la esbozo. Más vale prevenir. Sus mejillas se enrojecen un poco y asiente.

—Nos vemos a la salida —responde, sonriente. Luego se da media vuelta y comienza a caminar mientras su bonito gorro de los Cowboys se pierde entre la multitud. Luego echo la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y suelto un suspiro ilusionado. Cada vez estoy más cerca de lo que creía imposible.

Sin tener más tiempo para imaginarme cómo es la vida cuando estás enamorado, mis amigos me acompañan hasta el campo. Camino al lado de Leo y de Ken en dirección a una dura tortura. El entrenador se apasiona demasiado en los partidos. Cuando digo demasiado, es porque hace que las piernas nos duelan hasta que no podemos mantenernos de pie, que los bazos nos ardan del dolor, que mojemos las playeras de sudor. Pero, finalmente, el esfuerzo da sus frutos en cada partido, porque gracias a ese duro trabajo estamos en los primeros lugares de nuestra liga.

No me apetece entrenar hoy. El día está muy soleado y frío. Cuando hace este tiempo, nos cansamos mucho y antes, y estamos decaídos. Desearía estar en las gradas, donde hay una techumbre que resguarda de los rayos ultravioleta.

Al llegar al vestuario, nos ponemos la ropa de entrenar inmediatamente y vamos a dar las diez vueltas al campo que nos ha mandado el entrenador. Mi nariz se ha congelado al instante y creo que está muy roja, pero a él no le importa en lo más mínimo. Solo se dedica a gritarnos en las jugadas la primera hora de entrenamiento; la mayor parte de la segunda hora se la ha pasado regañándonos por no hacer las jugadas como sea que se las imagine en su cabeza; y la tercera hora, por fin hemos comenzado a simpatizar con él.

Estamos muertos de cansancio, ya nada importa en este punto. Tal vez tenga mocos y no los sienta porque mi nariz está congelada, pero ya ni siquiera me importa cómo estoy

—Mira, Charlie y Daphne vienen a vernos los últimos minutos —anuncia Leo con felicidad. De inmediato me paso la manga de mi sudadera por la nariz para no parecer muy emocionado.

—No mires, Jace, ella te está observando —susurra Ken casi sin abrir la boca para que no parezca que me ha dicho algo.

Y como buen idiota lo hago. En las gradas están Daph y Charlie. La primera mira el campo probablemente buscando a su novio, mientras que la segunda chica solo presta atención a su celular y por unos momentos le habla entre dientes a Daphne. Noto que, en comparación con cómo está conmigo, ella sigue luciendo un poco más tímida con Daph. Solo conmigo parece que ha sacado su verdadero yo.

¿Me veré lo suficientemente guapo?

¿Tendré mocos o es solo el frío de mi nariz?

¿Está haciendo algo importante en su ?

¿Está esperando un mensaje o algo así?

¿Hablará con algún chico?

No, Jace, fuera celos, no somos nada, puede hablar con quien le dé la gana si así lo que quiere, pero si está aquí debería ver el juego, a los jugadores, a mí

—Te dije que no voltearas, idiota —me reclama.

—Me ganó la curiosidad.

—Parece concentrada.

— ¿Y? —pregunto cuando comienzo a correr como si no me importara.

—Y eso te mata —responde Ken.

Sí, es verdad, pero no lo aceptaré.

No son celos en sí, pero el hecho de que esté y no me mire me pone un poco mal, porque no sé cómo reaccionar. No sé si llamar su atención, sonreír, llorar, no sé, no sé qué hacer.

—No, corran, ya basta de hablar.

De vez en cuando me vuelvo a ver cómo está o si me está mirando, pero ella sigue prestando atención al celular. Tomo una bocanada de aire, bajo la mirada y continúo entrenando. Puede estar haciendo cualquier cosa, no hay por qué molestarse, puede ser algo importante, o no

—No pasa nada, Jace, puede tener motivos para no ver el entrenamiento con atención —me dice Leo, dándome unas palmadas en la espalda.

Solo me encojo de hombros restándole importancia. Aun así, no tiene la obligación de mirarme, no somos nada. Pero

Después de un gran esfuerzo y los gritos del entrenador, por fin somos libres. Todos vamos a los vestuarios para tomar nuestras cosas y volver a casa. No lo he pasado muy bien los últimos minutos de entrenamiento, solo miraba una y otra vez a las gradas. Salgo de los vestidores y comienzo a caminar hacia la salida esperando encontrarla por el camino en el pasillo, pero no está. Tal vez, al acabar el entrenamiento, Daphne y ella se hayan ido. Se olvidó de que nos veríamos después de

— ¡Jace! —gritan a mis espaldas.

Giro y la veo corriendo hacia mí con una sonrisa y la respiración acelerada. Una vez que llega me hace ademán de esperarla un segundo, coloca las manos en sus rodillas y trata de tomar aire. Acaricio su espalda para darle un poco de apoyo en su hiperventilación.

—Hey —digo cuando se recompone.

—Te falta algo —murmura, extrañada. Con sus dedos en las comisuras de mis labios me abre una sonrisa—. ¿Qué tienes? Estabas tan feliz antes —susurra.

Estoy haciendo un drama total.

—Nada, es una tontería.

—Puedes contarme, recuerda que somos amigos y nos contamos lo que nos duele.

Tiene razón. No puedo ser hipócrita y decir que no es bueno guardarse las cosas y luego actuar yo de ese modo.

—Recuerda que, por más insignificante que sea lo que te ocurra, es importante.

—Yo —El sonido de un nuevo mensaje de su celular me corta la palabra. Suelto un suspiro y pienso en decirle o no lo que me pasa—. Diré las cosas claras, Charl, no me gusta darle vueltas a los asuntos ni ocultar mis opiniones. Que estuvieras en mi práctica y no me miraras ni un segundo me desganó. Sé que suena tonto, pero realmente tú me haces ponerle más empeño a todo, y hoy no fue así. Sé que no tienes la obligación de mírame porque no somos absolutamente nada, pero tú me entiendes —Me paso la mano por mi cabello y luego la dejo caer.

—Estaba hablando algo importante con mi papá, lo siento si —dice en un susurro.

«Idiota, Jace, eres un Idiota».

—Ahora me veo como un estúpido, ¿verdad? Lo siento, no debería haberte dicho esas cosas.

—En realidad es bueno que me digas lo que sientes. Disculpa por haberte hecho sentir triste.

—No lo sientas, dejémoslo estar. Es mucho mejor tenerte aquí a mi lado que a unos metros en las gradas, aunque no me enfadaría tener alguna mínima mirada tuya alguna vez en un partido, solo digo

—Algún día te la daré.

Sonrío ante su respuesta.

—Ven, te llevaré a casa, así hablamos un rato. —Le quito la mochila y me la pongo en mi hombro libre.

Caminamos hacia mi auto en silencio, uno a la par del otro mientras nuestras manos se rozan, pero no llegan a entrelazarse. Tan solo se crea un chispazo de deseo entre los dos. Me gustaría poder caminar de la mano con ella, sin ninguna vergüenza. Llegamos al auto y subimos, enciendo el motor y nos colocamos los cinturones al instante.

—Ahora te pregunto yo. ¿Sucede algo? Estás más seria de lo normal. —Comienzo a conducir esperando una respuesta, pero se hace un silencio hasta que suelta un suspiro largo, de esos que van cargados de estrés. Se recarga en el asiento y se cubre el rostro con ambas manos en señal de frustración.

—Ya le han puesto fecha al juicio, mi padre me lo estaba diciendo. Las primeras sesiones serán únicamente para mis padres; la última será en la que estaré presente, el 27 de febrero. Veintisiete días para saber con quién me voy a quedar. Si se la dan a mi madre, prácticamente me despido de mi padre para siempre, estoy segura de que ella no me dejaría verlo más.

Quita las manos de su cara y me observa. Le tomo la mano. Ella me mira sorprendida, pero no protesta y refuerza nuestro agarre. Sé que su familia es un tema delicado para ella, y pienso demostrarle todo mi apoyo.

—Yo voy a estar a tu lado apoyándote, y no te dejaré en ningún momento. Si algún día quieres desahogarte o solo hablar, yo siempre estaré disponible para ti. ¿De acuerdo?

—Gracias, Jace, sé muy bien que cuento con tu apoyo, y me encanta esa sensación, me siento bien cuando estoy a tu lado. —Me sonríe. Yo también sonrío y miro al frente.

Estoy nervioso, pero trato de actuar de manera normal hablando con ella durante el camino para hacerla olvidar el juicio, de distraerla con cosas divertidas y evitar pensar en mi nerviosismo.

Cuando finalmente llegamos a casa de su madre, suelta mi mano. Siento un golpe de frío en mi palma, como si el color que creamos juntos y que da alegría a mi vida se volviera gris cuando nos separamos.

—Mi madre me gritará mucho, me da miedo entrar porque estará como una loca porque se acerca el juicio —dice jugando con sus dedos.

—Si eso sucede, no dudes en llamarme o mandarme algún mensaje, siempre estaré ahí.

—Eres una fantasía —susurra.

—Tal vez, si así te distraigo de la realidad.

Baja de auto, pero antes de que cierre la puerta le hablo de nuevo.

—Charlie, ¿irás al partido de mañana? Ya sabes, es importante y estaría bien que fueras a apoyar a todo el equipo, pero sobre todo a mí

—¿Quieres que lo haga? ¿Que vaya a apoyarte y a regalarte esas miradas? —pregunta con una media sonrisa.

Asiento, frenéticamente.

—Sí, lo podría decir en todos los idiomas para que quede claro.

—Entonces iré a apoyarte, Super J. —Sonríe—. Me tengo que ir, hace mucho frío para seguir afuera. Además, ese proyecto creativo me espera, nos vemos mañana. —Se acerca y me da un beso en la mejilla, lo que provoca que mi cuerpo entero se congele.

Me ha besado.

Sin dejarme reaccionar cierra la puerta del auto y corre hasta la puerta de su casa.

Es tan sensacional

El beso para muchos será insignificante porque ha sido en la mejilla, pero el nivel de ternura y sinceridad que he sentido no se puede ignorar tan fácilmente. Charlie me ha dado un beso. Si no fuera tan sensato al conducir, hubiera muerto en un accidente de auto en ese momento.

CHARLIE

Lo hice sin pensar.

Tenerlo enfrente y diciéndome cosas bonitas me ha ayudado mucho a ser impulsiva. Escucharlo decir que estará para mí en todo momento ha hecho que me dieran ganas de besarlo y abrazarlo con mucha fuerza. Sí que he hecho lo que he sentido.

Un inocente beso en la mejilla.

La extraña felicidad que hay en mi cuerpo va desapareciendo cuando veo a mi madre sentada en la sala con sus lentes puestos y un montón de papeles frente a ella.

—Supongo que tu padre ya te ha mencionado la fecha del juicio —habla sin voltear a verme.

—Sí, ya lo sé.

—Tanto lío por una custodia —susurra—. ¿Sabías que tengo al mejor abogado de la ciudad? Dudo mucho que tu padre gane el juicio.

Aprieto los puños en los costados sin lograr moverme ni un centímetro, solo estoy ahí a sus espaldas, soportando sus aires de superioridad.

—Puede que él gane al margen de tu abogado.

Resopla con diversión.

—No conoces el mundo de los adultos, Charlie, las cosas no funcionan igual que en las películas, voy a ganar a tu padre.

—Es que no se trata de que le ganes a mi papá, se trata de mí, de lo que es mejor para mí.

—Estas siendo muy egoísta, Charlie.

—Yo no estoy siendo egoísta con nada. En primer lugar, no tendría que celebrarse un absurdo juicio si tú me dejaras ir con mi padre cada vez que quisiera. Si ustedes no pelearan cada vez que se ven las caras, si tuvieran un plan en el que funcionemos a pesar de estar separados.

—Eres muy egoísta conmigo porque no piensas en mí, en lo tedioso que me parece esto.

Mi mamá no se entera de nada, no me escucha, no me entiende. Solo piensa en ella y se cierra en sus creencias.

—La egoísta eres tú porque no piensas en lo malo que es para mí verlos pelear siempre, ni siquiera quieres llevarme a un psicólogo, y evidentemente lo necesito. —Aguanto las lágrimas.

—Tú no necesitas nada, estás exagerando con tus cosas de adolescente que desea atención.

—¿Por qué eres así? ¿Por qué me tratas a mí así? Los problemas son tuyos y de él, yo no debería estar en medio.

—¿Sabes por qué odio a tu padre? Porque quiero molestarlo, enfadarlo, destrozarlo, y tú eres lo que más quiere, y no pienso darle esa felicidad. Es lo único que le falta, ya tiene a su otra hija y a esa mujer pelirroja, no te tendrá a ti, porque de igual manera yo me quedaría sola; él ya tiene mucho, y yo solo te tengo a ti.

—Entonces, deberías ser una mejor madre. Y esa mujer se llama Jess, y te aseguro que es mejor madre que tú —digo, armándome de valor.

—Cállate, esa mujer no es nadie en tu vida. Tu madre soy yo y así lo tendrás que aguantar. Y una vez más te lo digo: no dejaré que tu padre sea feliz, porque lo odio, y eso nunca va a cambiar.

—Tú fuiste quien lo engañó, en su propia casa, con su amigo. Te buscaste que te dejara, quien debería odiarte es él

Se pone de pie y camina hacia mí. Su rostro es una mezcla de enojo y dolor. Sin dejarme reaccionar, su mano impacta contra mi mejilla y siento ardor la cara. Pongo la mano en mi mejilla, que probablemente ya esté roja. La miro con los ojos llorosos, veo que está asustada y, de alguna manera, arrepentida.

—Me acabas de

—Char —susurra tratando de acercarse de nuevo, pero retrocedo.

—¡Me has pegado! ¡Te odio! —grito al no poder aguantar más las lágrimas de rabia. Siento mi cuerpo arder. —¡Te odio!— digo una vez más.

Ella me mira con sorpresa. Está ahí sin decirme nada, viendo mi arranque de ira contra su persona.

—¡Te odio! ¡Eres la peor madre de todas y lamento mucho que me haya tocado a mí ser tu hija! ¡Eres la peor persona que conozco y conoceré! ¡No te quiero! ¡No te amo! —grito con los ojos cerrados. Siento las lágrimas correr por mis mejillas sin control.

Este momento está siendo muy fuerte para mí, pero también muy relajante. Y es extraño.

—¡Quiero que te vayas de mi vida para siempre!

Abro los ojos lentamente y la miro. Mi pecho sube y baja mientras la observo con seriedad. Gritar todo eso ha sido liberador, ha sido algo tan raro que me es difícil explicarlo, pero le he dicho cosas que llevaba mucho tiempo guardando, cosas que me rondaban por la cabeza cada día que ella hacía algo malo que me afectaba. Y tal vez la he lastimado, y eso me hace sentir muy culpable; quiero pedirle perdón y rogarle, pero también deseo que le duela, que me comprenda al menos un poco.

—Vete a tu habitación, y que te quede muy claro que tu padre no es un santo como aparenta —dice entre dientes.

Mi pecho aún sube y baja con rapidez por el exceso de adrenalina que fluye por mi cuerpo. No soy capaz de moverme hasta que grita con mucha furia.

—¡Que te largues, no quiero verte!

Me sorprendo al escucharla y me quedo mirándola. Ahora los papeles se han cambiado. Esto es lo que me he ganado por decirle lo que sentía.

Retrocedo un par de pasos sin apartar la mirada de su rostro y luego me doy vuelta y subo las escaleras corriendo. Cierro la puerta de un golpe. Me quedo parada justo en el centro de la habitación, sintiendo que es más pequeña que antes, como si las paredes se estuvieran encogiendo. La falta de aire comienza a afectarme, miro a mi alrededor buscando algo con que calmarme. Así que camino hasta el lienzo, tomo una pintura al azar y un pincel, pero mis manos temblorosas hacen imposible que trace al menos una línea torcida. Me tumbo en la cama en posición fetal, abrazándome las piernas y escondiendo la cabeza entre el hueco que queda entre ellas.

Extraño a mi mamá, a la que jugaba conmigo, con la que veía películas, me peinaba e íbamos de compras. Ahora solo tengo a mi madre, una mujer sedienta de venganza, que lo único que le importa es hacer sentir mal a las personas por satisfacción propia. Una mamá te quiere, te cuida y se divierte contigo; una madre solo te manda, dicta y obliga, solo te tiene por legalidad, no por amor.

Esa es la gran diferencia entre mi mamá y mi madre.

Paso un rato llorando y controlando mi respiración, estoy tentada de llamar a Jace y desahogarme. Me dijo que siempre estaría para mí, pero seguro que tiene mejores cosas que hacer que escuchar mis lamentos todo el día. Definitivamente, no quiero molestarlo con mis problemas.

Mejor sufrir esto sola.

Después de tantos años, qué más da un día más.

Es la primera vez que mi madre me pone una mano encima. Ni siquiera de niña lo hizo. Fue como un impulso, tal vez me haya merecido recibir ese golpe. La provoqué; si me hubiera quedado callada, no me hubiera golpeado.

Es mi culpa

JACE

Mientras mis amigos y yo hablamos sobre el partido de fútbol, veo a Charlie a lo lejos caminando en nuestra dirección. Ella se ve muy bonita con sus dos trenzas y un gorro color ladrillo, y su chamarra afelpada, que le da un toque muy tierno. Por un momento creo que vendrá a mí para saludarme porque se gira hacia mí. Pero no, pasa de largo bajando la mirada y centrándose en cualquier otra cosa que no seamos mis amigos o yo.

¿Qué ha pasado?

—¿Qué fue eso? —pregunta Leo, mirando en dirección a ella.

—Creí que ustedes estaban bien, han pasado mucho tiempo juntos últimamente; por ejemplo, ayer. ¿Qué has hecho? —pregunta Ken.

—Nada —murmuro, y pienso en algún movimiento o palabra en falso que haya ocasionado lo que acaba de ocurrir, pero nada—. Sí, no hice nada.

—Qué extraño —susurran al unísono. Rápidamente se olvidan del tema y continúan hablando de las estrategias para el partido, pero sus voces pasan a un segundo plano para mí, solo puedo pensar en ella.

¿Acaso hice algo mal? Desde ayer que la dejé en su casa no contesta mis mensajes, ni siquiera el de buenas noches, y eso ya era costumbre entre los dos. De verdad no entiendo. Sin avisar, dejo a mis amigos y camino en dirección a donde se ha ido ella, a nuestra primera clase. Entro al salón y la veo sentada en su lugar con la mejilla recargada en la mano y la mirada fija en su cuaderno cerrado. Sin miedo, me siento en la banca vacía a su derecha.

—Hola —murmuro sin lograr de ella ni una mirada.

¿Qué he hecho?

—¿Está todo bien? —Sin respuesta—. ¿Pasó algo? ¿Te duele algo? ¿Te hic?

La campana suena haciendo que el salón de clases se llene de inmediato y todos comienzan a ocupar sus lugares, pero yo no me muevo.

—Joven Grey, a su lugar —ordena el profesor, y no me queda otra que irme a mi sitio.

—¿Te ha dicho algo? —pregunta Leo.

—Nada.

La clase comienza al instante y no presto ni el mínimo de atención; me pregunto por qué ha cambiado de un día para otro. No sé si es mi culpa o si le ha pasado algo. ¿Puedo ayudar? ¿Es mejor que me mantenga al margen? No sé qué hacer, pero no pienso quedarme sin hacer nada. Creo que lo mejor sería pedir ayuda a la señorita Ámbar, ella sabrá decirme cómo manejar estas situaciones adecuadamente para no lastimarla más o agravar el problema.

Al terminar la clase, de la cual no he aprendido nada, salgo casi corriendo del salón. En el pasillo esquivo a todas las personas que se toman un minireceso entre clases. ¿No tienen algo mejor que hacer que interponerse en mi camino? Al llegar a la puerta con el gran cartel de Psicóloga Ámbar Foster, la abro lentamente y asomo la cabeza asegurándome de que no está ocupada.

—Hola, pasa.

Entro y cierro la puerta tras de mí y tomo asiento frente al escritorio.

—Hola, señorita Ámbar.

—¿En qué te puedo ayudar?

—No es nada sobre mí, bueno, estoy buscando su ayuda para no lastimar a alguien y ayudarle.

—Es Charlie, ¿verdad?

Asiento.

—Quiero que me ayude a comprender cómo tratar con ella. No quiero lastimarla ni hacerla sentir mal. No sé si lo sabía, pero éramos amigos antes, y ahora hemos comenzado a hablar con más frecuencia, por mensaje y en persona. A veces estamos normal y felices, pero luego pasa algo y ella cambia, no me habla o mira, y no sé cómo gestionar eso adecuadamente para no hacerla sentir mal.

—Lo que yo te recomiendo es que le hagas saber que tú eres un lugar seguro, que eres una buena persona.

—¿Y si eso no cambia nada?

—No la presiones, Charlie tiene problemas

—Con su familia, lo sé.

—Bueno, tiene traumas familiares de la infancia y adolescencia, ha escuchado peleas y gritos a lo largo de su vida. Esto ha generado que no sepa cómo expresar sus emociones fuertes, que no se comunique muy bien porque, durante años, se ha tenido que guardar cosas sin tener a quien contárselas.

—Yo ya le he demostrado que puede contarme lo que sea. Estábamos felices, parecía que ya me tenía la suficiente confianza.

—No es tan fácil salir del caparazón que una persona con esas experiencias se crea. Lo más probable es que Charlie haya vivido una pelea fuerte reciente. Tal vez participó en ella, o la vio, o escuchó, por lo que se ha vuelto a cerrar en su burbuja. Quizá ella sí te tiene confianza, pero también puede sentir que te molesta que ella te cuente sus problemas. Los padres a veces pueden ser muy malos.

—Entonces debo demostrarle que me importa

—Sí, al igual que no debes juzgar si no sabes con certeza lo que es estar en sus zapatos, pero puedes empatizar. Si vas a hablar de esto con ella, primero pide su permiso, porque puede que en esa ocasión lo menos que quiera hacer es recordar el suceso.

Asiento al comprender lo que me dice. Le doy las gracias por la ayuda y corro en busca de la persona que más quiero en este mundo, y no, no es Nick Foles. Ahora lo único que me importa no es la asignatura de Historia, que estoy a punto de suspender si tengo dos faltas más. No, no, me importa Charlie, me importa demostrarle que la quiero comprender, la quiero ayudar sin juzgarla, que la confianza que le estoy dando es leal.

No tardo mucho en encontrarla, está a punto de entrar al salón de clases, y, si lo hace, no podremos hablar hasta dentro de una hora. No quiero esperar más. Me paro frente a ella, se hace a un lado para intentar entrar al salón, pero me interpongo una vez más. Me mira a los ojos confundida y sin decir una sola palabra.

Espero que no me odie.

Me acerco hasta acortar los últimos centímetros entre nosotros y la rodeo en un fuerte abrazo. Pasan unos segundos y no obtengo respuesta, lo que por un momento me hace creer que he tenido una muy mala idea, pero ese pensamiento se va cuando sus brazos me rodean con fuerza y un sollozo llega hasta mis oídos.

—Yo tengo la culpa de todo. —Llora escondiendo el rostro en mi pecho—. Lo malo que me sucede es porque me lo gano.

—Las decisiones y acciones de las otras personas no son tu culpa. —Tomo su rostro entre mis manos al soltarnos, hago que me mire aun con sus ojos llorosos—. Eres muy fuerte, y así serás siempre.

—Ya me cansé de serlo. Ayer ella y yo peleamos, le grité que la odiaba y luego me sentí culpable y le dije que todo lo que me pasa lo merezco.

Con los pulgares, limpio las lágrimas que salen de sus ojos. Me rompe el corazón verla tan frágil.

—No tienes la culpa de lo que ella hace, no merece tus lágrimas, ni que te atormentes cada vez, debes hacerle ver que no te afecta su presencia negativa, ni sus palabras ni sus gritos.

—No es tan fácil.

—Tal vez no lo sea —acaricio sus mejillas—, pero sé que lo lograrás, porque eres Charlie Hans, y eres magnífica.

Sonríe tímidamente y se sorbe un poco la nariz.

—Gracias y perdón.

—¿Perdón?

—Por haberte ignorado, no quería que te molestaras por contarte un problema más.

—Te lo dije una vez y te lo diré las que hagan falta, yo te apoyo. No importa la hora que sea Charlie, puedes llamarme sin problema y yo iré así sea la hora de dormir.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Sonríe y me abraza con fuerza unos cortos segundos, al separarse no dice nada más, solo entra al salón de clases y va hasta su lugar.

Lo logré, y salimos ilesos.

Al terminar la aburrida clase de Historia de la que no he entendido nada, por fin nos dejan salir para ir a la siguiente clase. En cuanto la veo salir la tomo del brazo y hago que me mire, y como si supiera que era yo me sonríe con ternura. Nos quedamos en silencio pasando entre la gente revoltosa, pero en mi cabeza enamorada es como si fuéramos solo ella y yo en medio de un campo tranquilo. Esta sensación no dura mucho, ya que las porristas llegan con extrema emoción agitando sus pompones en mi cara y gritando el nombre del equipo. Mal momento para ser popular y capitán del equipo de fútbol americano, si pasara desapercibido tendría mucho más tiempo para pasar con ella, sin interrupciones, gritos o porras.

Ojalá, pero eso me pasa por ser genial y guapo.

—Sobre el partido, no pasa nada si no vas.

—No voy a faltar.

—No te sientas obligada, y mucho menos me tengas pena.

—No te tengo pena, quiero ir a verte. —Ríe por lo bajo, pero ni me doy cuenta porque me he quedado en la parte en que me ha dicho que no faltaría.

Llamen a un doctor porque me está dando algo, no sé, tal vez un ataque a mi corazón sensible y enamorado. Quizá suene muy exagerado, pero qué más se puede esperar cuando la chica que te gusta ha dicho que quiere ir al partido solo para verte. Obviamente que me va a dar algo.

—¿De verdad? ¿A mí o al equipo?

—A los dos, pero un poco más a ti.

Gritar no es la mejor opción ahora mismo.

—Pues créeme que lo agradezco mucho, será un honor estar ahí para darte un gran show.

—Espero sea tan bueno como creo.

Me esforzaré el doble para que quiera ir a cada uno de los partidos.

—Por cierto, después del partido daré una fiesta en mi casa, podemos ir juntos —propongo con alegría, pero ella hace una mueca—. O podemos hacer cualquier otra cosa.

—Pero la fiesta es en tu casa, obviamente tienes que estar ahí. No te preocupes, después del partido me iré a casa a descansar, tú puedes disfrutar.

Niego varias veces.

—No, pasemos la noche juntos después del partido, hagamos lo que sea, podemos ir a la fiesta, pero estar solos, o podemos ir de nuevo al mirador, aunque la fiesta

Ríe y niega.

—Quieres estar en tu fiesta

—Pero también contigo —interrumpo.

—Hagamos un trato para hacer el partido más interesante: si ganan, vamos a la fiesta, pero si pierden me llevas a mi casa.

—No vale

—¿No confía en su equipo, capitán? —pregunta deteniéndose frente a la puerta del salón de clase.

—Mucho —me limito a decir. Me sonríe y entra para sentarse en su lugar. En lo que no confío es en mi persona; si me pongo nervioso, estaré perdido.

Bueno, ya tengo algo por lo que no dormir.

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