Hasta el final de los tiempos
Claire caminaba sin rumbo, a paso lento, por en medio de una solitaria vereda de piedra en el interior del territorio de una reserva forestal. Cada pisada suya sobre la grava dejaba ver con facilidad la absoluta desolación que se había alojado en su alma desde hacía ya varios amaneceres. Si era de día o de noche, ella nunca se daba por enterada. Su existencia se había reducido a vagar de aquí para allá, sin pensar en ninguna otra cosa más que no fuese en avanzar. No le importaba el lugar al cual llegara, solo deseaba caminar hasta verse los pies ensangrentados y, entonces, allí se dejaba caer, rendida de cansancio. Sentía una terrible presión en mitad del pecho, un escalofrío interminable consumiéndole las energías y haciéndole añicos los restos de su escasa esperanza. De las cuencas se le escapaba la alegría a borbotones en forma de hilos líquidos que reflejaban el brillo de la luna.
"Sebastián Giordano ha fallecido, señorita Whitaker. Lo sentimos mucho". La gélida estocada de aquellas palabras aún le destrozaba los nervios. Se rehusaba a creer que el destino fuese capaz de cometer semejante crueldad en contra de alguien tan maravilloso como ese inocente muchacho a quien ella tanto amaba. El temblor en su débil cuerpo y el creciente dolor en sus manos ya no la dejaban respirar en paz. Desde lo más profundo de sus entrañas, unas voces le gritaban que esa espantosa afirmación era una mentira. Él no podía estar muerto, solo estaba escondido, a la espera de su llegada. Por eso tenía que ir a buscarlo sin demora. No sabía por dónde empezar, pero no se iba a quedar allí de brazos cruzados. Aun si ella misma perecía en el intento, debía seguir adelante. El clamor desgarrador de su moribundo corazón la impulsaba.
El inicio del sendero para internarse en las exuberantes montañas del Parque Áusker por fin se hallaba ante sus cansados ojos. Ese era el sitio en donde los guardaparques habían visto a Sebastián con vida por última vez. El muchacho quería ir, sin compañía, a visitar el famoso lago Úrek, el cual se encontraba muy lejos de la zona que se consideraba segura para los turistas y para los habitantes de las inmediaciones de dicho paradero natural. Quería capturar en imágenes la belleza tan impresionante de aquel sitio para un concurso de fotografía abierto a todo el país. Necesitaba estar solo para concentrarse bien y obtener los mejores resultados. Si ganaba el certamen, recibiría como premio una beca para estudiar en la Universidad de California del Sur, la cual estaba considerada como la mejor del mundo para especializarse en fotografía, su mayor pasión. Jamás se imaginó que aquella inocente inclinación por el arte habría de costarle tan cara, llevándose su mismísima vida consigo.
En el informe policial, se declaraba que el joven había fallecido a causa del ahogamiento. A pesar de los colosales esfuerzos que se habían hecho por recuperar su cadáver, no había sido posible hallarlo de ninguna manera. Se concluía que Sebastián se había sumergido en el agua del lago gracias a las declaraciones de él mismo recogidas en una breve grabación en video, la cual había sido hecha dos días antes de que Claire decidiera dar la voz de alarma por su desaparición. El chico solía enviarle varios videos de su recorrido por el lugar mediante correo electrónico todos los días. Pero después de mandarle ese último mensaje, no había habido más comunicación de su parte por ningún otro medio. No respondía los mensajes ni contestaba las llamadas. "Mucha gente dice que estas aguas tienen poderes mágicos, ¿lo sabías, Claire? Voy a comprobar si eso es verdad". Aquellas breves palabras, dichas entre risas mientras se iba despojando de sus ropas, serían las últimas que saldrían de la boca de Sebastián justo antes de su repentina desaparición.
Todas sus pertenencias estaban intactas en el lugar de los hechos: una camiseta blanca de manga corta, un pantalón de mezclilla azul, una chaqueta gris de cuero, un par de botas negras, una mochila llena de provisiones, una tienda de acampar y una cámara. No había rastros de sangre, armas, sustancias extrañas ni huellas de otra persona en los alrededores. Utilizaron a muchos perros de la policía entrenados para encontrar a la gente desaparecida mediante su olor, pero todos se negaban a moverse de dicho lugar. Permanecían ladrando en frente del lago con gran insistencia. Los expertos estaban casi seguros de que el muchacho jamás salió del agua. Sin embargo, ni el equipo de buceo ni la maquinaria más especializada fueron capaces de dar con el cuerpo. Era como si se hubiese desintegrado por completo. Tras una búsqueda exhaustiva a lo largo y ancho de todo el parque por varios días, el equipo a cargo de la investigación detuvo el operativo y cerró el caso, dando por muerto a Sebastián.
Desde el principio, el instinto de Claire se negó a aceptar el fatídico veredicto de la policía. Apenas tuvo la oportunidad, no dudó en dirigirse al sitio en donde su prometido había grabado las últimas imágenes dirigidas a ella. Tardó mucho más de lo usual en llegar al territorio aledaño al lago, pues eligió una ruta muy poco transitada, para así evitar encontrarse con otras personas mientras caminaba. No deseaba llamar la atención de alguno de entre los muchos curiosos que habían visto su rostro en varios de los noticieros de la televisión local. Intentaron entrevistarla para sacarle algún testimonio conmovedor y así ganar mayor audiencia, de eso estaba segura. Bastante tenía ya intentando asimilar, sin éxito, la horrorosa idea de haber perdido a Sebastián. Jamás expondría su vulnerabilidad ante la mirada morbosa de un público inmisericorde y sensacionalista.
El lago Úrek estaba tan calmo como de costumbre cuando la chica llegó. Apenas lo vio, se dirigió al punto exacto en donde el joven Giordano había grabado el video en donde hablaba de la supuesta magia de aquellas turbias aguas verdosas. Se sentó un largo rato sobre la tierra húmeda de la orilla, pensando en las posibles razones por las que él podría haber desaparecido sin dejar señales de ningún tipo. Cuando por fin salió de su ensimismamiento, ya estaba oscureciendo. Por lo tanto, decidió colocar su tienda de campaña justo ahí. Era mejor si emprendía su propia búsqueda a la mañana siguiente, con la luz del día como aliada. Además, estaba agotada por la extensa caminata que había sido necesaria para llegar allí. Le sorprendía no haberse extraviado a mitad del camino, dado que nunca había visitado aquel rincón y, mucho menos, sin la ayuda de un guía turístico o de algún amigo. Ella era pésima para ubicarse en sitios que no frecuentaba, pero una fuerza intangible la había estado orientando, incluso sin que la chica se percatase del asunto.
Solo unos pocos minutos transcurrieron, y la extenuada muchacha ya estaba hecha un ovillo en su bolsa de dormir, inmersa por completo en el plano onírico. Estaba tan cansada que no fue capaz de escuchar el ruido producido por la cremallera de su tienda cuando esta fue abierta por unas pequeñas manos de apariencia vagamente humana. Una corriente de viento frío sopló directo sobre su rostro, revolviéndole con violencia los largos mechones castaños que se le habían escapado de la coleta. El cosquilleo repetitivo de los cabellos sobre su nariz terminó por sacarla del sueño. En cuanto abrió los ojos, la suavidad de una voz masculina susurrante le acarició los oídos. "Por favor, ven conmigo, Claire. Confía en mí". Si no hubiese sido porque escuchó su propio nombre en medio de aquel extraño mensaje, habría soltado un terrible grito de pánico. Aun así, estaba bastante sobresaltada al ver que la entrada de su tienda estaba abierta.
—Sebastián, ¿acaso eres tú? ¿Dónde estás? —preguntó ella, en voz baja, mientras intentaba calmar el ritmo agitado de su respiración.
En vez de recibir una respuesta mediante palabras murmuradas, como ella esperaba, Claire sintió la delicada presión de unos deditos similares a los de un niño recién nacido sobre su brazo derecho. De inmediato, la muchacha giró su rostro en dirección al lugar en el cual percibía el leve contacto. Una figurita pálida del tamaño de una golondrina, con orejas de zorro, cuerpo de canguro y rasgos faciales humanoides la estaba observando de manera muy atenta. En cuanto los chispeantes ojos ambarinos de la criatura se encontraron con los pardos ojos de la chica, se produjo una amplia sonrisa por parte del diminuto ser. La joven Whitaker estuvo por atragantarse con su propia saliva al caer en cuenta de que la imagen ante su atónita mirada no era un producto de su imaginación, pues la criatura no se limitó a mirarla y a sonreírle... ¡Se atrevió a hablarle!
—¿Quieres ser mi amiga? El hombre de negros cabellos que me habló de ti aceptó ser mi amigo. Y yo estoy seguro de que deseas volver a verlo. Tú lo amas mucho, ¿verdad? —declaró el extraño ente, con un desconcertante ruido mucho más cercano a un chillido que a una voz.
—¿Hombre de negros cabellos? ¿¡Te refieres a Sebastián!? Si sabes en dónde está, te suplico que me lo digas... ¡Llévame con él, por favor!
—¿Estarías dispuesta a renunciar a tu humanidad con tal de estar a su lado?
—No te entiendo... ¿A qué te refieres con eso? Explícamelo bien.
—Solo contéstame. ¿Lo harías?
—Haría cualquier cosa para volver a estar junto a él. Sí, haré lo que me pidas.
—De acuerdo, tendrás la recompensa esperada justo después de sellar nuestro trato.
En cuanto terminó de pronunciar el enigmático mensaje, la criatura saltó y cayó sobre la cabeza de Claire. Se sujetó con fuerza de los lacios cabellos de ella, gracias a los finos dedos de sus huesudas manos. Todo movimiento voluntario de la joven se acabó en ese preciso instante, pues el animalillo tomó el control de todos los músculos en el cuerpo de Claire. En su mente, la chica estaba pidiendo auxilio a voz en cuello, pero no se veía así en el exterior. Para cualquier persona que la contemplase, ella solo estaba caminando muy tranquila, con un gesto de completa relajación estampado en la cara. Era imposible imaginar desesperación en un semblante tan apacible como el de ella en ese instante. A pesar de la indescriptible zozobra en su interior, la chica logró calmar un poco la vorágine de sus pensamientos al recordar que estaba a punto de reencontrarse con Sebastián. Intentó suprimir el miedo y se concentró en el gran amor que sentía por él. Eso le dio la calma necesaria para enfrentarse a lo desconocido y encarar ese "trato" que acababa de sellar sin haber comprendido primero cuáles eran los términos estipulados en él.
Después de abandonar la tienda de acampar, la criatura dirigió los pasos de Claire hasta posicionarla justo en frente del lago. Desde allí, ella podía mirar su reflejo en el agua, gracias a la luz de la luna de aquella noche despejada. Si hubiese tenido el control de sus extremidades, se habría cubierto la boca con ambas manos a causa de la impresión. Había un ligero humo negruzco cubriéndola de pies a cabeza. Su piel lucía grisácea y el tono de su cabellera era idéntico al de una anciana. En mitad de su pecho, una tenue luz rojiza titilaba con pasmosa lentitud, a punto de apagarse. Desde la parte posterior de ella, se notaba el avance de una silueta negra, la cual comenzaba a rodearla con los brazos, como si la estuviese abrazando. Las descarnadas manos de la sombra exhibían unas largas uñas puntiagudas, listas para clavarse en el torso de la indefensa víctima y arrancarle aquel fulgor carmesí que la mantenía con vida.
—¡No lo hagas, Claire! ¡No permitas que te engañen! ¡Resiste, ya voy por ti! —exclamó la voz de Sebastián, proveniente de las profundidades del estanque.
La figura oscura soltó a Claire de inmediato y se cubrió los oídos en cuanto escuchó al muchacho. La alimaña sobre la cabeza de la joven dejó escapar un chillido de rabia, pero no aflojó el firme agarre de sus minúsculas falanges. Más bien, se sostuvo con mayor fuerza y obligó a la muchacha a dejarse caer en el agua. Su cuerpo empezó a hundirse a toda velocidad, cual si fuese una estatua hecha de plomo. Al no ser capaz de moverse, la masa acuosa no tardó en inundarle las fosas nasales y la boca. Cada segundo transcurrido era una eternidad para el organismo de la moribunda dama. Necesitaba oxígeno con urgencia, pero no podía hacer nada más que sentir cómo se iban apagando, uno por uno, sus órganos vitales. Ni siquiera podía cerrar los ojos, aunque lo deseaba con vehemencia. El ardor provocado por las sustancias babosas que secretaban las plantas circundantes la estaba martirizando.
—¡Aléjate de ella, engendro asqueroso! ¡Suéltala! —gritó el joven, mientras lanzaba una roca blanca resplandeciente que impactó en el rostro de la criatura.
Un quejido agudo fue el último sonido que se escuchó justo antes de que Claire pudiese recuperar el dominio de su cuerpo. Quiso nadar hacia la superficie, pero estaba muy débil, a punto de asfixiarse. Solo pudo observar, con resignación, la turbiedad de los alrededores. Sus párpados comenzaron a dejarse vencer, al igual que lo hacían sus brazos y piernas.
—¡Ya estoy contigo, no te vayas, Claire! —clamó él, con la voz algo quebrada por la ansiedad.
Los labios de Sebastián se posaron sobre los de la muchacha. Una argéntea luz procedente de sus bocas unidas iluminó los rostros de ambos y disipó el enturbiamiento del pantanoso ambiente. Una potente conjunción de anhelo y desesperación acompañaron el prolongado beso que el joven le obsequió a su agonizante novia. Tras unos segundos de torturante espera, el pecho de la muchacha se movió de nuevo. Los ojos de ella se abrieron de par en par. Estuvo a punto de empujar al chico como acto reflejo producto de la sorpresa, pero el vibrante verdor de su mirada la hizo quedarse muy quieta. La infinita paz que le transmitía el hecho de ver el rostro de su amado otra vez, tan cerca del suyo, le conmovía el espíritu. Pero, ¿sería todo aquello simplemente un hermoso sueño que le servía como antesala a la muerte? En silencio, la chica rogaba por una segunda oportunidad para vivir junto al hombre que la estaba besando. Para sorpresa de la joven, el muchacho se apartó de su boca y le sonrió. Tanto él como ella estaban respirando con total libertad, cual si fuesen seres acuáticos. Claire temblaba, se estaba mareando y sentía que su cabeza pesaba una tonelada. ¿Seguía soñando? Semejante maravilla era imposible desde cualquier punto de vista. Ningún ser humano podría sobrevivir de esa manera... Sí, la muchacha decidió aceptar que estaba fantaseando dormida... ¿o muerta?
—¿Recuerdas cuando te hablé acerca de los poderes mágicos de este lugar? ¡Los rumores estaban en lo cierto! Por favor, ven conmigo y míralo por ti misma —propuso Sebastián, extendiéndole la mano derecha.
La joven Whitaker aceptó gustosa la oferta. "Después de todo, tengo derecho a disfrutar de mi propio sueño", se decía para sus adentros. En cuanto sus dedos entraron en contacto con la cálida mano de su novio, un electrizante cosquilleo la recorrió despacio. La dulce sensación se extendió por toda su anatomía y no llegó a su fin hasta que alcanzó la punta de los pulgares en sus pies. De inmediato, se le dibujó en el rostro una amplia sonrisa. Y sin que ella lo notara, sus iris se tiñeron de un intenso matiz turquesa. Una extraña corriente empezó a revolver las aguas alrededor de la pareja, las cuales no tardaron en llegar a ser un potente remolino que los iba arrastrando hacia el fondo del estanque. Mientras tanto, un cegador destello se abría paso entre los cúmulos de algas. Los resplandecientes rayos se extendían con rapidez en todas direcciones, como si estuviesen representando el nacimiento de una estrella. Uno de aquellos haces de luz tocó la cabellera de la chica y la bañó con lágrimas de plata. El inesperado cambio provocó en ella un gran sobresalto, pero su acompañante la apaciguó al acercarla a su pecho y envolverla entre sus brazos.
—No tengas miedo alguno, mi amada princesa de las aguas. Tu magnífico reino te está dando la bienvenida justo en este instante.
Acto seguido, un monumental grupo de minúsculos peces transparentes se acomodó en torno a los jóvenes, formando una gran esfera viviente. Juntos iniciaron una danza metódica y ralentizada, al compás de una melodía dulce que iba acompañada del armonioso canto de alguna fémina desconocida.
—Claire, por favor, dime... ¿te casarías conmigo? —inquirió el muchacho, mirándola con ternura.
—¡Sí, por supuesto que sí! ¡Te amo, Sebastián! —respondió ella, al tiempo que le sujetaba las mejillas, para luego besarlo apasionadamente.
En ese momento, los animalitos danzantes se apartaron para cederle el espacio a la doncella cantarina, cuya voz se iba haciendo más poderosa conforme se acercaba a la pareja. Sobre sus palmas abiertas, la mujer portaba una corona de marfil con decenas de rosas diminutas talladas a lo largo de toda la circunferencia de la misma .El fulgor que emanaba de su cuerpo la hacía parecer etérea, casi evanescente. Su mirada violácea se mostraba complacida al ser testigo del afecto que se prodigaban aquellos lozanos seres humanos. Pero, aun siendo tan llamativa en términos de apariencia, su repentina llegada no interrumpió el amoroso encuentro de los novios. Ellos se voltearon a mirarla solo hasta que ella detuvo su bello canto para comenzar a hablarles.
—Oh, princesa nuestra, he aquí el símbolo de todo cuanto te pertenece de ahora en adelante. El trono de las aguas te está esperando, al igual que aguarda por el hombre a quien has elegido para reinar a tu lado. Sígueme, por favor —proclamó la dama, mientras colocaba el ligero aro ebúrneo sobre la cabeza de Claire.
Si todo aquello era un simple sueño, la muchacha deseaba no verse obligada a despertar nunca más. A pesar de que no comprendía el significado de su fantasía onírica, estaba henchida de alegría al haberse reencontrado con su prometido, quien acababa de proponerle matrimonio. Y por si todo eso resultase insuficiente para hacerla feliz, le estaban ofreciendo convertirse en reina. Por lo tanto, no le costó trabajo alguno hacer pública su disposición de aceptar la invitación.
—Guíame, entonces. Con mucho gusto iré adonde tú me indiques.
La mujer tomó a ambos muchachos de las manos y tiró de ellos con delicadeza, dándoles a entender que debían nadar junto a ella. Y así lo hicieron. Un fascinante mundo lleno de aventuras estaba por recibir a la joven pareja...
*****
Varias horas después del extraño incidente en el lago, un guardaparques halló las pertenencias de Claire a la orilla del mismo. Al ver que la tienda de acampar se encontraba vacía, se dispuso a buscar al dueño o dueña de aquel refugio portátil. No tuvo que esforzarse mucho para hallarlo. El hombre se quedó boquiabierto ante la macabra escena. A escasos metros de la carpa, dentro del agua, un cuerpo femenino inmóvil flotaba boca abajo. La piel del cadáver lucía cenicienta y opaca, como si se hubiese quemado. La impresionante blancura de la cabellera de la difunta lo obligaba a apartar la vista, ya que el reflejo de la luz del sol sobre esta era muy intenso. El vigilante no se atrevió a acercarse más a la difunta, sino que contactó de inmediato a la policía local.
Al examinar las posesiones de la víctima, se encontraron algunos documentos personales y varias fotografías que la identificaban como Claire Whitaker, la novia del también fallecido Sebastián Giordano. Sin embargo, los resultados de los diversos análisis que se le practicaron a la occisa no coincidían para nada con la presunta identidad hacia la que apuntaba la documentación encontrada en el lugar de los hechos. El patrón en su ADN ni siquiera pertenecía al de un ser humano. Los forenses estaban perplejos ante semejante hallazgo. La ciencia no parecía tener respuestas convincentes para las incontables preguntas que surgirían a partir de aquel impactante descubrimiento. Decidieron mantener el inusual asunto en secreto y comunicarles a los padres que, efectivamente, se trataba del cadáver calcinado de la señorita Whitaker. Les prometieron que se haría todo lo posible por hallar al culpable de la atrocidad cometida contra su hija. Incluso alegaron que no podrían entregarles el cuerpo para el funeral porque necesitaban realizarle más pruebas que les ayudaran a encontrar con mayor rapidez al posible asesino. Los desconsolados progenitores se vieron forzados a aceptar aquellas disposiciones. El insoportable dolor provocado por la pérdida de Claire les había quitado las fuerzas para apelar esa decisión. Resignados, se marcharon a su hogar con el corazón destrozado...
*****
Quince días después, mientras los señores Whitaker caminaban abrazados a orillas del mar en una fría y solitaria mañana, ambos comenzaron a escuchar el débil sonido de una voz femenina que los llamaba desde lejos.
—¡Papá, mamá, espérenme! —rogaba la chica, una y otra vez.
La pareja se detuvo en seco. No dejaban de mirarse el uno al otro con los ojos muy abiertos, a punto de desorbitarse. Al darse la vuelta para buscar a quien los estaba llamando, no pudieron ver a nadie. La playa estaba desierta a esas tempranas horas del día. Pese a ello, el clamor no dejaba de escucharse. Parecía provenir de las aguas. Vacilantes, tanto el varón como la mujer avanzaron con lentitud en dirección al lugar de donde creían que salía la voz atormentada. Al irse acercando al océano, la fisonomía de Claire fue haciéndose mucho más clara. A su lado, se encontraba Sebastián. Los dos rostros estaban casi tocando la superficie, pero se mantenían debajo del agua. La madre soltó un grito aterrado, el cual fue seguido por una serie de imprecaciones del padre.
—Por favor, no se asusten. De verdad soy yo y estoy viva, créanme... Necesito que me escuchen, se los ruego.
La señora hizo intentos de salir huyendo, pero su marido la detuvo al sujetarla del brazo izquierdo con firmeza. Estaba tan asustado como ella, pero no quería irse de ahí sin escuchar primero todo lo que esa chica que alegaba ser su hija tenía para decirles.
—Nunca estuve muerta. Los engañaron. El cuerpo que hallaron en el lago pertenecía a una criatura que intentó suplantar mi identidad. Es una larga historia, pero puedo intentar hacerla menos extensa si me lo permiten.
Ninguno de los padres de la muchacha tenía el valor de aceptar o de negarse a continuar oyéndola, así que ella comenzó a relatarles todo, desde el día en que le habían anunciado el supuesto ahogamiento de Sebastián hasta ese preciso momento. Les describió, uno a uno, los cambios en su cuerpo y en sus capacidades y las razones detrás de todo eso. Además, trató de hacerles entender que no podría volver a abandonar las aguas nunca más y que tampoco podría hacerlo su esposo.
—Como protectores del mundo acuático, tenemos que permanecer acá hasta el final de nuestro ciclo, cuando sea necesario buscar a una nueva pareja que nos reemplace. No se preocupen por nosotros, estaremos bien. Sebastián cuidará mucho de mí y yo de él, se los aseguro. Los visitaremos a menudo de esta misma manera, cuando ustedes quieran. Solo les pido que guarden este importante secreto. ¿Están de acuerdo?
En ese momento, la madre se metió al agua y extendió la mano para tocar el rostro de Claire. La joven sonrió con ternura, al tiempo que la señora se echaba a llorar, sintiendo una extraña mezcla de tristeza y alegría en su interior. Pocos segundos después, el padre se les unió. Ambos contuvieron la respiración un buen rato, para así poder abrazar con fuerza tanto a su hija como a su yerno. Aquello era solo una despedida temporal, pero no por ello menos emotiva. Tras expresarse el gran cariño mutuo entre los cuatro, la joven pareja les dio las gracias a los señores Whitaker y se marchó. El deber los estaba llamando...
*****
Muchos novios y esposos por todo el planeta deciden estar juntos cerca de lagos, ríos y mares. Para todos ellos, siempre hay hermosos obsequios en forma de guirnaldas o exuberantes ramos aparecidos de la nada. Algunos de esos amantes aseguran que se escuchan melodiosos cantos lejanos mientras ellos miran las estrellas. Y cada vez que se produce la unión de los labios en un prolongado beso como resultado del afecto auténtico, un cálido rocío refulgente los rodea, celebrando su dicha compartida.
Fue el amor verdadero e inquebrantable lo que hizo de Claire y Sebastián los dignos herederos del poder de las aguas. Y será justo eso lo que convertirá a una nueva pareja en la soberana del universo acuático cuando el tiempo señalado para la renovación de los elementos por fin llegue. Mientras tanto, los protectores elementales seguirán honrando a todas las parejas con pequeños y coloridos presentes que los insten a seguir esforzándose por mantener muy viva la delicada esencia de su gran amor...
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