Chocolatín
Candado que se esconde, candado que se cierra. Pensar que hacía un año lo veía como destino y no como lo que es, condena. Quizá ahora con la cuarentena, la gente tenga más tiempo para leerme. Acaso lleguen a estar tan aburridos, que por un momento, por un breve momento. Leerme sea importante.
Cajas rojas y doradas, con obscuros chocolates dentro. Invitan a la fortuna, ya que se ha de acabar el año. Cae el invierno, como un telón de frío, se termina el segundo acto. Las luces en las calles y algunos hornos se encienden. ¿Qué es el dinero? El dinero es... como ese aluminio que cubre las golosinas. Los bichos lo corroen hasta hacerlo tirar en copos dorados. Candado que se esconde, candado que se cierra. Hace a la vida parecer un regalo.
Pasan las personas y se detienen. Guardando la distancia de sus brazos extendidos, no para un abrazo, sino, para distanciarse entre ellos. Se cubren los rostros, y las mascaras no son las de un Santa Claus alegre. Yo escribí una carta, y la colgué en el nogal, en una esquina de la plaza. Han pasado cinco días, casi una semana y sigue allí. Hay tanto tiempo libre, más ¿Cuándo habrá curiosidad? El chico se aburre, se impacienta. Llego, le hablo, le vuelvo a hablar. Entonces desata de su oído el eterno audífono. Sonríe ¿es que es feliz o es por costumbre?
He aquí, constantes replicas sobre la mención que trae el novio. No es posible para Valentina recibir chocolates antes del solsticio de navidad. Supuestas las cuales, no es posible tener reuniones de tópico amoroso, citas. Las primeras tres semanas de diciembre. ¿Porqué? pues, porque hay cuarentena. Porque los profesores encendidos por un fatal excedente de tiempo libre, han sacado de entre sus papeles ennegrecidos nuevas tareas. Yo no sé. Más el chaval, el mío, se oculto bajo la excusa de exámenes.
Mi muchacho es apenas un niño. Toma sus lecciones con la mochila durmiendo sobre las piernas. Se pasea entre las líneas de su celular. Habla con la tranquilidad de un minino y es medio ciego. Antes me prestaba más atención, antes imitaba el ondear de mi mano al despedirse.
Yo le respetaba, le creía mi igual. Cuando lo que hubiese deseado es que lo arropara y le dijese: "Buenas noches". Le creía mi igual, y le exigía como hubiese deseado exigirme a mí. Le creía mi igual, pero no sabía, que de verdad lo era. No sé si abrir este dulce, capaz y lo disfruto más sin probarlo.
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