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07. Verano de los 15 años

{VERANO DE LOS 15 AÑOS}

―¡Gina! ¡Espérame! ―me quejé, dándome impulso con el skate para ir más rápido y alcanzarla.

―¡Te he estado enseñando a andar en skate todo verano! ―replicó Gina con una sonrisa― A esta altura deberías ser mejor que yo.

Iba a quejarme, pero ella ya había acelerado y estaba patinando calle abajo para llegar a la tienda de helados. Observé como sus rulos negros ondeaban con el viento hasta que la perdí de vista.  Suspiré y bajé mi pie derecho para darme más impulso. Las ruedas de mi skate se deslizaban en el pavimento, pero no lo suficientemente rápido como para estar a la altura de Gina.

Cole y yo finalmente habíamos conocido a Gina y a Matt a finales del verano pasado. Eran primos y eran de Auckland, pero sus familias habían decidido mudarse a El Monte. Ellos eran parecidos físicamente, ambos tenían la misma tez oscura y los mismos rizos rebeldes. Tenían los ojos negros y una sonrisa amigable.

Gina y yo conectamos en el segundo en el que nos conocimos. Ella sabía andar en skate y yo siempre había querido aprender. En cambio, Gina no sabía surfear y me pidió que yo le enseñara. A partir de entonces, pasábamos la mayoría del día juntas, surfeando o andando en skate. Yo le había contagiado mi amor por las pulseras, collares y tobilleras. Ambas estábamos llenas de ellas, aunque yo usaba solo una tobillera y era la de la caracola que compartía con Cole. Él llevaba la otra mitad en el cuello. Yo se lo había hecho con un cordón negro y a él le había encantado. Tenía que cambiarle el cordón cada verano para que no corriera el riesgo de que se rompiera, pero había quedado satisfecha con el resultado. 

Por otro lado, Cole no había tenido suerte en sus intentos de arrastrar al primo de Gina a la escuela de surf. A Matt no le interesaba surfear y prefería pasarse el día durmiendo en la playa antes que hacer algo productivo. No lo culpaba. Una tarde, Cole había logrado convencerlo para que surfeara con él y había sido un desastre. El pobre Matt resurgió del mar con el rostro pálido y a punto de vomitar.

―Nunca vi a alguien tan sádico como Cole ―había dicho Matt aquel día luego de desplomarse al lado de Gina en la arena.

Yo estaba sentada enfrente de ellos pintando mandalas con lápices en mi cuaderno favorito. Hubiese querido hacerlo con acuarelas, pero era difícil traerlas cuando estaba con Gina porque siempre estábamos moviéndonos de un lado a otro. Apenas tenía tiempo de hacer algo antes de que ella me arrastrara a hacer alguna otra actividad y no confiaba en Matt para cuidar mis cosas. Él se dormía a los dos minutos de acostarse y podía pasar una estampida de elefantes por su lado que no se iba A inmutar. Así que, era Cole el que siempre me acompañaba cuando tenía ganas de pintar en la playa y no le molestaba pasar tiempo conmigo sin hacer nada más que eso.

―¿Por qué dices que es sádico? ―le había preguntado Gina dejando de lado su celular― ¿Es el 50 sombras de Grey de las olas?

Me reí.

―No descansa un segundo ―se quejó Matt sacudiendo sus rizos y mojándonos con pequeñas gotas de agua en el proceso―. Me caía y ni bien emergía del agua, Cole ya estaba dándome la mano para que volviera a la tabla, indicándome lo que había hecho mal. ¡Qué me importa si puse mal el peso de los pies sobre la tabla! ¡Me importa que sigo vivo!

―Tendrías que aprender con Kaia ―sugirió Gina―. Es super paciente y―

Mat negó con la cabeza.

―Ni loco, no sirvo para surfear.

Gina le insistió a Matt, pero se notaba que él ya había tomado una decisión y era no agarrar una tabla nunca más en su vida.

****

Cuando finalmente llegué a la tienda de helados ya estaba sin aire. Me saqué la coleta de mi muñeca y até parte de mi cabello rubio en un rodete, dejando la otra parte suelta. Hacía tanto calor que temía que el helado se me derritiera antes de que pudiera darle un solo mordisco. No veía la hora de meterme al mar.

Gina pidió una paleta de limón y yo de chocolate y nos dirigimos hacia la playa tomando nuestros helados como si fuera el aire que necesitábamos para respirar.

―¡Hey, yo también quería helado! ―se quejó Matt cuando llegamos a él. Estaba en mitad de la playa tumbado sobre una manta roja, con la cabeza sobre su mochila y anteojos de sol puestos.

―Si chequearas tu celular, ahora tendrías un helado ―replicó Gina―. Kaia te escribió.

―Noooo, ¿eran ustedes? Escuché las notificaciones, pero me dio demasiada pereza abrir la mochila para buscar el celular.

―Dios, Matt, en serio a veces parece que tuvieras setenta años ―me burlé dando otro mordisco a mi helado.

―Hay personas de setenta años más activas que él ―aseguró Gina.

Me reí y busqué con la mirada a Cole entre el grupo de chicos vestidos con el traje neopreno que estaban en la orilla del mar. En unos minutos tenían clase de surf y estaban divididos en grupos, charlando con las tablas bajo el brazo.

Encontré a Cole hablando con Ryan. Bueno, en realidad Cole estaba hablando y Ryan asentía a lo que él decía. La tabla de Cole era azul y blanca y estaba sobre la arena junto a la Ryan que era completamente negra. Todavía no se habían puesto la correa en el tobillo ninguno de los dos.

―Ese chico es extraño ―dijo Matt, siguiendo mi mirada.

―Ryan no es extraño ―protesté porque ya sabía que se refería a él.

Matt resopló.

―Lo he visto mil veces y apenas me dirigió dos palabras. Y a Gina tampoco. Y el tono fue de desinterés total, aunque creo que ese es su tono habitual. He visto paredes más expresivas que él. 

Me encogí de hombros.

―No es muy sociable, pero no es raro.

Y su madre se fue de su casa, pensé con tristeza, pero no lo dije. No iba a contarles cómo Ryan apareció un día en la puerta de la casa de Cole con los ojos llorosos y le confesó que su madre lo había abandonado. Su madre quería saber nada más del padre de Ryan ni de su hijo.

Por el rabillo del ojo vi que Levi se nos acercaba. A unos pocos metros estaba el grupo de amigos de él, esperándolo.

Levi estaba más alto y más rubio que la última vez que lo vi, pero seguía sin llegar a la altura de Cole, quien este verano parecía haber dado un estirón mientras yo seguía con la misma altura que el verano anterior. Odiaba que la pubertad no me hubiera dado altura, solo granos. 

―Hey, Kaia, ¿le podrías dar esto a Cole? ―me pidió cuando llegó a nosotros. Levi sacó el celular de Cole del bolsillo de su short y me lo entregó―. Se lo olvidó y me pidió que se lo trajera, pero está hablando con Ryan y yo ya tengo que irme con mis amigos...

Asentí, tomando el celular.

―¿Van al Arcade? ―pregunté y Levi asintió. Sonreí― Genial, nos vemos.

Cuando Levi se alejó de nosotros, Matt me miró alzando las cejas.

―¿Ves? Hasta el pobre Levi se siente intimidado por Ryan.

Resoplé y le di otro mordisco a mi helado mientras guardaba el celular de Cole en el bolsillo trasero de mi short de jean. No sabía si era cierto lo que decía Matt, esperaba que no porque Levi era una de las pocas personas con las que Ryan interactuaba voluntariamente. A diferencia que con los demás, Ryan no parecía tan tenso cuando hablaba con Levi.

No tuve tiempo de responderle a Matt porque Cole apareció en mi campo de visión corriendo hacia mí. Di unos pasos hacia atrás y estiré mi brazo para advertirle que se detuviera porque veía sus intenciones desde donde estaba parada.

―Ni se te ocurra ―exclamé, pero Cole siguió acercándose con una sonrisa maliciosa―. No vas a robar mi helado, me queda poco ―me quejé.

―Solo un mordisco ―me pidió.

―No, ve a robarle a Gina. Ah, y Levi me dio tu celular.

Cole se acercó más a mí.

―Genial, quédatelo hasta que termine la clase. Y no quiero el helado de ella, quiero el tuyo ―se quejó.

―Pero si te encanta el helado de limón ―protesté, pero él me ignoró. Ya estaba enfrente mío―. ¡NO!

Demasiado tarde. Cole me rodeó la cintura con un brazo para atraerme hacia él. Traté de apartarme, pero él fue demasiado rápido y comió lo que quedaba de mi helado de un solo mordisco.

―¡Idiota! ―me quejé― ¡Te odio! ―Me deshice de su agarre y lo miré mal― No puedes comer antes de meterte al mar. Ojalá te caiga mal.

―Un mordisco de helado no me va a hacer nada, listilla ―replicó tratando de agarrarme de nuevo, pero me alejé más.

―Eres insoportable ―mascullé―. Suerte que me voy la semana que viene.

El profesor de surf de Cole tocó el silbato para reunir a su grupo, pero Cole siguió junto a mí mirándome con una sonrisa.

―Admite que me extrañarás.

Bufé.

―Cole, cuando me voy de aquí mi vida vuelve a ser tranquila ―le dije, enojada―, hasta el siguiente año que tengo la desgracia de volver a verte.

Cole lanzó una carcajada. Siempre me había gustado su forma de reírse, cerraba levemente los ojos y echaba la cabeza hacia atrás como si no pudiera contenerse.

―Yo también te extrañaré, Kai ―dijo con una sonrisa antes de dar la vuelta y echar a correr hacia su grupo.

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