Cuatro
Estábamos oficilmente casados, bailando en medio de la pista una y otra vez, disfrutando de lo que podría ser la última vez que celebremos en familia. Uno nunca sabe cuando puede perder a alguien importante.
Las luces brillaban por todas partes, los invitados se estaban divirtiendo, mi vestido de fiesta era de tul gris, me encantaba. Todos a mi alrededor eran felices y eso me complacía, un momento en la vida que no olvidaré.
—¿Te está gustando verdad? , lo veo en tu rostro—susurró mi esposo al oído.
—Como no te lo imaginas—le di un sonoro beso en la mejilla.
Pasamos la noche entre felicitaciones y efusivos bailes de mi parte. Después de todo era mi fiesta, podía hacer lo que se me diera la gana. Quería disfrutar.
La luna de miel ya estaba planeada, sería en una casa de campo de mi ahora familia política, en Italia. Especificamente, Venecia. Creo que querían hacerle honores a mi nombre.
Antes de que alguien siquiera se fuera, nos despedimos de todos. Subí al auto que nos conduciría a mi casa y luego al aeropuerto para poder cambiarme antes.
Y con los aplauzos de todos, nos despedimos por las ventanas del auto.
Compadezco al conductor que nos estaba trasladando, pues no creo que en su vida trabajando haya llevado a recién casadas como nosotros. Nos reímos hasta quedarnos sin aire, dándonos miradas cómplices y señales que solo nosotros entendíamos. Definitivamente estabamos locos de remate.
Una vez llegamos a mi casa, Félix se quedó en el sofá esperando a que termine de alistarme para el largo viaje en avión.
Una vez terminado todo, bajé con lo más cómodo que tenía. Mi preciada ropa deportiva y una maleta con la ropa suficiente para una semana.
En el aeropuerto me estaba muriendo de sueño, no importaba en donde durmiera, siempre me rendía en cualquier lugar. Mi esposo había ido a comprar unas cosas para comer, y el sueño Así que los incómodos asientos donde esperábamos no fueron impedimento.
—Venecia—alguien me movió lentamente el brazo.
—Venecia—me hizo cosquillas haciendo que caiga.
—¿Qué te pasa?—le grité molesta haciendo que unos pasajeros nos miraran. Mientras acariciaba mis rodillas y trataba de abrir los ojos por completo para ver mejor.
—Lo siento—me abrazó aún estando en el suelo—pero debemos irnos o perderemos el vuelo—me tendió su mano para ayudar a levantarme.
Estábamos caminado y podía ver a muchos tomarnos fotos. Quizá para las revistas, ya se estaba tornando incómodo. Que tal si quería acomodarme el pantalón o sacarme un moco, todo estaría al día siguiente en las revistas de chismes juzgando que sea humana.
El estar en nuestros asientos no lo hizo menos incómodo, pues a pesar de los anillos en nuestros dedos y yo estar pegada a su brazo, muchas chicas le seguían coqueteando a Felix. No sé si no se daba cuenta o simplemente las ignoraba, pero para mi era muy molesto.
Así que me acurruqué a su lado para poder seguir durmiendo y oler el perfume que me encantaba.
—Me avisas si te incomoda.
—No lo hace—me miró y sonrió, para después poner recostar su cabeza en la mia. Era lo más cerca que habiamos estado desde que nos conocimos,
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La casa de campo era más pequeña de lo que imaginé, pues su padre tenía mucho dinero, siempre pensé que al señor Martinez le encantaba lo extravagante.
Aunque no dejaba de ser lujosa.
Habían muchos cuadros de fotos, pinturas y jarrones.
—Sígueme, por aquí está nuestra habitación—dijo nuestra, dormiremos juntos. Pues claro, si somos esposos me di una cachetada mental y avancé.
La habitación tenía las paredes blancas, un gran televisor y cama con sábanas blancas, closet y baño propio.
—Puedes ducharte y guardar tus cosas, estaré esperando abajo—me guiñó un ojo y se fue.
Después de el largo baño, me puse mi piyama, un pantalón de lana con un polo manga larga pues hacía frío, se había hecho de noche y tenía mucha hambre. Bajé las escaleras tratando de no caer con mis pantuflas de conejitos y distinguí un olor delicioso, pasta.
—Hola, guapo—me apoyé en el marco de la puerta haciendo una pose graciosa.
Primero me miró confundido, para luego cambiar su expresión a una gran sonrisa.
—No podía casarme con alguien normal—alzó las manos y se lamentó, para luego reírse.
—¡Oye!—le di un manotazo en el hombro.
Pronto tocaron la puerta, ninguno de los dos esperaba visitas. Los vecinos vivían en metros a la redonda, era algo extraño. Además era de noche.
—Espera aquí, iré a ver quién es—me ordenó. Pero como soy obediente, lo seguí.
Definitivamente era lo último que esperabamos ver, cuando abrió la puerta y un rostro familiar se asomó.
—Hola, hermanito.
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