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10. Faldas y gatos.


―Harun...

Ambos estamos en una terraza de una fina cafetería en donde me trajo a desayunar. Le dije que podíamos hacer esto en cualquier otra parte pero él insistió en que tienen los mejores cruasanes de por aquí, así que aquí estamos. Hace un rato que no intentamos comunicarnos pero aun si no hablo con él, el silencio es agradable, es como si él siempre estuviese hablando con su mirada.

―¿A qué escuela fuiste? ―le pregunto, solo porque hace rato me lo he estado preguntando.

Debido a que no tiene ni siquiera una foto suya en su sala, no sé nada sobre su pasado además de lo que ya me ha dicho y lo que sé por otras personas.

Él niega con la cabeza ante mi pregunta.

―¿No fuiste a la escuela? ―frunzo el ceño, él niega con la cabeza―. ¿Fuiste educado en casa? ―pregunto, él asiente varias veces.

―¿Vivías aquí en Nueva York? ―pregunto.

Él toma su celular para escribir: «Nací en Italia, viví allí hasta los catorce. Fui educado en casa por mis padres y mi abuela. Blaze iba a la escuela, yo nunca lo hice». Se encoge de hombros y sonríe.

―¿Tus padres... ambos son italianos? ―pregunto con curiosidad.

Él escribe: «Mi padre lo es, mi madre es hija de emigrantes árabes. Realmente no sé donde nació, nunca ha querido hablar de ello»

―Por eso tu nombre es Harun ―murmuro sonriendo.

«Era el nombre de mi abuelo» escribe.

―¿En qué ciudad de Italia vivías? ―pregunto

«Florencia»

―Blaze nunca sonó italiano para mí... bueno, excepto cuando estaba enojado... creo que debí pensarlo antes, siempre pensé que solo era su manera de hablar, apenas se le notaba ―ladeo la boca―. Realmente tampoco es un hombre de muchas palabras.

Harun sonríe y luego escribe «¿Quieres saber cuál es el verdadero nombre de Blaze?» pregunta.

―Sabía que no podía llamarse Blaze, es nombre de perro ―murmuro―. ¿Cómo se llama?

«Bernardo Cavalcanti»

Me río, por unos segundos me río muy alto. No es que sea un nombre totalmente horrible pero para un hombre como Blaze, "Bernardo", no es especialmente un nombre adecuado.

―Nunca lo hubiese imaginado ―murmuro apagando mi risa poco a poco―. ¿Tú tienes otro nombre? ―pregunto.

Él niega con la cabeza.

―Bueno, yo tengo un segundo nombre ―le digo poniendo mis brazos sobre la mesa, él me mira atento―. Me llamo Odette Diane Harper ―le sonrío, él asiente con aprobación―. Mi mamá hizo una buena elección, nunca me arrepentí de llamarme de esa manera ―le digo encogiéndome de hombros.

Él escribe: «Nunca me has hablado de tu madre»

Yo suspiro.

«Está bien si no quieres hacerlo» me llega otro mensaje.

―Está bien... tú me has contado algunas cosas, ahora es mi turno ―le sonrío y miro mis manos―. Mi madre... bueno, ella solía estar con nosotros antes de que su gran depresión llegara, solía ser una buena madre, atenta, divertida, cariñosa... pero luego, por alguna razón que papá y yo desconocemos, cuando yo tenía trece ella simplemente empezó a cambiar, se volvió alguien irreconocible, ya no salía, dejó el trabajo, solo nos hablaba para recriminarnos lo triste que era su vida por nuestra culpa... y un día ella solo se fue ―hago una mueca, intento que él no vea lo mucho que esto me afecta―. Aun no sé qué fue lo que pasó, cada día trato de entenderlo pero simplemente es tan difícil... papá dice que ella tuvo un pasado difícil, lleno de abusos por parte de sus padres y ese tipo de cosas pero prefirió irse antes que consultarlo con nosotros... ―suspiro desviando la mirada―. Aun me siento culpable por no haberle preguntado cómo podía ayudarla, porque debí haber hecho todo por hacerlo.

De repente, siento la mano de Harun sobre mi mejilla y cada vello sobre mi piel se eriza. Sus dedos empujan sobre mi mandíbula y me hacen girar mi cuello para mirarlo. Trago grueso al tenerlo tan cerca, su sonrisa es tan hermosa de cerca, sus ojos son aun más extraños pero hipnóticos. Su mano toma el lápiz que cuelga de su camisa y escribe sobre una servilleta.

«No ha sido tu culpa, Odette» pone en letras muy pequeñas. «Cada quien tiene sus demonios, no puedes obligar a alguien a aceptar ayuda... es decisión de cada quien, tú no tienes la culpa de nada».

Sonrío para él entonces y él entorna los ojos hacia mí, su dedo pasa suavemente sobre mi mejilla y me sonríe de vuelta. Pero esto se vuelve demasiada tensión para mí y me alejo mirando hacia otra parte. Él retrocede también y ambos nos levantamos al mismo tiempo. Él parece nervioso y yo estoy segura de que lo estoy.

―¿Por qué no... vamos a ver tiendas? ―le pregunto mirando hacia la calle llena de autos―. Quiero comprar una falda que vi el otro día en una tienda, está de oferta, luego voy a ir a ver cómo está mi gato ¿quieres venir conmigo? ―le pregunto.

Él asiente sin dudarlo.

Caminamos a la tienda que le indico y él se sienta a esperar que yo elija el color de falda que quiero. Al final elijo una azul y otras tres de otro modelo que me han gustado y entro a uno de los probadores, él espera en los asientos frente a estos junto a otros chicos.

Me tardo unos minutos probándome la primera falda que escogí y luego salgo para mirarme en el espejo. Realmente me gusta cómo me queda, creo que es muy bonita y no demasiado corta.

―¿Qué te parece? ―le pregunto a Harun.

Volteo a verlo y está sosteniendo su libreta con un diez escrito en ella.

Me río y niego con la cabeza.

―¿Ya lo tenías preparado?

Asiente y luego se encoje de hombros.

Entro y me pruebo las otras dos faldas, todas consiguen un diez de Harun.

Al final me siento a su lado y miro las tres.

―¿Cuál llevo? ―pregunto aplastando mis mejillas con mis manos―. Las tres son hermosas.

«Lleva las tres» escribe él.

―No tengo dinero suficiente ―le digo.

«Yo pago» escribe de nuevo.

―Ni hablar ―me levanto cogiendo la falda por la que vine inicialmente―. Llevo ésta solamente.

Harun tira de mi manga y hace un puchero, levantando las otras dos faldas que dejé sobre el sofá.

―No ―le digo colocando mis manos sobre mis caderas―. De ahora en adelante será mejor que ahorremos el dinero ¿De acuerdo? Sé que eres rico, pero tampoco está bien que vayas por ahí gastándolo así como así.

Él frunce el ceño y escribe «Solo son faldas... de diez dólares»

―Pues no quiero que pagues treinta dólares por mí, ¿De acuerdo? Ya pagaste el desayuno, eso es suficiente ―me cruzo de brazos.

Él escribe de nuevo «Pero te ves bonita con ellas»

Eso me hace sonrojar y bajar los brazos, buscando algo que mirar que no sea él.

―E-e-eso no es relevante ―le digo dándome la vuelta―. Vamos.

Caminamos hasta la caja registradora, él viene detrás de mí. Yo pago una falda. Él paga las otras dos en contra de mis órdenes.

―Si las compras tendrás que obligarme a usarlas ―le advierto.

Las compra de todas maneras.

Al final del día, luego de que ambos paseásemos por el centro un poco nos dirigimos hacia la casa de Katy para ver a mi gato Jazz. Ella nos recibe con sus cinco hermanitos alrededor gritando y saltando en la sala de su pequeño apartamento. Harun entra conmigo y se queda en la sala mientras Katy y yo salimos al pequeño patio que tienen a ver a Jazz.

―¿Cómo se porta? ―le pregunto, tomando a Jazz entre mis brazos.

―Muy bien, Stephanie lo adora, siempre está consintiéndolo ―dice ella sonriendo.

―¿Cómo está todo por aquí, han venido esos trabajadores sociales de nuevo? ―pregunto frunciendo el ceño.

Ella niega con la cabeza sonriendo. Sé que varias personas del servicio social han venido a verla para ver cómo están los niños, ya que solo dependen de ella, un solo error que cometa puede hacer que terminen en un orfanato.

―Estamos mejor últimamente... he estado trabajando duro y cuando no estoy aquí Brett viene a verlos y se queda con ellos hasta que llego a casa, le agradan mucho ―Katy suspira―. Me alegra tenerlo cerca, me alegra haberlo conocido.

―Al menos algo bueno salió de la unión de esos chicos con nosotras ―murmuro acariciando las orejas de Jazz.

―Hablando de algo bueno... eso es Harun para ti ―dice mirando a través de la puerta de vidrio hacia él sentado en la sala―. ¿Cómo te está yendo con él? ―pregunta alzando las cejas.

―Solo seremos amigos ―murmuro apenas.

―¿Quién dice? ―pregunta Katy frunciendo el ceño.

―Él ―me levanto y llevo a Jazz adentro con todos los demás―. ¿Eres alérgico a los gatos? ―le pregunto a Harun.

Él sonríe y niega con la cabeza, luego se levanta y camina hasta mí.

―Él es Jazz ―le digo dejando al gato en sus brazos―. Tiene un año, le gustan las caminatas en la playa, las puestas de sol y los ratones jugosos ―le digo―. De vez en cuando una que otra cucaracha también.

Harun ríe y lo acaricia, Jazz se amolda a sus brazos perfectamente.

Luego de un rato lo pone en mis brazos de nuevo y saca su libreta para escribir algo.

«Llevémoslo a casa»

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