Veintiuno
Mi cabeza dolía tremendamente, me faltaba la respiración y las luces de los autos que pasaban por la calle a toda velocidad impidiendo que cruze de una buena vez la pista me aturdían, haciendo cierre los ojos para no sufrir tanto.
Por fin pude cruzar y como sea me subí en el copiloto. Tiré mis cosas en la parte trasera para más comodidad pero el mal presentimiento no se me iba.
—¿Qué es lo que tienes?—preguntó Gabriel con un claro tono de preocupación .
Se acercó un poco para tocar mi cara con el dorso de su mano.
—Tienes fiebre, te llevaré a casa de inmediato después de pasar por la farmacia—se volteó y aceleró causando que mi estomago quiera vomitar lo que no había comido en horas.
Ni siquiera tenía ganas para darle las gracias.
No entiendo la razón de mi malestar, se supone que todo iba bien hasta la tarde. De la nada empezó el dolor en el cuepo que no di importancia por que ya me había pasado mucho, a causa del estrés.
Pero después siguió con dolor de cabeza y la preocupación sin razón. Como si supiera que algo malo pasaría.
Las calles de la ciudad estaban desoladas. Solo se veían las luces de algunos negocios abiertos hasta esta hora. Ya era tarde.
Paramos en una farmacia pequeña con luces blancas que evitaba ver para que el dolor no empeorara, distinguí unas rejas y una joven que ni bien vio a mi guapo amigo se le insinuó. No entiendo por que se empeña en perder su dignidad por un chico.
Mi amigo es muy simpático, claro, pero no me gustaría salir con el como algo más. Simplemente no podría.
Mientras me arreglaba un poco en el espejo retrovisor, pude ver un auto blanco con lunas polarizadas a unos metros de donde se encontraba el auto. Lo miré unos segundos y volví a donde me quedé.
Si no le tuviera tanta confianza al rubio, ya me habría avergonzado por mi aspecto de espantapájaros.
Me acomodé de nuevo en el asiento cuando me di cuenta que ya estaba regresando con una pequeña bolsa de medicamentos.
—Al parecer nadie se resiste a tus encantos, eh—dije con mi tono cansado, pero sin perder la diversión.
—¿Qué puedo decir? Soy hermoso de nacimiento—respondió tranquilo.
Reímos un rato más camino a mi casa recordando cuando un chico se le declaró en una feria, por su mala suerte Gabriel ya estaba saliendo con una chica llamada Leticia, tiempo después terminaron por razones que desconozco.
Ya faltaban unas cuadras para llegar. Sin embargo cuando volteé hacia el espejo, pude ver al mismo auto blanco seguirnos.
No puede ser una coincidencia, no hay más autos en esta autopista a estas horas de la noche.
—Gira a la derecha en la siguiente—dije apurada.
—¡¿Que?!—me miró confundido.
—Que gires, siento que nos está persiguiendo ese auto—volví a mirar en el espejo mostrándole al rubio.
—Como desees—giró bruscamente causando que mi estómago se sienta peor de lo que estaba.
—Sigue detrás de nosotros—me asusté.
—Vamos a perderlo—no me dio tiempo para reaccionar por que casi me voy de narices contra el tablero del auto. Si no fuera por el cinturón habría salido volando.
Miré nuevamente comprobando que no lo habíamos perdido, al igual que nosotros aceleró. ¿Pero qué quiere?
Cuando logré ver un brazo que salía desde la ventana del copiloto mi pregunta fue respondida.
El arma que sujetaban no era claramente una pistola, era mucho más grande que eso. No pude distinguir cuál exactamente, pero si no los perdíamos terminariamos muertos esta misma noche.
—Tienen un arma—mi tranquilidad era sorpendente para ese tipo de cosas. Ya sé por que trabajo en esto.
—¿Cómo dices?—me miró asustado.
—Tienen una arma grande, alguien mandó sicarios para matarme. No me sorprendería, siempre quieren deshacerse de los que hacen justicia.
Un disparo estruendoso se escuchó entre tanto silencio de la tranquila noche Italiana.
Mi amigo seguía con los ojos abiertos manejando como loco entre las estrechas calles, parecía un profesional en esto del manejo.
—Trataré de reventarles una llanta con mi arma—bajé la ventana y pude escuchar que dispararon en la parte trasera del carro.
Saqué mi arma del estuche y saqué la cabeza viendo al hombre con pasamontañas disparando.
No tenía tantas balas que digamos, mi puntería debía ser precisa para llegar justo a la llanta.
Disparé una vez y no le di, intenté un par de veces más pero tampoco funcionó. Quize disparar más veces pero ya no tenía balas, si no escapábamos de ellos a tiempo,este sería nuestro fin.
Me arrinconé al lado de la puerta, nunca pensé que mi vida acabaría de esta manera. Mi trabajo era peligroso, pero tampoco quize acabar así con mi vida.
No sin antes despedirme de alguien importante.
Escuché otro disparo, un chirrido en la pista y pude sentir como el auto se movía de un lado a otro sin control.
Sentí en impacto en todo mi cuerpo, la sangre que se derramaba por toda mi ropa se sentía tibia.
Cerré los ojos percibiendo el último panorama que podría ver en esta vida.
Mi amigo se encontraba inconsiente, a mi lado.
—Lo lamento—dije como pude. Y no recuerdo más.
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