I. El aire hace al fuego arder
Noche de viernes, la luna se posaba superior a mi alcoba desde el cielo sombrío y despejado, su irradiante luz envolvía las ventanas y el exterior en una suave frazada blanquecina, mientras yo veía en el televisor mi serie favorita. No era una producción conocida, pero, su arte y desarrollo de personajes era digno de apreciar, además lo que le hacía perfecta eran sus orígenes locales. Me adentraba en el capítulo que transmitían esa noche, mi cuerpo descansaba sobre la cama, en posición supina con el torso elevado como si fuese una lagartija.
Transcurrían los últimos días del invierno, para proceder a abrirle las puertas a la refrescante primavera, esa preciosa temporada donde en el aire se respira alegría y aquel sentimiento vital, el amor. Si, estoy enamorada. Casi olvido presentarme, me llamo Leonora, soy una joven de escasos dieciocho años de vida. En ocasiones soy una chispa que nadie puede extinguir, pero otras veces me torno fría y aburrida; todo es culpa de mi modesto novio, me mudó algunas de sus características, al igual como él adoptó mi extravagancia.
Justo lo estaba recordando cuando recibí un mensaje, sostuve el teléfono en mis manos sin apartar la vista del televisor puesto que no deseaba perderme ni una micra de segundo. La serie comunicaba las afecciones mentales de diferentes pacientes, los cuales acudían a una terapia psicológica grupal y en el episodio de la noche, trataban el caso de un hombre en duelo por su esposa que temía a la responsabilidad de mantener a su hija. Interesante, ¿verdad?
Desatendiendo por un minuto el televisor, leí el mensaje que recibí. Debí imaginarme que era él.
"Cuando el rio suena, es porque Morgan llega", solté una risa calmada cuando lo leí, esa era su frase para notificarme de sus intenciones. Curiosamente, yo tambien poseía la respuesta especial con la cual confirmaba mi presencia en casa para verle. "El aire hace al fuego arder, estoy lista para la ventisca", comentaba al instante despues de teclear las letras y formar el enunciado, un poco juguetona y atrevida. Haber creado códigos era considerado por parte de mis amigas como una cursilería, sin embargo, admito lo divertido que es y con dichas frases al menos conocemos cuando nos encontramos bien.
— ¡Hermana, solicito tu ayuda! —exclamó alegremente Esme, mi hermana, ella ingresaba a mi alcoba con el canasto de las prendas limpias—. La ropa que lavaste por la tarde se ha secado, la dejaré por aqui.
— ¿Y en que solicitas mi ayuda? —pregunté levantándome de la cama, con el celular envuelto entre mis dedos.
— ¡A guardarla, claro!, ¿Qué eres tonta? —bromeó mientras me lanzaba dos pares de calcetines.
— ¿Puedo hacerlo despues?
— Déjame adivinar, Morgan viene por ti, ¿cierto?
Hasta ella conocía nuestras horas y lugares de salida, Morgan transmitía mucha confianza a mi familia, nunca sospechaban de las cosas "indebidas" que me hacía por las mañanas de sábado cuando lo visitaba y no había nadie en su casa. Mis padres solo me permitían quedarme con él desde las nueve de la mañana, hasta medio dia, como si no pudiéramos fundirnos entre sus sabanas por la mañana.
— ¿Cómo lo averiguaste, hermana? —me expresé sarcástica, mientras juntaba mis manos y lanzaba una tierna mirada.
— Odio cuando te pones ñoña. Bien, pero cuando regreses no te dejaré dormir, hasta que vea toda esta ropa en sus cajones —dijo autoritaria.
— Ni siquiera mamá me obliga a hacerlo de esa forma, Esme, ¡ubícate!.
Esme es la mayor por ocho años, desde pequeña tomó la responsabilidad de realizar algunos que haceres de casa, tras mi nacimiento. La admiro por lo fuerte que es. Ella es como un hada celestial, trabajadora, maternal y amistosa en quien puedo confiar, al mismo tiempo que me da un excelente ejemplo a seguir, aunque los modales se me olviden cuando Morgan... ¡Ay, suficiente!
Apagué el televisor, no modifiqué mi vestimenta de jeans y una blusa linda, solo me cubriría de la fresca noche con una sudadera cómoda que se abría por delante. Arreglé mi melena oscura y ligeramente rizada, aplicando un poco de acondicionador. Me duché por la tarde antes de supuestamente dormir, pero la visita de mi novio me tomó por sorpresa, no era común salir juntos en un viernes por la noche, Morgan exige su espacio personal y a pesar de que al principio eso lastimó mi corazón, con el tiempo lo entendí y funcionó a que me buscara más seguido sin siquiera pedírselo.
Él no lo admite, yo se que me anhela tener en brazos cuando solo nos comunicamos por teléfono. Cuando ya estaba lista, bajé de mi alcoba para hacerles saber a mamá y papá del paseo con Morgan, no se negaron, asi que dispuse a esperarle mientras veía el noticiero con papá. Luego de aproximadamente dos minutos, él llamó a la puerta, saludó a mis padres desde afuera puesto que no le permití entrar, solo salí mientras decía "volveremos pronto".
Estando juntos finalmente y distanciados de mi casa, le di un beso corto, sin embargo, él lo hizo perdurar. Me tomó de ambas mejillas con delicadeza y juntó nuestros labios insistente, es ahí cuando soy capaz de percatarme de su mensaje subliminal, como si dijera "te extrañé", pero no lo acepta.
— Anhelaba verte hoy —susurró él, mientras no paraba de besarme.
— ¿Por qué?, siempre prefieres salir con tus amigos —expresé en una risa cuando logré detenerlo, con mis brazos rodeé su cuello, dándole un abrazo cariñoso.
— Lo se, pero tambien necesito sentirte —acarició mi espalda con su cálida mano y me obsequió un beso en la mejilla—. A ellos no puedo hablarles de ti, si me ven aturdido empiezan las burlas.
— ¿Y es entonces cuando me extrañas? —comenté burlona sin dejar de sonreírle.
Evidentemente, Morgan no respondió a mi suposición, solo retornó a besarme y seguía acariciando mi espalda. Nos conocemos desde hace cinco años, fuimos mejores amigos por dos y posterior nos hicimos pareja. Poseemos una diferencia de edad de tres años, por lo cual Morgan tiene veintiuno.
Es una larga historia, sin embargo, no está llena de momentos lindos como el resto de amoríos. Fue difícil llegar hasta aquí, una completa odisea emocional con final de etapa trágico para mi Morgan, siempre que lo recuerdo, los ojos se me inundan en lágrimas. Debido a ello, disfruto cada segundo con él y trato de hacerlo lo más feliz posible, es una promesa que hice con alguien especial.
— Los chicos pueden burlarse todo lo que quieran, yo siempre te defenderé —decía reanudando el tema y persuadiendo la pregunta que hice, mientras procedía a seguir por el camino de la acera.
— Pero cuando yo te menciono algo sobre ellos, te olvidas de mí, es como si no existiera nadie más a tu lado, únicamente tus amigos. Yo tambien te aprecio ¿sabes? ¡y mucho!.
— Leonora, nena, no empieces —murmuró ligeramente molesto, no quería hacerlo enojar así que olvidé la discusión.
— Eres difícil de comprender.
— ¿Eso crees?, tú no te quedas atrás.
Cuando éramos solo amigos y me presentaba a sus novias, él solía verse tranquilo, sin sobresaltos. En los últimos tres años, nuestro grupo de amigos dicen notarlo emocionado en cuanto me percibe aproximarme, además, besarnos en público es algo que no hacía con las chicas de su pasado, me siento especial por eso.
Caminábamos por la acera cercana al parque en medio de la noche, con nuestras manos entrelazadas mientras conversábamos de lo que hicimos durante la semana. A nuestra derecha se escuchaban los niños y niñas que jugaban en los columpios, resbaladilla y otros obstáculos del parque. Tambien era posible percibir las pláticas de sus acompañantes, mi vecindario solía ser tranquilo y alegre, lleno de paz, aunque las vecinas de edad parecían no tener vida al entrometerse en los asuntos de otros.
— Sebas me pregunta mucho por ti —comentaba Morgan con la vista concentrada en nuestros pasos—. No lo soporto, me gusta pensar que solo lo cuestiona para iniciar conversación conmigo, pero su entusiasmo cuando te menciona...
— ¿Estas celoso? —lo interrumpí preguntando, mientras dibujaba una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro, cuando mi novio se comporta celoso es divertido—. Descuida, hay suficiente Leonora para compartir.
— Yo no pienso compartir, hay suficiente Leonora solo para mí —soltó una carcajada serena y sentí su mano apretar la mía delicadamente, mientras con su mirada profunda me contemplaba.
Guardamos silencio por unos segundos, durante nuestra caminata no pude evitar observarlo bajo la luz de la noche. El débil aire que nos rozaba, hacía danzar a nuestras prendas y cabello, Morgan se ve realmente majestuoso cuando una ráfaga de viento lo acaricia, luce como un angel, como un ser divino. Para mí, es el chico más encantador del planeta tierra, los primeros meses me hacía sentir que era demasiado para mí, incluso la autoestima se me derrumbaba al verle, sin dejar atras que me ponía nerviosa.
Él sabe cuál es mi parte favorita de sí mismo, además de sus ocultos sentimientos, me encanta el cabello largo, oscuro y lacio que le cubre hasta unos centímetros debajo de los hombros, es mi debilidad cuando estamos a solas y comienza a causarme cosquillas alrededor de la columna vertebral con recibir sus besos. Acostumbro acariciarle el cabello, soy la única mujer que cuenta con el permiso de hacerlo, es gracioso.
A Morgan tambien le enamora mi melena alborotada, mamá me nombró Leonora, pero nunca esperó que mis cabellos fuesen a serle alusión a mi nombre cuando creciera, es una coincidencia muy extraña.
— ¿A dónde me llevas? —no se lo había preguntado, al salir de casa solo se dispuso a guiarme, sin notificarme de nuestro destino.
— Quería respirar aire libre, tambien ansiaba volver a verte, ya lo dije... ¡Por favor, no vuelvas a mencionar lo de mis amigos! —imploró de manera simpática.
— Descuida, sabes que respeto tu espacio personal.
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