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III. La manzanilla espanta las pesadillas

Bajó corriendo con el alma empuñada a aquella casita de tejas anaranjadas que descansaba a la orilla del río. Se había levantado un poco más temprano que el sol y todavía se dibujaba por encima de las montañas trazos de oscuridad mezclados con un alba sonrosada. El aire que espiraba en cada bocanada se deshacía en vahos blancos. Al detenerse frente a la puerta, recuperó el aliento, fregó las palmas de sus manos arreboladas por el frío y cubrió con su sombrero las orejas congeladas. Aunque Cuenca suele hallase con un clima de primavera la mayoría de meses, las mañanas solían ser a veces crudas y abandonadas de calor.

Tocó más de tres veces la madera olvidándose de la paciencia.

—Voy, voy, ¿sabes qué hora es...—La pregunta y el ceño arrugado se fue desdoblando al ver a su visitante del amanecer. El aprendiz de medicina se hallaba con la gabardina arrugada y manchada de barro, el pañuelo blanco mal puesto y los botones de su frac se habían puesto en el orden incorrecto. La vista acompañada de su rostro de mejillas arreboladas y cabello alborotada, lo confundió aún más.

—Pero ¿qué te pasó a ti?...—preguntó Leonardo antes de carraspear—. ¿Dónde estuviste anoche?

—Eso no importa—Pasó despojándose del abrigo y tendiéndolo en el perchero con la única familiaridad de un amigo de varios años—, ¿dónde está el dibujo?

—¿Qué...?—El artista parpadeó. Los ojos de miel todavía confundidos—. ¿Qué dibujo? ¿De qué hablas?

—El dibujo del hombrecillo que dibujaste hace una semana—Pasó por su lado y echó una mirada a la sala con cojines descuidados y un fuego apagado, atravesó la modesta cocina donde hervía un agua de manzanilla y llegó hasta el estudio del artista.

Era desordenado, con libros mal puestos en el estante y varias hojas con bocetos volcados sobre la mesa. Si había algo que compartían en común era el desorden y el caos cuando su mente se enfocaba en un objetivo. Una lámpara de llama extinta se hallaba al lado del último boceto que había estado haciendo antes de que llegaran visitas madrugadoras.

Se inclinó frente a la hoja y su rostro se fue petrificando mientras distinguía entre los pliegues de la sepia, otra vez al hombrecillo, pero estaba vez se hallaba comiéndose a otro hombre con los ojos mirando al frente como si hubiera sido sorprendido mientras merendaba. El hombre devorado todavía estaba a medio comer, pero se distinguía la carne hecha jirones y el charco de sangre que se formaba a su alrededor.

—¡Eso...! No quería que veas eso... ¿Por qué ves las cosas sin permiso?

Al voltearse se encontró con el artista, quien se hallaba apoyado en el umbral visiblemente avergonzado, con los labios arrugándose y sus pestañas caídas mirando un punto interesante de los retablos del piso.

—Es arte grotesco, lo sé ¿sí? —Le arranchó la hoja dándole la espalda mientras ordenaba su escritorio—. No tienes que verme con esa cara. Sé que está prohibido, pero últimamente no puedo evitar hacer dibujos por mi cuenta ¿sabes? En parte es tu culpa.

—¿Mi culpa?

—¡Sí! —Lo acusó en un arrebato, pero en el momento en el que se acercó más a él y se conectaron sus miradas, volvió a desviarla—. Si...tan solo no hubieras venido con tus tontas ideas de que haga dibujos por mi cuenta sin que use referencia, no hubiera dejado correr mi imaginación y...

—¿Todo eso lo imaginaste?

—Supongo. ¿A qué viene eso?

—Me...—Tragó en seco con la garganta pelada—, ¿me puedes mostrar ese dibujo del hombrecillo que hiciste hace una semana?

En los ojos del artista nadó la duda y las intenciones de desvelar sus pensamientos, pero al ver que no podía hacerlo, terminó declinando y le entregó el esbozo.

Lucían lo tomó con ambas manos y hundió todos sus sentidos en los trazos con el fin de comparar. Con cada detalle que hallaba se iba a asustando más de lo similar que era el dibujo al hombrecillo que había perseguido.

—No... ¿no usaste ninguna referencia? ¿Ninguna persona que hayas visto antes?

—¿Qué? Claro que no. Estuve a tu lado cuando lo dibujé, ¿te acuerdas?

—A veces...A veces nos basamos en cosas que hemos visto antes para crear algo nuevo. La imaginación no nace de la nada. Por ejemplo, en los rasgos pudiste basarte en una persona que hayas visto antes sin dar cuenta y...

—¡Oh Dios, Lucían! —reclamó frustrando tirando el dibujo sobre la mesa y una mano sobre este. Sus ojos seguían buscando en él una respuesta—, ¿me vas a decir que rayos te está pasando? Estás actuando muy extraño. Más de lo normal.

—Yo...creo...No estoy muy seguro, después de todo, están registrados casos donde la corteza visual crea alucinaciones y forma figuras que en realidad no son, pero...

Rodó los ojos, exasperado.

—¡Solo dilo!

—Creo que acabo de ver a este hombre que dibujaste. —Ser capaz de decirlo rápidamente y sin filtro le llenó de alivio por unos momentos.

—Eso...—Sus hombros se aflojaron y la expresión tan tensa que cargaba terminó borrándose por la confusión—, ¿es posible?

—Es lo que estoy pensando. Y pensé en la probabilidad de una alucinación, pero no solo tendría que ser visual, porque también escuché su voz y toqué su saco. Entonces...entonces...

—Primero tranquilízate —Lo tomó por el rostro y le obligó a que enfocar su mirada en él. Sus ojos ámbar reflejaban tanta seguridad—. ¿Dónde viste a ese hombre?

—Ayer después de hablar contigo. Estaba buscando algo dentro de una caja de dulces.

—¿Qué te dijo?

—Me...Parecía que me hubiera reconocido. Se asustó al verme y me dijo que esta vez-

—No caería en tus viejos trucos, porque ya no hay vuelta atrás...—La voz  del artista le hizo levantar la cabeza y desconocer el rostro lleno de rencor.

—...¿Leonardo?

Parpadeó mientras su ceño se iba desdoblando. La expresión de atención había regresado sin que quedase ningún retazo de la ira y rencor que lo iba tomado por un momento.

—Entonces, ¿qué te dijo? —repitió.

—Te...te acabo de decir hace un momento y tú...tú parecías saber a qué me refería.

—No te estoy entendiendo, Lucían

El aprendiz de medicina suspiró y pasó los dedos por su cabello indispuesto a ser presa del pánico, aunque este intentara comerle los nervios.

—Creo que estoy perdiendo la cordura.

—No digas eso. Tal vez sea cierto y me basé en alguna persona al verlo, no lo sé.

El silencio empezó a abrumarlos mientras la tetera seguía silbando en la cocina con el agua hervida. Observó a Francesco tomar un mantel maltratado y tomar la tetera de metal para verterlo en una taza. La manzanilla en el aire acunó sus sentidos y calmó sus temores un poco.

—¿Por qué estas tomando manzanilla?

—Me duele un poco la barriga.

—No debiste comer tantos dulces ayer.

—¡No lo hice! —repuso y le tendió una taza caliente—. Sabes, estoy pensando en alguien que podría ayudarte.

—¿Cómo? —cuestionó bebiendo apenas un sorbo de té.

—Gabriel. Él sabe cosas sobre eso.

—¿Sobre eso?

—Sueños...Cosas paranormales y extrañas...Alucinaciones.

—¿Entonces sí crees que estoy alucinando?

—Tú mismo no lo descartaste como una posibilidad. —Se encogió de hombros con la sonrisa dibujada ampliándose.

—Entonces, ¿dónde vive ese tal Gabriel?


Nota de Autora:

Gracias por leer <3

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