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Uno

El arma que llevaba entre las manos me daba el poder de defenderme ante lo que pasaría.

Era probable que me atrapara en cualquier momento, pero no lo iba a permitir.

Mis piernas temblaban, una gota de sudor frío recorría mi rostro.

—Trata de calmarte—me repetía una y otra vez.

El rincón es muy oscuro para que me encuentre, no podrá.

Me acurruqué más contra la pared. Pasaron unos minutos.

Escuché que alguien se acercaba.

Que no me encuente, que no me encuentre.

Abrió la única puerta que nos separaba y pude verlo.

También traía un arma entre las manos, se paró frente a mi mientras lo apuntaba. El hacía lo mismo con una sonrisa de costado, causándome escalofríos.

No dudaría en disparar si intentaba hacerme daño.

—No eres mi hija—pronunció con rencor.

Y no me dio tiempo para reaccionar, disparó directamente a la cabeza para acabar con la única piedra en su zapato. La joven pesadilla que no lo dejaba descansar.

Me desperté de golpe. Otra vez había dormido en el escritorio.

Esta vez el sueño había sido más real que las otras veces. Jamás se lo había contado a nadie, ni siquiera a mi mejor amigo.

Acaricié mi cabeza tratando de calmar el dolor, cada vez el mismo sueño, cada vez la misma sensación.

Ya había pasado un año trabajando en esta estación de policía cercana a donde vivía, conseguir este trabajo había sido más fácil de lo que pensaba. Me sorprende que hasta ahora no me hayan despedido por floja. Debe ser por que siempre resuelvo los casos más difíciles.

Durante todo un año las preocupaciones de que la vida que había dejado atrás regresen, era la tortura de mi día a día.
Habían noches en las que no podía pegar el ojo y al amanecer dormía como un oso perezoso. Ya ni las recomendaciones de yoga y meditación me servían.

Escuché como la alarma que indicaba que mi turno había acabado sonaba por toda la pequeña oficina donde me traían distintos casos para investigar.

Me levanté estirándome sacando toda la pereza, me miré en el espejo de la pared, acomodé mi cabello rojo que estaba desordenado, en una coleta alta y recibí la llamada de mi amigo.

—Vamos a la playa—dijo ni bien contesté.

—Hola Amarela, quería saber si estás interesada en ir a la playa. ¡Claro! Por que no- me respondí a mi misma.

—Ya estoy afuera, sal.

—Pero que cariñoso—corté la llamada.

Cogí mis cosas de la mesa y abrí la puerta de mi oficina pero alguien me llamó antes de salir a la puerta principal.

—Detective Lopez, necesito hablar con usted un momento—me detuvo uno de mis colegas, el detective Molinelly.

—Ya le dije que no me llame por usted, solo digame Amarela por que tampoco soy tan mayor. ¿Qué necesita?— dije con amabilidad.

—Hoy me llegaron estas pruebas sobre un caso que estaba cerrado hace mucho tiempo pero la familia es muy poderosa y lograron que se reabra el caso— me entregó una caja sellada, quizá la abriría cuando llegue a casa.

—Entonces quiere que le eche un ojo para ver si encuentro alguna pista—supuse y él asintió, se veía muy adorable, parecia Santa Claus.

—No se preocupe, lo más pronto posible le daré una respuesta si encuentro algo que nos sirva—me despedí y salí para encontrarme con en auto de Gabriel.

Subí en el copiloto y puse la caja en los asientos de atrás.

—¿Qué tal el trabajo?— preguntó arrancando.

—Lo de siempre, unos casos, me dormí y ahora estoy aquí— solté una pequeña risita.

—Ya dije mil veces que no te martirizaras por lo que pasó, no sufras— me dio un vistazo rápido y regresó su mirada a la carretera. Esta noche su cabello rubio estaba muy lindo, seguro había estado en una de sus citas frustradas. Que puedo decir, nunca encuentra a la perfecta.

— Simplemente es por precaución— terminé la conversación. Había algo que me daba una mala espina, por eso siempre me preocupaba.

Minutos después estabamos sentados en la arena mirando la luna. Me encantaba venir a la playa en la noche y él lo sabía perfectamente.

No nos conocemos desde hace mucho, apenas un par de años pero el se convirtió en un buen amigo para mi, solo él sabe todo lo que pasé y aún así no me juzga por las cosas negativas que hago o hice.

Pasamos la noche en la playa, ya estaba amaneciendo pero no tenía que ir a trabajar pues era mi día de descanzo. Nos volvimos a subir al auto y nos dirigimos a mi casa, me despedí con un sonoro beso en la mejilla, agarré mi caja y abrí la puerta.

Estaba amaneciendo y quería dormir, ya parecía vampiro. Saqué mi ropa, me di un baño y cuando estaba dispuesta a acostarme tuve curiosidad por lo que había dentro de la caja.

Bajé los escalones hacía la sala, saqué unas tijeras del estante de útiles y abrí la tapa de cartón encontrándome con un celular, un usb y el expediente que se supone leeré antes que todo.

Decía caso Venecia Pritzler.
Estado actual, fallecida.
Caso reabierto.
Evidencias, audios y videos.

Inmediatamente llamé a Gabriel para que me ayudara, le gustará investigar todo esto.

Por estas razones amo mi trabajo, las investigaciones grandes me encantan, a tal punto que se me quita el sueño.

Hoy no dormiré, terminaré de escuchar y ver todo como sea, aun que pase todo mi día libre en esto.

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¡Hola! Gracias por leer esta historia ideada en una de las tantas madrugadas de insomnio. Primero surgió una idea incompleta, sin embargo, con algo de esfuerzo pude darle sentido a la creación del mágico mundo que tengo en la mente.
Ya tengo el final pensado, pero aún no está escrito, aún así estoy segura que tengo que terminar esta historia como sea para no martirizarme en las madrugadas de falta de sueño, pensando en esta y otras creaciones. Ahora sí no los enredo más.

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