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Tres

Los periódicos, la televisión e internet colapsaban con la noticia del momento: el policía en grave estado. Muchos intentaban atar cabos para comprender el porqué de las muertes consecutivas, buscando relacionar cada hecho y descubriendo más cosas ocultas sobre estos hombres de renombre, a excepción del oficial Min Yoongi.

Avery miraba la televisión con tensión en su cuerpo, tomó su teléfono e inmediatamente llamó a Seokjin. Al escuchar el buzón de voz, sus nervios crisparon y la impaciencia la consumía. Su primo atravesó la puerta con una sonrisa triunfal en su inmaculado rostro. Avery no pensó y le estampó la palma de su mano en la mejilla izquierda. El silencio era palpable ante la tensión, y la chica explotó.

—¡Te dije que Min Yoongi aún no se tocaba! ¿Tenía que hacerte entender con dibujitos? —explotó, su propósito estaba obstruido, Seokjin se mantuvo en silencio—. Ruega que muera o él no va a parar de buscarnos hasta dar con nosotros. Además, es mi venganza personal, yo terminaré con él.

—Lo siento… yo pensé que…

—¡Ya cállate! Prepárate para esta noche; tenemos que visitar a los hijos de los viejos amigos de papá en el muelle —anunció tratando de calmar sus nervios. Debía mantener la calma para tener un plan exitoso, pero sobre todo porque hoy, después de mucho tiempo, vería a su niño.

Sus emociones la llevaron al cuarto infantil que estaba decorando mientras Seokjin se ocupaba de la mitad de su plan. Sus dedos palparon las paredes azules marino decoradas con la caricatura de Cars. Cada gota de su amor se derramaba en esa habitación, esperando a August. Contaba cada segundo para poder verlo y tenerlo en sus brazos. Salió de allí para tomar un poco de aire; tenía que asegurarse de que su objetivo estuviera bien.

Sobre su motocicleta, se sentía libre. El casco que ocultaba su rostro le daba más independencia. Avery amaba el peligro y la adrenalina que le brindaba el poder ser reconocida, pero no podía arriesgarse ahora con las horas próximas de tener a su hijo a su lado.

Estacionó en el propio estacionamiento del hospital, cubrió su identidad con unos lentes oscuros grandes y caminó hacia los ascensores. Visualizó el cuarto de los enfermeros residentes y robó una bata, un gorro y un barbijo. Caminó hacia admisión y pidió los detalles del paciente Min Yoongi.

—Es paciente del doctor Ross, está en el piso cinco en terapia intensiva —agradeció por la información y sigilosamente fue a donde le dijeron. Observó los gafetes de cada personal del hospital hasta que dio con el famoso doctor.

—Tú y tú —señaló a uno de los enfermeros y a Avery—, vengan conmigo.

El olor a artículos de limpieza y medicamentos le revolvió el estómago. Recordó cuánto odiaba los hospitales, sobre todo las salas de terapia intensiva: demasiado sufrimiento a la vez.

Sus ojos rastreaban al policía entre aquellos cuerpos con signos de vejez y algunos marcados por una enfermedad realmente dura. Debía aguantar un poco más. En la siguiente sala, finalmente lo vio: conectado con varios tubos y con los ojos cerrados. Su cuerpo se estremeció; hasta el color abandonó su piel. Quiso llorar, sin saber si era por el rencor o por cierto grano de felicidad al verlo después de tanto tiempo. Miró sus manos, esos dedos que tanto habían sostenido los suyos; los tomó entre sus dedos un momento mientras nadie la observaba. De repente, tuvo un golpe de realidad y se soltó.

—Despierta pronto, Min Yoongi. Aún tienes algo pendiente y debes pagar antes de irte —le susurró al oído. Notó el movimiento de sus dedos y sintió un brinco en el estómago—. ¡Doctor, está reaccionando!

El otro enfermero se acercó hasta que el médico hizo lo mismo. La noticia de que Yoongi había despertado corrió a viva voz. Avery huyó rápidamente antes de ser descubierta por algunos policías presentes. Se despojó de la bata y demás pertenencias al llegar al estacionamiento; el temor de ser vista hizo que sus movimientos fueran rápidos, y en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba en marcha con su motocicleta.

Al caer la noche, la brisa fría de los muelles le dio la bienvenida. Su paso, al igual que el de Seokjin, era firme, demostrando seguridad. La silueta de otros comenzó a emerger desde el interior, todos hombres herederos de jefes de la mafia de distintos puntos de Corea y otros países cercanos.

—Cuando tu perro llamó, creí que era una broma. Si es la mismísima Avery Joy en una pieza —conocía a ese fanfarrón desde su adolescencia, no había cambiado mucho desde entonces—. La prisión no te trató nada mal.

—Un poco de la medicina que me dieron no te vendría nada mal, Stefano —el joven rubio avanzó a zancadas hacia ella con una sonrisa, Seokjin dio un paso hacia adelante—. Ya, Jinnie, tranquilo. Ambos sabemos que es un tonto sin remedio incapaz de hacerme algo.

Stefano Rizzo, uno de los nietos del gran Rizzo, quien había expandido su imperio a tierras surcoreanas. Desde pequeño demostró ser un líder nato para su cartel. Con apenas 22 años, ya había logrado expandir su autonomía en las calles de Corea desde que pisó su suelo. Ambos jóvenes se dieron un abrazo lleno de nostalgia y cariño; fueron criados prácticamente juntos hasta que el señor Joy decidió mudarse definitivamente a Corea del Sur. Se vieron un par de veces luego de la mudanza, hasta que Avery fue encerrada.

—SeokJin dice que tienes un trato, me interesa oírlo —dejaron de lado el sentimentalismo para enfocarse en lo importante—. Bien, dime, pequeña Joy, traje unos amigos que están interesados en escucharte.

Contó unos cinco hombres reconocidos en su mundo. Detrás de ellos, estaba segura de que tenía matones por si hacía un mal movimiento en su contra. Optando por cruzar sus brazos, mantuvo una mirada altiva a cada uno de ellos, la misma que su padre le había mostrado en su niñez. Conocía por sus apellidos a los cinco; eran otros grandes herederos de hombres que, solo al escuchar sus apellidos, causaban pavor. Los Sang, Fa, Kang, Choi y Lee trabajaron junto al gran Joy y en sociedad (que luego fue disuelta) amasaron fortunas de forma ilegal.

—Necesito socios para revitalizar el negocio. Tal vez puedan ayudarme lavando unos cuantos millones —la muchacha hizo un gesto de orden hacia su primo, quien sacó cinco maletines con un millón de dólares cada uno—. Esto sería para empezar.

Se regodeó al ver los ojos brillantes de los jóvenes, incluso los de Stefano. Guardó silencio por unos minutos y añadió:

—Si tenemos éxito, podemos ir sumando unos millones más cada semana. ¡Ah! Y otra cosa… también necesitaría algunos de sus matones, o a ustedes. Prometo que recibirán una buena suma de dinero —los hombres parecieron meditarlo, Stefano esperaba titubeante la respuesta de sus socios—. Bien, ¿qué me dicen?

—Opinamos que nos des todo el dinero por las buenas y que te vayas como si no hubiera pasado nada —fue Sang HanSoo quien habló por todos. Sus manos se movieron en el bolsillo de sus pantalones jugando con algún pequeño objeto—. Puedes ser una Joy, pero eres una mujer y no recibimos órdenes de malditas zorras asesinas.

¡Conocían su historia! Avery se controló y sonrió de costado. Realmente, los hombres eran patéticos; jamás tenían visión de negocio, y era por eso que por ideas misóginas y machistas perdían oportunidades como la que ella les ofrecía.

—¿Estás seguro? Piensa bien, HanSoo… al menos eso debes llevar de tu padre —contraatacó, dio un paso hacia ellos, todo calculado. Los gorilas guardianes se movieron con la mano en sus armas—. Podemos ganar 50 y 50 todos, sin trampas.

El más joven de todos, Choi DaeHoo, la apuntó con un arma seguido por los demás. Avery mantuvo la calma a pesar de que vio tensarse a Seokjin detrás de ella.

—Dile al estúpido de tu primo que nos entregue todos los maletines y nadie resultará herido, perra —DaeHoo se atrevió a llevar el frío cañón de su 9 milímetros a la cabeza de Avery. Ella no respiró, bajó sus manos pacientemente y esperó.

—Apostaría a que tú no harías eso —advirtió el joven italiano tomando lugar al lado de su amiga. Tenía que calmar las aguas sin perder ambas partes—. No hagas eso, DaeHoo. Podemos llegar a un acuerdo.

—¡Cierra la boca! —se sintió el ruido del gatillo siendo presionado y toda la tormenta comenzó a avivarse—. Nos darás ese dinero o…

Un corte limpio bajó por el abdomen; la sangre había bañado la mano de Avery, quien sostenía con firmeza una pequeña cuchilla. Sin dar tiempo a que dijera algo, Avery lo empujó con fuerza, ya teniendo encima a los demás. La luna dio brillo a sus otras cuchillas que rodeaban su muslo, y con una velocidad que al parecer no perdía con los años, dio de baja a unos cinco hombres grandulones.
Los calibres 22 descansaban en las manos de Seokjin y Stefano, cada uno equipado con su respectivo silenciador. Por encima del fuego, Avery ordenó que nadie debía morir, solo causar daño físico que dejara huellas en todos. Sosteniendo a DaeHoo entre sus manos, le sonrió cínicamente, una rabia helada que heredaba de su familia paterna, una antesala antes de cada golpe brutal que darían.

Seokjin llegó con Stefano, llevando a los otros herederos. Su voz llenó el aire de la noche, dejando una clara advertencia:

—A partir de ahora, ustedes no se mueven sin mi autorización. Todo lo que hagan debe ser aprobado por mí, o de lo contrario, tomaré venganza donde más les duela —todos temblaron imaginando cómo ella podría cumplir su amenaza—. Cuando yo los llame, serán buenos perros y moverán su cola a mi antojo. Hay una nueva jefa en la ciudad; no me defrauden.

Les permitió marcharse, su noche fue exitosa a pesar de las pequeñas obstrucciones. Seokjin hablaba por teléfono mientras ella se acomodaba en su auto, seguida por Stefano. Sus ojos brillaron al ver la sonrisa de su primo, indicándole que necesitaba llegar a casa ya.

Apenas vio el jardín de su hogar, no esperó a que el auto se detuviera y salió disparada. Abrió la puerta y allí estaba su más grandioso tesoro: su niño August le sonreía como tantas veces ella soñó.

—¡Mamá! —el niño chilló con la voz ya bañada en lágrimas de felicidad. Avery se arrodilló ante el único ser que podría doblegarla—. ¡Mami te extrañé mucho!

—Y yo a ti, mi pequeño valiente. ¡Qué enorme estás y qué apuesto! —lo llenó de besos sin dejarlo salir de sus brazos, ni siquiera se detuvo en aquel parecido que podía hacerle doler el corazón—. Mamá jamás se irá otra vez; mamá vino a quedarse.

—¿Sí? ¿Dices la verdad? ¡Es genial! —el niño gritó eufórico, dejando a todos sordos. Avery no paraba de reír ante su actitud—. Podemos ir a pasear, pescar ¡Y a esgrima!

—Haremos todo lo que tú quieras, mi amor —rieron cómplices como si los años no hubieran dañado su vínculo—. Pero antes, mamá va a mimarte mucho, mucho.

Stefano miraba la escena con notoria sorpresa en esos ojos verdes, y Seokjin tampoco quitó la vista de tan tierna escena llena de amor y melancolía.

—No sabía que ella y Yoongi… hubieran hecho algo tan hermoso como ese niño —musitó Stefano con una sonrisa incrédula—. No puedo creer que sea madre.

—Te perdiste muchas cosas, Stefano. Siete años es mucho tiempo —al decir esto, Seokjin le dio la razón.

—Vamos a celebrar, Stefano, quédate con nosotros —no había rastros de la Avery que casi mató a unos cinco en el muelle; era tan sorprendente su cambio con su hijo que su amigo no se negó a disfrutar de esa felicidad que podría ser momentánea.


¡Buenas! Las ganas de escribir volvieron gente, así que les dejo este nuevo capítulo reversionado.

Espero les guste. Gracias a todo por leer ❤️


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