Diecisiete
Todo lo que hice siempre tuvo una razón de ser.
O mejor dicho, muchas razones que me llevaron a querer acabar con la triste vida que llevaba en ese entonces.
Nunca dije lo que en verdad sentía, si no, lo que quería que escucharan.
Mis palabras estaban llenas de mentiras, complaciendo los oídos ajenos con las bellas palabras de una niña que simplemente había buscado una estrategia de supervivencia, camuflando la maldad y rencor que escondía en su interior.
El día en que escuché a mi madre hablando con mi padre en esa habitación tuve un poco de tristeza por no ser oficialmente un miembro legítimo de su familia, pero pensé que podría darles una oportunidad de tener una buena hija y después de todo ya les había agarrado el cariño que quizá mis padres verdaderos no me hubiesen dado.
Después de todo dicen que padre es el que cría, por lo que no quize conocer a mis padres biológicos, nunca los busqué. Nunca supe qué les había pasado.
Pasaron semanas, esa pequeña espina que tenía iba desapareciendo con el pasar del tiempo como si nada pasara.
Hasta que Miranda Pritzler explotó.
A pesar de tenerme como hija no era suficiente para sus exigencias. Mi padre, tratando de compracerla hizo que se sometiera a tratamientos para que pudiera tener hijos, pero esta vez propios. Entonces me pregunté ¿Qué sería de mi? ¿Me querrían como siempre a pesar de no tener la misma sangre? Sin embargo para bien o para mal, ese bebé nunca llegó. Pasaban los años y mamá se sentía cada vez más obsesionada, acudió a psicólogos pero nadie pudo hacer cambiar de opinión a una mujer tan terca como ella. Yo me mantenía olvidada en toda la situación, ya nadie me ponía atención en la gran mansión. Las clases en casa me tenían harta, quería salir a toda costa.
Hasta que llegó Lilia, mi ama de llaves y amiga incondicional, en realidad la única amiga.
Ella con cinco años más que yo siempre fue mi guía, le contaba todas las cosas que sucedían, me aconsejaba, tapaba mis escapadas a la calle, me quería como si fuera su hermana, hasta sabía lo de la adopción, me consolaba en mis días tristes y disfrutábamos los días de felicidad. Siempre la consideré la hermana que nunca tuve y yo la suya. No tenía familia aquí, toda su familia vivía en un pequeño pueblo al otro lado del mundo y ella decidió salir de ahí para buscar otros rumbos para su vida.
En una de mis tantas salidas a la calle pude averiguar el concepto que tenía la gente sobre la familia con la que vivía y puedo asegurar que no era nada bueno.
Una vida llena de corrupción y negligencia camuflada con dinero, era lo que describían.
Me relacioné con gente de todo tipo, aprendiendo cosas que ni en mil clases particulares aprendería. Y así es como nació la otra parte de mi, la Venecia con una pequeña parte de oscuridad en su interior que cada vez más iba creciendo con el pasar del tiempo.
Cada día me martirizaba por la mala suerte que tenía, de haber formado parte de esa familia. De tantas justo que tenía que haber adoptado aquella que me tenía como mascota en un rincón, con comodidades pero sin una gota de cariño que todo ser necesita para no caer en un pozo de tristeza.
Muchas veces me planteé escapar y no volver, pero sería una idea muy tonta para una chica como yo. Me encontrarían como fuera, me llevaría el castigo de mi vida más vigilancia las veinticuatro horas del día. ¿Para qué más? Aparte no tendría como sobrevivir sin dinero, aún era una chica de catorce cuando me lo planteé. Tenía que haber algo más, otra forma de salir de esta vida.
Pasaron seis años después para que llegara mi boleto de la suerte. Y como dice la canción, sé que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará. Así pasó, tuvieron que pasar veinte años de mi vida para sentir el alivio que tanto quería. Mi plan de escape por fin funcionaría y no actuaría sola.
Gracias a una fuente confiable, Lilia, me enteré que mi padre estaba buscando un pretendiente para casarme lo antes posible como lo hizo él con mi madre a los veinte años.
Conocí a patanes, engreídos, chicos de todo tipo pero no encontraba al indicado.
Hasta que esa noche de fiesta, cuando mis esperanzas estaban hasta el suelo, pisoteadas por la conciencia que me decía que no planteara imposibles, llegó mi salvación.
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