02. Verano de los 12 años
{VERANO DE LOS 12 AÑOS}
―Kaia, nos estamos quedando muy atrás ―se quejó Cole por milésima vez en el día.
Estábamos en una excursión, subiendo por uno de los senderos que llegaba hasta la cima del Monte Maunganui. Era el volcán inactivo que se encontraba en la punta de la península y al que quise subir desde que llegamos a El Monte el verano anterior.
Y sí, nos habíamos quedado demasiado atrás en el grupo. Éramos los últimos sin contar al segundo guía que estaba detrás de nosotros vigilando que nadie se perdiera en el camino.
Hacía unos veinte minutos que no veíamos a nuestros padres ni a Levi, el hermano de Cole, que tenía un año menos que nosotros. Ellos se habían quedado hablando con el guía que lideraba el grupo y Cole y yo nos habíamos quedado detrás de ellos hasta que todas las demás personas nos fueron pasando. Cole se ponía furioso cada vez que alguien se nos adelantaba. En mi opinión, él era demasiado competitivo para su salud cuando se trataba de deportes o este tipo de cosas. Odiaba quedarse atrás o llevar desventaja y eso que esto ni siquiera era una competición.
Yo había llegado a El Monte el día anterior y mi padre había aceptado la invitación del padre de Cole sin siquiera preguntarme. Mi madre, en cambio, prefirió quedarse en la casa así que no nos acompañó. No es que yo hubiese preferido quedarme con ella, me moría de ganas de subir al monte en realidad. Lo que pasaba era que estaba de muy mal humor porque me dolían los dientes. Mejor dicho, las lastimaduras que me estaban dejando los aparatos fijos en la boca. Había ido al dentista dos días antes de venir a El Monte y me habían ajustado los aparatos que tenía desde hacía un año.
El dentista me había prometido que faltaban pocos meses para que me los pudiera sacar finalmente. Yo ya no podía esperar a que llegara el día que me los quitaran, ya no podía verme a mi misma con las piedras de diferentes colores que había elegido hacía un año porque quería los mismo colores que los peces de la pecera del dentista. No sabía cómo mis padres me habían permitido elegir algo tan llamativo.
―Cole, ya te dije que si quieres adelantarte que lo hagas, no me voy a enojar ―le aseguré.
Es más, prefería que se adelantara así dejaba de quejarse en mi oído y me dejaba en paz, lamentándome por mi dolor en silencio. Además, hacía demasiado calor y a pesar de que ambos llevábamos gorras y nos refugiábamos en cada sombra de árbol que veíamos, estábamos sudando. Necesitaba que llegáramos a la cima y poder descansar contemplando las vistas de una vez por todas.
Cole frunció el ceño.
―No voy a dejarte sola.
Eso me ablandó un poco y suspiré mientras aceleraba un poco más el paso. Cole podía ser insoportable cuando quería, pero también era demasiado compañero, o por lo menos lo era conmigo.
―No me enojaría ―insistí.
―No es por eso ―se quejó―. Mira si te doblas el tobillo y yo no estoy.
No pude controlar mi risa burlona. ¿Desde cuándo era médico?
―Creo que estaré bien, no te preocupes ―aseguré.
Sus ojos ámbar se clavaron en los míos cuando giró su cabeza para mirarme.
―Bueno, mira si yo me doblo el tobillo y tú no estás.
Sonreí y me quedé callada. No podía decirle algo ingenioso porque en el fondo me agradaba la idea de que él se sintiera más seguro si no nos separábamos.
Volví a acelerar el paso. Durante la conversación con Cole no había sido consciente del malestar en mi boca, pero ahora volvía a sentir un latigazo de dolor y las llagas del interior de mis labios quemaban.
Cole se detuvo de repente y yo lo hice un segundo después mirándolo confundida.
―¿Qué pasa?
Cole me dio la espalda.
―Súbete a mi espalda.
Me eché hacia atrás instintivamente, de repente demasiado consciente de mí y de mi cuerpo.
―¿Estás loco? Nos vamos a matar ―repliqué y me apresuré a seguir al grupo para no quedarnos tan atrás.
Cole también me siguió, pero me estaba mirando con la cara que ponía siempre que él quería hacer algo y yo me negaba.
―No nos vamos a matar ―insistió―. Y vamos a llegar primeros.
―¿Y si te doblas un tobillo?
―Estarás conmigo ―me recordó con una media sonrisa.
―Si, estaré aplastando tu tobillo y no podrás surfear ―repliqué.
Pensé que con eso último Cole iba a desistir. Cole vivía y respiraba por el surf, pero siguió insistiéndome hasta que ganó por cansancio. Me detuve irritada y él lanzó un grito de victoria.
―Si nos caemos y nos matamos, que sepas que te voy a buscar en modo fantasma para hacerte la vida imposible ―le aseguré mientras él se agachaba un poco para que yo saltara en su espalda.
Cole se rio.
―No esperaba menos de ti.
Salté y me agarré de sus hombros mientras él pasaba sus manos por debajo de mis rodillas y antes de que pudiera arrepentirme, empezó a correr a toda velocidad, pasando a los demás turistas que estaban subiendo por el sendero. Nos miraron con curiosidad y algunos nos regañaron exigiéndonos que tuviéramos cuidado, pero Cole siguió avanzando.
―Hazles fuck you ―gritó Cole para que lo escuchara cuando estábamos llegando a donde estaba otro grupo.
―¡No voy a hacerle fuck you a los viejitos! ―me quejé.
―No, a ellos no. A esos idiotas que le estaban tirando piedras a los pájaros ―indicó señalando a dos chicos que teníamos más adelante y tendrían dos o tres años más que nosotros.
―¡Ah! ¡A esos si!
―¡Adiós, tortugas! ―les gritó Cole mientras pasábamos por su lado y yo les hacía fuck you con una sonrisa triunfante.
Ellos empezaron a gritarnos y tomaron impulso para corrernos, pero los padres los agarraron del brazo para que no lo hicieran y yo seguí mirándolos con una sonrisa hasta que los perdimos de vista.
Un minuto después, llegamos hasta donde se encontraban nuestros padres. Ellos estaban charlando y ni siquiera habían reparado en que nos habíamos quedado tan atrás hasta que Cole los pasó como un cohete y nos gritaron que dejáramos de correr. Cole lo hizo cuando llegamos a la altura del primer guía, quien nos lanzó una mirada de advertencia. No le hicimos mucho caso porque habíamos llegado finalmente a la cima. Cole me bajó con cuidado y yo me quedé sin aliento al ver el paisaje que teníamos delante de nosotros.
El océano se extendía de forma infinita con distintas tonalidades de azul y verde que brillaban a causa del sol. Teníamos una vista increíble de la playa y del puerto. En el cielo las nubes blancas se deslizaban entremezclándose y dándonos un respiro momentáneo de los intensos rayos de sol.
Cole tenía la vista fija en la inmensidad del océano y estaba sonriendo. Él ya había subido muchísimas veces al monte, pero suponía que jamás te terminabas de acostumbrar a un paisaje tan increíble.
Nuestros padres y el hermano de Cole llegaron a nuestro lado y se detuvieron para contemplar la vista y hacernos fotos. A pesar de las protestas de Levi, Cole y yo logramos que se pusiera en medio de nosotros para sacarnos una foto. Luego mi padre nos sacó fotos a Cole y a mí solos.
En ese instante sentí que en la cima del Monte se respiraba paz, una paz que en ese momento solo relacioné con las vistas impactantes que estábamos teniendo delante de nuestros ojos.
Me llevó algo de tiempo descubrir que ese tipo de paz no solo lo generaban los paisajes, también lo podían generar las personas.
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🌊🏄🌊🏄🌊🏄
Holisss
¿Les gusta más el verano o el invierno?
¿Tuvieron aparatos alguna vez? Yo sí y cuando me los ajustaban sentía que moría 😖
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
🌊🏄🌊🏄🌊🏄
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