Tercer acto.
Dante mira el escenario vacío desde la platea. El título ya no estará en las marquesinas, no fue su obra maestra, no obtuvo glorias ni demasiados aplausos y su musa ha expirado en ese último apagón. Pero valió la pena verla cada momento transformarse en un ser de carne y hueso sobre el escenario. Tan vivido como alguna vez brotó de su imaginación. Después de todo consiguió lo que quería. Era lo que necesitaba. Valió lo que duró.
Espera a que el último espectador abandone la sala y se marcha lo más solitario y desapercibido que puede. Se marcha hacia otro bar, hacia otra máquina de escribir, hacia otra nueva creación. Es todo lo que necesita, volver a escribir. Quizá valga la pena, quizá sea su obra maestra, quizá... hasta el próximo apagón.
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