X. Tú ya no estás vivo
𝕄𝕠𝕣𝕘𝕒𝕟
No sé como sentirme al respecto.
Horas atrás, mi prima se retiró cuando se cansó de molestarme. Considero que no fue la única razón de su retirada, pues Leonora llegó a mi casa. Debo explicar que Leo no confía mucho en Allyson, hay situaciones del pasado que hacen a mi novia tenerle un cierto recelo. Entre estas, aquella vez que Ally me besó sin mi consentimiento en unas vacaciones de verano.
Sí Leonora se enteraba que lo volvió a hacer, la cosa no pintaba para mejorar, así que me lo callé, agregando que mi prima se tornó seria y timida al presenciar su llegada.
Es mi familiar, crecí jugando con ella, pero desde que tengo memoria, Ally guarda un crush conmigo. Suena turbio, pero es real.
La sobrina de mis padres se percató del intensificado ambiente cuando Leonora cruzó la puerta, esta ultima arribó con una rara tranquilidad, nuevamente la noté agotada. Me causa ternura verla como una bebé somnolienta, me da el deseo de cuidarla.
Más enamorado me hizo sentir el instante en que mi novia respondió a mi saludo con un quejido débil, acompañado de su lindo puchero discreto. Le ayudé con sus pertenencias, dejándolas en el mueble de la entrada.
Su calma aparentó destruirse cuando sus ojos se clavaron en Allyson, quien descansaba de una manera descarada sobre el sofá. Estoy seguro de haber visto fuego encenderse dentro de sus pupilas y a mi huésped levantarse de un brinco desde el mueble.
Cuando Leonora se enoja, transmite demasiado temor y con la mirada incinera a cualquiera, he sido testigo de esa emoción en varias ocasiones y confieso que se percibe como si ella viera en lo más profundo de mí, como si estuviera analizando mis debilidades.
La mayoría del tiempo se la vive riendo. Sí alguien la hace enojar, ese alguien se lamenta para siempre de sus acciones en contra de ella. No lo digo solo por mi experiencia, he escuchado a mis amigos o a los suyos arrepentirse así hayan pasado meses, a pesar de que a Leonora se le olvida.
Allyson dijo tener que reunirse con mi tía Madison, en su voz temblorosa se evidenciaba el nerviosismo. Sabe que hizo algo mal y para no ocasionar escándalos, opta por ignorar las malas vibras. Ella se fue, dejándome a solas con una Leo adormecida, pero con la suficiente energía para darme un beso en el cuello.
Hace eso debido a que no me alcanza, y lo más cercano a sus labios es mi cuello. Es gracioso sentirla, me hace sonreír. La dejé continuar con su afecto que me erizaba la piel, mientras reí y la abracé. De un saludo ameno, trascendimos a estar en mi alcoba, comenzando el encuentro después de varios días.
— ¿Me extrañaste? —susurró embelesada, mientras me empujaba al costado de mi cama, sentándose sobre mis piernas—. Con lo que te voy a hacer, te olvidaras de toda chica que te atreviste a ver, incluso a esa prima.
Ver a otra chica, sí claro, como si pudiera encontrar en alguien más lo que siento por ella. Esbocé una sonrisa al escucharla además por la mención de Allyson.
— Y yo espero que con mi respuesta te quede claro que solo te he visto a ti... deseando desvestirte —en pocos segundos principié a suspirar, balbuceaba y Leonora se apegaba cada vez más a mi cuerpo—. Con la foto de hoy me enloqueciste.
— Es tu momento, mi amor. Aquí me tienes, en carne y hueso. Me lo estuviste solicitando desde el amanecer, ya es hora.
¿Debería hacer caso a mis deseos?, notar su delicado brote sobre mi extremidad, me hacía recordar las ansias que asaltaron mi pensamiento por la tarde. Ya eran las seis, podía aprovechar el tiempo antes de tener que acompañarla a su casa. La circunstancia perfecta, en el horario perfecto, sin embargo, faltaba algo... emoción.
— ¿Ahora que, Morgan? —cuestionó Leo, siéndome posible escucharla un poco molesta, quizás se dio cuenta de mi indecisión—. ¿Qué te pasa?, estás siendo distante de nuevo.
— Pero...
— Lo sabía, ni siquiera sé porque vine hasta aquí —interrumpió su posición, se levantó dirigiendo sus pasos hacia la ventana, mostrándome la espalda—. Estás pensándolo demasiado, otra vez me observas con inseguridad. ¿Ya no quieres tocarme?, ni siquiera lo hiciste como antes, ¿Te estoy dando asco?, ¿Es eso?
— ¡Leonora! —la llamé sorprendido, casi desconcertado, incluso noté el estupor en mi rostro—. No sé de donde sacas eso, no tiene nada que ver.
— Ahora estás tratando de decirme loca, puedes expresarlo sin rodeos, ¿Te parece?
— ¡No!, ¡Leo! —intentaba darle una explicación, desde que iniciamos algo no parecía ir bien, sobre todo con ella—. Leonora, no entiendo a que quieres lle...
— ¡¿Leonora?! ¿Así nada más? —interrumpió mis palabras, estaba siendo dramática y debidamente extraña—. ¡¿Ya no me amas?!, ¿Qué tal si reconsideras tirarme la patada?
— Leo, nena, escucha —hice lo mejor para sosegar el desconcierto que sembró en mí, me preocupa cuando se vuelve trágica sin una razón lógica.
No sé que hice mal. Aún así, suelo odiar cuando Leonora accede al dramatismo, no me gusta. Trato de ser paciente, pues conozco a lo que me enfrentare cuando vivamos juntos. Aunque no es común verla hacer berrinches, podría decir que sucede cada eclipse solar.
Me acerqué a su lugar frente a la ventana, acaricié su ondulado cabello, consiguiendo olfatear las partículas del dulce aroma a vainilla, propio de su fragancia. Me deleitó con su esencia, sonreí, al mismo tiempo que me dí un respiro ante el drama que protagonizó. Coloqué mi mano en el vidrio tras ella, acorralándola, levanté la mirada, encontrando la suya no muy contenta. En serio se advertía resentida.
— ¿Qué?... Te escucho —respondió hostil cruzándose de brazos, el ceño fruncido en su rostro me intimidaba con ligereza.
— De acuerdo —no sabía por donde empezar o que decir para evitar enfadarla más—. Por la mañana te comenté que me tenías descuidado, sí, extrañé tenerte a solas... Solo que, no me siento...
Olvidaba que mi novia es una caja de sorpresas, cambia de perspectiva tan rápido como lo hace de ropa o mejor dicho, como se deshace de esta. Interrumpió mis explicaciones, para sorpresa mía, su sonrisa regresó en cuestión de segundos, dándome la impresión de tener malvadas intenciones.
Retiró el lazo de la pañoleta amarilla que decoraba su esbelto cuello y con esa prenda rodeó el mio, acercándome a ella. Sumergiendo mis palabras en lo más profundo, haciéndome callar, me besó con tanta candela, mostrando el deseo que aguardaba.
— Mi culpa —murmulló, mientras me sumergía en sus besos entre exhalaciones—. Ignora mi bipolaridad, no han sido mis mejores días —tampoco me permitía responder, supo como inaugurar su cometido—. Morgan...
— Eso es, di mi nombre —susurré, me estaba haciendo entrar en calor, no sé que falló segundos antes—. ¿Qué puedo hacer por ti?, para ti... puedo tocarte, puedo hacer lo que sea, estoy para amarte.
— Hazme sentir viva.
Nos besábamos con inmoderación, acaricié su cuerpo por encima de su ropa, la cual me limitaba. Quería atraparla con mis manos, imposible con sus movimientos seductores llenos de ímpetu durante su apego. Sostuve su cuerpo, pero se me escapaba de los dedos, mi nena estaba muy inquieta.
Despacioso la hice renunciar a su vestimenta, se veía tan linda con su sentido de la moda. Tan linda y comestible a la vez. Apenas sustraje su prenda de arriba, sentí el vapor emanar de esa atrayente piel. La ultima vez ella se desvistió frente a mi, ahora yo quería ahorrarle las acciones, esperaba que guardara sus ultimas energías para venerarla.
Me abrazó con fuerza durante el contacto desesperado de nuestros labios, se aferró a mi cuerpo y yo la recibí gustoso, mientras me enfrentaba a la contundente sensación e intentaba retirar su pantalón. No pude, tanto se apegó a mí que no me fue posible lograr mi objetivo. Leo anclaba sus brazos al rededor de mi espalda, desde luego no era ella si no vagaba sus manos por mi cabello. En ocasiones tira de ahí, duele, pero es de esos dolores placenteros.
Dejó caer los brazos para rozar con gentileza la parte superior de mí, con la que planeaba hacerla mía. Estaba jugando conmigo, no hizo lo que imaginé. Sentí la delicadeza de sus manos deambular de manera ascendente por mi abdomen, elevando la camiseta que usaba.
— Todo esto para mi reina —susurré durante el beso que me asfixiaba, al mismo tiempo que sujeté sus curiosas manos y las guíe para retirarme la camiseta desabotonada que llevaba encima—. Aún eres esa nena que me temía, aquella que no quería abrir los ojos cuando me desnudó con sus propias manos la primera vez... No pierdes la inocencia, creí haber realizado un buen trabajo.
— ¿Disculpa?, no te sientas como si fueses mi domador —respondió sosteniendo mi mandíbula con una ligera fuerza, tomándome por sorpresa, deslizó su lengua por mis labios. Peco demasiado con ella, pero eso me importa poco—. No te tengo miedo, te tengo apetito. Tu leona está hambrienta.
— ¿Ahora eres mi leona? —esbocé una sonrisa.
— Siempre lo he sido, hasta el día en que te canses de mí.
— Eso nunca.
Avanzamos hacia el colchón. Leonora rodeó mi cadera con sus piernas, trepándose de esta manera a mi torso, sin separarnos. Era como si quisiéramos meternos uno dentro del otro y no lo digo solo de la manera sexual, sino, emblemática. Caímos en mi cama, me incorporé sobre ella, carentes de prendas. Me atrevería a presumir que me lancé a sus brazos, procurando no lastimarla.
El sol del exterior se entrometía por mi ventana, posándose sobre el rostro de Leonora, luciendo el brillo de sus ojos. Ella es mi sol, ardiente, radiante, la claridad en mi oscuridad, el centello principal de mi mundo. El resplandor de sus iris bajo la luz dorada, atravesaron mis sentidos, confirmando la manera en que me complementa.
Mordí sus labios, acción a la que respondió con un quejido más instigador que nunca, mientras intentaba sincronizar el movimiento de mi cadera con la de ella. Quería dejar solo sus huesos, y también esperaba que ella me diera batalla como suele hacerlo. Anhelaba hurtar el dulzor de su almíbar, darle el amor que se merece, conectar corazón a corazón, piel con piel, alma con alma. Me mantuve encima de su cuerpo, todavía no iniciaba, me olvidaba de lo importante.
— Necesito un preservativo.
Leonora comenzó a burlarse en mi cara.
— ¿Ahora sí? —se carcajeaba sin control, no le importó que la tuviese bajo mi fuerza—. ¿De la noche a la mañana tan responsable?, ¿Qué le pasó a mi conejito que no tiene tiempo de pensar en estas circunstancias?
Me sentí burlado, aunque no podía enojarme, estaba siendo honesta. Pero su risa... Mierda, su risa me hizo sentir tan imbécil. Quise considerar los regaños de Allyson y no fue como lo esperé.
— ¿Cómo me llamaste? —cuestioné sobre el apodo. Revivió algunos recuerdos incomodos de mi pasado.
— ¿Responsable?
Su vocecita seductora, madre mía, como me tienta esta mujer. Leo no parecía querer detener la conexión, regresó a unir nuestros labios en su forma pasional y fogosa, despertando la bestia en mí.
— Me refería a lo otro.
— ¿Conejito?
Ignoró lo que dije antes, sentí sus piernas rodear mi cadera. Me sacó de mis casillas, erizó mi piel, noté como quería encajar debajo. Mi ruina fue la mirada que lanzó, en su contemplación supe lo que quería decir y con ese simple vistazo, me enamoró más.
— Estás tomando mucho tiempo... hazlo ya —susurró cerca de mi boca—. Quiero ser tu postre, mi amor, cómeme, devórame.
Mi estabilidad se fue al carajo, con su pasión, presentía como si yo mismo fuese a explotar ante las grotescas ansias que me somete. Anhelaba cumplir sus deseos y fantasías, el clima ameritaba para sudar más de la cuenta. El rubor en sus mejillas se hizo aparecer cuando aboqué a nuestra unión.
Me odié pero, no estaba muy seguro, algo no terminaba de ensamblar en la situación. Traveseamos bajo mis sabanas, besé sus labios, su rostro, su cuello, durante el roce de mis manos en toda su piel.
Permanecí en posición, delineando su figura con mis dedos, escalando desde esa cintura hasta la curva lateral de su abdomen. Es una diosa, una muñeca. La he visto madurar no solo emocionalmente, también en su físico. Hay miles de formas para demostrarle cuanto la amo, hasta el momento mi favorita sigue siendo complaciéndola.
En sus hombros me atreví a propinar diminutos mordiscos, ella respondía soltando tenues quejidos seductores en mi oído.
— Morgan...
— No deberías provocarme así.
— ¿A que te refieres con eso? —preguntó inocente, lanzándome una mirada insinuante.
— No importa...
— Esta vez nadie va a interrumpirnos, ¿Cierto? —cuestionó en medio de una risa juguetona—. No quiero que vuelvan a interrumpir a mi papito y entonces todo se destruya como la ultima ocasión que estuve aquí.
— Deja de llamarme así —me hizo reír, la verdad, ese apodo era un tanto bochornoso.
— ¿Cómo prefieres que te llame?
Preferí no responder, sus rosados y suaves labios me solicitaban atención, retorné a besarla. Con los años no he logrado entender que tienen sus besos, sus caricias, que me electrocutan, me hechiza. Me acerqué más a su exquisito cuerpo desabrigado en donde al juntarnos, además del calor, percibí como su corazón latía presuroso. La vitalidad entre ambos es indudable.
— Te amo, preciosa —fue lo primero en salir de mi garganta al detenerme a respirar—. Sabes que te amo.
— Claro que lo sé, mi amor —ella se retorcía al tiempo que recibía mis caricias—. Pero cumpliré veinte años si me sigues haciendo esperar a que lo demuestres. Mis padres no me dieron mucho tiempo, ellos creen que aún estoy en casa de Merry.
— Hoy vienes imparable, ¿Quién eres? ¿Qué le hiciste a mi Leonora?
Ella comenzó a reír. Instante preciso Silver apareció a un costado de nosotros. Habíamos dejado la puerta de mi alcoba abierta, no me pareció curioso como hizo para entrar, pero al tenerlo justo a un lado, me sentí más observado que nunca. Leonora soltó una carcajada más al percatarse de la presencia de Silver, este no me quitaba la mirada de encima.
— ¿Qué tanto miras, rata egipcia? —pregunté al gato.
Para sorpresa de ambos, Silver se acercó de más y posicionó sus patas delanteras sobre el brazo de mi novia.
— ¡Oye!, ¡Ella es mía!, ¡Respeta a tu madre!
— Creo que lo traumamos, está viendo a sus padres en una situación muy comprometedora —Leo no paraba de reír—. Quizás está pidiendo que paremos.
— ¿Entenderá lo que hacemos?
— Morgan, por supuesto que lo entiende —replicó mi nena—. Es un ser vivo, yo quiero creer que comprende nuestras acciones.
—¿Quieres seguir traumando al gato? —hablé con picardía, susurrando para ella—. No respondas, no era pregunta, era una propuesta.
— ¡Agh, Morgan!
— Dilo más fuerte, que te escuchen mis vecinos, preciosa.
Silver se recostó en la cama quedando un poco alejado de nosotros. De todos modos, un gato se visualizaba cerca, sin interrumpir mucho. Estaba ingresando al paraíso, la mejor sensación que jamás experimenté, junto a esta diosa sagrada solo para mí. Cumplí lo que Leo me solicitaba, apenas nos unificamos, ella gimoteo despreocupada y yo seguí su entonación.
Los quejidos de ambos se hicieron resonar todo el departamento. Con solo dos semanas de no estar así, se sintió como años y la situación era sumamente placentera en exageración. Sentí tan bien, los movimientos de Leonora me sofocaron, quise decirle algo para enardecerla más, pero me quedé afónico, solo podía suspirar.
— ¿Qué... te sucede hoy? —pregunté para ella, en serio, la potencia era contundente—. Nena, eres mi martirio.
— Y-yo... No... —parecía que quería responder, supuse que el placer no se lo permitía.
La vi relamer sus labios, cerraba sus ojos con una expresión de aparente dolor. Creí que la estaba hiriendo, admito que no guardé lo mejor para el final e iniciamos rápido. Apacigüé un poco la velocidad, quizás eso podría provocar detenernos, cosa que para nada deseaba.
— ¡No, no, no!, ¡Mi amor! —protestó insistente, percibiendo su tono como regaño—. ¡Era ahí!, ¡Justo ahí!, ¡Sigue así!
Continuaba relamiendo y mordiendo sus labios sola, por lo que decidí detenerla, obsequiándole un beso gentil, el cuál se intensificó por la sensación que nos carcomía al mismo tiempo. En dichos lapsos, detesto el largo de mi cabello, me entorpece, aunque Leonora siempre gusta de aprensarlo con una de sus finas manos, facilitándome lo demás.
Olvidé la presencia de nuestro hijo gatuno, quién me veía hacerle de todo a su madre. Nos sincronizamos en todo sentido físico, el golpeteo del mueble contra la pared eran la señal de que en mi alcoba me hallaba amando a la mujer de mi vida.
No obstante, bien sabía que algo desde el principio no pintaba para ir bien.
Más pronto de lo esperado sentí el fluido de Leonora, percibiéndolo diferente, al igual que sus gemidos. Debajo sentí su licor acompañado con un poco de viscosidad, incluyendo el aroma similar a hierro que mi olfato notó. Esos suspiros que me excitaban, trascendieron a alaridos, invadiéndome de miedo.
La cagué, la he lastimado. Fue lo primero en cruzarse por mi cabeza. La culpa tocó a mi puerta, pues herirla es lo que más he tratado de esquivar.
— ¡Detente, detente!, ¡Hablo en serio! —exclamó adolorida, apretó mis hombros, al mismo tiempo que intentaba alejarme.
Sabía que pasaría. Reaccioné de inmediato y acaté sus ordenes, me detuve en el lado contrario de la cama, dándole su espacio a Leonora. La inspiración que perdí era lo de menos, me preocupé por ella. A la disgregación de ambos, enderezó su tórax, dejando al descubierto su divino busto que no pude evitar contemplar enamorado. Todo pensamiento enardecido se esfumó cuando la vi derramar lagrimas.
— Lo siento —fue lo primero que dijo mi subconsciente, sin siquiera discernir. La tomé en mis brazos, cubrí su pecho contra el mio y arropé su espalda con las sabanas—. ¿Te lastimé mucho?, no creí que pasaría a mayores así de la nada, iba tan bien.
— Duele —sollozaba, sentí las gotas caer de sus ojos—. Yo si quería... fue mi culpa.
— No hagas eso, nena —nunca había sucedido, me sentía un monstruo—. No te culpes por algo que no estaba en tus intenciones hacer... Dicen que a veces el cuerpo no recibe como siempre, creo que la culpa aquí es mía, tal vez fui muy brusco o hizo falta estimularte más.
El ultimo comentario le causó gracia, a mitad de su llanto mostró una sutil sonrisa.
— Me gusta verte sonreír —le devolví el gesto y acaricié su espalda, mis manos yacían bajo la frazada, buscaba el mayor contacto con mi novia—. ¿Está pasando el dolor?
— No lo sé, creo que he sangrado. Me duele debajo.
En serio que la he liado. En mi mente no paraba de incriminarme por el lamento de la chica que amo.
— ¿Puedes revisar?
Me estaba proponiendo que examinara cuanto había derramado de sangre, el olor que se presentó era evidente, pese a que desconocíamos si la razón era centrada a mi bestialidad. Leonora acopló su postura para descansar en la cama y extendió sus piernas para permitirme ver su intimidad. Fue cruel observarla sin poder hacer nada, mi instinto pedía embocar ese fruto, y mi mente pedía que fuese prudente.
La simple expresión de cumulo dolor en su belleza, la manera en que apretaba los ojos y limpiaba las gotas que brotaron de sus ojos, me incitaban a cuidarla.
Cuando pensaba tener mi primera vez con Leo, Krystal me enseñó de anatomía, creyendo que aún era virgen. Recuerdo la trompada que me dio con su enciclopedia cuando le confesé que no lo era desde los catorce. Por poco y me destruye los dientes.
Con los años me lamento de no haber guardado mi amor a uno tan leal y verdadero como el de Leonora. Aunque ella expresa no tener problemas con eso.
La pequeña lección de mi hermana fue útil hasta ese momento. En efecto, estaba sangrando una cantidad pequeña y ese fluido no provenía de su interior, sino, de lo que parecía ser un rasguño prolongado en su parte.
— Leo, ¿Antes te había dolido aquí?
Si algo me ha servido de tener una hermana ginecóloga, es saber que una herida como esa no podía hacerse en cortos segundos, a diferencia de ser un abuso.
— ¡Sí, pero no lo toques! ¡Duele!
— Dime la verdad —determiné firme—. ¿Te lastimé con anterioridad?
— Bueno... —titubeó antes de responder, noté como pensaba las palabras que diría, sé que buscaba una excusa—. De acuerdo, no mentiré, la ocasión del motel me lesionaste... no te diste cuenta de las lagrimas que me sacaste. Llámame exagerada, pero no pude caminar bien por días.
— ¿En serio?, ¿Tan grande es...?
— ¡Morgan Hudson! —exclamó mi nombre completo, eso y su ceño fruncido me dio a entender que le molestó.
— ¡Estoy bromeando! —reí con ella.
Me levanté del colchón, recogí del suelo su ropa interior para cubrirla. Pero antes preferí limpiar su sangrado con algo. Debajo de mi cama aún conservaba la camisa que rompió la ultima vez, aquella ocasión que Krystal llegó a interrumpir. Despreocupado, rasgué un trozo de la prenda, ya no servía para vestirme, era momento de darle otro uso.
— Toma, nena —le proporcioné el lienzo.
— ¿No quieres hacerme el honor? —cuestionó con su toque de atrevimiento, provocándome reír un poco.
— ¿Ni herida eres justa conmigo?
— Yo no lo vería así... Desde pequeño sabes que debes encargarte de la consecuencia de tus actos —me observaba desde la cama, mientras enredaba en espiral uno de sus rizos en su dedo índice—. Tal vez mi cuerpo te acepte esta vez, ¿Por qué no lo intentas?, siento que ya me recuperé. Un rasguño no puede detenerme.
Quiso tomar una posición pretensiosa, descubrió su piel desnuda, el lienzo que le dí lo paseó con lentitud por su busto. Como deseé ser un simple pedazo de tela en ese momento. Su expresión facial provocativa me estimuló, ella lo notó que comenzó a reír.
— Ven aquí, amiguito —bromeó sobre mi intimidad—. La puerta está abierta.
— Leonora... detente ya —sonreí avergonzado—. No quiero lastimarte.
Siguió tomando poses y expresiones alentadoras desde mi lugar de descanso, la temperatura de mi alcoba aparentó subir. Se recostaba, jugaba con sus rizos, acariciaba su propia piel pálida, restregando la humedad con sus manos por su abdomen y más debajo. Mordía sus dedos y labios. No podía más.
Está hecha una modelo de pies a cabeza y se nota que a ello se dedica en su tiempo libre. No puedo creer que toda ella sea mía, mejor aún, que la tendré de por vida, eso planeo. Mostrándome la belleza de su desnudez, solo pude observarla, no me animé a caer en su provocación.
— Hazme una promesa... Solo así modelaras para mí —decidí bromear durante mi tortura visual, sin poder hacer nada.
— Es una lastima, debí traer la lencería que te prometí en San Valentín.
Ella no paraba, en serio quería devorarla, pero no podía darme el lujo. En un vistazo, noté que Silver observaba desinteresado a mi novia, ese gato no sabe lo que es bueno. Al final, no me pude resistir más a la trampa de mi leona, me acerqué y ella carcajeó triunfal por mi decisión que se me colocó encima en una ágil maniobra. Besé su busto con descaro, nos unimos en un abrazo, mientras al acariciar su pecho con mis labios olfateaba su adictivo aroma, sus dulces quejidos volvieron, pero en un movimiento de sus piernas...
— ¡Auch! —lloriqueó un poco. Eso me hizo detener todo de nuevo, sin que me lo pidiera. Me lanzó una mirada de culpa, mientras se cubría la boca.
— ¿Lo ves?, de todos modos que lo intentemos no saldrá bien.
— ¡No, mi amor! —suplicó, permanecíamos abrazados—. ¡No te detengas!
— Leonora... esto es en serio, no quiero herirte más.
Adopté la seriedad posible para que ella se alejara y me permitiera levantar.
— ¿Ni siquiera por detrás? —noté la suplica en su hermoso rostro afligido.
De nuevo me elevé desde la cama, volví a cubrirla con la sabana, no me alejé sin antes darle un beso en la frente y acariciar su mejilla en señal de adoración. Le dediqué una sonrisa a la que ella respondió con un gesto de tristeza. Me vestí, luego de hacerlo, noté el disgusto en el rostro de mi novia y al astuto Silver entre sus brazos. Solo me distraje unos segundos.
— Nena, lo hago por tu bienestar... Créeme, quisiera seguir, pero en estas circunstancias tu salud es prioridad para mí —expresé tomando asiento en el borde del mueble—. Deberías entenderlo, es tu cuerpo, valioso para ambos.
— Supongo que tienes razón —se rindió haciendo un débil puchero—. La verdad es que yo también quería que me destrozaras.
Se acercó a mí permaneciendo en su descanso, dejó a Silver en libertad, reímos y sonreímos juntos. Adoro los momentos en que se mantiene cerca, cuando aproxima su rostro al mio y percibo como olfatea la fragancia que dice gustar notar en mí. No me resistí a besarla, en un descuido ella ladeó el rostro, invitándome a besar su mejilla, mandíbula, hasta llegar a la parte inferior del lóbulo de su oreja.
Me enloquece cuando al permitirme acariciarla, susurra mi nombre enamorada. Su piel aún se conservaba cálida. Di un beso sutil en su cuello con la delicadeza que ella me pide, le gusta que sea calmado en algunas ocasiones, otras, demanda que no modere mi fuerza. Aunque con todo lo pasado, ya no me sentía seguro sobre seguir dando la parte desconocida de mí. Las consecuencias se hacían presentes y no eran buenas.
— Estás preciosa, como siempre —expresé al dejar su piel en tranquilidad—. Es una pena que te haya quitado tu ropa, nena, te veías hermosa... Con o sin...
En serio es una rebelde, me hizo desconcentrar al retirarse la sabana de nueva cuenta.
— ¿Qué? —y todavía me lo preguntaba—. Morgan, mis ojos están aquí arriba.
— Lo haces a propósito.
— No hay mucho que ver, sabes que mis pechos son como dos pequeñas mandarinas.
— Nunca vuelvas a bromear así —intervine con severidad, fue gracioso ver como su expresión cambió—. Tienes el cuerpo que jamás vi, eres hermosa, así te amo, opacaste en mi vida a las experiencias momentáneas... Eres una diosa, eres mi reina.
— ¿Con experiencias momentáneas te refieres a...? —realizó ademanes con sus manos queriendo transmitir algo—. Ya sabes...
Victoria. Pensé con rapidez, la verdad, ella es mi pasado. Que me perdone si escucha mis pensamientos, pero, mi relación con Leonora no le llega ni a los talones a lo que tuve con Vicky. No obstante, ella siempre perseveró con intenciones de unirnos. En nuestra despedida, me dejó en claro lo que sentía y entonces decidí seguir adelante. Sí, necesité alejarme de Leonora para meditarlo, sin esperar que fuese a ser demasiado feliz a su lado.
— Tu eres mi reina, punto final —sonreí volviendo a besar sus dulces labios—. Mi todo.
Jamás me había rendido a los encantos de una chica, jamás me sentí competente para expresar mis emociones y obedecer a mis sentimientos. Jamás creí que diría esto, quiero casarme con ella.
— Conejito... —habló interrumpiendo el beso, al mismo tiempo, alejó mi boca con sus dedos.
— ¿Conejito?, eso es nuevo —esbocé una sonrisa, tomando su mano entre la mía, apartándola de mis labios.
— ¿No te gusta?, es que eres como uno.
— ¿Querías decirme algo? —solté una ultima risa, antes de proceder a escucharla—. Leoncita...
— Voy a sonar inoportuna... Morgan, la madre de Merry me leyó las cartas hoy, ha dicho que... En nosotros ve un lazo muy fuerte casi irrompible, pero, pronto algo pondrá a prueba la resistencia de este mismo.
Permanecí en silencio, creo que ella notó el interés en mi rostro, aunque también fui demasiado evidente, me coloqué a su lado en la cama sin preguntar más. Leonora continuó.
— Dijo visualizar terceras personas, más bien, muchas personas y un espíritu... Ese espíritu quiere decirnos algo, además, será protector para ambos... Quiere reencarnar para volver a vernos y confirmar que seamos felices.
— ¿Cómo puede la madre de Merry ver esas cosas en una sola tirada de Tarot? —cuestioné.
— No solo se basa en eso, ella es un poco bruja y tiene habilidades esotéricas impresionantes... Ella sabe todo de ti, solo con sentir mi energía en pocas ocasiones, ¡Hasta sabe de las cicatrices en tu espalda!
— ¿Sabe que tú me las hiciste?, de tantas veces que me has rasguñado.
— ¡Sí!, ¡Lo sabe!
Esto me dejó impresionado, pues la madre de Merry notificó a Leonora de posibles problemas futuros, no solo en la vida de mi novia, también en la de Diego. Mi lógica gritaba que ambos asuntos podrían estar relacionados. Que hablasen de una reencarnación me erizó la piel, sentí un corto circuito de mi sistema nervioso atravesando mi columna, dando una percepción de miedo. Resultaba todo un misterio.
Leonora al terminar de narrar las predicciones de la señora Melnik, mostró una mirada fría de angustia, incluso se encogió de hombros mientras retornaba a cubrirse con la manta. La interpretación de la madre de Merry, además de referir la reencarnación de un muerto, llegó a explicar que los asuntos próximos podrían ser de abundante gravedad, incluyendo destrucción de una familia y sorpresivamente, la llegada de un embarazo.
Me congelé al escuchar lo ultimo. Era muy pronto para concluir algo certero, a lo poco que sé de la videncia, no especifican sobre personas, solo características. No pude evitar pensar que ese supuesto embarazo podría ser nuestro. ¿Qué iba a hacer?, ¿Cómo haría para mantener a un bebé?, ¿Era mi momento de ser llamado 'papá'?, de solo imaginarlo los nervios se me volvieron de punta.
— ¡Morgan! —exclamó mi novia, sus palabras en realidad provocaron que permaneciera helado, al traerme de vuelta noté que comencé a sudar—. ¿Me escuchaste?, estoy hablándote.
— ¿Qué cosa? —estaba desconcertado.
— Dije que tengo hambre, ya que no pudimos tener algo, ¿podrías pedir comida china? —solicitó acurrucándose contra mi tórax.
— S-sí... como digas, amor.
¿Qué putas fue eso?, parecía que la ultima predicción había sido un engaño de mi subconsciente. Leonora no tocó el tema y se le veía tranquila como antes, despreocupada me sonrió desde la cama al apartarme para sostener mi teléfono posado sobre el escritorio de mi alcoba. No comprendí nada, así que decidí soltar el lío mental que crucé.
— ¿Me pides pollo agridulce, conejito? —preguntó Leo, mientras se colocaba la ropa interior.
— Claro... —hasta yo noté la frigidez en mis respuestas, fue un golpe muy duro para mí.
No estaba listo para escuchar la existencia de la posibilidad, ahora temía y mi estado de alerta se avivó. Si sucedía, todo recaería en mi responsabilidad, más con la clase de padre que Leonora mantiene y en realidad, sería mi culpa.
Preferí olvidar las conclusiones precipitadas. Me dediqué a esperar respuesta del servicio a domicilio, durante esto, contemplé la presencia de mi nena en mi espacio de comodidad diario y a Silver queriendo jugar con ella
¿Qué sería de nosotros si dentro de Leonora realmente se estaba creando una persona?
No soy de relajar mi mente, la mayoría del tiempo estoy ocupándola en mis estudios, literal mi cabeza siempre está en otro planeta. Podría decir que mi mayor deseo con los años, ya no era ser alguien exitoso. Crecí, me llené de responsabilidades y ese mayor deseo se convirtió en otra cosa.
Anhelo vivir en un lugar relajante, tener espacio para mí, sin estrés. Respirar del ajetreo de la ciudad y los deberes de adulto. Me visualizo en una casa repleta de tranquilidad, sin un solo ruido más que el del mar de Alteueyatl, el cual quisiera apreciar desde la ventana de dicho hogar mientras bebo algo. Leonora suele pedir que me relaje, con su afectuosa compañía, será sencillo hacerlo.
Solo ella y yo.
Intentaba pensar en otra cosa que no fuese Astronomía, ni mi novia, ni mi familia, ni amigos. Nada. Solitario en el mundo. Entonces caí en cuenta de que debí hacerlo desde hace tiempo atrás, pues me sentí en paz, en sosiego. De repente me encontraba en un bosque resplandeciente en naturaleza, no solo el sonido de las aves me hizo abrir los ojos, también el aroma verde que comenzó a rodearme y la sutil brisa de sensación dulcificada.
Noté frente a mi vista unos arboles altos, con el cielo azul entre nubes de fondo y pájaros volando de rama en rama. Las hojas verdosas parecían tener gotas de rocío, incluso alcancé a percatarme de como esas lagrimas brillaban con la luz del sol, como si se tratasen de escarchas albar. Todo era muy claro y sedante. El sitio indicado.
Podrían creer que estaba drogado. No miento que en ocasiones lo he hecho, pero créanme que no era la circunstancia. Bajo mi cuerpo me percaté de la presencia de una alfombra interminable y real de césped con fragancia a flora magnifica, me encontraba recostado sobre esta refrescante superficie con las extremidades extendidas, desplomado.
Quería levantarme a explorar el bosque desconocido, no obstante, la imperturbabilidad era la que siempre he deseado. Inhalé y exhalé, paseando el fresco y suave aire por mis poros nasales. Luego de un simple respiro, sin ponerme de pie, giré mi cabeza entre la hierba divisando a la lejanía un bosque colorido. Detrás de los mismos arboles gigantes, una cascada era la causante de aquella brisa esparciéndose hasta mi posición. A pesar de la distancia.
En los troncos de las plantas arbóreas las ardillas trepaban con agilidad hacia la cima, y al pie de la flora, conejos de todo tipo deambulaban tamborileando con sus patas traseras, deslizando sus narices por los girasoles que decoraban los arbustos de la pradera. Esos tiernos animales me trajeron recuerdos de mi presente.
La primavera iba a ingresar apenas el transcurso de unos días más. Entre esa manada de alegres conejos, se destacó ante mí una hembra tumbada en los matorrales con cinco crías a su lado, descansando. Sus pequeños eran inquietos y hostigaban a la coneja chocolate acurrucándose bajo su pelaje. Me entretuve con ese espectáculo de fauna feliz, hasta que...
— ¡Morgan!, ¡Morgan Hudson!
Escuchar aquella fémina voz llamándome con insistencia, provocó mi desconcentración y de manera abrupta. El timbre de esa voz no era el de mi Leonora, de mamá o Krystal sino.
— ¿Victoria? —pregunté en un susurro único, elevé mi torso desde la tierra para rotar mi cabeza en dirección a donde provenía dicho llamado.
En efecto, era Victoria. Fui capaz de verla en medio del bosque celestial, corría hacia mí con rapidez y su larga sonrisa decorando su carismático rostro. Venía abriéndose paso en medio de los conejos quienes la dejaban desplazarse desapercibida.
Su cabello surcaba el viento enviándolo detrás de sus hombros, descubriendo sus juveniles facciones. Llevaba puesto el vestido blanco de encaje que usó en sus quince años, mismo con el que recuerdo... se marchó para la eternidad.
Tan contenta y resplandeciente, hizo que mi piel se erizara de alegría, Victoria estaba viva. Me levanté y abrí los brazos para recibirla con el afecto que le tenía, ella respondió de la misma manera y al encontrarnos nos dimos un fuerte abrazo de esos que solían asfixiarme.
No tuve problemas esta vez con su cariño excesivo. Sentí sus manos acariciar mi espalda, mientras yo rodeaba su pequeño cuerpo delicado. Sin darme cuenta, mis ojos comenzaron a derramar lagrimas.
— Morgan, aquí estoy —la escuché sollozar en mi hombro—. Te extrañé demasiado.
Alejé su torso del mio con calma, quería ver sus hermosos ojos otra vez y confirmar que estaba conmigo. Así lo hice, despues de años, divisé el lucero de su mirada que algún día me enamoró, a pesar de hallarse repletos de lagrimas en esos momentos, al igual que yo.
Distinguí que en caso contrario al mio, su apariencia permanecía intacta por el pasar del tiempo, lucía como una niña. Tanto su rostro, como su cuerpo no habían madurado del todo, a pesar de que teníamos la misma edad.
— Eres tú, Vicky... eres tú —musité con melancolía, tomé sus mejillas en mis manos—. Eres tú...
— Claro que soy yo, Morgan —respondió en una sonrisa regocijante, sostuvo mis manos con las suyas, como si pidiera que no la soltara. Rozar su tacto, fue una sensación conmovedora—. Aquí estoy y jamás me fui, siempre he estado contigo. Pero nunca pude volver a tocarte, hasta ahora.
— Y yo que te daba por perdida, perdóname por ser un egoísta de mierda.
No lo pude evitar, mis palabras se resbalaban entre el sollozo que me invadió. Traté de hacerme el fuerte. Los pajarillos al rededor, hicieron sonar su canto como si supieran de nuestro encuentro.
—No digas eso, osito —sollozó conmigo, con su dedo índice limpió mis lagrimas, haciéndome recordar su cariño—. Perdóname tu a mí por dejarte, sucedió tan rápido y... no sabes lo complicado que fue para mí.
¿Por qué hablaba como si su muerte hubiera ocurrido en realidad y se tratara de su resurrección?, se suponía que estaba viva, era capaz de palpar su piel.
— Dame un beso —solicitó con dulzura, su mirada tan expresiva como de costumbre, me comunicaban los enormes deseos que tenía porque lo hiciera—. Ahora que estamos juntos, nos tenemos el uno al otro. Morgan, hazme todo lo que haces con Leonora.
— ¡No puedo! —exclamé sorprendido.
Me aparté de ella con una zancada en retroceso, espantado, a considerables centímetros de distancia. Cuando logré separarme de su abrazo, seguí dando unos cuantos pasos atrás, con miedo. No tengo idea de ante que me acobardé.
— No puedo hacer eso contigo, tú eres distinta a Leonora.
— ¿Soy distinta?, ¿A que te refieres con eso?
Sus ojos desde el pasado eran su único medio de comunicación, ya que a voz nunca lo hacía de manera sensata. Los argumentos posesivos que espetaba cuando éramos jóvenes, se hundían en sus sentimientos y no en lógica, mucho menos con prudencia. Con su característica inspección pudo advertirme de que la emoción por vernos, se desvaneció y se encontraba molesta por mi rechazo.
— Victoria, no lo tomes de mala manera, es solo que... —titubeé.
No podía parar de retroceder y ella me seguía amenazante. La sumisión a la que me ató, también regresó con ella. El problema de Vicky es que siempre creyó que yo era de su pertenencia mientras estuvimos juntos y jamás fue buena.
— Digo que eres diferente a causa de que, tus padres... se molestaran si se enteran de que te toqué de la manera en que ellos desaprueban.
— ¿Y por eso soy distinta a Leonora?, los padres de ella también desaprueban que sobrepases los limites, por eso siempre te vigilan, pero su paternidad es mediocre puesto que no se han enterado de que Leonora espera un hijo tuyo luego de tantas noches en que ambos se han entregado el uno al otro.
¡¿Que carajo?!
— ¡¿Qué?!, ¡No!, ¡Leonora y yo no estamos esperando un hijo!
— ¿Y si lo esperara?, ¡¿Qué?!, ¡¿Que harías?! y ¡¿Que hay de malo con eso?! —no cambió para nada, sus cuestionamientos eran igual de posesivos a como los recordaba—. Ni siquiera te has dado cuenta del daño que le haces a Leonora, ella te ama, sé que tu también las amas, pero cuando se lo demuestras te pasas de la raya... ella es humana y siente, la hieres y si la abandonas, toda esa entrega será dolor.
— ¡¿Crees que no lo sé?!, ¿Qué te hace pensar que voy a abandonarla?, eso es lo que buscas.
Alcé la voz en contra de Victoria. Sus palabras, su actitud, su semblante irritante. ¡Dios!, terminó por hartarme y apenas nos habíamos reencontrado, dio inicio a una de esas discusiones absurdas que desde tiempos inmemorables creó. Todo se tornó patético. Lo tradicional entre ambos. Ni siquiera sé por que reclamaba sobre eso.
— ¡Nunca en mi vida abandonaré a Leonora!, tu lo has dicho, la amo... —continué—. Tú misma pediste que hiciera caso a mis sentimientos e hice lo que dictó mi corazón, dejé de confiar tanto en mi cerebro por ella, Leonora me ha hecho cambiar... S-soy, feliz, y a diferencia de ti, es paciente, segura, me encanta darle a recibir sin esperar que ella me responda regresando ese cariño y aún así lo hace. ¡No como tú me exigías!
Quizás me excedí, lancé palabras muy hirientes, aunque el modo en que me cuestionó provocó que lo hiciera. Nuestra antigua relación se basó en peleas de ese tipo, a excepción de que nunca tuve el valor de alzarle la voz, siendo que me aprisionaba, siempre hostigó mi paciencia y soporté demasiado. En dicho momento olvidé los estribos y estallé.
— P-pero... Osito —tartamudeó, la noté desconcertada. Se llevó una mano sobre el corazón y su mirada me hizo saber que destrocé este mismo—. Yo...
Aquí íbamos de nuevo, el loop de las discusiones a las que me tuvo acostumbrado por mucho tiempo. Principió a llorar. Creo que si ella no hubiera muerto, indudablemente se habría convertido en mi ex pareja y no sé que tan sano podría haber sido su acechamiento en mi relación con Leonora, por otro lado, el "hubiera" no existe.
Fuera de las conclusiones, el ciclo de las peleas iniciaba con mi natural rechazo, aceptable. Victoria se quejaba, yo probaba dar explicaciones sin lastimarla, aún así ella terminaba llorando. Yo la consolaba y me disculpaba de algo por lo cual ni siquiera debía hacerlo. Nos besábamos y de reconciliación teníamos una cita sencilla.
Por ello cuando insinué a Leonora, me sorprendió que ella no derramase una sola gota de celos, no protestara, incluso me notificaba del tiempo que pasaba alejado de mis amigos y me invitaba a ir con ellos. Claro, cuando no se encuentra bien, Leo suele enojarse, más no arma berrinches tan exagerados, solo da el semblante facial a lo que le molesta y con otros es natural.
Las veces que ha llorado, son totalmente mi culpa y mis suplicas no son en vano, las merece. Podría presumir su perfección, más no lo es por mi causa ya que si no fuera por mi calentura, ella no les mentiría tan bien a sus padres.
No me gusta comparar, dadas las circunstancias era imposible para mí no hacerlo.
— Lo lamento, Victoria —con valentía, continué enfrentándola—. Lo que tú y yo vivimos, fue doloroso en todos los aspectos y lo sabes.
— Yo te amaba —refirió, mientras sus ojos claros derramaban llanto—. Y todavía te amo, osito.
— Vick, esto... debía pasar, debíamos separarnos y si el destino quiso que fuera de esta forma... así fue correcto.
— Yo venía para decirte algo —de manera abrupta sus lagrimas cesaron, dando la impresión de que el drama lo había actuado—. Quiero pedirte que seas atento con todos a tú al rededor, tu familia, amigos, Leo e incluso sus padres. Protege a Leonora, ella es mi portal para volver a ti.
— ¿Portal? —cuestioné extrañado.
— Solo, así como obedeciste a tu amor por ella, sigue mis indicaciones esta vez... protégela y amala, demuestra que estás ahí, complácela, apóyala, hazla dichosa. Después podremos reencontrarnos y el universo me dará la oportunidad de redimir las cosas entre nosotros tres.
No entendí nada, mi pequeño cerebro no comprendía a que quería llegar con esas palabras confusas. Mi lógica se averió y el impacto por la extrañeza de su discurso, hizo que permaneciera boquiabierto y estático, observando como Victoria se aproximaba hacia mí luego de lo poco que retrocedí.
Aprovechó la inmovilidad que me provocó, en sus lindos iris vi reflejada una inocencia comparada con la de una bebé. Inusual, conseguí ver reflejados mis ojos en los de ella. Su mano izquierda apretó mi dedo índice con vitalidad. Nuestros rostros más cercanos de lo normal. Pasó a rodear mi cuello con sus brazos y propinó un beso casto en mis labios.
Una fuerza sobrenatural me mantuvo congelado sin poder realizar una acción en su contra y solo pude cerrar los ojos en respuesta, sin siquiera tocarla.
— Cuando nos volvamos a ver, seremos inseparables, ah no ser... —musitó luego del beso, se apartó sin caer en provocaciones a como lo realizaría cierta señorita—. ¡Ven conmigo!, ¿No te gustaría?
En cuestión de segundos, Victoria, negándome responder, tomó mi mano y me guio a un lago que yacía detrás de mí, del cual no me había percatado. Me arrastró sosteniendo mi mano en contra de mi voluntad, forcejeé para evitar ir con ella y suplicaba porque me dejase vivir.
— ¡Victoria, por favor!
— ¡Será mejor si vienes conmigo!, ¡Ya lo verás!, en el lago hay flores de loto, te las puedo mostrar si gustas.
— ¡No!, ¡Déjame vivir!, ¡Hay gente que me espera!
— Tú ya no estás vivo, Morgan.
Tú ya no estás vivo, Morgan.
Desperté de manera destemplada, recuperé mi respiración la cual sentí que casi perdía. Hiperventilaba intranquilo y precipitado, mis jadeos de espanto se hicieron sonar en cada espacio de la habitación, mientras permanecí postrado e inmóvil.
Todo asimilaba haber sido una pesadilla terrible. El final de dicho sueño terrorífico, causó que mi cuerpo entero se tornara diaforético, empapando hasta las sabanas que me cubrían, inutilizando el trabajo del aire acondicionado en mi alcoba.
Cada parte de mí exudaba sin control, la presencia de Victoria en mi sueño no ameritaba para mi cabeza ser cosa sencilla. Creí que en realidad, ella planeaba llevarme. Quizás debía sentirme afortunado de recibir una segunda oportunidad y no abandonar mi vida con un simple descanso de noche.
Con la mano limpié el sudor que derramaba por mi rostro, finalizando humedecida. El pavor indiscutible que inundó mi subconsciente a la hora de soñar, me envolvió en una ducha incomoda. A pesar de que aquella mala pasada concluyó, aún me sentía acechado, como si Victoria hubiese entrado a mi zona de descanso.
Mi cuerpo se notaba igual que una roca pesada, no podía elevarme de la cama por más que lo deseara, mis brazos y piernas no despertaban aún. Desolado ante el anochecer, percibí que el ventanal de enfrente había sido abierto y las cortinas delgadas volaban casi sobre mí con el viento. Yo no la dejé así, cuando encendía el aire acondicionado, procuraba que todo estuviese cerrado y de tal modo me iba a dormir en paz.
Tras desacelerar mi respiración, pude levantarme. Acostumbro dormir en ropa interior, con el frio de la alcoba, sumando una ráfaga de aire gélido que ingresaba por el ventanal, me cubrí con la frazada igual que un monje para aproximarme al cristal e impedir que volviese a abrir.
Una vez que todo volvió a su estado habitual, tanto en mi entorno como en mi mente, anhelaba descifrar el significado de esa pesadilla, pero lo más extraño es que todavía sentía miedo.
La exudación no paraba de recorrer mi piel, por lo que decidí arrojar la frazada que me cubría al colchón, para proceder a tomar la decisión de darme un baño. El reloj enumeraba las cinco con veinticuatro minutos de la madrugada del día lunes. Debía asearme para ir a la universidad. No suelo tomar tanta puntualidad para la escuela, esta ocasión la pesadilla me hizo despertar con anticipación.
O ¿Morir?, pues lo que Victoria dijo en mi sueño, no podía sacármelo de la cabeza. Deducía místicamente que solo estaba viviendo una ilusión.
— Tú ya no estás vivo, Morgan —repetí la frase en un susurro, probando entender el significado escondido-—. Ya no estás vivo, ¿tu corazón no bombea sangre?, ¿eres un espíritu?, ¿un muerto que camina?... Que tonteria.
Solté una risa sarcástica en silencio, puesto que todos dormían. Recargué las palmas de mis manos en la superficie de cristal de mi escritorio ubicado frente a otro ventanal, observé la luna llena cerca de la montaña, se despedía de mí irradiando su luz al cien por ciento.
Los autos comenzaban a deambular por las calles de la ciudad, desde arriba parecían diminutos, el brillo de las luces exteriores nunca termina aquí. Gozo de una buena vista cada día y a todas horas. Silver estaba descansando sin sobresaltos en la canasta que Leonora y yo improvisamos cuando llegó, cuya cómoda se había convertido en su cama favorita.
Era reconfortante verlo dormir acurrucado, transmitía su calma, fue entonces cuando me pregunté que podría soñar un gato. Dos preguntas ya vagaban por mi inquieta curiosidad, en donde se enfatizaba el sueño previo.
— Luna, ya no quiero pensar en el pasado —dije como si la luna pudiera escuchar y responderme—. Tengo mi vida en el ahora y planes para el mañana, hago lo que está en mis manos para aterrizar y a Victoria eso no le interesa... Bueno, nunca le interesó, pero, ni estando muerta me deja en paz. Cuando no quería pensar en nada, viene y destruye mi estabilidad. Solo tú comprendes la marea de mis emociones, ¿Qué debería hacer?
Hablar con la luna es un habito que tengo desde pequeño. Algunas personas creen en lo que les mencionan sus religiones, en lo personal, yo creo en los planetas que he estudiado y en el simbolismo detrás de cada uno. Con un simple desplazamiento acontecido en el universo, los planetas son capaces de desarrollar una revolución en la tierra.
En mi percepción no solo gobiernan los astros, también deambula la magnifica y preciada ciencia. Cada persona decide en que creer, al final de cuentas en esta sociedad tan alocada, nadie nos asegura que es lo bueno y lo malo, para mí esos lados opuestos son un invento para limitarnos. Y no, tampoco hay pecadores que se pudrirán en el infierno, todos nos iremos al carajo por igual, pues no existe ser sin culpas.
— ¡Mor!... Ah, ya estás despierto —la aparición repentina de mi hermana azotando la puerta de mi alcoba me asustó.
Krystal venía arreglada con el tipo de ropa que acostumbra usar para ir al trabajo, un blusón de cuadros color negro combinado con sus jeans oscuros y zapatos de piso. Mi hermano pequeño, Karl, la acompañaba, él ya llevaba puesto su uniforme del colegio panamericano, donde crecí educándome.
—¡Hermano! —exclamó Karl lleno de vigor, mientras se subía a mi cama para dar saltos.
A comparación de otros niños, Karl se despierta con mucha más actitud que nosotros en casa. Las madrugadas son su instante de hiperactividad.
— ¿Puedo saber por qué aún no te vistes? —cuestionó Krystal, analizándome encolerizada—. Son las seis con veintiocho, ¿Qué no entras a clases a las siete?
— ¿Las seis?
¡Había olvidado que el reloj de mi alcoba se averió el día anterior!, cuando pasó, dije que lo desecharía, ni siquiera eso pude hacer. Me pasé la tarde, noche e inicios de la madrugada estudiando para un examen demasiado importante que tendría justo a primera hora. Me equivoqué, la pesadilla no me hizo despertar antes, sino, muy tarde.
— ¡Maldita sea! —me expresé pasmado, procedí a actuar con la adrenalina creciendo en mi interior.
Si bien comenté que no salía de casa con tanta anticipación, tampoco me marchaba con el tiempo pisándome los talones. Abrí la regadera del sanitario dentro de mi alcoba, mientras el agua se templaba, revisé que los libros correspondientes al horario del día lunes se encontraran en mi mochila. Lo ultimo se hallaba en orden, punto a mi favor.
— Apenas inicias la semana y el universo ya tiene pruebas para ti, bebé —refirió Krystal en medio de una risa divertida, para después escucharla decir algo en una exhalación prolongada—. ¡Ay, la bendita golpiza del lunes!
— ¡Lunes! —agregó Karl con su felicidad de infante.
Mi hermano menor luego de dar un enorme brinco desde la altura de mi cama, se marchó corriendo sin freno fuera de la habitación y con Krystal siguiéndolo despreocupada. No respondí a sus comentarios, puesto que ya me sentía apresurado.
Me di el baño más veloz de mi vida, me encargué de mi higiene en general, incluyendo el aseo de mis dientes. Fui más rápido que un rayo. En tan solo diez minutos ya estaba listo, tiempo récord. Tomé la mochila en mis hombros y salí rápido de mi alcoba. Ni siquiera pude restaurar las frazadas de la cama, aunque según mi madre, no había problema ya que Colomba, la empleada que acudía a casa cuando nos marchábamos, se encargaría de dejar todo en orden.
Salí con la toalla en mis manos, secaba mi cabello durante el camino hacia la cocina, buscaba un refrigerio para al menos no retirarme con el estomago vacío. Mi familia ya me esperaba dentro de la cocina.
— ¿Qué pasó, hijo? —preguntó mi madre con sus ojos saltones y sorpresa evidenciada en su mueca—. Nunca se te hace tarde, ¿Qué sucedió ahora?, ¿A que hora dormiste anoche?
— Muy tarde, mamá, como a las dos de la mañana —respondí, mientras buscaba algo en el refrigerador, de donde al final conseguí un jugo.
Mi madre me retiró la toalla de las manos, alborotando mi cabello mojado con las suyas, me acarició como a un perro recién bañado. Ella sonrió al notar mi ligero enfado, pues suele expresar su amor con un poco de golpes, rasguños y pellizcos.
Es simpática, dicen que me parezco a ella, sus genes resultaron más fuertes que los de papá. Amanda transmite frescura natural, sus ojos grises que pasó a mi hermana Krystal son más misteriosos que encantadores, a mi padre le fascinan, me lo ha dicho él mismo.
Mamá se la pasa sonriéndome, puedo presumir que me quiere mucho. Luego de maltratarme, me abraza con cariño y yo solo le respondo con un beso en la frente. Me siento afortunado de padecer este tipo de cercanía con ella.
Papá dice que cuando yo era bebé, mi madre solía despertarme a picadas con sus dedos para provocarme el llanto y proceder a consolarme, lo mismo con las caídas, me ponía el pie sigilosa y después me mimaba.
— Mi niño ya es todo un muchacho —dijo apapachándome, apretó mis mejillas con las frías palmas de sus esbeltas manos, lastimando mi piel con la sortija de matrimonio en su dedo—. Tan guapo mi hijo, ¿Qué hice yo para tener a este príncipe hermoso?
"Príncipe" así me apoda con amor desde que tengo memoria. Ese y el irritante "darling".
— ¡Mamá, se me hace tarde!
— Te llevaremos, hijo, deja el escandalo —intervino mi padre Christian, él desayunaba en la mesa con Karl a un lado suyo—. Ya es momento de que te acompañemos hasta la universidad, siempre vas en autobús.
— ¿Desde cuando estás ahí, padre?
Tan apresurado llegué que no me había percatado de su presencia. Sobre papá hay cosas que se deben destacar, tanto él como Amanda juegan el papel de mejores amigos en mi vida diaria. Christian ha compartido miles de consejos conmigo, desde que supo de mi despertar sentimental por las chicas que llegaban a sucumbir mi corazón, cuyas emociones fueron temporales.
Nuestra confianza se fortaleció el día que le confesé mi relación con Leonora. Papá adora a mi novia, la bombardea de halagos constantemente junto a mi madre, ambos son como sus admiradores. Christian me ha enseñado mucho, lo mejor es que nuestras charlas siempre aportan algo bueno. Compartimos el intelecto, con una pizca del uno y del otro, creamos algo nuevo en nuestra filosofía individual sobre multiples temas. Es un honor tenerlo como padre.
Posando los pies sobre la tierra luego de mi admiración por la familia que el destino me dio, recordé que mi valioso tiempo corría deprisa.
— Tengo un examen importante hoy, si pudiéramos salir ya...
— ¡Llegaremos bien, Morgan! —interrumpió mi madre—. Santo cielo, que impaciente eres a veces —me dio un beso en la mejilla y se alejó para servirle más licuado de chocolate a mi hermano.
— ¡Para ustedes es sencillo decirlo!, todos entran a las ocho y yo soy el único raro que debe estar en sus ocupaciones antes de las siete —me quejé, la verdad es que mamá tiene razón, soy impaciente cuando siento que las situaciones se me escapan del poder.
— De que eres raro ya lo sabemos, bebé —dijo mi hermana, deshaciendo una risa.
Mis padres y Krystal laboran en el mismo hospital, en distinta especialidad. Ellos en quirófano y mi hermana en ginecología. Nadie sabe que esa sincronía de empleos fue planeada por los tres. Christian y Karl cesaron su hambre matutina por lo que ya era momento de partir en conjunto del departamento, dispuestos a estrenar la ardua jornada del día.
En cuanto nos desplazamos por el pasillo, Karl acostumbra pedirme que lo tomé de la mano, nunca me he rehusado a su petición. Le teme a las pinturas artísticas que aderezan las paredes en nuestro recorrido hacia los elevadores. Como es casi una tradición en cada sitio, Amanda y Christian lideraban el camino con sus brazos entrelazados, derrochando elegancia, con tres retoños persiguiendo sus pasos donde la mayor se mantenía adelante.
— Hermano, ¿hoy verás a Leonora? —la graciosa voz de Karl me desconcentra de mi habitual vista perdida, mientras sostengo su pequeña mano.
— Siempre la veo, ¿Por qué?
— Dale este regalo de mi parte.
Del bolsillo de la sudadera institucional que lo abrigaba, extrajo una hoja blanca encogida en multiples dobleces, me la entregó y volvió a aferrarse a mi agarre.
— ¿Puedo verlo? —pregunté divertido, intentaba hostigarlo.
Conozco el cariño inusual que le tiene a mi novia. Entre la extensa competencia, él es el rival más fuerte, pues con su ternura de niño derrite el corazón de la susodicha. Si fuese dieciséis años mayor, desde luego me amedrentaría perder lo más valioso de mi vida por causa suya. Fortuna o no, apenas nació cuando nos conocimos. De la mano llevaba un diminuto traicionero.
— Es un dibujo de ella con girasoles a su lado —respondió el pequeño astuto—. Como le gustó el girasol que le di la otra vez, la dibujé rodeada de ellos.
— ¿En serio?, ¡Que listo! —no pude evitar soltar una risa, mientras adulé su inteligencia. Se parece a mí, nos gustan casi las mismas cosas—. Lo veré cuando ella lo abra, me has llenado de curiosidad.
— También dile que la amo.
— ¿Qué estás diciendo, niño? —intervino Krystal sorprendida, nos volteó a ver con un estupor divertido en su rostro—. A quienes debes amar es solo a mí y a mamá, Morgan ya ama a Leonora.
— Y vaya que la tiene ¡muy!, pero ¡muy amada! —remató mi madre en burla soltando una carcajada que papá continuó.
— ¿Tú también, mamá?, no solo mis amigos me molestan con eso, ahora ustedes. No me hagas arrepentirme de confesarte mis secretos.
— ¡Leonora va a casarse conmigo! —Karl volvió a aclarar sus deseos.
Al final del pasillo, arribamos a la zona de elevadores, donde aguardamos por la llegada del primero que nos descendiera al sótano, donde se encontraba el auto de papá. Estando en espera nos topamos con unos cuantos vecinos que solo se limitaron a saludar de manera verbal y estrafalaria cordialidad.
Cada quien tenía un rumbo, para mi mala suerte, una vecina que desde niños me pretendía, había aparecido a un costado con su madre. Esa chica me incomoda a pesar de que no cruzamos charla, no es necesario describirla porque honestamente me es indiferente, solo diré que su mirada es acosadora. Mi familia son como mis escuderos, ellos conocían la situación e intervinieron en mi auxilio.
— Creo que ya vendría siendo hora de que Leonora venga a vivir con la familia —comentó Christian—. Es pronto y ya está presente en nuestras conversaciones.
Aumentó con ligereza el tono de su voz, lo suficiente para que nuestra vecina escuchara. Era innecesario, pero divertido.
— Ella siempre ha sido parte de la familia, no hay porque sacarla de su tranquilidad, Morgan se encargará de eso, ¿Verdad, darling? —cuestionó mi madre.
— ¿Saben?, ella no me presiona como lo hacen ustedes, permitan que termine mi carrera, ¿Es mucho pedir?
— El señorito desea hacer las cosas correctas —agregó Krystal en medio de una risa sutil, al mismo tiempo recargó su cabeza en mi hombro y cerró lo ojos. Identifico de inmediato cuando tiene sueño.
— ¿Y si la invitas a cenar esta noche, darling? —propuso Amanda, expandiendo su enorme sonrisa destellante. Luce hermosa cuando sonríe por emoción.
— No parece mala idea, la invitaré, espero que no padezca algún otro compromiso.
— No puedo, mi amor.
Bien, con dos simples palabras de negación, los planes de mi familia se arruinaron más rápido de lo que imaginé. Leonora me hizo saber su respuesta con la pena notándosele en el rostro, me observó con melancolía. Nos encontramos en uno de los incontables jardines de la universidad, conseguí llegar a tiempo, tal y como mi madre lo predijo.
Leo amaneció más radiante que de costumbre, su tersa piel se divisaba más resplandeciente que nunca, al igual que su cabello ondulado. Cubría su tórax con una prenda corta a la altura de sus caderas, holgada y rosada, con los brazos descubiertos y escote en triangulo invertido. Decoraba su cuello con el collar de planeta tierra que le obsequié, siempre lo usa, sin importar que no combine.
Sus piernas envueltas en un pantalón blanco ajustado resaltaba su ejercitada figura. De calzado, zapatos bajos del mismo tono que una perla. Parecía una muñequita de porcelana, más por el sombrero que usaba. Era graciosa a simple vista, su vestimenta demasiado producida podría ser exceso como para acudir a clases. Le sobra personalidad.
— Mamá Nora vendrá de Orizaba y sabes que ella no me deja en paz un solo segundo —informó Leo sobre la visita de su abuela, mientras caminábamos juntos hacia el edificio de Ciencias Naturales—. De hecho yo pensé en invitarte a mi casa, mi abuela quiere conocerte, siempre le he hablado de ti y en la llamada que recibimos ayer de ella, dejó muy en claro sus deseos de saber quien eres.
La familia de Leonora tiene fama en sociales de ser muy meticulosa, ella dice con toda sinceridad que el status social se les fue a la cabeza a sus padres y admite que el dinero los cambió. En pocas palabras, se deslumbraron con los pequeños placeres de la vida que lograron convertir.
El miedo me invadió al saber de que una mujer mayor ansiaba saber de mí. A lo que mi novia platica, la abuela Nora no usa los recursos que su hijo Luis Castañeda le envía para derrocharlo o presumir, sino que, los dedica para sus gastos médicos, pues padece diabetes.
Ya he escuchado anécdotas sobre ella, sin embargo, no se ha presentado el honor de conocerla. En una ocasión, Luis la describió como una abuela estricta y quisquillosa, cuyos alardeos fueron desmentidos por Leo, entonces supe que su padre intentaba asustarme. No es novedad. Aún así, el temor es impredecible ante experiencias nuevas, entre ellas, conocer personas, más si se trata de la familia de tu novia.
— Si no puedes ir, está bien —indicó Leonora, al mismo tiempo sentí su mano acariciar mi antebrazo—. No habrá problema, además... Yo tampoco podré acudir a la cena de tu madre, es una lastima, había comenzado a saborear los ravioles de queso que prepara de solo imaginarlos.
— Quizás mamá acepte hacer esa cena para otro día.
— ¿De verdad? —sus ojos se llenaron de un brillo deslumbrante, al igual que su sonrisa regocijante—. ¡Consulta esa posibilidad con ella!, en estos días he recordado el sabor de los ravioles y persisto con el antojo.
— Muy bien, se lo diré —sonreí—. Y sobre tu abuela, creo que puedo pasar hoy para conocerla.
Su mano se deslizó desde mi antebrazo hacia abajo, acariciando gentilmente la palma de mi mano. Entrelacé nuestros dedos cordial. Cuando nos paseamos por la universidad con nuestras manos juntas, quienes deambulan cerca no pueden disimular sus miradas posadas en ambos. No es lo mio recibir tanta atención, solo sé que me ven por Leonora.
Antes de que ingresara a la universidad, yo solo era un estudiante más. Llegó y todo mundo se dio cuenta de mi existencia, hasta los profesores me preguntaban a mitad de la clase: "¿Sales con Ada Leonora?, la de nuevo ingreso en Estilismo de Modas" .
Ella captó las miradas desde su primer día. Es una historia larguísima que para acortarla, me limitaré a decir que sin uniforme de colegio, lucía demasiado llamativa. Mis amigos cuando la vieron quedaron sorprendidos, nunca les dije que ella era Leonora, mi novia. Quería saber que resultaba.
La única en conocerla eran Eloísa y Sebastián, pero no dijeron nada. Mi amiga oprimió sus labios incomoda, reteniendo la risa y Sebas, se puso serio al mismo tiempo que me dirigía la mirada. Thiago, Martín y Adrián comenzaron a apostar por saber quien sería el primero en hablarle a "la de nuevo ingreso".
Se pelearon por pedirle el número. Me partí de risa en sus caras luego de que Leonora me vio y corrió a besarme. Eloísa la saludó y charlaron, años antes ya las había presentado, cuando en la fiesta de mi amiga, ocurrió entre Leo y yo lo que tenía que ocurrir bajo las sabanas... por primera vez.
Oh, well. Volviendo a mi realidad y parando de divagar en las memorias del ayer...
El excelente alumbrado de la institución aún irradiaba su luz en cada rincón de los abundantes metros cuadrados, asemejando el entorno con el anochecer. La obra maestra del cielo estrellado superior desvanecía su viveza lóbrega poco a poco ante los débiles rayos del sol. El paisaje despejado de Alteueyatl es sin duda, hermoso. Esa mañana de lunes hacía un clima denso, pues era el principio del mes de Marzo.
— Oye, ¿Cuánto has dormido? —la pregunta de Leonora angustiada derribó el tranquilo silencio durante nuestro caminar unidos—. Tus parpados... parece que te maquillaron con sombra oscura, luces como un muerto... No lo había notado, los ojos te delatan de lo jodido que estás. ¿Te desvelaste estudiando?
— Leo, sabes lo importante que es el examen de hoy.
Lo platicamos el sábado mientras cenábamos luego del encuentro complicado. Bromeé con la frase de que me dedicaría el domingo entero a quemarme las pestañas, broma o no, de todos modos lo hice.
— Sí, mi amor, pero te exiges demasiado —indispuesta me reprimió.
— Y tú te preocupas demasiado, no tienes porque hacerlo, nena... Ambos tenemos nuestras propias responsabilidades
— ¿Recuerdas cuando ibas a ingresar aquí? —su pregunta me hizo rememorar esos tiempos, aunque su expresión no era de nostalgia, sino, de enfado—. ¿Cuándo tuve que visitarte para hacerte distraer unas cuantas horas?, duraste dos semanas estudiando sin descanso diario para el examen de admisión, te sometiste a tanta presión que vomitaste como cuatro veces y el día después de la prueba terminaste deshidratado en el hospital.
— ¡Pero veme ahora! —intenté desprenderla del disgusto con mi sonrisa y optimismo un poco sobreactuado—. En unos meses me graduaré, valió la pena ese esfuerzo que fue de ambos, porque estuviste conmigo hasta en el hospital, aunque te veías molesta.
— ¡Es que no me haces caso! —alzó el tono de su voz con discreción, aún así las personas cercanas le dirigieron la mirada al escucharla—. Morgan, solo... descansa de vez en cuando, ¿Sí?, es lo que siempre te pido.
No le comenté que el peso en mis ojos fue rematado por la pesadilla con Victoria. Desde mi perspectiva, no era relevante mencionar tanto el pasado de mis antiguas relaciones, siendo que en el momento preciso disfrutaba de mi felicidad. Nos detuvimos frente a los escalones de mi destino, el edificio de Ciencias Naturales.
Podría subir yo solo a mi aula, no lo decidí así, preferí tardar unos segundos más con ella. Fue entonces cuando su rostro se iluminó como si obtuviera claridad mental, como si hallara respuesta a un problema matemático. Sus pupilas se dilataron.
Olvidando sus reclamos, optó por proponer un plan que beneficiaria a los dos. Vino a su cabeza la idea de pasar el siguiente fin de semana en una propiedad que su padre adquirió hace días, un departamento frente al mar de Alteueyatl. En esa zona se ubican muchos sitios del tipo veraniego, debido al atractivo turístico que mantiene el mar. Leonora me estaba invitando a pasar tres noches a solas en un tipo de lugar que siempre he soñado para relajarme.
— ¿Qué opinas?, ¿Vamos?, será muy divertido.
— Pero... —dudé en aceptar, su familia me limita, aunque yo no debía dejarme manipular o intimidar por nadie. Tomé mi decisión rápido—. De acuerdo.
— ¡Sí!, ¡Verás que la pasaremos increíble! —me animó con su alegría, dio saltos emocionada y me sofocó en un abrazo cálido, le devolví el gesto mientras me hacía reír su entusiasmo—. El recorrido para llegar es de dos horas, le pediré a mi padre el auto y las llaves del departamento, yo manejo.
— ¿Crees que lo acepte?, quiero decir, iremos tu y yo... solos —no pude evitar insinuar algo más con picardía, ella es mi adicción mortal.
— ¡La idea es que te relajes! —se carcajeó—. Pero si quieres aprovechar la oportunidad, puedo hablarlo con mamá Nora, siempre me apoya para salirme con la mía —respondió a mi observar, guiñó un ojo y sonrió con su esencia coqueta. Noté como sus mejillas adaptaron un rosa sobre su piel.
— Que malcriada, lo que quieres lo tienes —bromeé deshaciendo un beso suave en su mejilla—. Conseguiste relajarme, ahora tengo un excelente motivo para despejar mi mente.
— Ve allá y comete ese examen, solo es una hoja de papel —aproximó su rostro al mio y susurró embelesada, mientras con sus dedos rozó mis labios—. Después podrás comerme a mí, te aseguro que para el fin de semana estaré mejor, en comparación al día anterior.
— ¿No creen que es muy temprano para pensar en coger? —la voz de mi amigo Adrián fue la interrupción del beso que deseaba darle a mi novia—. Tú Leonora, eres una llama andando.
— ¡No te importa! —replicó ella, se apartó de mí para cruzar sus brazos y observar amenazante a Adrián.
Sentí mi interior nublarse, indudablemente odié a Adrián, debido a sus bromas tuve que reprimir el deseo de besar a Leonora y ella había perdido el entusiasmo, su rostro lo decía todo. El estremecimiento provocado por el roce de sus dedos sobre mis labios se esfumó de mi piel.
Tal vez Adrián poseía la razón, no era lugar para lo que planeaba hacer, eso pensé, olvidando el potente sentimiento aprisionado en segundos. Ahora sé porque todos bromean sobre lo que hacemos a solas, creo que somos demasiado obvios. Ella no lo vio de tal modo, pues continuó reclamando a mi amigo.
— ¡Consíguete una vida!, te la vives espiándonos —agregó.
— Sí como sea —dijo él con indiferencia. Adrián no es de dar explicaciones, no le interesa cambiar lo que piensen de él, apartó su mirada de Leonora y se acercó—. ¿Ni siquiera un buenos días, amigo?, la gente exitosa y educada saluda.
— Por eso no fuiste el primero en hacerlo —respondí riendo al ejecutar con él, aquel saludo sencillo, pero especial que realizábamos con nuestras manos—. Es de pocos modales interrumpir, ¿sabías?
— Es de pocos modales babearse la cara con la novia en lugares públicos, ¿sabías?
— Agh, no puedo soportarlo —Leonora se quejó, tornando sus ojos en blanco, observó con disgusto a mi amigo, se mantenía con los brazos cruzados y su mirada penetrante. Característica de ella—. Será mejor que me vaya, debo alistar mi material para la practica de maquillaje. La novia... se larga.
— No, espera —la detuve, sujetándola de la muñeca con suavidad.
Ella respondió a mi llamado con una sonrisa vanidosa, desde mi agarre hice que su cuerpo se aproximara de nuevo. Sin importarle que Adrián estuviera cerca y sin siquiera yo pedirlo, escaló con una delicada caricia por mis extremidades superiores a posicionar sus brazos encima de mis hombros. Su mirada realmente brillante y de dilatadas pupilas por la oscuridad proveniente del cielo madrugador, se cruzó con la mía, siendo la causa de mi estupefacción y sonrisa esbozada.
— ¿Olvidaste decirme algo? —preguntó sin rodeos.
— ¿Qué?... Oh, ¡sí! —demoré en procesar la información—. ¿Qué era?
Leonora burló mi distracción en una exquisita sonrisa. Con un simple vistazo es capaz de secuestrar mi mente, privándola de todo pensamiento. Por un momento me pareció extraño que Adrián guardara silencio al vernos, porque sé que analizaba la circunstancia presente, su mirada de gato es muy pesada y es imposible no percatarse de esta.
Eloísa y yo solemos culparlo de cuando alguien cae frente a nosotros, pues sabemos que ese tipo de escenas ocurren por su pasatiempo de ver a las personas. Eloy le prohíbe divisar por más de cinco segundos a las mujeres. En fin. La razón por la que detuve a Leonora era el regalo de mi hermano para ella.
— Le prometí que te lo entregaría —dije al mostrarle la hoja doblada—. Es un detalle por parte de Karl.
— ¡¿De Karl?! —su sonrisa se amplió más de lo normal.
Me liberó del acercamiento para recibir el dibujo, su atención dejó de focalizarse en mí. Bien dije que ese pequeño es mi rival más fuerte, a pesar de su corta edad. Basta con decir su nombre y Leonora se olvida de prestarme atención. ¿Qué si me da celos?, por supuesto. Permanecí en silencio, al mismo tiempo que mi novia buscaba una manera de extender la hoja, deshaciendo sus dobleces pronunciados.
— ¿Es una carta?, ¿Ya aprendió a escribir por completo?
— ¡¡Leonora!!
Se percibió en toda la explanada el llamado de una potente voz masculina, era Diego, quién a unos metros de distancia clamaba y ordenaba la presencia de Leo. Él se encontraba con Suzy, quien portaba su estuche profesional de pinturas para el rostro. Fue novedad no encontrar a Merry con este par.
Dirigió su vista hacia sus espaldas y al instante tomó prisa, tras notar a su amigo alzar el brazo y agitar la mano, de este modo logró ubicarse entre las muchas personas que los cruzaban. Según entendí, sus amigos la buscaban por un proyecto pendiente que estaban realizando, mismo por el cual, ella interrumpió mi clase de hace unas semanas para compartir en privado una duda con la profesora García.
— ¡Debo irme! —de manera abrupta me dio un beso inexpresivo.
Por su rapidez, opté por obtener más su interés con una mordedura visible que propiné en su labio inferior, conseguí hacerlo al sostener con gentileza su nuca y unir su cuerpo a mí. Esto sació mis ansias por robarle un beso. La respuesta fue inesperada, me dio un palmada firme en el brazo, dolió tanto que sentí como si piedras diminutas se incrustaran en mi piel, tiene una mano fuerte a pesar de ser diminuta y consumida.
Recordé la abofeteada que me dio, ese golpe me alineó las ideas, reinició mi sistema nervioso. Leonora no acostumbra pegarme, inusual es el día en que lo hace, ya sea en defensa propia o cuando suelo sobrepasar los limites. Pero en tal momento me pareció innecesario. Adrián dio señales de vida al permitirnos escuchar su risa, mientras yo solté un alarido de tortura y me llevé la mano a la zona de mi brazo, donde estaba seguro, me ocasionó una magulladura.
— ¡Me dolió! —demandó Leonora, como si a mí no me hubiese dolido lo que hizo.
— Pero me duele más... ¡Un México corrupto! —agregó Adrián en broma, interrumpiendo como siempre.
— ¡Tú cállate, inmaduro! —replicó Leonora.
— A mi me encantó —susurré acercándome a su oído, llevándole la contraria en mis palabras, vacilaba aprovechando su enfado—. Puedo hacerlo otra vez... ¿Te digo algo, preciosa?, empiezo a creer que soy masoquista por ti.
— ¡No! —protestó molesta con el ceño fruncido—. ¡Ya verás!, ¡Esto no se queda así!
— Sí, lo sé, ya quiero verlo —reí, no sé de donde cojones obtuve la valentía para enfrentarla de tal modo. Probablemente a causa de que conozco al pie de la letra lo que quería decir con eso último.
Como todas las mañanas, dividimos caminos sin contratiempos, le vi saludarse con sus amigos y tomar cartas en el asunto respecto a sus proyectos. Subí las escaleras junto a Adrián, charlábamos sobre el examen de esa misma fecha. Adrián es ese tipo de personas que Eloísa refiere como un hijo de perra, solo porque es frío y en ocasiones opina imprudentemente de temas que no le incumben.
A pesar de su defecto de involucrarse en donde no debe, su psicología es de gran corpulencia. Adrián acude a terapia desde que una chica le rechazó de una manera humillante, cuyos recuerdos me hacen sentir un tanto de lastima por él. Eloísa lo aprecia demasiado y gracias a ella, conocimos lo que era el apoyo entre chicos, ella es como la mamá de todos.
Aunque las mujeres de las cuales se impregna suelen rehusarse a salir con él, he sabido de algunas que se atontan por ese tonto. Les he preguntado con quienes tengo oportunidad de curiosear, que notan en él y todas confiesan que les atrae su manera de ser, su excentricidad, su risa de idiota y el tono rubio de su cabello corto.
Todo un casanova, pues mi amigo Adrián Aguillón se da el lujo de ignorar a esas admiradoras, como si le llovieran. Es de madre francesa, pero ni de coña sabe hablar el idioma. Miente a las chicas que le piden hablarlo, recitándoles a discurso el coro de "La vie en rose", las únicas palabras en francés que se sabe y lo peor es que las pobres chicas le creen.
Ascendíamos por los casi interminables escalones del edificio, conversando, él se dejaba ver igual de agotado que yo.
— No dormí cómodo, mientras estudiaba caí rendido y desperté con los libros encima de mí —comentó al mismo tiempo que frotaba su ojo derecho con el puño sellado—. Para colmo solo cerré los ojos por una hora, hubo un tiroteo a las afueras de mi casa y mi madre me despertó asustada, cuando me percaté ya era hora de venir... Si me desmayo, no sean cabrones y llévenme a la enfermería.
— Espera, ¿Qué?, ¿Es real?, ¿Un tiroteo al exterior de las residencias? —cuestioné ignorando su ultima advertencia.
Vive con sus padres, a excepción de mí, no tiene hermanos. Las residencias "Celaya", mismas donde habitaban algunos de mis amigos, localización de gran prestigio y supuesta seguridad excelente, fue atacada por lo tipejos de la "u" cursiva. Los mismísimos utopistas que tras haberse apoderado del barrio de los pochtecas en el fin de semana, continuaban invadiendo las calles. Se reproducían como ratas.
— ¿No lo viste en el noticiero?
— Idiota, se me hizo tarde, no me dio tiempo de ver televisión. Mis padres me trajeron.
— Corriste con suerte, bro —dijo con una sorpresiva expresión de angustia en su rostro, se pronostican fuertes tormentas cuando Adrián toma seriedad—. No sé como logré salir ileso de entre esos asquerosos, luego de que balacearon los autos estacionados en las calles y robaron las piezas de unos cuantos, en cada maldita esquina había un grupo de ellos en una cantidad aproximada de cinco, se drogaban... Me robaron mi teléfono y billetera, pero no me hirieron.
— ¿Les diste tus cosas? —interrogué en un tono de reprimenda, no pude creer que lo permitiera—. Tienes la capacidad para darles una paliza en tu defensa, aunque viéndolo bien... juntos son peligrosos.
— Y entonces no estaría charlando justo ahora contigo —replicó con apacibilidad—. Llámame cobarde si gustas, pero me invadió un miedo catastrófico, casi me hago en los pantalones. No hallé otra opción más que obedecerles, quería que me soltaran en paz.
— ¿Qué sucedió con Thiago y Martín?, viven cerca.
— No tengo idea, no los vi y bueno, ¿Cómo vuelvo a explicarte que me robaron el teléfono?
— Esto pinta para no mejorar y lo peor es que los policías hijos de puta no hacen nada —expresé con el enfado carcomiendo mi interior.
— Ni creas que van a hacer algo —replicó Adrián con sarcasmo—. Según mi padre, la policía dejó de perseguirlos porque el imbécil de Emiliano Silva los tornó de su lado, papá no aceptó el soborno de esas ratas y ahora por ello perdió su empleo.
Conseguimos llegar a nuestra aula, el hábito de cada amanecer era encontrar a nuestros compañeros en el pasillo del sitio de clases, previo a su comienzo. Para visualizar el despertar del sol o respirar antes de sofocarse en libros, aunque la mayoría ya se precipitaba con eso debido al examen, estudiaban el contenido del libro de astrofísica.
Justo hablando de Thiago y Martín, ellos ya se localizaban entre los demás en el pasillo, apartados del resto. Llamó mi atención divisar a Eloísa sollozando, con nuestra compañera Daniela consolándola y Sebastián con el libro de la materia cerrado mientras en su mano contraria sostenía su celular, mismo donde leía algo con el ceño fruncido. Me acerqué al ver a mi amiga llorar, ella se aproximó presurosa para abrazarme y continuó derramando su llanto en mi hombro.
— ¡Morgan!, ¡Gracias al cielo estás bien! —expresó Eloy durante su abrazo, ella es mi mejor amiga, la aprecio, es como mi segunda hermana y me duele verla mal—. ¿Por qué no llegabas?, me tenías preocupada, ¡todos ustedes son unos idiotas!, ¡solo me hacen mortificar!
— ¿Qué sucedió? —cuestioné anonadado, esa escena no era nada común para mí—. En primera, dime, ¿Por qué lloras?, tú nunca lloras.
— Hola, ¿ya me viste? —dijo Martín con ironía.
Cuando le dirigí la mirada, mi boca se abrió inconscientemente de la sorpresa, entendí la razón del llanto de mi mejor amiga Eloísa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro